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sábado, 29 de junio de 2013

NO SÉ EL POR QUÉ.

Hacía mucho que no publicaba en la web de Scifiworld y para colmo, me censuran un poco de mi crítica al Hombre de Acero (2013). ¡Manda Huevos! Bueno aquí tenéis la versión del régimen y aquí abajo, la mía.

DESDE LOS DESPOJOS.


Cada película que se realiza es proclive a su contexto de producción, otras veces es tan adelantada a su tiempo que se tiene que esperar para revalorarla en su justa medida. No voy a citar a estas segundas pero sabéis que existen. Y por supuesto el film a comentar se encontraría en el primer tipo. Desestructurémoslo desde los despojos, es decir, desposeyendo a alguien de lo que goza (nuestro entretenimiento) y tiene (nuestro dinero metamorfoseado en entrada cinematográfica) con violencia (qué es sino el cine, más que movimiento).

Primer.
He vuelto a sentir esa sensación que no me gusta. ¡Me he hartado! Por favor que apaguen la máquina de hacer Blockbuster. Otra vez lo han conseguido. Todo embarrullado en mi cabeza, aunque esta vez con cierto aire “artie” (a través de la inclusión de los flashbacks). Todo parece apelotonado siendo empujado por un supuesto ritmo que nos quieren hacer vender desde la década última del siglo pasado. Solo se ven los restos, la destrucción generada, y es que parece ser que los índices de calidad de hoy día, van progresivamente parejos al nivel destructor que contiene un film. Jamás veremos a Metrópolis tan derruida como en esta película pero a qué precio, al de la remembranza bochornosa (lo visto nos recuerde a un hecho real que aconteció un 11 de septiembre, por desgracia). ¿Todavía tenemos que estar soportando la psicosis de un país herido, hiriendo al mundo con su avanzadilla visual? Es una película tras otra, recuerdo tras recuerdo, como si quisiesen recordarnos no ya solo la capacidad maligna del otro, sino establecer una peligrosa línea divisoria entre unos y otros, una secesión moral entre “buenos” y “malos”.

Segundo.
Algunos han entendido mal las propuestas vanguardistas del siglo pasado. El cine es movimiento y, en principio es lo que lo diferenciaba de la fotografía, pero hay que saber diferenciarlo de la tropelía rítmica. Desde el comienzo, con esos quince primeros minutos kriptonianos, que nos recuerdan a otro prodigio avatariense (la repetición de esquemas debido a su éxito de afluencia en la taquilla, más que de calidad), quieren dejar establecido el esquema de todo lo que acontecerá después, eso sí, con las incongruencias correspondientes. Se concentran tanto en la generalidad técnica (en este caso, ¡y siempre es lo mismo! los efectos especiales visuales y de sonido, que dejan a un lado lo verdaderamente importante, el corazón de la narración, el guion. Y aquí no hay excusa que valga, detrás del mismo está una cabeza muy competente para poder realizarlo (en el pasado nos ha dado muy buenas muestras de ello). La explicación de cómo el general Zod escapa de la prisión fantasma esta apuntillada, todo parece estarlo con el único fin de convertir la trama en un cajón de sastre para intentar meter en él todo aquello que nos recuerde las otras aportaciones del héroe. Existe otro peligro, el afán de querer epatar cueste lo que cueste, y el director del film lleva intentándolo toda su vida pero sin obtener el éxito que le dio su primer trabajo, y que creo que fue muy sobrevalorado.

Quieren hacer una nueva visión del superhéroe porque creen que la anterior propuesta fue fallida, y no sólo eso, quieren darnos una visión digest de casi todas las aventuras anteriores (sobre todo de la primera y segunda parte), ya habrá tiempo en secuelas de ir excavando en el pasado de las otras producciones. Envuelta eso si en unos preciosos efectos especiales, revueltos pero lo más de lo más, cuando en verdad lo único que consiguen en su efecto contrario, menos de lo menos. ¡Ya tenemos a los cochecitos mecánicos para deleitarnos con sus transformaciones y de paso no ver absolutamente nada! A veces pienso que el efecto ciega a la narración, y como en éste caso, nos regala diálogos tan sorprendentes como éste, por parte del general Zod: “Esto solo puede acabar en una cosa. O te mato o me matas”. Juzguen ustedes mismos.

Nota aclaratoria: la supresión del título del film o referencia al mismo está buscada, igual que en la película, cuando elimina constantemente su génesis principal, no diciéndola, salvo casi al final y por palabras de un soldado.

jueves, 27 de junio de 2013

PARTITURA NOCTURNA (VI). LO IMPREVISTO.

Giacchino lo tenía claro desde el principio. Quería una orquesta para una serie de televisión. Quería realizar algo novedoso con la presencia sinfónica que mejorara la experiencia. Desde aquí, Partitura nocturna también se repliega hacia el ente catódico para poder hablar de una de las series de televisión más prometedoras, y también por qué no decirlo, más frustrante de todos los tiempos (sin contar con la de los picos gemelos) aunque su apartado musical consiguiese una excelente nota. ¡Visitemos esa maldita isla!


Michael Giacchino es hijo de la generación StarWars pese a quién le pese. Y eso conllevó su primer acercamiento musical. Aunque lo que quería llevar acabo en un principio, viendo el film homónimo de 1977, fue algo parecido a nivel visual (queriendo hacer películas), fue un regalo de dos discos de la famosa saga lo que le hizo comenzar a investigar la música que iba escuchando en cada tema. Nunca lo ha negado, la aproximación musical la realizó con el texto de esos dos discos en la contraportada, donde explicaba cómo se había gestado un tema determinado y qué tipo de instrumento había sido requerido para poder llevarlo a tal efecto. Leyendo esas palabras que resolvían los entresijos creativos de la banda sonora de John Williams, empezó a interesarse por la creación musical. Por ejemplo y, según el texto de los discos, en el tema de Luke se podía escuchar una Frech horn (Trompa) o en el de los Jawas transportando a R2 D2 y C3PO se podía oír un Oboe. Esto fue lo que le hizo elegir un camino, dedicándose al apartado musical, concretamente a la variante de los videojuegos, donde empezó su carrera y donde conoció a J.J. Abrams, que lo alistó inmediatamente para Alias (2001-2006) y después para Lost (2004-2010).
Cuando uno empieza a escuchar la música de la primera temporada, incluso aunque haya visto la serie, se da cuente de la riqueza de su composición. Aislando la música de su centro visual podría ser contraproducente para su disfrute, pero no, se produce un efecto totalmente distinto, potenciando la imaginación y el recuerdo a unos niveles estratosféricos. Los tracks que componen el CD son escuetos en la mayoría de los casos (durando entre minuto y cuarto y tres minutos y medio, aproximadamente), salvo los dos últimos que duran cinco y medio (Parting words) y seis y once minutos (Oceanic 815) respectivamente. La explicación más plausible a tal hecho venga irremediablemente sujeta al objetivo del plan. Realizar una serie de televisión no es lo mismo que una película. El ritmo de la tele es mucho más intenso. Cada semana aparece un episodio en antena, además de nuevas tramas y personajes que requieren su traducción musical, por lo tanto la duración responde a un ritmo rápido en su elaboración. A veces son como cortes fugaces, incisiones, flashes (el main title creado por J. J. Abrams dura 16 segundos) pero de una precisión matemática que después cuando los vuelves a oír, se sellan para siempre en tu memoria. A veces son dos notas o incluso una sola que produce ese efecto eterno, indisociable que siempre te perseguirá. Por ejemplo la inclusión de un harpa en algunos temas te llevará siempre a esa isla remota. Es solo una percusión, un ligero movimiento de un dedo deslizándose por una cuerda y después soltándolo dulcemente. Con solo ese movimiento se tiene ya un mundo. El acercamiento de Giacchino a la serie pueda que no sea el usual, pero si desde un plano teórico, ya que componen leitmotivs para sus personajes y situaciones. El tema que envuelve a Locke por ejemplo se podría señalar como el único que deambula fantasmalmente por algunos temas como Locke’d out again (19) o su fundacional Crocodile Locke (9). Luego tenemos los micro momentos alimentados por todo tipo de instrumentos que se irán repitiendo ampliándose durante las diferentes temporadas y que irán unidos temáticamente, por ejemplo la incorporación de algún peligro, potenciandolo en Monsters are such innnteresting people (25) o suscitando más misterio aún a la enrevesada narrativa, dejando colgada alguna nota originando el suspenso. O un tema cómico (iniciado con una rítmica y repetitiva percusión apoyada en cuerdas de guitarras que después invita al piano a fusionarse), funcionando como válvula de escape a la tensión a la que están sometidos los supervivientes en I’ve got a plane to catch (24). Ejemplos que suelen suscitar aquelarres despectivos contra el compositor por otra parte. Algún listillo empezará despotricar sobre el trabajo de Giacchino, diciendo banalidades como que su herencia en el mundo de los videojuegos hace que sólo sepa crear pequeños micro temas de sus composiciones, sin saber luego desarrollarlos. Quizás ese mismo listillo, purista hasta la saciedad,  piense que la forma de trabajar del compositor sea ponerse delante de un ordenador y crear la música pulsando una tecla u otra. ¿Y si fuese así? ¿Qué problema habría? Seguramente que ese haya sido el “modus operandi” de Giacchino en algunos casos, pero no aquí. Nada más lejos de la realidad. Como ya he dicho anteriormente, él quería utilizar una orquesta, él quería obtener diferentes variaciones de un mismo tema, buscar sonidos nuevos entre la eclosión de instrumentos nuevos y, en algunos casos originales creando una nueva perspectiva. Sólo hay que ir a visitar el estudio Warner donde estaba dirigiendo la orquesta, para descubrir una pequeña sala en dimensión pero significativa en sentido. Repleta de singulares instrumentos, algunos de origen tribal y otros, incluso, siendo simplemente objetos percutores, como un trozo metálico de fuselaje de la estructura de un avión.


Sin desmerecer su labor vanguardista para Lost, que en muchas ocasiones me recuerda a otra serie mítica Twin Peaks (1990-1991), que a su vez fue creada por otro gran vanguardista Angelo Badalamenti, existen dos temas que se diferencian con respecto a todos los demás. Son los dos últimos (ya he hecho mención de ellos) y la diferencia reside en su duración, siendo los más largos, y en su función de compendio. Aparecen en el capítulo final de la temporada (Exodus) dividido en dos partes. Sus desarrollos arrastran a todos los demás temas integrándolos a modo de suite en su estructura interior. Además funcionan como variaciones entre ellos mismos. Parting Words empieza de una manera más plural, apoyado en la sinfonía de cuerdas hasta llegar a las primeras teclas del piano. En Oceanic 815, se realiza el mismo movimiento pero a la inversa. Empezamos con un solo de piano seguido muy de cerca por el violín y aupado por una ligera sinfonía de cuerdas que se van reproduciendo pausadamente, acompañando al piano que a mitad del tema, ya no está solo, está rodeado, no ya sólo de otros instrumentos de diferente origen, sino de sus variaciones intentando seguir una misma tonalidad. Cada nota, se expande para indicar un final, se alarga con el único fin de eternizar el momento o los momentos. Pero no es el final. Recordemos que estamos en la primera temporada y que Lost, la conforman cinco más. Tenemos Michael Giacchino para rato.

CLAVES:

I. Parting Words.

II. Oceanic 815.

miércoles, 26 de junio de 2013

MIGAJAS DE INSPIRACIÓN 9.

Y aquí os dejo con más trailers, y con otro regalito. Espero que os guste.

Para más información: Sesión continua. (IX). Mutaciones de la aventura.

ÚLTIMO TREN A KATANGA. (1968). Jack Cardiff.



EL MISTERIO DE LA PIRÁMIDE DE ORO. (1988). Ken Kwais.


¿Y el regalo? El Video clip de la película con una irrefrenable Cindy Lauper. Es alucinante como son de abigarrados y originales sus incursiones sonoras visuales, me recuerda al de los Goonies. Son auténticos cortometrajes. ¡Qué os guste!

HOLE OF MY HEART.


martes, 25 de junio de 2013

PERCEPCIÓN CATÓDICA. TRANSICIONES.

Se empiezan a ver lentamente por dónde irán los derroteros narrativos de nuestras series. Son pequeños hilos sueltos del tejido con el que está fabricado el guion. Para conseguirlo, se producen transiciones. Tanto desde Warehouse 13 como desde Firefly, asistimos a los cambios sutiles que toda serie tiene que poseer, tanto en tono como en expresión, cuando nos estamos aproximando al ecuador de su eje principal.


Claudia es el nombre que nos ayuda con el misterio. Su desentrañamiento acerca del intruso en el almacén. Es también la incorporación de un nuevo personaje a la escena criptica de Warehouse 13, Claudia Donovan (Allison Scagliotti). Un personaje que además no viene solo, lo acompaña su objetivo, su hermano científico y que además enlaza con el pasado de Artie. Por lo tanto tenemos la concatenación de efectos internos en la construcción del personaje y su motivación, que a lo largo del capítulo se irá desvelando. La inclusión de una nueva pieza al puzle narrativo a estas alturas, puede llegar a ser peligrosa para el ritmo de la propia serie, pero también puede llegar a establecer, con mayor contundencia, su importancia. Todo lo que arrastra Claudia (no olvidemos que el episodio lleva su nombre) implicará un nimio desenmascaramiento en el pasado de Artie. Durante los primeros capítulos trabajaba en la sombra narrativa, es decir, era el ente o el hacker que se había filtrado en Warehouse 13. No sabíamos nada de él o ella, ni siquiera el propio Artie. Y su sorpresa es pareja al misterio que envuelve la vida del cuidador del almacén. Claudia nos descubre un poco más quién es, además de convertirse en el anclaje con el que muta la perspectiva de la trama. Su presentación funciona como resorte por el cual la trama no se plegará (o por lo menos no lo hará en este capítulo) mostrando una cierta originalidad con respecto a los episodios anteriores. La amenaza de Claudia ha sido velada a nuestros agentes Mika y Pete, mostrándose al margen, mientras estaban en sus primerizas misiones. Tampoco no se sabe el porqué, si bien por iniciativa del cuidador o de su jefa, la señorita Frederic, pero ha permanecido oculta, solamente privilegiando al espectador el ser testigo de la intriga. Esto propiciará que no existan tramas paralelas esta vez. Concretamente parecen fusionarse en un solo camino: encontrar a Artie.


Puede que a partir de ahora, la búsqueda de objetos se transforme en periódica, ubicándola en el prólogo, y quizás tengamos que seguir otro arco argumental mucho más poderoso que la captura y adquisición de estrafalarios objetos. En cualquier caso, me gustaría que no fuese así, o por lo menos no en todos los capítulos. ¿Qué sería de Warehouse 13 sin esos juguetitos? Aquí tenemos un par más para incluirlos en nuestro bazar de las sorpresas particular: un singular espectrómetro y la brújula que abre puertas dimensionales. La creatividad de la serie va pareja a la imaginación de sus creadores. ¿Qué objeto más lógico que una brújula para abrir portales a otras dimensiones? En el pasado sirvió para guiar a navegantes, y aún hoy día permanece con su función. ¿Y ese espectrómetro que hace ver a los agentes lo que ha pasado con Artie, retrocediendo en el espacio y tiempo? Una maravilla.


La transición en Jaynestown se hace más invisible de cara al espectador. Se convierte en un proceso abstracto eucarístico que parte del guion y se desliza por la trama a través de los personajes. Cuando el reverendo Book se quede con River y ésta empiece a destrozar su libro sagrado, deshojándolo por falta de comprensión, será el detonante que catapulte esa misma falta de sentido al final del episodio, donde un decaído Jayne se pregunte una y otra vez el sentido de una acción que ha presenciado. Y todo tiene que ver con la fe y su construcción. Estos dos diálogos, uno entre Book y River y el otro, entre Mal y Jayne mecen la historia de todo el capítulo, girándola hacia un lado u otro. No vamos a señalar pues, aquellos elementos característicos de todo tipo de ficción, donde aparecen personajes secundarios con tramas subyacentes, ni motivos subterfugios, más bien bascularemos sobre esas comunicaciones, que son al fin y al cabo lo que de verdad hacen a uno pensar que no ha estado perdiendo el tiempo, contemplando otra serie tonta.
La primera conversación. River le dice a Book que su biblia está rota que no tiene sentido, que no funciona. Y el reverendo contesta que su libro no es acerca del sentido, sino que habla de creer en algo que puede cambiar tu vida. River se queda mirándolo unos segundos, para después instarle a que le entregue su libro para poder arreglarlo. Pero Book termina diciendo que su libro habla de la fe y que no puede arreglarlo, más bien es la fe quien te arregla a ti.


La segunda. Jayne se queda pensativo mirando perdidamente. Totalmente hundido. Ha sido salvado por un campesino de morir por un disparo y no deja de preguntarse porque lo ha hecho, sabiendo que él ni lo hubiese intentado. Mal se acerca y le dice que quizás no era por él, sino que era por lo que ese campesino necesitaba, por lo que creía. La fe pulula de un sitio a otro como pelota de tenis, siendo golpeada por la narración. Dejando a sus jugadores extenuados después de no descubrir absolutamente nada más allá de ella. El único requisito imprescindible es creer en ella y tanto Jayne como River, no están por la labor. Aún así, dudan.


No obstante, y dependiendo de las puntas de iceberg creativo que vayamos descubriendo en Firefly, me alegra descubrir el regreso a ese baile de máscaras narrativas por donde empezó a volar la Serenity. Dejándonos algún que otro buen ejemplo. La secuencia de la balada en la taberna del pueblo, donde se va alternando la épica o su construcción (los aldeanos cantan la valentía de Jayne en el pasado) mientras éste se encarga de decir la verdad a sus compañeros y al espectador, desmitificándola completamente (hace un tiempo llegó a ese pueblo con un único objetivo, robarlo pero por desgracia para él, el dinero sustraído cayó de la nave, haciendo que volviese a manos de sus propietarios). Es por esa razón que el pueblo ha erigido una estatua a Jayne y es por eso que están felices de su regreso. Es un viaje a la leyenda, cómo se crea y cómo se destruye y en eso tiene que ver mucho la fe. ¡Benditas transiciones!

sábado, 22 de junio de 2013

DETRÁS DEL LOGO.

Amigos, antes de proporcionaros otra de mis críticas de la web de Sciworld.es, os dejo un enlace de la página web para que podáis leer también el artículo que escribí sobre Hugo: tras la magia de Méliès.


A estas alturas no nos sorprende que para Scorsese el cine sea movimiento. Siempre lo ha expresado, a veces de una forma hiperrealista, Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980), Uno de los nuestros (1990) o Gangs Of New York (2002) y otras veces, tranquilamente reposada formalmente, La última tentación de Cristo (1988), La edad de la inocencia (1993) o Kundun (1997). Un movimiento amparado en la violencia, a veces extrema, casi siempre eludida magistralmente y otras expresadas descarnadamente. Aunque también ha existido el caso de aquellas producciones que en su conjunto global, venían acompañadas de cierto reposo estético y después explotaban, derramando hemoglobina por la platea (véase al respecto sus últimas producciones como Shutter Island, 2010). En cualquier caso todas poseen la característica común del movimiento, que además es el elemento significante, ya que define un arte y lo diferencia sustancialmente de su génesis primigenia, la fotografía para otorgarle autonomía propia. El cine no es otra cosa que el montaje de fotogramas engarzados unos con otros, proporcionándonos la ilusión óptica de que cobran vida que se mueven. La última película de Scorsese nos habla, precisamente de eso mismo en su prólogo, lo único que verdaderamente tiene sentido y atracción cinéfila, independientemente de la gracia que se le quiera ver al 3D. Porque, por desgracia el resto de la narración carece de la vitalidad del principio, repitiendo constantemente las mismas pautas o conformándose con los mismos estereotipos, que en su juventud cinematográfica, él mismo dinamitaba.
Un punto de vista omnisciente sobrevuela el cielo parisino mientras los copos de nieve, atacándonos literalmente, nos anuncian la estación más infantilmente cinéfila. El movimiento perezoso del comienzo, acabará encarrilando el punto de vista a un ritmo vertiginoso, a través del ajetreo y el día a día de una estación ferroviaria de París, finalizando en un plano detalle de uno de los números que componen uno de los muchos relojes que habitan en dicha estación. Detrás de la cifra, el rostro de un niño observándolo todo a su alrededor. La calma como causa primigenia, desde el omnipotente plano general “celestial” se desliza hacia la tempestad como desarrollo del efecto, acabando en un plano detalle “humano”. La historia como resultado de un proceso narrativo mimético con la base literaria de la película (La invención de Hugo Cabret por Brian Selznick; ediciones SM, 2007), que a su vez es legada por la fuerza del cine y que, en ambos casos, se mimetizan a la perfección relacionándose entre sí para llegar a un mismo fin: el homenaje a los pioneros del cinematógrafo. La película utiliza el folletín decimonónico apoyándose en la construcción de un misterio y su desentrañamiento, y la novela utiliza herramientas propias de la creación cinematográfica, llegando en algunos pasajes de sus páginas a ser auténticos storyboards. Ese proceso generador de la historia nace o es empujado como si Scorsese nos cogiera del cuello y nos avivara, por el vértigo del travelling de aproximación del principio, al estilo “montaña rusa” tan querido por la estereoscopía para abrirnos el telón, presentándonos el escenario de la acción y si bien es cierto que hay otras localizaciones, la geografía de la estación jugará un papel predominante en la misma. Después aparecerá el título de la película y con él, aparecerá un Scorsese acomodado, posicionado en el trono. Característica que no es ajena a otros directores como Spielberg (otro Totem), donde su última película (War Horse, 2012) es un buen ejemplo de este estado complaciente a las exigencias de la industria.
Tanto Martin como Steven y muchos más en su país y también en otros porque no decirlo, se han adoctrinado no con Hollywood, ya que ellos son Hollywood, sino con una cohorte de cuervos que les alaban constantemente endiosándolos y que pululan por la industria, repitiendo formulas que creen que dan éxito. Lo irónico de la situación es que aquellos directores que cambiaron la meca del cine, se han doblegado a esta entelequia despreciable de gente que nos ordena lo que tenemos qué ver, y en algunos casos, los peores, cómo tenemos que ver (la tercera dimensión cinematográfica es un buen ejemplo a colación). Pero tranquilos, habrá que seguir estudiando y descubriendo nuevos santuarios, como éste que se encuentra detrás del logo.


viernes, 21 de junio de 2013

HOJA APERGAMINADA. (VIII). EN BUSCA DE LA PARTICULARIDAD.

Existen libros que deambulan libres por el universo literario sin ningún tipo de ataduras genéricas y existen otros, que nacen sujetos a un género. Ambas clasificaciones optimizan el agrado de su lectura cuando nos embarcamos entre sus páginas, sin discriminarse mutuamente. Otra cosa es que alguien, saciado de un ego supino empiece a despotricar sobre un tipo de literatura u otra. La elección literaria es libre y  por tanto, no tendría que estar condicionada por ningún requisito. Bien, Boneshaker se ubicaría en la segunda tipología. Y esa unión está tan bien formada que es imprescindible hablar primero, aunque sea someramente del género o en este caso, del subgénero adscrito.


El libro reseñado fotográficamente arriba (The Steampunk Bible,) es el faro por el cual todo neófito o no al Steampunk debería seguir, si quiere sumergirse en su fascinante mundo. Escrito por Jeff Vandermeer y con S. J. Chambers es un bello ejemplo de cómo realizar las cosas, si bien no exquisitamente, por lo menos aproximándose a la perfección analítica. Es una competente guía que nos introduce en el intrincado mundo, donde existe una auténtica legión de seguidos que son los que han aupado el género hasta convertirlo en movimiento social, como podemos descubrir en el capítulo 5 (Hair Stays, Goggles, Corsets, Clockwork Guitars and Imaginary Airships) enfocándolo como una subcultura o, desde una perspectiva física y técnica, donde poder llegar a hacerlo realidad en el capítulo 4 (From Forevertron to the Raygun Rocketship and Beyond). El componente religioso en el título, adjetivándolo como bíblico además de provocar indignación en algunos, incide en su carácter fundacional para dirigirse a aquel que no crea en este tipo de cosas (mezcolanza narrativa, genérica y física). Desde los tiempos más remotos hasta la actualidad, desde el proto-cine hasta la sala más moderna, siempre hay algún ejemplo de Steampunk que nos sorprende. La novela también se ha alimentado de este subgénero (con el amigo Verne) y la televisión (con el amigo Who) por supuesto. Un híbrido narrativo que deslumbra y emociona a partes iguales, engendrado de la fusión entre lo viejo y lo nuevo.


El paradigma del subgénero es su propia fundación lingüística, ya que es el grupo que muestra su propia particularidad frente a la categorización del género. Mientras éste multiplica sus opciones ordenándolas para una búsqueda lógica, el subgénero las subdivide caoticamente en el sentido de que escoge lo que más le interesa del género, independientemente de su lógica o siguiéndola internamente. Quiero decir que quizás la fusión de zombies con máquinas voladoras en plena Guerra de Secesión norteamericana, no tenga mucho sentido pero si nos adentramos en su estructura dramática, quizás la escritora nos convenza. Y aquí sale reflotada una curiosidad. De la narración depende su coherencia, creyéndola o no, otorgándola una cierta verosimilitud. El subgénero implica por tanto un desafío. Concentrarnos mucho más en aquello que vamos a descubrir al pasar las hojas (o al ver una película) para que la atención del lector (o espectador), verifique un componente creíble en la historia. Ahora bien, ¿la narración subgénerica es lo mismo que la genérica? Sí y no. La narratividad es la misma salvo en una sutileza. La particularidad subgenérica salva de algún modo el proceso mimético con el género, diferenciándolo sucintamente. Busquemos esa particularidad.
La novela de Cherie Priest, quedando finalista de los premios Nebula y nominada al Hugo además de ganar el Locus (¡vaya carrerón!), ejemplifica el descuartizar genérico antes señalado. Además lo realiza sin miramiento alguno desde la primera hoja. El objetivo es el ritmo, o más bien, el encauce rítmico del lector posicionándose rápidamente en situación. Después de los pertinentes agradecimientos (yo no he escrito ninguno en La Caída de Dundee porque mi timidez no me permite compartir mi sudor creativo) y el dibujo de un mapa de la zona donde van a transcurrir los hechos, (diseñé uno muy abstracto en la contraportada de mi novela, no se puede ir gastando hojas en estos tiempos que corren), en la siguiente hoja (edición Debolsillo y La factoria de Ideas) aparece una crónica de hechos pasados, de la cual la trama se irá realimentando. ¡Touche! Si señora. Empezar con un artículo periodístico de la época (De Episodios improbables de la historia de Occidente. Capítulo 7: "El curioso estatus amurallado de Seattle". Trabajo en curso, de Hale Quarter, 1880) para contextualizar galdiosamente los hechos y disfrazarlos de su credibilidad correspondiente. Pero aquí no radica la particularidad. Si nos dejamos de símiles y adjetivaciones narrativas con que adornar la trama, nos encontraremos con lo insólito del tema. Frente a lo escrito de los protagonistas, zombies, naves espaciales ambientándolas en un mundo que abraza lo nuevo sin dejar de construir con materiales de derribo, se nos presenta la infraescritura. La historia de una madre, Briar Wilkes, por conseguir el cariño de su hijo, Eze, luchando contra la imagen de su marido, Leviticus Blue. La portada nos lo anuncia a bombo y platillo (hay que comprar el libro, ¿no?) pero el mejunje genérico es una mera excusa, su verdadero valor, su particularidad, reside en su aproximación al subgénero desde una perspectiva socialmente diferente. El entorno familiar, como grupo social compactado entre la madre y el hijo, derruido por la acción del padre, o más bien de su reflejo ausente, convirtiéndose en el ser antagónico de la heroína. El pasado podría representar perfectamente a la ex-pareja de Briar. El creador de la Boneshaker, una máquina taladradora capaz de atravesar el hielo de Alaska en busca de oro y causante de convertir Seattle en un infierno. Al principio son dos luchas antitéticas generacionales. Briar quiere olvidarle y su hijo está dispuesto a revelarlo de su ignominia para elevarlo a los altares científicos. Una empieza el relato desde una posición conformista, tolerando las burlas de sus compañeros sobre su ex-marido y el otro quiere justicia, convirtiéndose en un ser activo de la narración. Con él nos introducimos en esa Seattle que tanto nos recuerda a esa deliciosa y gamberra Nueva York amurallada salida de la imaginación de John Carpenter (Escape from New York, 1981), pero las tornas se irán cambiando, al paso de las páginas. La miríada de personajes a los que se enfrentan o van conociendo transformándose en aliados o enemigos, se mezcla con el cambio de roles del principio. Briar termina la narración sintiéndose querida por su hijo, restableciendo un orden. Ya no es un ser pasivo, ha entrado por derecho en la acción y se ha desprendido de la lacra de su pasado que la mantenía atenazada, mientras que Eze se enfrenta a la imagen de su progenitor con otros ojos, aquellos que han descubierto que a veces la verdad viene envuelta en una mentira, conformándose en su resolución. Curiosamente la mentira se ira desenrollando a medida que la vamos descubriendo, al mismo tiempo que los diferentes personajes nos van recomponiendo la figura de ese padre mítico, a una manera muy rashomoniana (gracias maestro Kurosawa), mutando en diferentes capas, secciones genéricas: la falta de cariño y la amputación de la transmisión parental en un drama; el periplo seguido entre las ruinas de una ciudad mortuoria sitiada por un peligroso gas que convierte en zombie a quien lo respira en la aventura.
Sabemos que la serie de Boneshaker continua y desde aquí se lo agradecemos a la señora Priest. Go ahead!








miércoles, 19 de junio de 2013

MIGAJAS DE INSPIRACIÓN 8.

¡Qué década la de los años 80 del siglo pasado! ¡Qué películas! ¡Y qué trailers!

Bueno haré un pequeño inciso. Veremos el tráiler de La fuerza del viento pero incluido en un Making off de la época que dura alrededor de media hora. Es interesante porque proporciona comentarios de los creadores sobre el proyecto, o más concretamente sobre su catástrofe. Es una curiosidad por parte de la casa.

Para recabar más información: Sesión continua. (VIII). Gusto circunstancial.

THE LAST STARFIGHTER. (1984). Nick Castle.


LA FUERZA DEL VIENTO. (1989). Steven Lisberger.

MAKING OFF.


martes, 18 de junio de 2013

LA CAÍDA DE DUNDEE. (XIV). AVE INSPIRACIÓN.


Rastrear los pasos de un estímulo espontáneo mental puede resultar tarea ardua pero interesante. Sabemos su posición anatómica  exacta en nuestro cerebro y, podemos llegar a analizar la primera percepción subconsciente que llama a las puertas de la curiosidad. Primer motor generador de la idea primigenia que dibujará un bosquejo, un simple diseño que con el tiempo se desarrollará complejo convirtiéndose en una novela, una película, una escultura, una pintura, una canción, una representación teatral, un juego o un proyecto de dispar índole.
La semana pasada me dediqué a realizar turismo rural por las tierras castellanas de Toro, Zamora y Ávila. Hacía mucho que no cogía el coche y a medida que iba conduciendo, pasando ante mí diferentes señales y mojones viales, empecé a pensar en aquellos momentos individuales que te secuestran y que te proporcionan esa primera idea creativa, que puede finalizar en una de las diferentes disciplinas artísticas que he enumerado anteriormente. Intenté retenerlos (¡inocente de mí!) a través de la fotografía e hice varias instantáneas que me permitiesen realizar ese viaje interior que me permitiese poder solidificar la remembranza pasajera para después trabajarla. Ahora estando en casa, reconozco que es tarea imposible pero si al menos me quedan vanos recuerdos que puedan ayudarme a capturar esa primera inspiración, me doy  por satisfecho. Iba tomando fotos de aquello, que institucionalmente me llamaba poderosamente la atención. El legado arquitectónico de los lugares citados era abundante pero en Toro concretamente, cuando dejé atrás su magnifica colegiata me encontré con esto:


Estaba situado en una de las calles aledañas a la plaza del Ayuntamiento. Iba ciego con mi móvil cuando algo me hizo detenerme súbitamente y girar mi rostro hacia la derecha. Allí estaba la fachada gritándome desesperada para que la hiciese caso. Me acerqué hipnotizado y tomé la foto. Se encuentra en un estado ruinoso y solitario, cercada por vallas que anuncian derribo. Una verja metálica negra ahoga su entrada y las persianas de épocas remotas, inclinadas hacia un lado alguna, ciegan la visión de su interior. ¿Qué tenía esa reliquia que me atraía? Quizás el nombre del edificio, Imperio, representación pretérita de la caída del cine en el presente. Esa ruina se hundió en mi subconsciente originándose la primera de las muchas ideas que me surgieron ese día (enseguida pensé en La caída del Imperio Romano y no me preguntéis el porqué). Caminé hasta su entrada para intentar mirar en su interior. Lo primero que percaté es el olor a cerrado chocando contra mi rostro. Se escapaba desde el interior de la sala oscura y se deslizaba por las puertas desvencijadas y los orificios que conformaban la frontera metalizada. Solo pude ver la zona de la taquilla, situada debajo de una escalinata de madera, aprovechando el hueco de la misma. El suelo estaba invadido de escombros y detritus, que bien podían representar despojos arqueológicos del consumismo alimenticio de antaño. La superficie era de madera y se perdía en la laberíntica distribución del edificio. Durante unos minutos me quedé ensimismado de la desolación que desprendía ese lugar. A mi alrededor pasaban transeúntes mirándome extrañados, acostumbrados a pasar por el sitio. No estaba contemplando algo muerte sino, todo lo contrario. Ante mí revivían momentos que desconocía, pero que se agolpaban en mi mente. Era mi imaginación  que me proporcionaba situaciones de cómo debería haber sido un día en la vida de ese cine. Colas kilométricas para ver el estreno de Superman (1978), invadidas de jóvenes los fines de semana o el ejercito de adultos preparados para degustar otro de los cruces de piernas de Emmanuelle (1974), entre semana. La barra donde se compraban las golosinas debía estar petada de adolescentes, deseosos de poder ver a un hombre volar acompañado de la eterna partitura de John Williams, mientras que los mayores pasaban de largo del plástico alimento para poder situarse en las recónditas butacas, que les proporcionasen un anonimato en la sala. Dos formas de ver una misma realidad; la ilusión de ver lo increíble contrastada con el deseo de contemplar lo prohibido. Dos puntos de vista antagónicos que se fusionaban en un mismo espacio y que compartían un mismo objetivo: soñar la mentira cinematográfica.
Los cercos de la posición de las carteleras en la desconchada pared me despertaron del ensimismamiento, haciéndome  retroceder y alejarme del lugar. ¡Cuánta información para alimento de mi imaginación! Nada más abandonar el pueblo, mi mente seguía elucubrando. El torrente de ideas continuaba gestionándose en mi interior y la creatividad nació de ese esporádico encuentro. Esa fachada se metamorfoseó en el mojón que necesitaba, transformándose en mi guía particular hacia mi camino creativo a seguir.
A la hora de confeccionar La Caída de Dundee, me acompañé de ese tipo de señales para construir mi relato. Todo mi background se puso a la defensiva iniciándose un conflicto por la supremacía de esa idea originaria. A día de hoy y escrita la novela puede que haya ganado la batalla, pero no la guerra. Todavía queda mucho camino al caminante y en algunos casos, hasta me toque desandar lo andado pero no importa si llevo como compañera de viaje a la inspiración. ¡Yo te saludo!

lunes, 17 de junio de 2013

PERCEPCIÓN CATÓDICA. EN CONTINUO CAMBIO.


Vivimos cada vez más rápido los acontecimientos. Nuestros antepasados no se podrían imaginar el curso rítmico de nuestra vida, si levantasen sus testas y contemplasen el mundo actual. El arte hermano del hombre también ha sufrido un proceso parecido, transformándose, mimetizándose con su entorno. La creación narrativa desde sus inicios ha estado experimentando este tipo de procesos y sus adláteres visuales (cine y televisión), incluidos los literarios por supuesto, no han sido ajenos a estas transformaciones. Desde un punto de vista genérico, podríamos elegir nuestras dos series para reforzar tal afirmación. Así que preparémonos para viajar (¿otra forma de cambio?) a Unionville en Colorado en busca de una fuerza magnética de origen desconocido en Warehouse 13 (Temporada 1, episodio 4, Magnetismo) o para seguir descubriendo la mitología espacial de Firefly (capítulo 4, Nuestra señora Reynolds) y darnos cuenta que está mucho más próxima a nuestra terráquea fabulación de lo que pensamos. 


Los títulos de los episodios de Warehouse 13 son muy sintomáticos de todo lo que precede a los mismos. Con una palabra se resume el corpus temático de la narración. Y el poder de atracción que surte el magnetismo en este episodio, es el camino por el cual se deslizan tímidamente Mika y Pete en busca de su origen. Como en toda la estructura de la serie (por lo menos hasta ahora), su núcleo es el arremolinamiento de diferentes pistas que conducen a un callejón sin salida. Y es ahí, justo en ese momento cuando se abre una puerta nueva, la de lo fantástico, lo paranormal, lo impredecible que consigue apartarles del camino ortodoxo para introducirles en uno heterodoxo, logrando resolver el misterio en cuestión. Esta posición culterana podría tener éxito sino fuese porque la propia narración del show, siempre termina con un cliffhanger, es decir, la trama va cambiando sinuosamente hasta finalizar su recorrido en una pleitesia narrativa invitando al espectador al próximo capítulo (ese omega narratológica es el knock, knock del final del episodio). Alguien se ha infiltrado en Warehouse 13. Pero más interesante es seguir su desarrollo dramático desde el comienzo para poder ser testigos de las diferentes mutaciones internas a las que está sometida la serie de Syfy.


Si, es nuestro agente Pete colgado. Está intentando robar la guillotina que cercenó la cabeza de María Antonieta en la Revolución Francesa. La aproximación a la secuencia de apertura juega desde el principio con el suspense: una conversación entre los dos agentes, llena de reproches cómicos; el actante situado en una posición incómoda, rodeado de haces de luz que puede delatar su posición en el museo parisino; una llave inglesa que inútilmente cae justo sobre la base de la guillotina, un mal agarre en el dispositivo de la máquina y la guillotina a punto de corta la cabeza de nuestro amigo. Si a todo eso le incluimos los ingredientes de acción característicos de una secuencia de pelea de Mika con los gendarmes, tenemos ante nuestros ojos la escenificación perfecta de cómo se construye un género dispuesto a ser transmutado hacia otro. La comedia se dejaba filtrar en los comentarios de los agentes al principio, pero después se convertirá en un elemento recurrente que ira asociado a la investigación. El choque de egos de los dos agentes, buscando el liderazgo entre ellos mismos; la estrategia de Artie para calmar su energía negativa, canalizándola por otros derroteros que no sean los límites del Warehouse 13; los momentos donde los personajes afectados responden a su deseo subconsciente más profundo como el médico que no puede evitar tocar los pechos de Mika o el destino final del coche de Artie.


Todo son fugas narrativas, meandros creativos que relajan la investigación pero que al mismo tiempo la encumbra al misterio de su resolución y la emparentan con lo que se supone es real en nuestro mundo. El último de los cambios recibidos, es el descubrimiento del objeto a perseguir o ser destruido, que aquí se entrelaza con una secuencia de acción, imitando un poco los parámetros de las películas de secuestros. Es un proceso de permutación genérico que me genera interés cada vez que lo observo, sobre todo en su elaboración y escritura de guion. Las braimstormings de sus creadores deben  de ser auténticos rompecabezas que mutan en otros. ¿Quién pudiera estas en esas oficinas?
El cambio sufrido en el episodio de Firefly es diferente aunque no lo parezca, ya que se hace desde un mismo plano, esto es, la hoja del guion pero de sentido contrario porque casi no se percibe visualmente, sino más bien se intuye. Un ejemplo. Al principio del capítulo somos testigos de que para poder sobrevivir es necesario adaptarse al medio y como si fuesen verdaderos camaleones, nuestros piratas espaciales Mal y Jayne, se disfrazan de colonos siderales para poder atrapar a unos cuatreros sin escrúpulos.


Como premio, una congregación de colonos se verá beneficiaria de tal acto, regalando al señor Reynolds una esposa, sin él saberlo. La ceremonia no es mostrada literalmente pero si escenificada sutilmente por los aldeanos, que se apoyan en el desconocimiento de los extranjeros que los han ayudado. A partir de este momento el juego cambiará, y aquí tengo que decir que parece que regresamos a los buenos momentos del episodio piloto de la serie, para embarcarnos en un viaje fundacional al mito clásico de la sirena. Retornamos a un limbo genérico donde nada es lo que parece y la representación de la lucha de sexos se muta, ofreciéndonos una descripción interna del anhelo del protagonista y su relación con las mujeres. Al principio no admite la responsabilidad otorgada de convertirse en esposo de Saffron (Christina Hendricks). De alguna manera la responsabilidad es el polizón de la Serenity en algunos de sus integrantes (me atrevería a decir que en casi todos) y su capitán es la representación máxima de este perterpanesco conflicto. La negación responsable conlleva velar la verosimilitud del hecho. Cuando Mal tenga enfrente a su esposa desnuda, algo le dice que no puede ni siquiera tocarla (pueden ser las palabras de Book quizás) pero al final cae a sus brazos. El trasvase hacia la otra orilla  solo lleva a otro cambio, la traición de Saffron, desenmascarándose de su disfraz de inocente colona para transformarse en una auténtica sirena espacial. El mito se hace carne en el cuerpo de esta espectacular actriz, que a partir de este momento trastocará no solo a cada uno de los integrantes del carguero sino al propio género. La secuencia que lo origina es una con Wash y es ejemplar al respecto, fusionando en un mismo plano el mito y el género. El relato de la sirena entronca su fatídico canto sobre el hombre con su escenificación, ¿qué pasará con Wash? creando un suspense que se irá catapultando a cada miembro de la tripulación hasta que llegue a otra mujer, Inara.


Aunque al principio parezca caer en sus garras, creando un momento de alta tensión erótica, no tenemos que olvidarnos que quizás, Inara también sea otra sirena y los recónditos encantos no funcionen con ella. Es curioso la presencia de la no relación de Inara con Mal, que ejercerá  una nueva mutación hacia las fronteras de la comedia romántica, transformándola en una posible, real, cuando al final del episodio tengan una pequeña charla. Bajo mi punto de vista, Whedon deja más desnuda a Inara que al personaje de Mal dejándolo en su posición de estúpido creído de siempre mientras que al de la mujer, nos hace participe de un pequeño cambio, su posible amor por el caótico capitán. Es una nimia transformación en su rostro pero reveladora.





    

sábado, 15 de junio de 2013

MEMORIA EJEMPLAR DE UN OCASO.

La tercera crítica en la web de Scifiworld.es pintaba muy bien. ¿No me creéis? Estáis en el lugar adecuado.


Desde el comienzo una cortina mecánica se atora en un teatro de variedades, vaticinándonos que las cosas no funcionan o por lo menos, no lo van a hacer correctamente. Nos advierte de una característica del corpus narrativo tatiano, la imperfección de la máquina que ya desde el primer minuto esta siendo homenajeado. El año es 1959. Una época donde aún pervive el pasado beligerante vivido, un cartel nos anuncia una eminente guerra ¿fría? en la calle, que intenta buscar nuevos mitos enterrando a los antiguos y explorando otras vías de entretenimiento. Lo que nos propone Sylvain Chomet, siguiendo las valiosas claves dejadas por Jacques Tati en uno de sus inconclusos guiones es un delicioso Fin de siècle particular, el declive del teatro de variedades y sus diversas vertientes (resulta traumático el destino final de un payaso y un ventrílocuo, auténticos esperpentos y espejos deformantes que observa el ilusionista con temor a acabar como ellos), y la presentación de una nueva forma lúdica, la música de los sesenta y su representación, el popular ente catódico, trasmutando la Belle Epoque parisina a la capital escocesa. Dos secuencias hablan por si solas, nunca mejor dicho en un film animado mudo como éste, del desplazamiento del entretenimiento por parte de la sociedad transformando su punto de vista. Una es la primera aparición del ilusionista en territorio inglés, terminando en fracaso cuando se prepara para realizar su número ilusorio, elaborando sus trucos y es abortado repetidas veces por el éxito que tiene el espectáculo anterior, un grupo de jóvenes cantando y alimentado el apetito fanático en sus seguidoras.


La otra de cariz subjetivo ya que nadie salvo el propio espectador es testigo, la contemplación del sueño de una ciudad, Edimburgo cuando sus comercios apagan sus luces de neón. Mecánicamente todas lo hacen siguiendo un patrón rítmico que hubiera encantado a los padres de las vanguardias cinematográficas europeas de principios del siglo XX, pero una pequeña tienda mantiene las ondas hertzianas en blanco y negro de sus televisiones. Sus expositores desafían a la noche invasora y son los únicos que no se apagan. Otro augurio, el potentísimo avance de la caja tonta solo ha hecho más que comenzar. A modo de secuencia causal con ésta, existe una secuencia anterior que ya nos predice los acontecimientos y la engarza perfectamente desde un plano formal, compartir el advenimiento de un nuevo tipo de energía y por lo tanto la incorporación de máquinas para hacernos la vida más fácil, y desde un plano narrativo el viaje de un viejo ilusionista, trasunto del cómico francés, cargado con una maleta y un conejo que insiste que la magia no existe a una niña que adopta informalmente en un pub escocés. Es aquella en la que el viejo artista es contratado por un ebrio noble escocés y es llevado a las brumosas Highlands. Es allí donde asistimos al encendido de la primera bombilla frente a la triunfante algarabía que se produce ante el hecho eléctrico.


Un momento mágico para uno de los viejos del lugar que como si un niño se tratase jugando con su juguete nuevo, empieza a apagar y encender el interruptor frenéticamente trasformando la luz ambiente en una casi de discoteca. La perfección utilizada en los dibujos de la transición luminiscente no es baladí ya que, además de mostrarnos, nos cuenta algo y es que después de la intervención del ilusionista, el noble escocés posicionará una máquina de discos en la sala, trasformando el mismo espacio en uno discotequero. Así que nos encontramos ante la crónica de una decadencia, virtuosamente realizada. Todo parece encajar minuciosamente, como si las secuencias de la película fuesen un impresionante engranaje industrial y aunque Tati nunca fue muy amigo de las máquinas (Mi Tío de 1958 o PlayTime de 1967) como ya lo hemos recordado, Chomet imitando su fobia pero no compartiéndola (Bienvenidos a Belleville de 2003), la hace funcionar motorizándola por el azar, llamado por Noël Burch alea, en su fundacional libro Praxis del Cine.
Si tuviésemos que adentrarnos conceptualmente en el interior del artefacto, sintiendo verdadera fascinación ante su desnudez artificial como señala Umberto Eco en su Historia de la belleza, descubriríamos que el periplo a las tierras que vieron nacer el Brigadoon, es el comienzo de una serie de concatenaciones aleatorias donde la suerte construida (el realizador recupera las riendas en la fase de montaje, tendiendo una trampa al azar, dominándolo, Burch dixit) o el azar diseñado, testifican la maestría cinematográfica.
Si el ilusionista no hubiese fracasado en Londres, no habría estado deambulando y no hubiese encontrado al noble escocés. Como consecuencia, tampoco hubiera tenido la oportunidad de conocer a la chica en el pub y ésta no se hubiese convertido en su acompañante, lógicamente no habría vivido sus desventuras en la gran ciudad y no se hubiera transformado en reclamo sentimental, que no sentimentaloide, del objetivo del ilusionista para su cuidado, enfrentándose a otros menesteres laborales (trabajar en un taller mecánico por ejemplo) y en definitiva, no hubiésemos asistido a los magníficos momentos cómicos que atesora el film. Algunos estructurados a través de gags sencillamente geniales y otros, complejamente deliciosos. Utilizando un conejo, conector relativo con el universo Disney aunque alejándose de su forma trasformándolo en carnívoro como protagonista de un slapstick. Cuando el roedor escapa de la chistera, siendo consciente el espectador veterano de que la colisión desternillante se va a producir, o bien cuando focaliza la inquietud de su dueño por el lagomorfo, que piensa que ha sido sacrificado y convertido en cocido por la niña inconsciente a la mirada del espectador que simplemente se asombra de la pericia narrativa, es decir hasta que no aparece el conejo correteando, mostrándose ufano con un trozo de salchicha en su boca, no nos damos cuenta del origen de la preocupación del protagonista.


A media que la trama avanza, lo hace el posicionamiento formal artesanal del dibujo animado, entendido éste como movimiento expresivo cargado de significación. Existe un momento terriblemente cautivador que fuerza el plano a plegarse a una mirada al abismo. El ilusionista se esconde de la niña, que va acompañada de un chico, introduciéndose en una sala de cine que esta proyectando, en ese momento Mi tío (Mon oncle, 1958) de Jacques Tati. El protagonista entra como un vendaval en el oscuro espacio y se detiene mirando la pantalla, profanándola. El plano no sólo se alimenta de la filmografía de Tati, ubicándolo cronológicamente, sino que potencia la intertextualidad del relato, enriqueciéndolo en unos segundos. El plano realizado en el presente (El ilusionista) reverbera su sentido sobre otro plano realizado en el pasado (Mi tío), mostrando el paralelismo significativo formal.


Si bien es cierto que la película no busca a un público infantil y quiera alejarse del canon disneyano, aunque y sobre todo en los backgrounds, le sea imposible lograrlo, ya que continuamente refuerzan lazos con las producciones disneyanas, sobre todo con 101 Dálmatas (1961) y la campiña inglesa también descrita con los signos de la parcelación de la tierra a modo de muro de Adriano, o con Los Aristogatos (1970) y ese París heredero del Art Nouveau y sus formas arquitectónicas realizadas con cristal y hierro fundido, o Los Rescatadores (1977) y su visión modernista del skyline neoyorquino, si que consigue separarse del imperio Disney, o más concretamente de su visión, cuando busca el sentido en el signo y no en su ornamento. Pocas películas muestran tal profundidad formal como esta, plegándose a sí mismas a través de la mirada, autentica creadora cinematográfica.



                                                                                      

jueves, 6 de junio de 2013

LA SOLEDAD DEL PODER.

Sigo mi periplo en la web con la siguiente crítica que me publicaron en Scifiworld.es


     Por fin la cinematografía británica tiene sus Siete samuráis (Sichinin No Samurai, 1954 de Akira Kurosawa), aunque también podríamos citar su remake norteamericano Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 1960 de John Sturges). De cualquiera de las maneras, ya de entrada el tratamiento no es muy original que digamos pero no niega, en forma alguna que disfrutemos/leamos la película con otra perspectiva. Si la forma no es nueva tampoco lo es su fondo, ya que el cine ha tratado el periodo histórico donde acontecen los hechos infinitamente. Estamos en la pre-época de las andanzas del mítico ladrón de Sherwood, en una Inglaterra ahogada de problemas sociales y económicos además de los politicos, donde aparecerán los alegres hombres de mayas verdes (Las aventuras de Robin Hood, 1938 de Michael Curtiz y William Keighley) o los proscritos (Robin Hood: príncipe de los ladrones, 1991 de Kevin Reynolds) hasta llegar al cinema verité, o eso pensaba el director, (Robin Hood, 2010 de Ridley Scott), sin olvidarnos de la versión Disney (Robin Hood, 1973 de Wolfgang Reitherman) y las producciones de la Hammer (Sword of Sherwood Forest, 1960 de Terence Fisher o A Challenge for Robin Hood, 1967 de C. Pennington-Richards). Dirigiendo este background hollywoodiense y británico, su director Jonathan English conjuga el entretener con el criticar, ya que Templario no sólo crea un divertimento sino que propone un acercamiento examinador a la realidad versada, es decir no prepondera unos elementos técnicos, efectos  artificiosos, que los hay en el film frente a otros, exponiendo unos hechos enfocados desde otros parámetros significantes, más bien equilibra ambos pergeñando un mismo objetivo: mirar el mismo escenario de tantas producciones pretéritas pero deteniéndose en los detalles, intentando descubrir otra realidad, otro escenario sabiendo lo que se hace, esto es que está ante un medio de contar historias y se vale del mismo, utilizando las herramientas que la narración le ofrece a él y le han ofrecido a cientos de cineastas desde 1895. Ejemplos para una visión “palomitera” de la narración sería el enfoque que hace a los caballeros rebeldes, siendo menos heroico del esperado no existiendo héroes en su historia sino hombres con sus manías y fobias, borrachos, mujeriegos y asesinos. Otro elemento de conexión subliminal con el espectador sería el uso y la presencia de la violencia. La secuencia de la tortura a los rebeldes apresados es de un protagonismo descarnado, donde la desmembración se erige como trofeo transformado en símil violento, cuestionando la incoherencia del propio acto. Pero centrándonos en el apartado crítico, existen dos momentos verdaderamente poderosos en el relato, protagonizados por el Templario que se cuestiona su fe y  el monarca al que se enfrenta. Ambos son además de personajes, elementos que transcienden la narración, potenciando su significante; el primero representa a la religión y el segundo a la laicidad. Son dos vectores que vertebran la historia haciéndola balancearse de un lado (Iglesia) a otro (Estado).


La primera secuencia muestra al Rey Juan (Paul Giamatti) expectante con la mirada perdida, preocupado por algo que va a realizar; las aguas del Canal de la Mancha reflejan la efigie del monarca temblando a cada oleaje y representando su interior inestable. La cámara panea hacia abajo definiendo el contorno del noble como imagen temblorosa pero imagen, al fin y al cabo. Casi al final de la película, el heredero al trono inglés vuelve a las aguas. Camina vacilante hacia una charca cercana al asedio de la Torre de Rochester, con la faz turbada por lo que ha hecho. El director vuelve a realizar el mismo movimiento de cámara, pero esta vez la contemplación del reflejo del Rey es casi imposible debido a las estancadas y terrosas aguas de la charca. Ya ni siquiera el Rey Juan puede verse.
La otra secuencia muestra el rezo del Templario (James Purefoy) antes de acometer su aventura. Salir del lugar asediado y conseguir alimentos para sus compañeros. Gracias a este acto heroico, los rebeldes consiguen alimentos y también se relajan convirtiendo la sala central de la Torre en antesala de la muerte de algunos de ellos; a los que hemos visto reír y comer, los encontraremos poco tiempo después, abatidos y muertos. La acción solitaria del Templario ha propiciado un éxito y una derrota, los asaltadores consiguen penetran en el interior y aniquilar a casi todos los resistentes. Ambas situaciones ponen en común un elemento afín, la soledad. Por una parte la del Rey, que empezó preocupado ante los acontecimientos que fuera a protagonizar, y que han motivado que ya ni siquiera pueda verse reflejado en las aguas estancadas; sus acciones han ensuciado su trono, su ansia de poder lo ha borrado, no sólo de la historia sino de la HISTORIA, aquella que se escribe con Mayúscula,  abocándolo al olvido.
El Templario se cree poseedor de una fe inquebrantable pero la caída en los brazos de Lady Isabel (Kate Mara) y el posterior relajamiento, lo hacen derrotarse. Tanto en un extremo (control total del reino) como en otro (control total del espíritu), el poder muestra su lado más amargo, su soledad, y el film lo muestra conjugando el pasatiempo con la opinión.

miércoles, 5 de junio de 2013

MIGAJAS DE INSPIRACIÓN 7.

Fueron películas incomprendidas pero no por ello, fabulosas. Difíciles de aproximarse a ellas pero fascinantes en su recorrido narrativo, cargado de pliegues apasionantes. Los trailers también lo son y aquí los tenéis.

Ya sabéis para más información: Sesión continua. (VII). En la encrucijada de la valentía.

GOOD BYE, DRAGON INN. (2003). Tsai Ming-liang.


NÓMADAS. (2001). Gonzalo López-Gallego.


martes, 4 de junio de 2013

SESIÓN CONTINUA (IX). MUTACIONES DE LA AVENTURA.

Cuando se es niño, una de las armas imprescindibles para combatir el tedio de la realidad impuesta (llámese obligaciones como hijo, como ser dependiente del núcleo familiar) es la imaginación. Cuando vas creciendo, no solo la familia sino también la sociedad circundante, te va desparasitando de esa opción inyectándote el germen de la adolescencia teórica, que por irónico que suene, al mismo tiempo es de lo que más se quejarán después, utilizando la manida frase de que es una época muy difícil. Y así llegamos a la mayoría de edad convertidos en seres hechos y derechos, preparados para afrontar la vida adulta. Ahora más que nunca, sabemos que eso se está convirtiendo en algo muy difícil. Salir de casa resulta una tarea títánica y la independencia económica se ha transformado en algo parecido a una quimera y, por paradójico que parezca, nos volvemos a situar en un cruce de caminos donde el hastío aparece implantándose eternamente en nuestras vidas para hacérnosla más complicada, si cabe. ¿Qué nos queda para hacerle frente? ¿Qué podemos utilizar para derrotarlo? No nos olvidemos del sentido común y sobre todo de mucha dosis de imaginación. La creatividad en estado puro que barra las frases pasadas de: "Eso es para niños", "si sigues por ese camino no vas a llegar a ninguna parte", "no seas tan infantil", etc, etc.
Cuando recuerdo las calles de Medina del Campo, recuerdo sus recovecos  más inaccesibles, los más oscuros, aquellos que me proporcionaron las horas de aventura más fantásticas, alimentando mi imaginación por la literatura y el cine. Incluso en mi hogar siempre he tenido como compañera de fatiga a la aventura. Una mesa de salón y sus sillas rodeándola me bastaban para convertirlas en un bosque profundo y peligroso para mi hermano y para mí. Un pasillo alargado se mutaba en un estadio, donde jugar contra mi hermano a intentar encajar una pelota en su posición. Unos sofás podían perfectamente transformarse en una nave espacial. Y una vez fuera de mi casa, la cosa prometía. Esperando, simplemente pasando el tiempo a lo vitelloni, en una tienda de chuches veía una simple boca de alcantarilla y me parecía la entrada a un mundo fantástico donde podría encontrarme con todo un bestiario maravilloso. Incluso ponerme a tatarear cualquier melodía, obtenida de alguna película o serie de televisión, me hacía despegarme de mi realidad, aventurándola a nuevos mundos. La aventura se encuentra en cada esquina y solo hace falta mutarla.


Tanto Último tren a Katanga (1968) como El misterios de la Pirámide de Oro (1988), nos proponen un viaje a la aventura, pero de una manera camuflada. Uno desde un parámetro realista crítico y otro, cercano a la fantasía cómica. El film de Jack Cardiff se enmarca en el contexto caótico de una de las provincias, Katanga, del Congo a finales de los años 60 (el film es una adaptación de una novela del escritor sudafricano Wilbur Smith). Y el de Ken Wwapis, aunque lo hace en un momento contemporáneo, los 80 del siglo pasado, nos traslada al enigmático mundo de los andes. Las posturas genéricas elegidas, que atañen a las formales por supuesto, son las que disfrazan el genero aventurero, transformándolo en un drama o en un romance según se mire. Exploremos.


El título original del film, Dark of the Sun (aunque también utilizado The Mercenaries), invoca a la fuente original literaria, The Dark of the Sun (1965) pero sin el artículo. A lo mejor la producción quería que lo que mostrase la historia acarrease una connotación más generalizada, implicando a sus personajes y por tanto, lo qué hagan o cómo reaccionen, convirtiéndolo en algo inherente a la condición humana. El artículo (the) siempre apunta, individualiza el nombre y en este caso, eliminándolo del título busca el efecto contrario, lo que pasó allí puede estar pasando o pasó en otro sitio del planeta. Perdonadme la deriva analítica pero cuando algo te apasiona es difícil controlarlo. Centrémonos.

"Armas chinas, Ruffo pagadas con rublos rusos. El acero vino de una siderurgia  de Alemania oriental pagado con francos franceses y fueron traídos aquí por una aerolínea africana, subsidiaria de los Estados Unidos".
                                                                                                               Curry a Ruffo.

La situación social y geográfica nos anticipa la verdadera historia de este último tren a Katanga (título traducido que, curiosamente es más realista que el alegórico del original), es decir antes del hecho, su crítica. Los mercenarios, Curry (Rod Taylor) y Ruffo (Jim Brown) llegan al aeropuerto de la capital. Allí les reciben grupos de turistas, minorías blancas y mayorías negras que tienen todos algo en común, la huida. Todo el mundo quiere coger el primer avión para alejarse del lugar mientras que los protagonistas, realizan el movimiento contrario, adentrándose en la sitiada urbe. Después de un pequeño envite con uno de los cascos azules allí desplegados, Curry se da cuenta de un pequeño detalle. El coche que les llevará a ver al mismísimo presidente de la república, tiene varios impactos de bala en su cristal. Una nimia observación, una gran declaración de principios. Las calles de la ciudad, poblada por militares refrenda la tensa situación.
La crítica abre el film y durante el mismo, irá dejando fogonazos analíticos, como la frase anterior, que deja en una situación sonrojada a películas actuales como Diamante de sangre (2006) de Edward Zwick, de la cual se abastece en algunos momentos. Pero no nos olvidemos que nos encontramos ante una ficción. Regresemos al centro narrativo de la misma.  El objetivo de la misión, camuflado por la salvación de los civiles de un poblado minero, no es otro que la obtención de unos diamantes. De hecho será la fatalidad del objetivo la que acabe en matanza civil. Los Mercenarios y el pueblo entero tienen que esperar a que la cámara acorazada se abra, sino el viaje no habrá surtido el efecto deseado. Otro varapalo al supuesto interés humanitario de la misión, construido sobre el símil de la atención europea sobre el suelo africano, escenificado en la extracción de sus materias primas. A partir de este momento, el realismo encarnizado es el protagonista. Hasta ahora habíamos asistido a momentos más o menos típicos de estas películas (Doce del patíbulo, El desafío de las Águilas o Comando Patos Salvajes): el reclutamiento del comando, las secuencias de transición, los diálogos entre camaradas, las vistas exóticas (¡que se repiten varias veces!). Si bien es cierto que todo es bastante tópico, también lo es la existencia de una tensión que va dinamitando la estructura narrativa avocando a la aventura a un plano más moral que físico (aunque la película contenga secuencias de gran dureza como describiremos), jalonando el trayecto de momentos desasosegantes (el homicidio de los dos niños, el combate con la sierra eléctrica), hasta llegar a la realidad más aterradora.
El vagón que llevaba a los habitantes del pueblo hacia la libertad, alejándose de los Simba, se desengancha del convoy ferroviario devolviéndolos a la estación y a las hordas hambrientas de éstos. La secuencia es escalofriante. Manos de niños, mujeres y hombres saliendo por las ventanas, pidiendo ayuda. Entre sus ocupantes, algunos prefieren tirarse al río antes que caer en las manos de sus captores. Lo que sigue está rodado desde la lejanía, pero es brutal. Los Simbas asaltan el vagón empezando a matar a sus ocupantes. Se oyen constantemente alaridos y chillidos, entremezclados con risas y carcajadas. Los diamantes se han quedado en poder de los rebeldes y los mercenarios tendrán que ir a buscarlos. La incursión en el poblado minero es dantesca. Prisioneros sodomizados, mujeres repetidamente ultrajadas, hombres arrastrados por el suelo, prisioneros descuartizados o quemados vivos. La película nos proponen entrar en el infierno humano para echar un vistazo. El film posee la envergadura del típico producto o subproducto genérico hollywoodiense a que nos tienen acostumbrados, pero la implantación del realismo (yo diría que del hiperrealismo) en el interior de su propuesta, produce un efecto colateral que lo disimula, alejándolo de su objetivo, entretener, para potenciar otro acercamiento metanarrativo, analizar. De esta manera podemos descubrir la película con otros ojos. Contemplar la  relación profesional y sentimental entre los dos mercenarios, Curry y Ruffo, los gestos de camaradería en el tren por ejemplo (momento en el que los dos están desgastados, desilusionados y uno duda de su trabajo y el otro sueña con un mundo mejor; el primero más pragmático sobrevivirá y el segundo, no). La mirada de Curry en busca del asesino de su amigo y después su rostro cuando voluntariamente se entregue pero quizás, donde la película se pliega, donde mejor se refleja, sea en la secuencia final.


"Venimos de la noche". Es lo que le dice el oficial Kataki (Bloke Modisane) al mercenario Curry cuando lo ve ensangrentado y sus ropas roídas por la ferocidad del combate, al cual ha asistido. Curry esta a cuatro patas refrescándose en la ribera del río, donde ha matado a su contrincante. La lucha ha sido feroz, y sobre todo, la forma de filmarla. Un enfrentamiento entre dos hombres que utilizando incluso sus manos desnudas, provocan solo mirando las imágenes, escalofríos. Cómo jadean los dos, cómo gritan ambos por los golpes. La dureza del paisaje agreste multiplica la sensación de rudeza de los planos. En algunos momentos, los dos hombres se encuentran colgados de unas lianas, dándose patadas. La lucha es la llave para abrir al espectador su cota de moralidad. La rabia es representada, nacida de la venganza de uno y del fracaso del otro. Uno desea sangre y el otro solo escapar. Eliminamos la palabra Hombre de estas frases descriptivas deliberadamente. Lo que el espectador esta viendo no es humano. La frase de Kataki, resume la transformación de la naturaleza humana, dejándola en cueros. La maldad empuja la acción; a uno a asesinar a sangre fría y a otro a vengar la muerte de un amigo.


¿Qué tal si tiramos de cronología? Año 1981, se abre la caja de Pandora o más bien un Arca. Es el año del estreno de En busca del Arca Perdida (Steven Spielberg). En 1983 llega a nuestras pantallas La Gran Ruta hacia China (Brian G. Hutton) o la revancha de Tom Selleck de la cual ya hablamos (Sesión continua. II. Génesis). Continuamos con el año siguiente que viene cargado. Se estrena Indiana Jones y el Templo Maldito (Steven Spielberg) pero no lo hace solo, aparece el amigo Robert Zemeckis y nos trae Tras el Corazón Verde. El año 1985 más de lo mismo, se despierta con su secuela La Joya del Nilo (Robert Zemeckis) y la Canon saca la versión moderna de Las Minas del Rey Salomón (J. Lee Thompson) con un formidable Richard Chamberlain, además la Orion aparece en escena con La aventura más milagrosa jamás contada (Jim Kouf). En el año siguiente,  la Cannon propone la secuela de Las minas del Rey Salomón con Quatermain y la Ciudad Perdida del Oro (Gary Nelson) y se apoya en un duro, Chuck Norris para El Templo del Oro (J.Lee Thompson). Y Acabamos con 1988 con El Misterio de la Pirámide de Oro. ¡Uf! ¡Vaya trasiego!
Por descontado no incluyo en esta lista a todos los subproductos de producción Z que copiaron hasta la extenuación al arqueólogo más famoso de todos los tiempos. Y si bien es cierto que el amigo Junior finiquita la década con la Última cruzada (1989), es Vibes quien sella el subgenero de la comedia romántica de aventuras, que después volverá con momias y 3D pero ya no será lo mismo. La inocencia del espectador ha cambiado. Además se tratan de producciones con mucho mayor presupuesto, llenas de efectos especiales, vacuas, planas y, aunque alguna contenga algún que otro momento interesante, no podrán competir con sus sucesoras.
La ironía de todo esto es que las películas que beben del Santo Grial Jonesiano, se separaran de éste para aventurarse por otros derroteros. Todas las películas que he citado poseen elementos comunes como el lugar exótico, los peligros inherentes y la acción desbordada que las emparenta con la tetralogía del doctor Jones pero algunas además, realizando verdaderos trabajos de prospección genérica, intentarán separase de dicho canon. ¿Y qué género auscultar? La comedia y dentro de ésta el lado más romántico. ¿Por qué?
El empuje narrativo de las películas de Indiana Jones era brutal con la propia diégesis, desplazando las subtramas a los márgenes de la historia, convirtiéndolas en remansos de paz. Eran situaciones menos estresantes donde la relación entre Jones y Marion por ejemplo, se posicionaba protagonista aunque fuese por escasos minutos y donde sus creadores rendían pleitesía al cine clásico norteamericano. Pues bien, en algunas de las anteriores películas y en El misterio de la Pirámide de Oro en particular, no se produce ese desplazamiento al extrarradio narrativo, dando prioridad absoluta al nacimiento, desarrollo y conclusión de la trama romántica teñida de comicidad que en algunos momentos se engalana de guasa. Salvando un prólogo y epílogo fascinantes, enganchando la premisa del espectador y manteniéndola en vilo para coronar su agrado o su decepción, lo que tenemos a continuación es una comedia dual. De carácter geográfico, la acción se divide entre Nueva York y Ecuador, entre el mundo urbano y moderno frente al ecosistema rural y arcaico, y de carácter formal, la idea de la confrontación de los opuestos. La pareja es totalmente antitética como lo son los lugares donde se va a desarrollar la trama. La clásica lucha de sexos hollywoodiense donde la oposición entre elementos es garante de la narratividad, cimentándose en unos diálogos chispeantes, situaciones jocosas y momentos de burla descarada. El plano final de los dos es ejemplar al respecto. Se dedican miradas cómplices ente ellos y después lo hacen frontalmente, dirigiéndose a la cámara, catapultando la complicidad al espectador.


Ellos son Nick Deezy (Jeff Goldblum) y Sylvia Pickel (Cyndi Lauper) y el tipo de más arriba es Harry Bucafusco (Peter Falk). Los dos serán contratados por éste último con el fin de encontrar a su hijo perdido en los Andes. Y aquí viene lo gracioso, la formula generica se reproduce descontroladamente como si se tratase del pelo de la protagonista, abriendo la puerta a otro genero popular como es el fantástico. Han sido elegidos porque ambos poseen poderes psíquicos. Él palpando objetos (impagable la secuencia con su novia cogiendo sus bragas), puede adivinar su procedencia y ella tiene una guía espiritual llamada Louis, que la proporciona un sentido adivinatorio. Si a eso le añadimos que el señor Buscafusco es un auténtico caradura pero encantador que solamente le mueve su pasión por el oro, transformando la búsqueda de su hijo en una mentira para encontrar el Salón de Oro, la narración se desboca como caballo de carreras, edificando secuencias delirantes como la acontecida en el Hospital del pueblo andino. Aquí entras en un bucle cómico donde no sabes muy bien donde agarrarte, incluso parece que los propios personajes se toman a cachondeo su propio sentido en la función, es decir su cuestionamiento frente a la narración. No importa la credibilidad, lo esencial es el componente lúdico. Los personajes llegan al hospital en busca de información y se presentan ante el amigo de Buscafusco, el surrealismo entra en escena. Hasta este momento hemos asistido a todo tipo de desmanes cómicos y faltaba el más radical. Existen momentos de locura que envuelve no solo la relación interna de los protagonistas con otros personajes, sino con su contexto. La secuencia de baile en el Hotel ecuatoriano es muy sintomática.    


Nick y Sylvia llegan al bar del hotel y para camuflar su misión delante de otro compañero psíquico, deciden pasarse por una pareja de enamorados, empezando a bailar un tango muy sui géneris. La danza va anclando la relación personal de ambos (nunca sus cuerpos han estado tan juntos), pero al mismo tiempo los empuja hacia el otro, haciéndoles maquinar una estrategia para poder despistar. Lógicamente no surtirá el efecto deseado en los protagonistas pero si en la narración, bifurcando sus caminos y por tanto las opciones, añadiendo más comedia al asunto. El extraño no se creerá a los enamorados y mandará un regalito a Nick. Éste dejará a Sylvia en las garras de un auténtico Don Juan, nada más y nada menos que el embajador de España (en la versión original) y ella verá truncada su exporádica relación diplomática, por mediación de su compañero que tratará de salvarla sin tener muy buena suerte al respecto, golpeando la efigie política de su señoría española. Resumiendo, tenemos una película que en teoría es un sucedáneo de otras películas de aventuras pero que en la práctica, va por libre enredando varios géneros a la vez.
Si alguna vez la aventura estuvo en tal tesitura de alteridad, se lo debe a películas como éstas que nos hablan entrelineas. Solamente tenemos que escuchar. El problema es que por desgracia, eso ya no lo hacemos. Simplemente vemos las películas sin observarlas detenidamente, incluso éstas que conforman la sesión continua.