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martes, 25 de agosto de 2015

HOJA APERGAMINADA (XXII). CANCIÓN DE FUEGO Y HIELO. JUEGO DE TRONOS. CAPÍTULO 7. GANAS O MUERES.


Debisteis quedaros vos con el reino. […]. Aquella era vuestra ocasión. Solo teníais que subir y sentaros. Qué gran error.”
                                                                                                                Cersei Lannister.

He cometido más errores de los que podéis imaginar, pero eso no fue uno de ellos.”
                                                                                                                 Eddard Stark.

Claro que lo fue, mi señor. Cuando se juega al juego de tronos, solo se puede ganar o morir. No hay puntos intermedios.”
                                                                                                              Cersei Lannister.  

No es el comienzo del capítulo catódico pero casi. Antes se produce una secuencia que anticipa el componente simbólico de ésta. Y es que todo da vueltas alrededor  de un código, el ético donde la enseñanza moral es su máxima clave.  Justamente realizar lo correcto desde la subjetividad del individuo es ni más ni menos lo que George R. R. Martin intenta enmarañar y transformar constantemente con su ficción jugando con las perspectivas lectoras, habitando su cómoda situación de insolente mirón literario acomodado en las características genéricas de la novela decimonónica. La cita orteganiana de “Yo soy yo y mi circunstancia” se nos antoja perfecta para tal explicación. En el universo del escritor no hay buenos ni malos, simplemente seres con sus propios intereses, rigiéndose por códigos ancestrales. Otra cosa es el marco donde se desarrolla la acción que toma prestado el universo medieval y fantástico para poder atraer a mayor público. El diálogo aquí rescatado propone el elemento moral como práctica errónea para ejercer el poder, es más práctico ejercitar la supresión de los valores en detrimento de una aproximación nuclear al dominio de algo y no hay mejor manera de perpetuarlo que a través del linaje que es como, verdaderamente comienza este séptimo episodio.

Capítulo VII. (Desde la página 432 hasta la 511).
La apertura nos presenta por primera vez al cabeza de familia Lannister, Tywin (Charles Dance), señor de Roca Casterley y Guardián del Occidente, ejerciendo de celestino cronológico a su hijo Jaime, haciéndole ver a éste último que lo más importante del poder es su recuerdo instaurado por un linaje perpetuo. Como hemos dicho al principio, la secuencia se tiñe de simbolismo al descubrir al noble despedazando con sus propias manos un venado, imagen del blasón de la casa Baratheon reinante de Westeros. La novela no llega a ese grado de insolencia por ahora, y comienza con los intentos de Jon Nieve por querer proteger a su amigo Sam de un destino incierto en el Castillo Negro del Muro. Esto se verá casi a lo último en la ficción televisiva, cuando ambos se acojan al Negro. Dejando a un lado la esquizoide tarea de buscar los errores de una perfecta adaptación, donde el retruécano y el cambalache se erigen como sus figuras emblemáticas, nos quedaremos con un punto en común entre ambas ficciones. Independientemente de los cambios que se hayan hecho en detrimento de una buena narración, ambas concluyen en un mismo acto: la traición a Eddard Stark. Momento sintomático donde se derrumba parte del elemento moral de uno de sus actantes, su honor. 

           
Las dos ficciones han elegido caminos diferentes y lógicos dentro de sus producciones pero pareciese que se conjugan matemáticamente para crear cierta simbología sobre los actos de sus personajes. Ya hemos citado uno con el venado siendo despedazado y la muerte del rey Robert Baratheon pero lo que acontece en el interior del prostíbulo de Meñique es muy elocuente. Una vez abolido el honor nos queda su transgresión y no existe mejor manera que mostrar su lado más libertino. Nos encontramos ante una secuencia donde el propietario del lupanar enseña a dos meretrices el arte amatorio del sexo. Un tributo al fingimiento estableciéndose bajo los parámetros de la componenda y el interés usufructo. En la novela no hay rastro del momento aunque, bien es cierto, que se habla en otros párrafos de la singularidad de Lord Baelish. Sobretodo cuando éste protege a Lady Stark y cuando Catelyn se encuentra en los dominios de su hermana, sabremos de su atracción hacía ella. Un amor platónico formado en su juventud y cuyo desamor fue vital para su formación mefistofélica adulta. El componente libertino ha desplazado al moral, o mejor dicho, la amoralidad es presentada al mismo tiempo que su ejercicio, aquí comparado con la política. De eso sabe mucho la Reina Cersei como hemos sido testigos. Puede que ya no quede otra cosa más que la sustitución de ciertos valores en el mundo de Fuego y Hielo. Una transgresión en todas sus variantes que transformarán a los protagonistas en supervivientes, donde no existe un término medio también explicado en el diálogo del comienzo.
Antes hablábamos de la traición como el momento donde confluían ambas artes narrativas, pues bien los adaptadores han querido acercarse a la verdad de su sujeto; han querido ser fieles a su trabajo pero se han dado cuenta que eso es una tarea dificilísima, sobre todo cuando tienes tras de sí a millones de lectores de todo el mundo observándote y el presupuesto te exige una elección. O eliges una cosa o la otra pero ambas opciones son imposibles de seguir. Pues eso mismo, o ganas o mueres.

                                                                           

lunes, 3 de agosto de 2015

DÍA DE POST-ESTRENO. TomorroWland. A LA SOMBRA DE W.



EPCOT no fue más que un experimento prototípico de comunidad que estaría en constante proceso para estimular a la industria norteamericana desarrollando nuevas soluciones para las necesidades del futuro.
                                                                                 Walt Disney (1901-1966).

El joven Paul Walker (Thomas Robinson) se presenta en la feria de muestras del Nueva York de 1964 con su prototipo de jetpack. Su orondo rostro exuda ilusión por todos sus poros. Es el retrato de un niño adorable, tenaz y listo rodeado no sólo de miseria social sino familiar, su entorno depresivo no obstante será más acicate que obstáculo para conseguir su sueño. Carga su jetpack como si fuese lo último a lo que agarrarse preparado para enfrentarse a todo menos a una cosa, la desilusión. Es honrado y sabe que su juguete no funciona correctamente pero piensa que puede convertirse en una inspiración para alguien con más potencial. El juez David Nix (Hugh Laurie) rechaza la propuesta al instante pero su joven y extraña acompañante, Athena (Raffey Cassidy) se siente profundamente atraída por el joven y su entusiasmo. Ha nacido la inspiración requerida. El joven que estaba cansado de esperar a que alguien hiciese algo por él, participará en un viaje extraordinario. Brad Bird muestra ese trayecto utilizando el verdadero fuel que empuja a la gente a motivarse, a suscitar la creación por encima de todas las cosas y lo realiza desde el nacimiento de la narratividad, su oralidad. La película se estructura alrededor de un relato oral. Comienza con el rostro de un maduro Paul Walker (George Clooney) dirigiéndose a cámara. Pareciera que se dirige al espectador pero no sabremos nada del enunciatario hasta el final. Pudiera resultar anecdótico el prólogo de la historia pero en verdad es toda una declaración de intenciones empezando por esa feria de muestras que nos introduce en ese pequeño mundo disneyano. Estamos ante un homenaje a la manera con que Walt Disney hacía de anfitrión en su programa, hablando al telespectador sesentero norteamericano de lo que iba a presenciar en su show. El componente oral trasmitido a través del ente catódico como inspiración para incentivar el futuro. Y es que la figura del visionario americano no deja de fluctuar como si fuese ese pin que aparece y desaparece a lo largo del metraje. Tomorrowland, o su idea huxleyniana de construir un mundo mejor, fue durante mucho tiempo su objetivo más ambicioso. El proyecto Florida, comúnmente llamado EPCOT, además de convertirse en el nuevo parque temático, ampliando el mastodóntico Disneyland, se convertía en un nuevo concepto de entretenimiento familiar. Pero los sueños cuestan un precio, su representatividad.
Acompañando a esa representación está la partitura de Michael Giacchino, que vuelve a conseguirlo. En poco más de un minuto es capaz de aglutinar todo un mundo, todo un mensaje. Sus repetitivas notas de piano acompañan a una nimia sinfonía que irrumpe en fanfarria al mismo tiempo que aparece el logotipo del film, el símbolo científico por excelencia, átomos moviéndose alrededor creando oscilantes elipsis entre ellos. La energía no se crea ni se destruye se transforma. La ciencia es la herramienta perfecta para poder realizar los sueños del productor californiano hermanándose no ya en el logotipo del film, sino en un plano donde podemos ver y leer la frase “einsteiniana”: “la imaginación es más importante que el conocimiento.” No es casual encontrárnosla en una ficción tan manipuladora como la cinematográfica. Aparece cuando un grupo de estudiantes en Tomorrowland  terminan sus prácticas de vuelo en unos jetpacks ante la asombrada mirada de la protagonista, Casey Newton (Britt Robertson).


Ha conseguido ver la ciudad del mañana, la sociedad del futuro. A partir de ese momento su objetivo será encontrarla. Pareciera una tarea física pero es algo más intangible. Es una cuestión de tiempo más que de espacio como veremos. La ciencia tenía que aparecer en esta historia donde la heroína se apellida Newton, donde  aparecen ingenieros en futuro paro y donde la única posibilidad es la confianza en uno mismo, no ya solamente en su capacidad sino en su potencial imaginario. La historia empezará a plegarse en diferentes compartimentos estancos para regalarnos otro de los elementos estructurales de la película, su amor por el mecanismo (la narración se transforma en una construcción de causas y efectos más que en progresos sucesivos). Aquí le tenemos que dar las gracias a uno de sus productores y guionistas Damon Lindelof. Creando una pieza que bebe de sus incursiones misteriosas televisivas, véase la serie Perdidos (2004-2010) pero que también copia sin pudor otras ficciones (a mi entender mucho más interesantes como City Of Ember de Gil Kenan). Los personajes tendrán que seguir una serie de pistas para poder llegar a su destino final. Esas claves estarán diseminadas por los lugares más insospechados del mundo como el Paris de la Torre Eiffel “steampunkniana”, volviéndonos a recordar lo que nos ofrecía el mini parque temático del comienzo del film o la casa del huraño científico plagada de rincones secretos, destacando por derecho propio esa lanzadera bañera.


Pero si existe una secuencia que habla por sí sola de las pretensiones de esta ficción es la que acontece en una tienda “freak” donde se van detonando/disparando objetos “starwarsianos” a diestro y siniestro. ¿Otra declaración de principios? ¿Quién puede hacer frente a un mogul hollywoodiense como el universo Lucasiano? Fácil, otro ya que la Disney es ahora su dueña, además del emporio Marvel y por supuesto de la Pixar. Nos acercamos a algo peligrosísimo en el mundo del entretenimiento, su monopolio. Sabemos que hoy en día la empresa del ratón es una de las más importantes del mundo. Ha conseguido alcanzar dos metas capitales. Una convertirse “casi” en la única opción entretenida y dos, lo consiguió estando en vida su creador, universalizar el cine animado. Ambos objetivos suponen un esfuerzo que se refuerza a cada movimiento empresarial y económico que realiza. En alguno sitio oí decir que sin pesadilla no existe la magia, algo que sabía muy bien Disney al crear su emporio y que esta fábula futurista lo representa matemáticamente.
La interrelación es un hecho. El film de Brad Bird no sólo es un homenaje al creador de Burbank sino un acercamiento a su persona, o mejor dicho, a su espíritu potenciando su legado hasta nuestros días. Fabuloso narrador para algunos, creador de imágenes ingenuas para otros, Walt Disney sigue creando entre la crítica y público diversidad de opiniones. Tomorrowland es una loa al soñador (la secuencia final lo confirma con ese “despertar humano”), al creativo incansable que desde siempre ha estado ahí, sin perder la esperanza pasando por las mayores vicisitudes pero luchando contra viento y marea para poder llevar a cabo su proyecto, cualquiera que sea.


Toda la estructura de la película se crea desde esos pilares formativos para ofrecernos un viaje al centro mismo de la maravilla, ofreciéndonos Fantasía, Ciencia-Ficción y retazos de postmodernismo (ahí tenemos la semilla del arquitecto Calatrava y su creación de otra urbe futurista como la Ciudad de las Artes y las Ciencias valenciana). Merece la pena descubrir el significado que encierra su legado, el de uno de los mayores soñadores pero también, el de uno de los más odiados. Pero no nos engañemos, el medio se ha transformado y la imagen actual requiere sus propios embustes para poder ejercer convenientemente su entretenimiento. A veces puedes correr el peligro de combinarlos, cayendo en una mezcla de ridiculez y atrevimiento (el genial Terry Gilliam sabe mucho de esto) como la historia de amor “fou” subrepticia que muestra un ser humano con una animatronic. El amor reside en la capacidad de aleación entre el componente mecánico y el humano, entre el porvenir y su pasado. Esto último, lo hubiese compartido el amigo Walter Elias pero lo otro… tengo mis dudas.