“Debisteis
quedaros vos con el reino. […]. Aquella era vuestra ocasión. Solo teníais que
subir y sentaros. Qué gran error.”
Cersei
Lannister.
“He cometido
más errores de los que podéis imaginar, pero eso no fue uno de ellos.”
Eddard Stark.
“Claro que lo
fue, mi señor. Cuando se juega al juego de tronos, solo se puede ganar o morir.
No hay puntos intermedios.”
Cersei
Lannister.
No es el comienzo del capítulo catódico pero casi. Antes se
produce una secuencia que anticipa el componente simbólico de ésta. Y es que
todo da vueltas alrededor de
un código, el ético donde la enseñanza moral es su máxima clave. Justamente realizar lo correcto desde la
subjetividad del individuo es ni más ni menos lo que George R. R. Martin intenta enmarañar y
transformar constantemente con su ficción jugando con las perspectivas
lectoras, habitando su cómoda situación de insolente mirón literario acomodado
en las características genéricas de la novela decimonónica. La cita orteganiana de “Yo soy yo y mi circunstancia” se nos antoja perfecta para tal explicación. En
el universo del escritor no hay buenos ni malos, simplemente seres con sus
propios intereses, rigiéndose por códigos ancestrales. Otra cosa es el marco
donde se desarrolla la acción que toma prestado el universo medieval y
fantástico para poder atraer a mayor público. El diálogo aquí rescatado propone
el elemento moral como práctica errónea para ejercer el poder, es más práctico
ejercitar la supresión de los valores en detrimento de una aproximación nuclear
al dominio de algo y no hay mejor manera de perpetuarlo que a través del linaje
que es como, verdaderamente comienza este séptimo episodio.
Capítulo VII. (Desde la página 432 hasta la 511).
La apertura nos presenta por primera vez al
cabeza de familia Lannister, Tywin (Charles Dance), señor de Roca Casterley y Guardián del
Occidente, ejerciendo de celestino cronológico a su hijo Jaime, haciéndole ver
a éste último que lo más importante del poder es su recuerdo instaurado por un
linaje perpetuo. Como hemos dicho al principio, la secuencia se tiñe de simbolismo al descubrir al noble despedazando con sus propias manos un venado,
imagen del blasón de la casa Baratheon reinante de Westeros. La novela no llega
a ese grado de insolencia por ahora, y comienza con los intentos de Jon Nieve por querer proteger a su amigo Sam de un destino incierto en el Castillo
Negro del Muro. Esto se verá casi a lo último en la ficción televisiva,
cuando ambos se acojan al Negro. Dejando a un lado la esquizoide tarea de buscar los errores de una perfecta adaptación, donde el retruécano y el cambalache se erigen como sus figuras emblemáticas, nos quedaremos con un punto en común entre ambas ficciones. Independientemente de los cambios que se hayan hecho en detrimento de una buena narración, ambas concluyen en un mismo acto: la traición a Eddard Stark. Momento sintomático donde se derrumba parte del elemento moral de uno de sus actantes, su honor.
Las dos ficciones han elegido caminos diferentes y
lógicos dentro de sus producciones pero pareciese que se conjugan matemáticamente para crear cierta simbología sobre los actos de sus personajes. Ya hemos citado uno con el venado siendo despedazado y la muerte del rey Robert Baratheon pero lo que acontece en el
interior del prostíbulo de Meñique es muy elocuente. Una vez abolido el honor nos queda su transgresión y no existe mejor manera que mostrar su lado más libertino. Nos encontramos ante una secuencia donde el propietario del lupanar enseña a dos meretrices el arte amatorio del sexo. Un tributo al fingimiento estableciéndose bajo los parámetros de la componenda y el interés usufructo. En la novela no hay rastro del momento aunque, bien es cierto, que se habla en otros párrafos de la singularidad de Lord Baelish. Sobretodo cuando éste protege a Lady Stark y cuando Catelyn se encuentra en los dominios de su hermana, sabremos de su atracción hacía ella. Un amor platónico formado en su juventud y cuyo desamor fue vital para su formación mefistofélica adulta. El componente libertino ha desplazado al moral, o mejor dicho,
la amoralidad es presentada al mismo tiempo que su ejercicio, aquí comparado con la política. De
eso sabe mucho la Reina Cersei como hemos sido testigos. Puede que ya no quede otra cosa más que la sustitución de ciertos
valores en el mundo de Fuego y Hielo. Una transgresión en todas sus variantes que transformarán a los protagonistas en supervivientes, donde no existe un término medio también explicado en el diálogo
del comienzo.
Antes hablábamos de la traición como el momento donde confluían ambas artes narrativas, pues bien los adaptadores han querido acercarse a la verdad de su sujeto; han querido ser fieles a su trabajo pero se han dado cuenta que eso es una tarea dificilísima, sobre todo cuando tienes tras de sí a millones de lectores de todo el mundo observándote y el presupuesto te exige una elección. O eliges una cosa o la otra pero ambas opciones son imposibles de seguir. Pues eso mismo, o ganas o mueres.
Antes hablábamos de la traición como el momento donde confluían ambas artes narrativas, pues bien los adaptadores han querido acercarse a la verdad de su sujeto; han querido ser fieles a su trabajo pero se han dado cuenta que eso es una tarea dificilísima, sobre todo cuando tienes tras de sí a millones de lectores de todo el mundo observándote y el presupuesto te exige una elección. O eliges una cosa o la otra pero ambas opciones son imposibles de seguir. Pues eso mismo, o ganas o mueres.