Buscar este blog

martes, 22 de agosto de 2017

Día de Pre-estreno. Tadeo jones 2. El secreto del Rey Midas. La marca.


Mucho más allá de la película, lo que se ha conseguido con Las aventuras de Tadeo Jones (2012) es crear una marca. […] Y conseguir eso es uno de los mayores objetivos a los que puedes aspirar.
                                                                                                                     Enrique Gato.

No me gustaría sacar fuera de contexto las palabras del director, dichas en una charla en el marco de la Confederación de Empresarios de Navarra en 2013, pero para mí son muy elocuentes con su tercera película, aunque ésta haya sido codirigida por David Alonso, y con su filmografía. Prosigue: “Una de las cosas más importantes a la hora de montar un negocio es que puedas garantizar la fiabilidad de la técnica del mismo.” Rentabilizar un producto por su éxito es lo más lógico dentro del espectro comercial. Digamos que es una posibilidad pero hay otras alternativas al sistema, situadas en sus márgenes (Psiconautas de Pedro Rivero y Alberto Vázquez, 2015 es un buen ejemplo pero también O Apóstolo de Fernando Cortizo, 2012). Curiosamente en un momento que se podría tildar de boom profesional en la animación española, todo el mundo está haciendo lo mismo, indistintamente de su procedencia, llámense academias, productoras o incluso desde grados universitarios. La mayoría está siguiendo un mismo patrón mirando a un mismo sitio, incluso estéticamente sus creaciones son parecidisimas sospechosamente, sin apenas aventurarse en su camino. ¿Qué hubiese pasado si Walt Disney no se hubiese arriesgado a realizar sus Silly Symphonies?
Lo que sí sabemos es qué fue lo que pasó después, ¿verdad? Nació una subcultura. Pues bien, Tadeo Jones 2 (2017) parte de una adscripción al subproducto postmoderno. Se creó de una parodia a un cierto héroe cinematográfico; ahí están sus cortometrajes fundacionales: Tadeo Jones (2004) y Tadeo Jones y el sótano maldito (2007), que a su vez partió de un homenaje a un cierto género cinematográfico que se circunscribía en uno narrativo y que después se dirigió a un palimpsesto de innumerables películas que bebían del hombre del látigo y el sombrero fedora. De esta “matrioshka” creativa se nutrió la primera parte y su secuela es una fiel continuación temática y formal. La lógica de su creador, o de uno de ellos ya no lo tengo tan claro,  retorna: “Es súper importante que dejes de contarte los problemas que vas a tener para conseguir algo y empieces a hablar de las virtudes de todo lo que vas a obtener si consigues ese algo. […] Yo lo que intento es hacer un buen producto.” Pues bien partiendo de esa base, hablemos de sucedáneos. El secreto del Rey Midas (2017) repite esquema con su predecesora en todo. El comienzo presenta alguna que otra novedad, delegando su acción en una mujer, Sara Lavrof. Su inmersión entre unas ruinas en el mar Mediterráneo es espectacular formalmente. El efecto nos deslumbra, la técnica es poderosamente arrebatadora (uno de los dos elementos más difíciles de recrear en animación es el agua y su utilización aquí es apoteósica), nos engatusa a modo de lo que ya hicieran las primeras secuencias de Las aventuras de Tadeo Jones, superándolas con creces. Lo que en la anterior fue un error en cuanto a presentación de personajes, repitiendo ensoñación en el descubrimiento de una pirámide y después, encontrando una botella, produciendo una desconcertante y precipitada yuxtaposición narrativa para enseñarnos la motivación (o una de ellas) del actante.



La animación nació con el objetivo de experimentar con la narración, explorando y expandiendo sus límites expresivos, transformando la experiencia en una sublimación de lo representado (Glen Keane y su cortometraje Duet, 2014 es ejemplar). Aquí, no es que importe la marca, seamos sinceros si vas a un acuario y oyes a unos niños a tu lado señalar a un pez payaso como Nemo, eso es una marca. Lo que se dirime es el beneficio, por otra parte como ya he dicho anteriormente lógico en la transacción mercantil, por lo tanto el desafío artístico perece en detrimento de un tedio prefabricado. Regresamos al calco. A Tadeo lo vuelven a despedir previo paso de una aventura azarosa por recuperar un objeto entre andamios. Veremos también aparecer la incongruencia, complemento circunstancial en una narración ensimismada. La típica secuencia de persecución que regresa a nuestras vidas, y nunca mejor dicho porque se desarrolla entre las callejuelas del casco viejo granadino que nos recuerda a la sucedida también entre unas callejuelas estrechas en Aguascalientes allá por 2012, nos permite detenernos en la credibilidad de sus hechos. Lo ridículo del asunto no es la persecución en sí, sino su contexto. La cacería en pos de un viejo diario que desvelará la ubicación del templo del rey Midas está creada magistralmente, añadiendo los elementos cómicos pertinentes y combinándolos con el elemento clave narrativo, el peligro o su sensación a cada giro dado por ese conductor enamorado de una momia.




Y es que Enrique Gato y los suyos saben muy bien lo que hacen, y mejor aún, saben lo que les gusta. Y todo eso lo han puesto en su trabajo.  Ahora bien, intentar descubrir en el Patio de los Leones un pasadizo secreto sin ningún turista husmeando cerca, es irrisorio. ¿Tan difícil hubiese sido intentar descubrirlo durante la noche, aumentando la intriga con ello?



Y es que la ficción española desilusiona. En vez de repetir la misma estructura narrativa, ¿no podrían haber optado por otro derrotero que no hubiese sido la consolidación de la marca que dicen? Por ejemplo, ¿qué pasó con el background de Tadeo Jones? Hubiese sido interesante saber lo que le pasó a sus padres ¿no? ¿Y el personaje de Fredy? ¿Qué le ha pasado? Secundario por excelencia, representante adulto del arribismo desaforado y el pragmatismo desbocado, cada aparición suya resultaba ser la voz crítica del argumento que al mismo tiempo resultaba insidiosamente encantador (la voz  y el registro interpretativo de José Mota ayudaban al respecto). Eliminado totalmente de la secuela y sustituido por el personaje de la momia, al que se le otorga la gracia humorística que, por supuesto no tiene. Para eso tenemos la relación animal entre Jeff y Belzoni, que sin palabras logran lo que la perorata de la momia no consigue en todo el metraje. Algún crítico ha emparejado al personaje de la momia con la creación del maestro Tex Avery. Cosa inadecuada, sabiendo que la maestría del animador y director norteamericano se basaba en el gag, en la pantomima antes que en la gramática. El gesto antes que el texto. Dejaremos atrás el enfrentamiento final con el enemigo más tintinófilo de la serie, abocándolo a la previsibilidad narrativa, para centrarnos en la típica canción “de regalo” y es que, más importante que esperar a ver la recaudación de la producción, la expectativa generada en su futura  proyección nacional e internacional preocupa a sus inversores, esos agentes externos que se infiltran en cualquier tipo de creatividad para sacar sus pingues beneficios económicos. Enrique Gato vuelve a interesarnos: “Los equipos financieros tienen que tener voz y voto en lo que estamos haciendo”. Repetimos, estamos ante un producto que hay que vender, y ya no sólo entre nosotros sino al mundo entero. La ambición puede llegar a ser un combustible excepcional, pero no iguala a uno llamado creatividad. Hace un año más o menos con la premier de Buscando a Dory (2016), Andrew Stanton realizó una masterclass a la que pude asistir. Con gran sorpresa el moderador fue Enrique Gato y yo le pregunté al director de Pixar si conocía alguna producción patria animada. Delante de Enrique fue muy sincero diciéndome que no conocía nada de nuestro país (a decir verdad ¿sabría quién era su moderador?). Yo le puse como ejemplo a Tad, The Last Explorer, que es como se bautizó el primer film de Tadeo Jones en Estados Unidos. No lo conocía. ¿Pensar en una proyección internacional? ¿Para qué sirve? ¿Para convertir los bolsillos de alguien en oro? Ese es el verdadero secreto del Rey Midas. Por cierto, una marca es la señal que se hace o se pone en alguien o en algo, para distinguirlos, o para denotar calidad o pertenencia.