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domingo, 31 de marzo de 2019

MANDY Y MAZMORRAS.


Sucedió una tarde de un lejano sábado, a mediados de los ochenta del siglo pasado. Un grupo de jóvenes se subía en una atracción de feria y era transportado a otra dimensión, donde cohabitaban los dragones en las mazmorras. Era el “opening” de una serie animada, que deslumbró desde esos primeros minutos, y lo que la hizo entrar en la inmortalidad catódica de toda una generación por estos lares, fue el “opening” español que contenía la canción del grupo Dulces. Bien, dejando atrás a la nostalgia más bastarda, que se convertirá en una de las dianas móviles de la película de Panos Cosmatos, es importante decir que estamos ante una película portal, es decir, una estructura que nos invita a dejar nuestro plácido mundo para adentrarnos en otro, de índole muy distinto. Nos propone por tanto un viaje, y como si fuésemos esa panda de dragones y mazmorras, nos hace cruzar a otra realidad. Una construida bajo el signo de la referencia y ejercitada desde el género. Pero lo gracioso y lo glorioso de Mandy (2018), y aquí nos encontraríamos con su juego de matrioshkas formal, es que su propio creador, cual mansoniano Jeremiah (Linus Roache), llega a pervertirlo de tal manera que el desafío ya no supone detectar la referencia, sino contemplar su mutación.


La secuencia hipnótica de Jeremiah frente a Mandy (Andrea Riseborough), sirve de umbral para que nos adentremos en la mazmorra de una manera, casi, litúrgica. El rito se alimenta de los objetos por lo tanto tiene un cariz fetichista: el Cuerno de Abraxas o la Hoja infectada de la Noche Pálida bien podrían representar el Cáliz o la Hostia Sagrada de cualquier ceremonia cristiana. El momento está impregnado de un tono de ritual lisérgico donde dos personajes se baten en duelo. La posesión ejercida por el gurú frente a la inquebrantable fuerza de voluntad de su víctima. Lo más fascinante es cómo está realizado. Sutilmente se van sucediendo fundidos del rostro de Mandy sobre el de Jeremiah, de tal forma que el plano parece hechizar no solamente al actante sino al narratario, haciendo desaparecer el elemento del montaje básico del plano/contraplano para configurar una especie de montaje interno dentro del mismo plano. La osadía formal es soberbiamente arrebatadora con el único fin de mostrar aquello que no se puede mostrar: escenificar la fusión de dos elementos disímiles negando al espectador su construcción.


Es un momento que nos recuerda a una película, y aquí se filtra el componente nostálgico sin duda alguna. Conan el bárbaro (Conan The Barbarian, John Milius, USA, 1982) se siente a lo largo de todo el metraje. Desde su comienzo, con esos planos de la fragua donde se está creando la espada atlante resonando en la fabricación del hacha del protagonista, hasta su final envuelto en llamas. Pero el objetivo no es el homenaje sino su posicionamiento como punto de partida sincretista del periplo de Red (Nicholas Cage) sediento de venganza.


El final de aquel film con el rostro de Thulsa Doom (James Earl Jones) intentando hipnotizar a Conan (Arnold Schwarznegger) es muy similar al de Jeremiah o el momento escalofriante en el que le quiere enseñar a un Red martirizado el significado del amor, colocando una bala en la recámara  de una pistola y ordenando a una de sus acólitas que se dispare sobre su sien, nos hace recordar a otro momento en el que Thulsa Doom enseña lo que es el poder a un Conan crucificado. Son resonancias internas que nos hablan de un cine de la postmodernidad sin ningún tipo de complejos. El relato se va nutriendo a medida que avanza, retroalimentándose de atmósferas y tonos que se van posicionando al margen de esa primigenia nostalgia para transformarla en una auténtica pesadilla. En Mandy se respira un ambiente malsano, la diégesis que acoge a sus criaturas es una finiquitada en bondad, y lo único que la puede habitar es la locura. Nos encontramos ante el colapso de una civilización, y solamente a través de las drogas y la religión uno puede sobrevivir. La sociedad naufraga entre ambas orillas y aunque parezca que pueda quedar abierta la puerta de una cierta esperanza al final, lo que permanece es la contundente redención: Red sube a su coche. Su contorno está definido por el color anaranjado de las llamas del templo al fondo del plano. El reflejo incandescente lo acompaña en el interior del vehículo mientras se produce el alumbramiento de una reminiscencia. No se sabe pero presumiblemente, esté recordando el primer encuentro con Mandy. Otra vez se vuelve a la frontalidad de las miradas pero está vez la unión es imposible, sólo queda el choque de focos azulados y naranjas dentro y fuera del pensamiento del héroe. Ella termina expulsando una lágrima y él, con el rostro encharcado de sangre, la dedica una sonrisa cartoonesca. Fin de la añoranza.


miércoles, 13 de marzo de 2019

La crítica en construcción. Una incursión periodística.


Tocaba mutar el tono de una crítica especializada en uno de carácter divulgativo. O al menos entendí, que habría que dejar de lado el análisis más sesudo para ejercer al periodista que todos llevamos dentro. Por lo tanto, lo que arrastré conmigo fue el poder de la fuente periodística. Quizá me pasé, sobre todo contemplando el tamaño de la crítica, pero me resultó importante para su andamiaje. Las palabras de Del Toro funcionan como interesante punto de partida porque no son huecas, están cargadas de una intención que, quizá, fue lo que más le pudo ayudar a realizar su décimo largometraje. Por tanto la presencia de las mismas se tornó nuclear

Una cuestión de mirada.


Una limpiadora trabaja en un laboratorio cuando descubre a una criatura a la que intentará salvar, a riesgo de perder su propia vida. La forma del agua (The Shape of Water, Guillermo del Toro, USA, 2017) no trata de eso, sino de “lo que pasa con lo que trata.”*

A continuación, vendría otro elemento que pondría en tela de juicio el punto de vista: una polémica suscitada por un posible plagio en la producción norteamericana. De alguna manera se filtró la actualidad en la crítica, cosa por otra parte, de la cual se alimenta el periodismo.

El relato del film sigue al del cortometraje The Space Between Us (Marc S. Nollkaemper, HOL, 2015) pero, lo que algunos han querido ver como plagio, no es más que una coincidencia argumental. Lo que les diferencia es una cuestión de mirada. Desde la elección temporal de la trama, (“A comienzos de los años sesenta del siglo pasado, Estados Unidos empezaba a forjarse el mito de la abundancia suburbana, de los coches, de la carrera espacial […]. América creía ser grande y aparentar un progreso.” *) hasta la selección de sus personajes, representaciones de la “otredad”, todo pasa por un filtro formal.


No me quería olvidar, aunque sea solamente, del análisis formal que tiene el film, así que ahí va una cosita.

En el primer viaje de la protagonista a su trabajo, se ve una sucesión de planos que nos hablan de una progresión. Elisa (Sally Hawkins) mira unos zapatos y después pasa por una tienda con infinidad de televisores, hasta llegar a un banco donde esperará el autobús. La secuencia dura unos segundos pero tiene su miga. Primero el deseo de poseer los zapatos, dibujado en el rostro de Elisa, y después la presencia del ente catódico hasta llegar a sentarse junto a un hombre obeso, sosteniendo una voluminosa tarta. Son una sucesión de planos de transición que se tornan clarividentes. La televisión funcionará como conductor- narrativo amplificando la idea de que “USA se está definiendo a través de una mitología mediática, la transformación de cómo un país se mira así mismo a través de la televisión, el cinematógrafo, el musical…”*. Y el personaje orondo bien podría representar esa concepción de la abundancia americana con ese pastel que solamente parece ser comido por él mismo.


 Y es que los personajes de la película viven en una cierta soledad. Son parásitos sociales que solamente son felices cuando se abstraen de una sociedad que genera exclusión racial y sexual. Empezando por Elisa y su vecino Giles (Richard Jenkins) y finalizando con Zelda (Octavia Spencer) y la bestia, todos escenifican al “otro”. Conscientes de sus limitaciones (Elisa además de muda es una mujer rozando el mediodía generacional; Giles es homosexual y Zelda es negra) pero que no se genuflexionan ante sus adversarios. Elisa posee una voluntad férrea, Giles apela a su carácter irónico y Zelda tiene… a su Brewster.

Para nada estaba en mi idea acabar con un chascarrillo, sino simplemente finiquitar el texto con la enumeración de una serie de características, armas, que poseen lo personajes para enfrentarse al verdadero monstruo de la película, que no es otro que Richard Strickland (Michael Shannon). Aunque es cierto que contiene un tono ciertamente irónico, solamente para el que haya visto la ficción.


*Palabras dichas por el director en el Fest. Int. de Cine de Morelia (28/10/17).

lunes, 11 de marzo de 2019

PASANDO EL LUDOMINGO CON THE WORLD OF SMOG. RISE OF MOLOCH. CAPÍTULO 3. EGIPTO. (I).


Regresamos al taller, después de un tiempo prudencialmente largo donde han sucedido muchas cosas. A nivel lúdico, por supuesto, y a nivel personal también. Pero aquí estamos, no creáis que me haya olvidado de los Caballeros del Club Unicornio y sus aventuras. Y de hecho, la sesión de juego dio para mucho, tanto, que tendré que dividir este capítulo en dos partes. La verdad es que  fue muy rico en narratividad y me gustaría describir, a grandes rasgos, todo lo que sucedido. Bien, se hiciéramos un ejercicio de reminiscencia, recordaríamos que nuestros héroes buscando pistas en la mansión Blackmore, son atacados por las huestes del Culto y prácticamente salen volando del edificio debido a una explosión. Gracias a la señorita Sutherland, que los ha mantenido en una cúpula de energía parece que han escapado, pero las cosas son bien diferente en el Mundo de Smog: acabaran en las garras de lord Crowley.


El escenario de esta partida se llama Egipto y como ya veréis, porque entraremos en más detalle, prometía. Primero por la dimensión del mismo y segundo por la múltiple presencia de personajes.


Empezaremos por realizar un zoom de aproximación a uno de los lugares que incluye la partida. Es el ubicado en el margen superior derecho de la primera foto. Sería una sala con sarcófagos y momias, como se puede ver en la foto que tenéis arriba. Allí tenemos a nuestros héroes encerrados. Han sido atrapados por lord Crowley y enclaustrados en una sala que recuerda al mundo egipcio. Aquí quise hacer un juego de apariencias con la parte narrativa del taller, no sé si lo habré conseguido. El objetivo era hacer creer a los personajes que estaban realmente en Egipto, sin haber abandonado su neblinoso Londres. El título del capítulo se llama de esa manera y me parecía un reclamo fantástico para poder jugar, ya no sólo con los lectores sino también con los propios actantes. Si mirásemos la loseta donde se encuentran, nos daríamos cuenta del grado de detalle que posee. El mismo suelo es un magnífico ejemplo de ambientación para crear todo un mundo limitado sobre una superficie acartonada. ¡Existen infinidad de jeroglíficos!


Si abriéramos el plano un poco más, descubriremos el interior de otra sala, mucho más grande que la anterior, cuya disposición alrededor de cuatro columnas nos daría la sensación de que estaríamos en el interior de un templo egipcio. Os recuerdo que esta historia empezaba en algún lugar remoto del país de los faraones, más concretamente en Alejandría, con la expedición de lord Petrie. Además tenemos interesantes huéspedes en ese espacio. Como si estuviesen escoltando cada columna, se encuentran los guardias de la Necrópolis y al fondo podemos ver otra estancia, también diminuta, donde existe la presencia de la bestia canópica. Como digo la cosa se ponía interesante a cada  segundo de juego, alimentando las expectativas a una velocidad pasmosa. Como también podréis comprobar si agudizáis la visión, en esa estancia existe un token por el que tendremos que luchar. Es ni más ni menos que otro fragmento de La estela de Moloch, que como sabréis es fundamental para nuestra misión.


Bien, ni corta ni perezosa, Abigail se decidió ir a por la piedrita encontrándose en su camino a la temible bestia. Las cosas no pintan muy bien, la verdad.


Antes de pasar a la primera parte del relato, me gustaría que prestaseis atención a la foto de arriba. Además del escenario y de los personajes, ¿no notáis que alguien ha sido invitada a la fiesta? Entre los héroes aparece uno nuevo, la señorita Emma Swanson. Una diletante que ayudará a nuestros amigos.


Es la versión alternativa del personaje de Emma Swanson del juego básico y su arma simbiótica puede ser de gran ayuda contra la presencia de nuevos enemigos.


Bueno, pues con estos ingredientes comenzaremos el relato, o mejor dicho una primera parte del mismo.



                                                             
                                                        PRIMERA PARTE.

    
 —¡MARY!, ¡MARY!  —El nombre se hacía eco en el fosco espacio—. ¿Dónde se habrá metido esa niña?

La pregunta se consiguió filtrar en lo que parecía un ático. Un lugar de luz tenue donde  la gente solía dejar aquello que quería olvidar. La escasa claridad se aventuraba por la pequeña y destartalada claraboya, incidiendo sobre unas cajas apiladas de madera.

     —¡YA ESTÁ BIEN!

La advertencia chocó con un conjunto de risitas desiderativas que parecían solamente tener un fin lúdico.

     —¡MARY! ¡SÉ DÓNDE ESTÁIS!

Las risas cesaron, repentinamente, y una niña de rodillas sobresalió de detrás de una de las cajas. Pareció reaccionar ante la advertencia. Iba vestida con un traje blanco, aunque parecía más bien grisáceo. Su fisonomía de espaldas era una enclenque. Se empezó a oír su respiración entrecortada a medida que una mano abría una portezuela de madera y se quedaba abierta. La luz del piso de abajo golpeó parte de la estancia en forma de fogonazo lumínico. La niña regresó a su escondite, parapetándose detrás de las cajas.

     —¿Queréis que suba, lady Usher?

La niña asustada mostró un rostro cadavérico. Toda su piel pálida estaba llena de arrugas y echada hacia atrás y un matojo de cuatro pelos grasientos camuflaban la huidiza frente que poseía. Empezó a oír pisadas. A medida que oía el crujir del suelo de madera al ser presionado, más se decidía a mantenerse en las sombras. De pronto reinó el silencio. La niña se levantó y miró alrededor sin ver a nadie. No se oía nada tampoco. Su respiración cada vez estaba más acelerada. Su traje blanco plisado lo llevaba arrastrando por todo el suelo, creando a su paso un pequeño huracán de tamo. Lentamente se iba acercando a la trampilla. La luz la hacía cerrar sus cuencas huecas. Cuando decidió agacharse y mirar debajo del piso, su rostro no vio nada pero la cofia gris, como de primera comunión, se le cayó al vacío. Intentó cogerla pero no pudo. Dudó unos segundos pero decidió aventurarse al piso de abajo. Lady Usher bajó las escaleras muy despacio, mirando en derredor. El piso parecía deshabitado y sus muebles estaban inundados de multitud de capas de polvo, demostrando que no había estado habitando en mucho tiempo. La luz predominante tenía su origen en las lámparas de pared diseminadas por todo el espacio. Lady Usher llegó a una estancia donde había una cama de matrimonio. La única fuente de luz era una lámpara de pared ubicada al lado del mueble. La niña miró la cama y sus rasgos cadavéricos se contrajeron. Algo la dolió fuertemente. Desplazó sus huesudas manos hacia su vientre y se agachó chillando desconsoladamente. Tumbados sobre la cama yacían dos cuerpos cubiertos por un manto de polvo. Lady Usher siguió chillando y negando repetidamente. Inesperadamente reptó por el lado derecho de la cama y, agarrando la polvorienta colcha, se abalanzó sobre uno de los cuerpos. Sus manos rompieron la capa de polvo, como un cuchillo se adentra en un trozo de carne, rasgándolo. Ante lady Usher apareció un rostro cadavérico como el de ella. No reaccionaba ante el tacto de sus dedos esqueléticos.

     —¡PAPÁ! ¡PAPÁ! —Zarandeándolo.

La cabeza se descoyuntó y calló al suelo rodando. Fue lo único que hizo detenerse a la niña, volviendo a chillar y esta vez sin detenerse. No sabía qué le proporcionaba más dolor; si saber que sus padres dormían muertos en esa cama o sentirse completamente sola en esa casa. Sus recuerdos se agolpaban frenéticamente en su cabeza dándole el motor necesario para seguir viviendo o sobreviviendo. Por qué su padre tuvo que ir a ese maldito viaje a Valaquia y porque lord Crowley tuvo que aparecer en su vida. Con el paso del tiempo, el dolor se convirtió en rabia y la cabeza de su padre rodando por la cama, ejemplarizaba ese desasosiego.



     —¡ABIGAIL, ¡ABIGAIL!

La arcanista parecía dormida y era sacudida drásticamente. Estaba igual que sus compañeros, salvo que ellos no parecían peleles sacudidos por el viento.

     —¿Queréis despertar? ¡No tengo mucho tiempo, señorita Sutherland!

El apellido detonó el corazón y el cerebro de la joven, que despertó de inmediato. Al principio parecía extrañada viendo a lord Blackmore enfrente, sonriéndole y después mirando a sus dos compañeros en un espacio blanquecino, como si estuvieran levitando entre nubes.

     —¿No me digáis qué no sabéis lo que es estar en el interior de una cúpula de energía?
     —Pu… Pues claro que sí. Lo que me extraña es que haya funcionado.

Un TOC, TOC, interrumpió la conversación entre ambos, que dirigieron sus miradas al origen del ruido.

     —Y parece que a otros también.

Abigail miró la procedencia del ruido, extrañándose otra vez.

     —¿Quiénes?
     —El Culto, querida. Lord Crowley en persona. Bien, escucha. Tenéis que dirigiros al puerto y llegar al embarcadero de Sutcliffe.
     —¿Embarcadero de quién?
     —Melville Sutcliffe. El capitán del Ron Rojo. El barco que nos llevó a Tyr y trajo los fragmentos de la loseta de Moloch y el único superviviente, vivo, de esa maldita expedición.

El golpeteo se convirtió en disparos y golpes de puño que rápidamente se multiplicaron por toda la esfera de energía.

     —Tenéis que contactar con él. Posee otro fragmento de piedra.
     —¿Embarcadero de Sutcliffe?, ¿loseta de Moloch?

Repentinamente, una mano sobresalió de la esfera de energía y sobre la misma apareció una serpiente pequeña que se deslizó hasta el tórax del conservador. Aun siendo una aparición, teniendo un cuerpo evanescente, parece que le dolió cuando la serpiente se introdujo a través de su espalda y salió disparada por su estómago, impactando en una sorpresiva Abigail que del golpe se desmayó. Automáticamente la esfera de energía desapareció y los cuerpos que mantenía a pocos centímetros del suelo, cayeron. Lord Crowley sonrió a un dolorido lord Blackmore.

     —Ahora sí que te puedes ir ya, viejo. —Le susurró las últimas palabras acercándose tanto que su puntiagudo mentó deformado rozó la barba del conservador.

Lord Blackmore seguía sin decir nada, esperando lo peor. No tardó mucho. Lord Crowley lo miró lascivo mientras pasaba su morada lengua por sus labios carmesí. Su boca se abrió y empezó a chupar el rostro del conservador que lentamente desapareció, succionado por el extraño ser.


Walther se sobresaltó y se despertó, sentándose cerca de Drago. Ambos estaban apoyados sobre una pared de granito. El hombre lobo ya estaba un rato despierto y miró a su compañero un poco desorientado.

     —¿Pesadillas, amigo?

Sir Cavendish abría y cerraba sus ojos intentando enfocarlos sobre algo en concreto.

     —¿Dónde demonios estamos? —Preguntó y olió un fuerte olor que le hizo llevarse su mano derecha a su boca en señal de repulsa.
     —¿Y a qué diantres huele?
     —¿A incienso, creo? —Intentó aclarar dudas Drago, olisqueando el ambiente como un sabueso.
     —¡Estamos en una pesadilla!

Ambos se levantaron a la vez, aunque al mekamancer le costó un poco más ejercitar su cuerpo. Ante ellos se encontraba Abigail saliendo de las sombras de enfrente. Existía un solo ventanuco en la pared, donde habían estado sentados los dos, y la única fuente de luz se filtraba por ese diminuto hueco. Era un rayo que transportaba partículas de polvo que se iba posando sobre el suelo abocetado con losetas de la habitación. El resto del espacio seguía sumido en una oscuridad eterna.

     —No sé dónde estamos, exactamente, pero sé quién nos retiene. —Dijo la joven preocupada.

Walther se despistó un segundo de la mirada de la arcanista y contempló horrorizado las losetas del suelo. La construcción era ejemplarmente perfecta; a cada loseta le seguía otra y otra, hasta conformar un damero exquisito. Cada cuadrado estaba limitado por una serie de pequeñas esmeraldas y en el centro del mismo, un cráneo.

     —Lord Crowley está detrás de esto. —Sentenció Abigail.
     —El Culto nunca había llegado tan lejos. —Advirtió Walther.
     —El Culto siempre ha estado lejos de todo, por eso está donde está. —Continuó la joven.
     —Pero… ¿llegar a secuestrar a miembros del Club Unicornio? —Apostilló Drago.

Los tres se concentraron en lo que parecía el centro de la habitación. Sir Cavendish intentó no pisar ningún resto óseo mientras que a Drago le daba  lo mismo, y a cada zancada dada, aplastaba uno. La joven solamente tuvo que levitar unos centímetros del suelo.
   
     —No ha sido la primera vez, aunque quizás haya sido la más descarada de todas. Siempre hubo desapariciones en nuestras filas, ya sabéis, en un callejón oscuro, en un pub de mala muerte…
     —¿En una comisaria en llamas? —Ironizó Drago, recordado lo sucedido e interrumpiendo la explicación de la arcanista.
     —En una comisaría en llamas, —repitió y asintió la joven al mismo tiempo—. Pero jamás en un sitio tan famoso como la mansión Blackmore.
     —Un momento, lady Blackmore nos dijo que quién la estaba persiguiendo no era el Culto sino otro tipo de gente. —Recordó Drago.
     —Moloch. —Se extrañó Sir Cavendish.
     —Ya pero que pasaría si estuviesen aliados. —Dijo Abigail intentado llegar a alguna conclusión.
     —Pues ya lo que le faltaba a Inglaterra. —Sugirió la bestia con cierta sorna.

El mekamancer seguía perturbado por algo más allá de las sombras de la estancia. Parecía un mueble, como una pequeña mesa sobre el suelo. Centró su visión y algo lo llamó poderosamente la atención, empezando a caminar hacia el objeto en cuestión.

     —No. A… —dudó unos segundos—. ¿Egipto?

A medida que se encontraba en la estancia, se iba acostumbrando a su oscuridad y pudo constatar, con cierto asombro, que no se encontraba delante de una mesa. Sus compañeros lo siguieron como hipnotizados, llegando a una misma conclusión. Delante de ellos se encontraban varias pilas de sarcófagos. Unos de pie y otros tumbados sobre el suelo. Aquel situado a escaso metros del mekamancer poseía una particularidad que lo destacaba del resto. Si bien es cierto que todos estaban invadidos por capas de polvo, éste en concreto, parecía libre de posesión polvorosa y además se encontraba abierto. Pero hubo otra cosa que hizo que se les helara la sangre. El sarcófago estaba poblado por un cuerpo amortajado. Sobre el mismo la venda blanca lo cubría por completo. Al acercarse más comprobaron el fuerte olor del que antes hablaban, llevándose sus respectivas manos a sus narices al mismo tiempo. Inesperadamente sonó una voz filtrada por el ventanuco que hizo que los tres se diesen la vuelta. Eran un conjunto de frases a viva voz convocando a la oración. El origen de la misma parecía un muecín en lo alto de un minarete. No había ninguna duda se encontraban en el granero de la Roma imperial. No se dieron cuenta pero el cuerpo amortajado empezó a moverse lentamente. Sobre la parte vendada del rostro, concretamente, a la altura de la boca, se empezó a hacer un pequeño agujero que rápidamente se agrandó, saliendo del mismo lo que parecía un gusano rosado moviéndose nerviosamente. Aunque con más detenimiento, y a medida que el agujero iba creciendo, se podía constatar que no era un ser invertebrado el que se movía, sino más bien, una lengua que agitadamente removía los restos que iban rasgando unos dientes. Cuando el agujero fue lo suficientemente grande se pudo ver una boca, ya no sólo desembarazándose de la venda mortuoria, sino respirando vida.



              —Todo parece ir bien.
              —Por supuessto, mi señor.

Ambas figuras estaban posicionadas sobre la proa de un sampán. El oleaje balanceaba suavemente el barco atracado en el muelle. Sus velas estaban desplegadas en su esplendor y se podía ver con detalle los juncos que unían sus telas gruesas formando una embarcación que parecía frágil pero al mismo tiempo resistente a cualquier envite natural. Alguien exclamó algunas frases en chino y ambos miraron el origen de las mismas, sin darle demasiada importancia. Delante de ellos pasaron dos mujeres vestidas con una toga blanca que les cubría su etéreo cuerpo. Ambas hicieron una sutil reverencia a los dos y, rápidamente, sacaron dos abanicos hechos de cuchillas de hierro. Al abrirlos se oyó como rasgaban el ambiente del muelle. Su rostro estaba tapado con un pergamino que les llegaba hasta su pecho y una trenza traviesa, terminada en un puñal, se balanceaba al mismo tiempo que se pusieron de pies y se marcharon del lugar.

         —Me imagino que es así como Las Colmillos nos muestran su agradecimiento. —Insinuó lord Crowley.
         —Ssin lugar a dudass, el Dragón noss ha enseñado sus colmilloss en señal de agradecimiento por la captura de la señorita Emma Swanson.

Al terminar de hablar el sujeto, un atrevido haz de luz titilante de algún candil cercano, delató su fisonomía. Estaba de rodillas junto a lord Crowley. Parecía más que un animal, una bestia cruce de algún experimento genético. Llevaba un sombrero de tahúr, que lo hacía crecer unos centímetros más alto, hasta llegar a la cintura del lord. Poseía un morro lobuno que no dejaba de salivar al mismo tiempo que mostraba una gran sonrisa. En su espalda cargaba con medio esqueleto en descomposición maniatado con unas cuerdas a su chepa.

         —La verdad es que la señorita del Club Unicornio se estaba pasando en sus investigaciones acerca del Dragón y ya sabe, querido Jaybee, una cosa lleva a la otra y seguramente que mañana estaría husmeando en las puertas del Culto.
         —Ssi hemos hecho bien, mi sseñor. Pero, ¿no teméis al Club Unicornio?
         —Prefiero tener antes como aliado al Dragón que a esos inútiles. Por cierto, ¿dónde está  el fragmento que les robamos?
         —Esstá en buen sitio. Uno casi impossible de obtener.
         —¿Lo habéis puesto en la guarida de la bestia?
         —Por supuesto. —Río sibilinamente Jaybee—. El resto de cosas las hemos dejado en uno de nuestros almacenes.
         —Ya, los guantes de tesla, la espada Caliburnus, —empezó a bostezar el lord— la pistola simbionte…
         —¿Qué pistola simbionte? —Se extrañó el mayordomo.

Se produjo un silencio bastante incomodo en el muelle.

         —¡La pistola simbionte de Emma Swanson! —Empezó a preocuparse, acercándose peligrosamente a Jaybee—. ¿No sabéis que es una de las privilegiadas de la Embajada?
         —Eh, pues no.
         —¿Qué habéis hecho con ella?
         —¿Con quién? —Se desorientó el mayordomo.

Lord Crowley levantó su cabeza mostrándola al cielo que anunciaba tormenta.

         —Te tenía que haber dejado morir aquel día, estúpido, y no haberte resucitado y haberte convertido en lo que eres ahora. Pues con… ¡EMMA SWANSON! —Acabó colérico el lord.
         —Pues seguir el protocolo, —se asustó cada vez más el sirviente— como siempre hemos hecho, mi sseñor.
         —¿La habéis amortajado con una pistola simbionte dentro?

Durante unos segundos, los ojos de Crowley parecían salirse de sus cuencas e incluso su melena grisácea, parecía erizada de la tensión.

         —¡VETE A EGIPTO, INMEDIATAMENTE!

Jaybee no se lo pensó mucho y salió disparado a cuatro patas del sampán, saltando ágilmente de la proa y saliendo del muelle ante los rabiosos ojos del lord.


 Los tres seguían agolpados en el ventanuco oyendo el ruido del exterior mientras un pequeño haz luminoso les empañaba sus rostros.

     —Pe…pero, ¿cómo es posible? —Se asustó sir Cavendish, siendo el primero en retroceder—. ¿Estamos en Egipto?
     —¡No puede ser! —Se acercó, aún más, Abigail al ventanuco, intentando otear alguna pista que la dijese que era mentira lo que sus ojos estaban contemplando.

Ante ellos, se encontraba un callejón invadido por gente de dispar condición social. Comerciantes y clientes, pobres y ricos, confluían en ese espacio apelotonado de  tenderetes y objetos de mil formas. La comida expuesta luchaba ya no sólo para no ser robada por manos infantiles, sino por bocados de perros agolpados alrededor. Y sobre el cielo, cantidad de telas colgadas de diferentes colores, algunas secas y otras goteando, recién lavadas, visibles desde las ventanas de los edificios de adobe, que asfixiaba el espacio circundante.

     —¡ES UNA ILUSIÓN! —Gritó alguien detrás de los prisioneros.

Drago y los demás se dieron la vuelta y miraron como una mujer se iba desenredando las vendas blancas de la mortaja.

     —O más concretamente, una escenificación de Egipto.
     —¿Emma? —Se asombró la arcanista.
     —La misma que viste y calza. —Terminó de quitarse todo el vendaje y se incorporó, saliendo del ataúd.
     —¿Emma Swanson? —También se sorprendió el mekamancer.
     —Pero, ¿no estabas en una investigación sobre el Dragón?

A cada pregunta disparada, Emma se iba acercando con una sonrisa de superioridad a sus compañeros. Llevaba un vestido azulado con una serie de encajes dorados. Su melena marrón estaba sujeta a un lazo azul que conjuntado con su sombrero, la daban un aire de alta alcurnia.

     —Hasta que me emboscaron esos estúpidos del Culto. Están compinchados con las huestes del Dragón.
     —Y no solamente con ellos, querida. —Se dirigió sir Cavendish a la mujer.
     —¿Qué?
     —Parece que existe otra facción que va con ellos. —Aclaró Abigail.
     —¿De qué estáis hablando?
     —De nuevos amigos para el Club Unicornio. —Reveló Drago.
     —No sabemos cómo se llaman, pero se consideran seguidores del dios Moloch. ¿Te suenan?
     —¿Moloch? —Recapacitó la diletante unos segundos hasta llegar a una conclusión—. ¿El Museo Británico no mandó una expedición a Siria para encontrarlo?
     —Sí, pero no tuvieron mucho éxito y se trajeron algo de allí, — sonrío Walther—. Y ahora están reclamando su parcela entre las demás facciones contra su majestad.
     —¿Qué se trajeron?
     —Un ritual de resurrección escrito en una piedra, que lo llaman la loseta de Moloch.
     —¿Para qué?
     —Creemos que lo que quieren hacer es resucitar a su dios, Moloch. —Sugirió la arcanista.
     —Bueno, no está mal. A Londres le hacía falta uno. —Apaciguó Emma su ironía— ¿Dónde está esa loseta?
     —La dividieron en varias partes. El Culto posee un fragmento y nosotros otro, bueno ahora lo tiene ellos, y parece que el único superviviente de la expedición, dispone de otro, un marinero llamado Sutcliffe.
     —¿Y qué hacemos aquí?
     —¿Encerrados?
     —Señores, ¿no han aprendido nada del Club Unicornio? Supriman lo obvio y busquemos una salida.
     —Nos han quitado nuestras cosas. —Se excusó Abigail—. Incluso a Caliburnus.
     —¿Todas?, ¡no!

Emma se sacó un disco pequeño de uno de los bolsillos más situado a su izquierda. Apretó algo con su dedo meñique y del disco empezó a salir una forma de reptil, que se enroscaba en su muñeca izquierda y poco a poco iba creciendo alrededor del disco. La forma fue aumentando, creándose pequeños tentáculos multiformes alrededor de la misma. Aparecieron unos óvalos como ojos blanquecinos, que parecían estar vivos. Los tres miembros del Club Unicornio se quedaron petrificados de la transformación.

     —¿Nunca habéis visto una pistola simbiótica?

Los tres negaron al mismo tiempo aunque Abigail empezaba a sonreír.

     —¿Un juguete de la Embajada, verdad?
     —Querida Abigail, ya sabéis que lo mío es la diplomacia.
     —Bien, señores, puede que nos hayan capturado.
     —¿Puede? No es una probabilidad, es una realidad.
     —A eso iba yo, querido Walther. La realidad está para detonarla en cualquier momento, ¿no?

Emma apuntó su pistola simbionte y la puerta de hierro no duró más de un segundo, desintegrándose la mitad de la misma. Detrás de una cortina de humo aparecieron los guardianes de la necrópolis con sus irascibles babuinos. Los simios no paraban de agitarse y los guardias los soltaron, al mismo tiempo que desenvainaban sus cimitarras. Los miembros del Club Unicornio no perdieron el tiempo. Drago fue el primero en aparecer, encaramándose con el babuino de su derecha. De un solo golpe lo espachurró contra una columna, destrozando parte de la misma y borrando parte de una estela jeroglífica. El filo curvado de la espada del guardián iba a clavarse en la espalda velluda de la bestia, pero sir Cavendish lo impidió abalanzándose sobre el guardián, empujándolo a un lado. Drago respondió con una sonrisa lobuna y cayó encima del desorientado guardián que duró poco tiempo en morir. Del techo de la sala empezó a caer arenisca sobre las cabezas de todos sus habitantes.

     —¿Dónde estarán nuestras cosas? —Apareció Abigail detrás de Emma y su pistola simbionte.
     —¡Dónde menos te lo esperes, querida!
     —¡CUIDADO!

Uno de los guardias con su simio, atacó a las mujeres y Emma, más rápida, empujó a Abigail a un lado mientras ella hacía frente a la embestida animal. El rostro de la arcanista chocó con lo que parecía una puerta de madera y vio algo entre sus agujeros carcomidos.

     —¡Está ahí!

A través de uno de los agujeros se podía ver el fragmento de loseta de Moloch. El chirrido de otro de los babuinos interrumpió a la joven. Ante ella tenía un simio abriendo sus fauces y acercándose peligrosamente hacia ella. Abigail se levantó y se apoyó en la puerta de madera mientras el simio se disponía a saltar. El babuino empezó a abrir sus fauces e inclinarse para dar un mayor salto. No tardó mucho en reaccionar igual que la arcanista. El babuino llegó a la puerta pero Abigail se apartó, y el impacto del animal hizo que la puerta se abriese de par en par. La joven sonrió mientras veía, un poco extrañada, la actitud del babuino en la sala. Parecía inquieto y después de estar berreando salió de la estancia ante el asombro de la joven. Abigail comprobó el fragmento que se encontraba sobre un pedestal en mitad de un suelo circular de madera. Las prisas hicieron el resto. Si hubiese visto el resto de la habitación, construida en piedra, el suelo de madera la hubiese mosqueado pero no se percató, cogiendo la piedra de Moloch. Una vez que sus manos cogieron el valioso objeto algo empezó a temblar sobre sus pies. En ese momento, pensó lo listo que fue el babuino. Ante los asombrados ojos de la arcanista, empezó el suelo a moverse y lentamente a sobreponerse una superficie sobre otra, confeccionando una escalera de caracol. La curiosidad quiso que Abigail se acercase a mirar la profundidad, quizás como vía de escape. Pero se arrepintió y mucho. Lo primero que vieron sus ojos horrorizados fue un sol dorado sobre la testa de un reptil, después vino su gigantesca boca abierta, invadida por colmillos de diferentes tamaños, el más pequeño como su mano. La joven empezó a retroceder lentamente. Parecía un cocodrilo pero no era uno normal. Si hubiese sido normal, la hubiese asustado pero las dimensiones de esa bestia eran colosales. Otra cosa que la llamó su atención fue que lentamente, parecía querer incorporarse. En cualquier caso, no se parecía a nadie de su estirpe. Estaba como disfrazado, vestido con harapos y su cuerpo estaba en descomposición. Se podían ver parte de sus costillas guardando sus pulmones y arterias.

                                                                                                       CONTINUARÁ...