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lunes, 17 de junio de 2013

PERCEPCIÓN CATÓDICA. EN CONTINUO CAMBIO.


Vivimos cada vez más rápido los acontecimientos. Nuestros antepasados no se podrían imaginar el curso rítmico de nuestra vida, si levantasen sus testas y contemplasen el mundo actual. El arte hermano del hombre también ha sufrido un proceso parecido, transformándose, mimetizándose con su entorno. La creación narrativa desde sus inicios ha estado experimentando este tipo de procesos y sus adláteres visuales (cine y televisión), incluidos los literarios por supuesto, no han sido ajenos a estas transformaciones. Desde un punto de vista genérico, podríamos elegir nuestras dos series para reforzar tal afirmación. Así que preparémonos para viajar (¿otra forma de cambio?) a Unionville en Colorado en busca de una fuerza magnética de origen desconocido en Warehouse 13 (Temporada 1, episodio 4, Magnetismo) o para seguir descubriendo la mitología espacial de Firefly (capítulo 4, Nuestra señora Reynolds) y darnos cuenta que está mucho más próxima a nuestra terráquea fabulación de lo que pensamos. 


Los títulos de los episodios de Warehouse 13 son muy sintomáticos de todo lo que precede a los mismos. Con una palabra se resume el corpus temático de la narración. Y el poder de atracción que surte el magnetismo en este episodio, es el camino por el cual se deslizan tímidamente Mika y Pete en busca de su origen. Como en toda la estructura de la serie (por lo menos hasta ahora), su núcleo es el arremolinamiento de diferentes pistas que conducen a un callejón sin salida. Y es ahí, justo en ese momento cuando se abre una puerta nueva, la de lo fantástico, lo paranormal, lo impredecible que consigue apartarles del camino ortodoxo para introducirles en uno heterodoxo, logrando resolver el misterio en cuestión. Esta posición culterana podría tener éxito sino fuese porque la propia narración del show, siempre termina con un cliffhanger, es decir, la trama va cambiando sinuosamente hasta finalizar su recorrido en una pleitesia narrativa invitando al espectador al próximo capítulo (ese omega narratológica es el knock, knock del final del episodio). Alguien se ha infiltrado en Warehouse 13. Pero más interesante es seguir su desarrollo dramático desde el comienzo para poder ser testigos de las diferentes mutaciones internas a las que está sometida la serie de Syfy.


Si, es nuestro agente Pete colgado. Está intentando robar la guillotina que cercenó la cabeza de María Antonieta en la Revolución Francesa. La aproximación a la secuencia de apertura juega desde el principio con el suspense: una conversación entre los dos agentes, llena de reproches cómicos; el actante situado en una posición incómoda, rodeado de haces de luz que puede delatar su posición en el museo parisino; una llave inglesa que inútilmente cae justo sobre la base de la guillotina, un mal agarre en el dispositivo de la máquina y la guillotina a punto de corta la cabeza de nuestro amigo. Si a todo eso le incluimos los ingredientes de acción característicos de una secuencia de pelea de Mika con los gendarmes, tenemos ante nuestros ojos la escenificación perfecta de cómo se construye un género dispuesto a ser transmutado hacia otro. La comedia se dejaba filtrar en los comentarios de los agentes al principio, pero después se convertirá en un elemento recurrente que ira asociado a la investigación. El choque de egos de los dos agentes, buscando el liderazgo entre ellos mismos; la estrategia de Artie para calmar su energía negativa, canalizándola por otros derroteros que no sean los límites del Warehouse 13; los momentos donde los personajes afectados responden a su deseo subconsciente más profundo como el médico que no puede evitar tocar los pechos de Mika o el destino final del coche de Artie.


Todo son fugas narrativas, meandros creativos que relajan la investigación pero que al mismo tiempo la encumbra al misterio de su resolución y la emparentan con lo que se supone es real en nuestro mundo. El último de los cambios recibidos, es el descubrimiento del objeto a perseguir o ser destruido, que aquí se entrelaza con una secuencia de acción, imitando un poco los parámetros de las películas de secuestros. Es un proceso de permutación genérico que me genera interés cada vez que lo observo, sobre todo en su elaboración y escritura de guion. Las braimstormings de sus creadores deben  de ser auténticos rompecabezas que mutan en otros. ¿Quién pudiera estas en esas oficinas?
El cambio sufrido en el episodio de Firefly es diferente aunque no lo parezca, ya que se hace desde un mismo plano, esto es, la hoja del guion pero de sentido contrario porque casi no se percibe visualmente, sino más bien se intuye. Un ejemplo. Al principio del capítulo somos testigos de que para poder sobrevivir es necesario adaptarse al medio y como si fuesen verdaderos camaleones, nuestros piratas espaciales Mal y Jayne, se disfrazan de colonos siderales para poder atrapar a unos cuatreros sin escrúpulos.


Como premio, una congregación de colonos se verá beneficiaria de tal acto, regalando al señor Reynolds una esposa, sin él saberlo. La ceremonia no es mostrada literalmente pero si escenificada sutilmente por los aldeanos, que se apoyan en el desconocimiento de los extranjeros que los han ayudado. A partir de este momento el juego cambiará, y aquí tengo que decir que parece que regresamos a los buenos momentos del episodio piloto de la serie, para embarcarnos en un viaje fundacional al mito clásico de la sirena. Retornamos a un limbo genérico donde nada es lo que parece y la representación de la lucha de sexos se muta, ofreciéndonos una descripción interna del anhelo del protagonista y su relación con las mujeres. Al principio no admite la responsabilidad otorgada de convertirse en esposo de Saffron (Christina Hendricks). De alguna manera la responsabilidad es el polizón de la Serenity en algunos de sus integrantes (me atrevería a decir que en casi todos) y su capitán es la representación máxima de este perterpanesco conflicto. La negación responsable conlleva velar la verosimilitud del hecho. Cuando Mal tenga enfrente a su esposa desnuda, algo le dice que no puede ni siquiera tocarla (pueden ser las palabras de Book quizás) pero al final cae a sus brazos. El trasvase hacia la otra orilla  solo lleva a otro cambio, la traición de Saffron, desenmascarándose de su disfraz de inocente colona para transformarse en una auténtica sirena espacial. El mito se hace carne en el cuerpo de esta espectacular actriz, que a partir de este momento trastocará no solo a cada uno de los integrantes del carguero sino al propio género. La secuencia que lo origina es una con Wash y es ejemplar al respecto, fusionando en un mismo plano el mito y el género. El relato de la sirena entronca su fatídico canto sobre el hombre con su escenificación, ¿qué pasará con Wash? creando un suspense que se irá catapultando a cada miembro de la tripulación hasta que llegue a otra mujer, Inara.


Aunque al principio parezca caer en sus garras, creando un momento de alta tensión erótica, no tenemos que olvidarnos que quizás, Inara también sea otra sirena y los recónditos encantos no funcionen con ella. Es curioso la presencia de la no relación de Inara con Mal, que ejercerá  una nueva mutación hacia las fronteras de la comedia romántica, transformándola en una posible, real, cuando al final del episodio tengan una pequeña charla. Bajo mi punto de vista, Whedon deja más desnuda a Inara que al personaje de Mal dejándolo en su posición de estúpido creído de siempre mientras que al de la mujer, nos hace participe de un pequeño cambio, su posible amor por el caótico capitán. Es una nimia transformación en su rostro pero reveladora.





    

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