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jueves, 7 de marzo de 2019

La crítica en construcción. De momentitos.


Cuando haces una crítica, ¿pones en un lado de la balanza el tema y en el otro el gusto? ¿Estamos condicionados por un lado o por el otro? O será que hacer una buena crítica es equilibrar ambos.


La mirada transformada.


No tengas miedo (ESP, 2011) vuelve a presentar un “topoi” en la filmografía de Armendariz. La historia de supervivencia de un personaje enfrentándose al medio social/geográfico donde convive diariamente. “La peripecia humana junto a su entorno” como diría el director. Además sus trabajos poseen una cualidad cuasi visionaria, erigiéndose como potentes faros de advertencia. Ya lo hizo en Las Cartas de Alou (1990), con el tema de la inmigración o también en Silencio Roto (2001), con el de la memoria histórica. Sin realizar soflamas y prefiriendo susurrar antes que gritar, apoyándose en una forma minimalista, la odisea de Silvia (Michelle Jenner) va a seguir esos mismos parámetros.

El acercamiento al detalle, preponderar lo nimio antes que el exceso grandilocuente, comporta una actitud frente a aquello que vas a contar. El cine de Armendariz está plagado de esos "momentitos", que en mi caso me golpean con una contundencia estremecedora. Eso me pasó con el principio de No tengas miedo y de alguna manera quería exponerlo en mi crítica.



El primer plano de la película es fundamental: una niña siendo recogida por sus padres. La cámara se posiciona a la altura de la pequeña, nos regala su mirada, por lo tanto no podemos ver los rostros de sus progenitores. La niña, contenta inconscientemente, agarra la mano de su padre, mientras que la madre llega a soltar la suya en un momento dado, dejando a la niña sola con su antecesor. O, más bien, es el padre con ese anillo en su dedo avisándonos que es él quien la mantiene aprisionada. Es un detalle que no indica, sugiere y aunque podría pasar desapercibido, pivota en todo el plano. La mano del padre (Lluís Homar) cerrada sobre la de su hija, casi ahogándola mientras la de la madre, ausente. Un exquisito punto de partida formal y narrativo concentrado en medio minuto y del cual el relato se nutre. Uno que pareciese estar construido a hachazos.

La expresión de estar construida a hachazos me viene de una de las tertulias del mítico programa ¡Qué grande es el cine! cuando Eduardo Torres Dulces hablaba de Centauros del Desierto (The Searchers, John Ford, 1956) como si estuviese edificada por una serie de hachazos narrativos. Bien, esos hachazos para mí serían las diferentes actitudes de Silvia frente a su padre, que en algunos momentos me funcionan como Flashforwards narrativos. En un principio no los entiendo pero, con la inclusión de secuencias como las de la terapia, empiezan a conformar una cierta lógica.

Aunque la cámara acompañe a la protagonista durante todo el tiempo, existen instantes en los que Silvia pareciese afrontarlos incongruentemente. El seguimiento que hace a su padre, cargada de valentía, o cuando regresa a su casa para decirle que la vuelva a hacer cosquillas, son buenos ejemplos. Es como si la diégesis estuviese construida sobre trozos desordenados, que rompen su linealidad narrativa y cronológica. Quizá en un relato ortodoxo resultaría ilógico pero aquí se descubre un sentido.  Reflejar la deriva emocional de la protagonista, que más tarde llegará a decir a su psicóloga que no sabe si amar u odiar a su padre, preguntándose cómo pueden hacer daño aquellos que más nos quieren.



Y con hacer daño, se introduce el concepto moral de la historia destapando a otro culpable de la trama, la madre (Belén Rueda) o mejor dicho, su conducta pasiva. El abuso, de cualquier índole, tiene aliados en los sitios menos insospechados y tan cruel es el ejecutor como quien lo consiente. La secuencia del restaurante entre la madre y  Silvia denuncia el papel sumiso y finiquita la red clientelar del miedo. A partir de ese momento, solamente queda superarlo: Silvia está preparada para encontrarse con su padre. Bajo un duelo formal, donde la cámara péndula de derecha a izquierda, contemplamos su éxito. Lo mira fijamente sin pestañear y el padre tiene que salir de su propia consulta porque no puede soportarlo. Silvia regresará a la calle y podrá mirar de frente, su mirada ha sido transformada. 

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