Cuando no estás, el pasado me arrincona increpándome qué hice. La duda me invade y la culpa me aprisiona, sonrojándome por lo que no hice.
Cuando no estás, vivo dentro de un círculo autodestructivo que gira
y gira sin dirección. Desganado y vacío de esperanza. Mis párpados están sellados, durmiendo la
vida y despertándome a la muerte.
Cuando no estás, espero la oportunidad fisiológica
para actuar vanamente porque ya no me queda interés por todo
aquello que creía apasionarme. Mi tristeza crece en igualdad de condiciones que
mi responsabilidad.
Cuando no estás, la oscuridad comprensiva es lo
único que me arropa. Sin alicientes, busco excusas donde no las hay
desenterrando el cofre de la verdad, cuyo interior está vacío. Es el tuyo. Tu espacio, tu presencia, tu enseñanza, tu transmisión.
Cuando no estás, recuerdo tu legado: fuiste
emprendedora tardía, sin importarte los años sino las ganas. Sin desdeñar la
dificultad del desafío sublime, enfrentándote al villano eterno del ser humano, el
tiempo, sobrepasándolo.
Cuando no estás, echo de menos tu voz. La
representación de tu esencia valiente. La llamada diaria, que en algunos casos
me parecía obsesiva, ahora se convierte en vital. Marco iluso tu número
esperando que lo cojas pero sólo oigo el hueco hilo telefónico.
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