La belleza de participar en este tipo de juegos de mesa es cautivadora y, al mismo tiempo, adictiva. El poder inmersivo que poseen sus elementos, desde los tokens hasta el plástico pasando por las losetas y tableros, de alguna manera me evocan un espíritu aventurero que personalmente me vuelve loco. La primera impresión que tuve al montar el primer capítulo fue avasalladora (lo podéis comprobar en la presentación). Una parte de Londres me retaba y me increpaba a ser partícipe de la ficción. Lo primero que me invadieron fueron las ganas de explorar cada centímetro del escenario y después, vivirlo y tener muy en cuenta el desafío. El concepto de peligro tiene que ser inherente al mismo y ser importante en cualquier proceso creativo. La advertencia no tiene que ser una señal de detención en nuestro periplo sino su contrario, la acción de proseguir, la de inmiscuirse en donde uno no debe, la de convertir a la amenaza en tu compañera del viaje narrativo que estás a punto de comenzar. Y aun así, el error siempre vigilante. Al final del artículo comentaré una posibilidad que despertó mi atención en una de las losetas que no llegué a explorar. Fue una en la que su pequeña escenografía me regaló una sutil pista de por dónde podrían ir los tiros en el siguiente capítulo. Y esto es fundamental. Recordad una cosa. ¡Sois cómplices de un taller de escritura! y que por tanto, no estáis escribiendo algo que os pueda salvar la comida de mañana, lo que estáis haciendo es construir ese mañana aprendiendo cómo poder hacerlo. Aquí no se vende la fórmula secreta del éxito atolondrado, ¡tenedlo muy en cuenta! No vendo ningún elixir mágico. Lo que intentó es despertar una curiosidad, dormida quizás en vuestro interior, y que os puede apetecer construirla. Por esa razón el concepto de error es importante, permitiéndonos desarmar toda la escritura, sí hace falta, y recomponerla otra vez. Es más, y no quiero extenderme mucho, es vital introducir en nuestra mochila el fallo, el cuestionarnos continuamente las decisiones que vayamos a tomar y las que vayamos a descartar. Al fin y al cabo esto no es más que una búsqueda, así que metámonos en faena. No existe mejor manera de empezar que con una antítesis. En nuestro caso un fuerte contraste visual. Una imagen poderosísima que nos haga recordar. El tablero está empañado por un aguacero inmisericorde frente al interior de la comisaría que empieza a arder. El agua contra el fuego. Dos principios alquímicos por excelencia.
Y es que la cosa no empezó nada bien para los miembros del Club Unicornio y de hecho, empezaré por el final. En este primer capítulo perdí frente a los agentes del Culto. Pero lo bueno de Rise of Moloch, y de todos los juegos donde se prepondera la narratividad, es que la muerte no es una finalidad en sí (¡y menos en esta historia tanocrática!). Es decir, existen condiciones de éxito y pérdida que harán evolucionar el relato y a sus personajes de manera disímil, alimentando la incertidumbre de la narración. Tenemos una fase llamada Intermission que funciona como transición entre escenarios, en la cual lo jugadores dialogan la estrategia a seguir en las próximas aventuras. Eligiendo donde posicionar un personaje en un mapa de Londres, podremos fortalecerle enriqueciendo la campaña.
Sería como si la A.I del juego nos ayudase pero no hay que engañarse, al mismo tiempo también lo está haciendo a nuestro enemigo.
Por lo tanto, seamos cautos, hay que andarse con mucho ojo en este juego y saber dónde colocar a nuestros personajes sobre el tablero. Aquí abajo tenéis opciones del capítulo jugado.
Independientemente de poder mejorar el status de cada personaje, en nuestro caso, a la hora de escribir, también nos sirve para alimentar nuestra creatividad confeccionando nuevas posibilidades para nuestra historia y para nuestros protagonistas. Ese embrión que ha encontrado Abigail Sutherland da mucho juego, ¿no creéis? Pero regresando al juego, si observamos el interior de la comisaría de WhiteChapel donde se encuentra nuestra damisela, las cosas no pintan muy bien. Ni para ella, ni para los bobbies que intentan protegerla del ataque zombie y de la proximidad del fuego.
Pero dividamos la acción, regla básica del suspense. Nuestros protagonistas empiezan en un callejón cerca del pub, es más, el líder del grupo, el Mekamancer Walther Cavendish aprovecha la oportunidad y adquiere en el interior del mismo, un elixir de vitalidad que descartándolo, le permite realizar una acción más de movimiento. No vino nada mal para ir a socorrer a nuestra damisela. ¡Que poder evocador tiene una simple cartita! ¡Cómo puede llegar a crear algo!, ¿verdad? En eso consiste este tipo de talleres, en aprovechar al máximo todas las herramientas que dispongamos para desperezar nuestra creatividad y dirigirla hacia un destino concreto.
Y es que nuestra misteriosa joven parecía nerviosa. Desde el diseño de la figura y su dibujo en la cartita que la representa, su rostro está aterrorizado y su cuerpo doblado, contorsionado, insinuando la proximidad del peligro. Y aunque la situación pareciera todo lo contrario, estando rodeada de policías y en una comisaría, eso no va a ayudarla. La imagen de arriba demuestra lo escrito. El azar no estuvo de mi parte, como ya he dicho, así que llegamos tarde.
El único que pudo adelantarse fue el Señor del Vapor, Sir Walther Cavendish, pero no fue suficiente. En su enfrentamiento con uno de los enterradores, Tobías, perdió y ante sus ojos vio como derribaba a la joven y se hacía con un misterioso fragmento. Esto se convertirá, a partir de ahora, en algo personal entre el miembro del Club Unicornio y el agente del Culto. Ya veremos cómo termina esta confrontación porque esa fue una posible estrategia, focalizar el interés de unos de sus protagonistas y diseñar su propósito en la trama.
—¡Te digo
que es verdad, JODER!
El anciano casi no llegó a terminar el verbo
malsonante. Con el rostro sonrojado, se cayó del taburete, como si su cuerpo o
lo que quedaba de él, desafiara la ley de la gravedad aventurándose al suelo
mugriento del Pub. El humo del tabaco de los últimos clientes todavía campaba
por el interior, empañando los cristales del local. Tres mesas redondas, cuasi
artúricas, deshabitadas, estaban siendo testigos del desplome humano.
—¡Ya no
queda espacio para la realidad, estamos siendo invadidos por la parafernalia de
lo imposible!—. Parecía delirar.
Una cabeza alopécica y parte de su calva sudorosa, salió
en ayuda del accidentado etílico. Su cuerpo orondo, cubierto con un mandil
blanco, la siguió rozando uno de los toneles de cerveza que estaban camuflados
detrás de la barra.
—¡Ya no
existe la posibilidad de fabular, de mentir!
—¡Vamos
Jolly!, —se acercó al viejo—. ¡Son las 11 de la noche! Ya es hora de dormir la mona.
—¡Ya todo
es verdad! —prosiguió—. ¡Y más a esta hora tan intempestiva!
El camarero agarró como pudo el montón de carne en
que se había convertido el cuerpo del anciano. Éste se desperezó y quiso
librarse de las garras de su salvador.
—No sabía
que te gustaban los maduritos, ¡querido McClaus!, —está vez terminó sonriendo
impúdicamente a su salvador. Y éste viendo que ya se podía poner en pie, lo
dejó a su suerte, advirtiéndole de las consecuencias de su estadía.
—Si te veo por aquí cuando regrese de mear, te
echaré a patadas.
—Ya salió la cortesía escocesa.
El viejo se quedó solo. Las lámparas a medio gas,
diseminadas por las cuatro paredes, expandían las sombras de sus objetos,
escoltando su pensamiento mientras intentaba recomponerse. Empezó por
arremeter su camisa roída, conquistada por lamparones de todos los tamaños y orígenes,
por debajo de su acuchillado pantalón de pana. La soledad pesaba como una losa
en su interior. Miró en la dirección donde se había perdido el camarero y
después miró la puerta más a su izquierda. Lo pensó unos segundos y después de
eructar, decidió encaminarse a su interior. Al hacerlo no se percató de que
dejaba atrás la puerta de salida del pub, por donde se podía vislumbrar unos
focos de luz anaranjada, parpadeantes, que rápidamente se iban multiplicando y
alimentándose de un edificio cercano. También se oía ruido de gritos y
chillidos pero eso pasó desapercibido al viejo Jolly. De un portazo abrió la
puerta y una oscuridad inundó medio cuerpo suyo. Miró dubitativo el interior
del espacio al que iba a acceder.
—¡Ostias!
Sí que está negra la noche.
Una sonrisa lobuna le hizo detenerse y pensárselo
dos veces antes de avanzar.
—¿Pe…pero?
El camarero apareció anudándose el cinturón de su
pantalón y mirando al exterior por la puerta abierta del local.
—¿Qué
diablos está pasando en la Comisaría?
—¿En la
comisaría? —Río para sí mismo el anciano— ¿Qué diablos está pasando en tu
antro?
El camarero miró al borracho que caminaba hacia
atrás, con sus ojos abiertos como platos y temblando. Ante el anciano se
encontraba un gran lobo mirándolos atentamente. Había algo que no les cuadraba.
Su rostro era animal, sus colmillos y su morro prominente rodeado de un pelaje
grisáceo y unas orejas puntiagudas lo corroboraban, pero no su posición, más
anclada a una característica humana. De pie y vestido con unos pantalones a
cuadros y una camiseta de lino, y siendo capitaneado por una chistera inclinada
sobre su cabeza.
—¡Ya ha empezado, caballeros! —Sonó dulcemente
una voz.
Detrás del hombre lobo apareció una dama pero no una
cualquiera. Al fin y al cabo se encontraban en los dominios de WhiteChapel,
pero ésta no parecía pertenecer a la clase meretriz. El camarero y el borracho, intercambiándose miradas cómplices, cada vez avanzaban más hacia la puerta de salida. Un gran vestido blanco
albergaba un pequeño cuerpo evanescente. La ropa mostraba una variedad en su
estilo. Los
pliegues de la cintura armonizaban con los del pecho, diseñados en forma de
dispar flor plateada, pero un sencillo chal transparente desafía el orden textil, anudando los dos brazos de la dama y terminando alrededor de la
cintura de la misma, proporcionándole un talle casi irresoluto de fragilidad
pero también de contundencia. El traje llegaba hasta el mismísimo cuello cubriéndolo. Su rostro marcaba las coordenadas de una tenacidad apremiante,
dejando atrás a la bestia y encaramándose sobre los testigos, casi levitando.
Su cara poseía un maquillaje que la proporcionaba una palidez espectral, de
otro mundo, y sus ojos encerrados sobre dos cuencas negras de cenizas, yacían
cerrados proporcionando más respeto y haciendo especular sus orígenes de
ultratumba. Su pelo irradiaba una luz plateada, manteniéndose erizado, y en pie
de guerra.
—¡Mierda! —Sonó otra voz, ésta más rugosa y
perfilada en su tono
.
.
No tardó mucho en aparecer un señor. Un aura
eléctrica le precedió, haciendo apartar al hombre lobo a un lado y custodiando
la presencia de la extraña mujer frontalmente. Parecía todo un señorito con su
corsé abotonando su pecho delgadísimo y con un alborotado matojo
de pelo azulado hacia atrás en su cabeza, engominado brutalmente, y cuyo rostro estaba
abducido por unas grandes lentes
redondas, que impedían ver sus rasgos faciales. A pesar de la extravagancia del
personaje, llamaba otra cosa la atención. Una que hizo que el camarero y el
viejo Jolly alcanzasen la salida del local y se marchasen por peteneras de
allí. La procedencia del aura que rodeaba al sujeto provenía de unos guantes
metálicos, que expulsaban una corriente eléctrica azulada por unos agujeros
situados en ambas palmas de las manos, e iban siendo alimentados por un par de
diodos eléctricos situados sobre un extraño artefacto que llevaba adherido al
pecho. Una especie de caja torácica de madera por donde un diminuto tubito, en
forma de pequeña chimenea en su espalda, acompasaba sus andares. Los tres se
detuvieron en la entrada del pub mirando como las llamas iban devorando el
interior de la comisaría. Pero eso no era lo que más les preocupaba. Enseguida
detectaron presencias extrañas rectando por las calles mojadas.
—¡Jodidos
muertos! —masculló el hombre lobo, mirando enfurecido a los extraños caminantes
que se iban congregando alrededor de la comisaría.
—¡Jodido
Culto!, mi querido Drago —Apostilló el señor—. Bien, la información del
sargento Chadwick era acertada ¡dividámonos y encontrémosla antes que ellos!
La orden surtió el efecto deseado. El trío se
dispersó por la calle principal, desafiando la llovizna del aguacero. Los
zombies parecían tener más ventaja. Al principio caminaban lentamente pero
debido a la presencia de su objetivo, empezaron a acelerar el ritmo. Iban vestidos con traje y pajarita, confeccionada
por un pañuelo esmeralda, y, por si no fuera ridículo de por sí, les sobresalían
unas chisteras. Además de su paso encorvado, en algunos casos rozando el
pedregoso suelo, portaban paraguas que no ejercían para su protección contra la
lluvia, como bien pudo comprobar la extraña Dama del pub. En una de las veces observó, o más bien
sintió, como uno de los muertos apuñaló en repetidas ocasiones a un
mendigo con la punta del objeto. Ese zombie no duró mucho tiempo, el suficiente
para que la Dama le propinase una contundente estocada, partiéndolo por la
mitad en cuestión de segundos con un potente rayo de luz en forma de espada
toledana. Parecía que los únicos en ver el peligro en la aplicación del famoso
Acta de los Muertos, llevado a cabo por Lord Gladstone hace unos años, eran los integrantes
del Club Unicornio ya que el éxito fue arrollador en todas partes. Ya desde ese
primer viaje legendario de Lord Petrie a Egipto, el recelo se había instalado
entre la comunidad científica. El poder reanimar a seres fallecidos para actos
laborales de cualquier índole, ayudaba a las cuentas de un gobierno en
expansión como el inglés, pero también a aquellos que se podían permitir
comprar los derechos tanocráticos para poder tener un muerto viviente en su
casa, trabajando en lo que fuese. De esta manera se convertía en el proletario
perfecto. Un trabajador las veinticuatro horas, que no se quejaba, ni había que
alimentarlo, y mucho menos, pagarle un sueldo digno. El Culto sí que avanzó en
su carrera al poder con esta Ley, arrinconando a los Autómatas de los
Mekamancers, mucho más caros y costosos de mantener.
—¡Están
por todas partes! —Alertó un policía mirando a través de una ventana de la
comisaría.
El interior parecía una olla a presión a punto de
explotar. Los diferentes conatos de fuego en la sala de entrada no ayudaban a
relajar el ambiente, más bien lo caldeaba más.
—¡SE LO DIJE! —Una joven se levantó de una silla como si
fuese un muelle de resorte—. ¡VIENEN A POR MÍ!
Corrió hasta donde estaba situado un policía mucho
mayor que el resto de los demás. Su elegante vestido gaseoso desentonaba con el
pulcro uniforme policial y su ligero bolso, danzando a su paso nervioso,
llamaba poderosamente la atención de los bobbies, en especial de los de menor
edad.
—Tranquila señorita Blackmore.
Un policía salió de la sala de los calabozos
preocupado.
—¡Sargento! —Precipitándose—. ¡Necesitamos más
hombres!
—Ya lo sé Cabo pero ahora mismo no podemos
contar con más refuerzos, salvo la llegada de los hombres del Club Unicornio, que
es inminente.
—¡JA, JA,JA! —Todos se giraron al mismo
tiempo—. ¿Inminente? ¡Hace más de tres horas que los llamó, Sargento Chadwick!
Los doce bobbies que habría en la comisaría se
detuvieron a la vez. El sonido del chisporroteo de los diversos fuegos ocupó el
protagonismo del interior de la sala. La duda de la salvación apareció por
primera vez en sus mentes, incluida la del propio Sargento Chadwick.
—¡Cabo!
—Sí,
Sargento.
—Llévese
a la señorita Blackmore a los calabozos.
—¿Qué?
—Se sorprendió la joven— ¿Está usted loco? Viene una horda de zombies y me quiere
dejar encerrada.
—Créame
es lo más seguro para usted y para nosotros.
—Sargento
Chadwick quiero que sepa que el mero hecho de salvarme hace unas horas de esos
desgraciados, no le hace ser controlador de mi destino, haciéndome enclaustrar
en su comisaria.
—La comida
es buena, no se preocupe, —decidió irónicamente— ¡Cabo!
—¡Será
insolente!
El Cabo de guardia empezó a ejecutar la orden,
intentando sacar a la joven y llevarla a la sala contigua. No pudo evitar rozar
el bolsito y mirar el ridículo sombrerito, que solamente decoraba parte de la
extensa melena rubia de la joven.
—¡No
empuje a una Dama!, ¿quiere?
—¡Maldita
la hora en la que hice guardia por esa jodida calle! —Pensó tarde pero lo
pensó, brevemente.
—¡CUIDADO! —Gritó el vigía, apartándose de la ventana.
Una botella de cerveza con líquido inflamable se
estrelló en una de las ventanas, haciendo estallar su cristal en mil pedazos.
Uno de los primeros zombies en profanar el interior, se encontraba rodeado de
fuego por todo su cuerpo. Los dos Bobbies que se encontraban más próximos
retrocedieron, y al mismo tiempo, intentaban golpear a la cosa en llamas. Era
como uno de los zombies de la calle pero más altos, delgados y vestidos como
auténticos lores, con su traje de tuxedo marrón y su reloj colgado en uno de
los bolsillos. Poseían un bastón en su mano derecha y un gracioso bombín sobre
su cráneo. Abrió sus mandíbulas intentando canturrear algo pero no pudo acabarlo,
el Sargento se abalanzó sobre el zombie flamígero y le asestó con su porra un
golpe que le cercenó su cabeza, deslizándose hacia atrás de su cuerpo. El resto
fue fácil, de un fuerte puntapiés logró expulsar el resto del cuerpo a la
calle. La lluvia se encargaría de apaciguar al sujeto.
Las poderosas y peludas manos de Drago realizaron su
trabajo a la perfección. Situado en una esquina de una casa, aplastó a dos zombies en cuestión de segundos. Sus
cuerpos parecían explotar entre sí, y sus restos, obsequiar el cuerpo de la
bestia. No perdió mucho tiempo en quitárselos de encima pero sí pudo observar, por
una de las ventanas del edificio, el interior de una habitación. No prestó
mucha atención pero por los objetos que habitaban, parecía una casa de juegos y
por tanto ilegal en el Imperio Británico. Una ruleta y una mesa de blackjack le
dieron la pista y la mesa con restos de cartas y fichas de póker, se lo
confirmaron. Había otra cosa que le parecía inusual
desentonando exageradamente con el mobiliario. Debajo de la mesa había una
alfombra con caracteres jeroglíficos por toda su extensión. Un ligero golpeteo,
de varios paraguazos le despistó de su pensamiento.
Drago miró la procedencia de los mismos y sonrió. Esta vez simplemente dirigió
uno de sus puños velludos sobre tres cabezas al mismo tiempo, que salieron
ordenadamente de menor a mayor tamaño, despedidas de sus respectivos troncos.
Los zombies cayeron como una pirámide de naipes. Drago quiso volver a mirar el
interior de la casa pero algo lo perturbó. Los ojos animales observaban el paso
de otro ser.
Era elegantemente alto y vestía con una capa de
cochero agrietado sobre sus extremidades. Caminaba parsimoniosamente por la
acera mientras la lluvia caía sobre su máscara de respirar. Más que llevarla
parecía incrustarle su rostro completamente, anegándolo a una incertidumbre más
que a un hecho. Llevaba su chistera de la mano derecha y sus cuervos
revoloteaban alrededor de su efigie, alertándolo de posibles desencuentros
fortuitos. Esa era una de las razones por las que Drago seguía parapetado sobre
el granito de la casa, espiándolo a cierta distancia y mirando a todas partes
para que su presencia no fuese alertada. Sabía perfectamente que sí Emerson se
encontraba allí, su hermano de excavar, Tobías, no andaría muy lejos. Y es que
los máximos recolectores de cadáveres para El Culto eran estos dos “hermanos de
excavación”, como se hacían llamar ellos mismos. Una fraternidad construida en
el engaño y la traición si hacía falta. Emerson era el singular, Tobías era el
peligroso, o más bien su manejo con una sierra enorme desdentada que portaba a
su espalda, custodiada por la mitad de un cadáver que siempre llevaba detrás. Eso
sí que era un buen guardaespaldas pensaba Drago.
Alumbró la puerta de los calabozos con un candil de
gas y lo depositó sobre el suelo. Tobías miró en derredor y cogió la sierra
gigante, empezando a serrar la puerta de madera de la comisaría. Vestía de igual manera que Emerson y, siendo del mismo
porte, parecían gemelos. Además del cadáver colgando a su espalda, poseía una
pistola de chispa en su lado izquierdo, protegida en una cartuchera y ubicada
sobre un peto de metal que resguardaba medio cuerpo de ataques enemigos.
Mientras unos intentaban apagar los fuegos
diseminados por la geografía de la comisaria, otros se iban poniendo sus
máscaras de oxígeno y cogiendo sus porras eléctricas, dispuestos a defender el
cuartel. El ruido de cristales rotos y chillidos aumentaba por momentos,
concentrando a la mayoría de la población bobbie ensimismada en el asedio. No
es de extrañar, por tanto, que no oyeran
los primeros serruchos, ni tampoco el desvencijamiento de la puerta que daba a
los calabozos, fusionado con el grito de la señorita Blackmore.
—¡DETÉNGASE EN NOMBRE DE LA REINA!
Tobías, apartando la otra parte de la puerta, se
introdujo en el interior.
—Suena mejor, en nombre de la Ley, ¿no cree?
—Acercándose peligrosamente al Cabo.
El joven policía alzó su mano con su porra en ristre
y Tobías se giró rápidamente, mostrándole el cadáver de su espalda. Éste, más
rápido aún, abrió sus ojos y su desencajada mandíbula y con sus brazos se
abalanzó sobre el cuello del bobbie. Tobías se acercó aún más aplastándolo
contra la pared. El cadáver no tuvo más que apretar y el cuello del joven se
rompió haciendo ulular de pavor a la damisela. El cadáver empezó a sonreír a
punto de morder al agente cuando, inmediatamente se frustró, al girarse Tobías
otra vez. Parece que esa noche tampoco iba a poder probar bocado. El medio
cadáver se resignó, parecía estar acostumbrado a estos cambios de humor en su
compañero.
—Vaya, vaya. —Se aproximó a la otra celda—.
¿Qué tenemos aquí, amigo?
Tobías abrió la puerta metalizada del calabozo y vio
a la joven en posición fetal sobre un rincón del mismo. Con los ojos cerrados y
temblando.
—Señorita
Blackmore no se asuste, por favor.
Al oír su nombre, levantó su rostro demacrado y miró
la máscara de oxígeno de Tobías y emitió un irascible grito que resonó en toda
la comisaría y aledaños.
—¡La
señorita Blackmore! —Pensó el sargento en la otra sala.
Decidió ir en busca de ella con tan mala fortuna que
uno de los zombies en llamas se abalanzó sobre él. No pudo hacer nada, el fuego
empezó a consumir el uniforme y rápidamente lo traspasó, empezando a
alimentarse de la piel del veterano policía. El zombie empezó a cantar y entre
canto y grito, el Sargento Chadwick acabó consumido por las llamas.
La mano de Tobías iba en dirección a la temblorosa
cabeza de la joven pero un fuerte empujón, le hizo aplastarse contra la pared
del calabozo, pasando de la cabeza y el cuerpo de la señorita Blackmore. La
joven volvió a levantar su asombrado rostro y vio al señor del pub delante de
ella.
—Si es
tan amable, señorita. —Sonó muy refinado y tranquilo.
No lo dudó ni un segundo, agarrando la mano del hombre
y levantándose con cierta dificultad.
—Sir
Walther Cavendish a su servicio.
—Llega un
poco tarde, ¿no le parece? —Mirando el desastre que estaba ocasionando el fuego
en toda la comisaría.
—Un
miembro del Club Unicornio nunca llega tarde, ni pronto, simplemente llega.
Los dos iban a salir de la comisaría por la puerta
destrozada pero, repentinamente, un silbido pasó por en medio de ambos. La
sierra se había incrustado entre el marco de la puerta, impidiendo la
evacuación. Cavendish se dio la vuelta y vio como Tobías lo apuntaba con su
pistola. Solamente pudo observar la chispa encenderse y ver el pequeño
proyectil que iba en su dirección. El señor cayó a un lado frente al grito de
la señorita Blackmore. Tobías corrió hacia la joven y agarrándola se desvaneció
al instante.
—Típico,
—dijo para él mientras empezaba a hurgar el bolsito de la joven.
La mano enguantada del enterrador encontró algo y lo
cogió. Sir Walther Cavendish se despertó del golpe, parece que no había sufrido
ninguna herida importante, y vio como Tobías se metía en uno de sus bolsillos
una especie de piedra. El enterrador se disponía a salir pero un rayo de
electricidad lo golpeó en medio de su peto. El hombre del Club Unicornio no se
percató de la protección de Tobías, que girándose redirigió el rayo hacia el artesonado
de la habitación. El techo no pudo aguantar la potencia empezando a desmoronarse. Tobías
fue más rápido y saltó hacia el exterior, alejándose de la comisaría.
—¡Señorita Blackmore!, ¡DESPIERTE!
Maldijo para él acercándose al cuerpo de la joven.
La agitó con fuerza, intentado desperezarla sin poder ver como un puntal de
madera se caía, sepultándolos. Inesperadamente el trozo de madera se partió en
dos debido a la fricción de un calor inusual, un rayo con forma de espada les
saludo.
—¡ABIGAIL!
La Dama del pub desplazó los restos que quedaban y
ayudó a Cavendish a portar el cuerpo de la joven fuera de la comisaría. Al
mismo tiempo que dejaron atrás el edificio, éste se desmoronó ahogándolos en
una nube de polvo y cascotes. En ese momento, se agradeció la lluvia que seguía
cayendo insolentemente sobre sus cuerpos.
Automáticamente el ataque cesó, los restos de
zombies empezaron a retroceder a las sombras y rincones de donde procedían. Ya
sólo quedaban las ruinas de la comisaría de WhiteChapel. Justamente ahora, y
solamente ahora, los habitantes del barrio empezaron a sacar sus cabezas del
interior de sus casas para curiosear. La cobardía era un sentimiento que
despreciaba Drago y por esa razón, siempre veía con resquemor la condición
humana y su labor como garante de su seguridad, ¿se lo merecían? Siempre
albergaba esa duda. Tobías llegó corriendo junto a Emerson y empezaron a
hablar. Drago pudo ver que Tobías sacaba un objeto y se lo enseñaba a Emerson.
—¡Moloch
se acerca! —Se entusiasmó el enterrador.
Drago, sólo comprendió la exaltación sin darla mucha
importancia y se agachó un poco más, a punto de caer sobre los dos, pero cuatro
zombies se le encararon, dificultándoselo.
—¡Maldita sea!
No esperó mucho, aplastando la cabeza de uno y
empotrando el estómago, o lo que quedaba del mismo, de otro contra la pared.
Los otros dos fueron empujados hacia el suelo y corrieron la misma suerte que
el resto, siendo despedazados por el hombre lobo. Cuando llegó a la calle no vio
a los enterradores por ningún lado pero sí que vio, a la lejos, a sus
compañeros aledaños a los restos del edificio. Un carruaje de bomberos casi lo atropella
y la típica horda de curiosos empezó a aglutinarse alrededor de la extinta
comisaría.
Alrededor de la señorita Blackmore se encontraban Walther y Abigail, intentando desentrañar el misterio, saber qué diablos había pasado.
Alrededor de la señorita Blackmore se encontraban Walther y Abigail, intentando desentrañar el misterio, saber qué diablos había pasado.
—Tobías estaba implicado en esto.
—Y Emerson también, —apareció Drago.
—¿Qué ha pasado exactamente? —Demando Abigail.
—No lo sé todavía, —intentaba llegar a conclusiones peregrinas el señor— pero la han robado algo de su bolso. Una especie de piedra o
loseta, no sé.
Los tres representantes del Club Unicornio miraron a
la joven desperezarse mientras el gentío seguía agolpado enfrente de los restos
del edificio, viendo como los bomberos intentaban a apagar los rescoldos, siendo
ayudados por la constante lluvia.
—Tobías
le estaba enseñando algo a su hermanito, —recordó la bestia— cuando
desaparecieron ante mí.
—¡Qué
osadía por parte del Culto! Atacar una comisaría de su majestad.
—¿El
Culto? —Se asombró la joven, interrumpiendo la conversación.
La señorita Blackmore se encontraba de pie
mirándolos indignada.
—¿Qué
Culto ni que niño muerto?
Los tres compartieron miradas de extrañeza.
—El Culto
no tiene nada que ver en esto, —prosiguió—. No sabe nada de esto, de hecho, es
un acto deliberado para culparle de lo ocurrido.
—¿Por quién?
—Demandó Abigail— ¿La Rueda?, ¿El Dragón? ¿El Pozo?
A cada pregunta realizada, le correspondía una
negación que empezó a construir una sonrisa prepotente sobre el rostro de la
joven.
—Ni tampoco busquen en La Embajada ni en el
Reino de las Hadas.
—¿De qué
está hablando señorita Blackmore? —Quiso indagar más Cavendish.
Se quedó en silencio durante unos segundos, eternos para
los tres miembros del Club Unicornio, alimentando su suspense.
—Del
resurgimiento de una nueva secta y de un poder como nunca antes ha visto el
mundo. ¡Moloch se acerca! —Acabó con sus ojos abiertamente desorbitados.
—¡Eso fue
exactamente lo que dijo Emerson!, —recordó Drago— al enseñarle el objeto a
Tobías.
—Ya poseen un fragmento de piedra de Moloch en
su poder, señores. —Sonó enigmática la señorita Blackmore.
Mientras bajaban por una escalera de caracol,
adentrándose en las cloacas de las calles londinenses, Tobías no dejaba de
mirarla. Era un fragmento de tablilla donde aparecía la mitad de una fila de
jeroglíficos y un cuerpo de un ser con cuernos, cercenado por la cintura.
—El Sumo
Sacerdote estará complacido.
CONTINUARÁ...
APOSTILLA A UNA POSIBILIDAD.
Como dije al principio, el error puede transformarse en una herramienta muy práctica si se utiliza correctamente. En la presentación de este segundo taller literario, me fijé, mucho después de haber jugado la partida, en el interior de una loseta que elegí no explorarla. La verdad es que ahora lo pienso y no sé el porqué. Quizás por el tiempo, tenía que ser rápido, proteger a la joven y escapar con ella lo antes posible. Bueno, el caso es que mirando la loseta detenidamente aprecié que debajo de la mesa de juego, existía una alfombra que desentonaba con el mobiliario inglés. Estaba decorada con filas y filas de escritura jeroglífica. Eso despertó en mí la chispa que alumbraría una idea. Ese momento está descrito con la escritura subrayada en este primer capítulo. Quizás me ayudaría a explicar la desaparición de los "hermanos de excavación" delante de Drago. ¿Quién sabe?
CONTINUARÁ...
APOSTILLA A UNA POSIBILIDAD.
Como dije al principio, el error puede transformarse en una herramienta muy práctica si se utiliza correctamente. En la presentación de este segundo taller literario, me fijé, mucho después de haber jugado la partida, en el interior de una loseta que elegí no explorarla. La verdad es que ahora lo pienso y no sé el porqué. Quizás por el tiempo, tenía que ser rápido, proteger a la joven y escapar con ella lo antes posible. Bueno, el caso es que mirando la loseta detenidamente aprecié que debajo de la mesa de juego, existía una alfombra que desentonaba con el mobiliario inglés. Estaba decorada con filas y filas de escritura jeroglífica. Eso despertó en mí la chispa que alumbraría una idea. Ese momento está descrito con la escritura subrayada en este primer capítulo. Quizás me ayudaría a explicar la desaparición de los "hermanos de excavación" delante de Drago. ¿Quién sabe?
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