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domingo, 16 de septiembre de 2018

PASANDO EL LUDOMINGO CON THE WORLD OF SMOG. RISE OF MOLOCH. CAPÍTULO 2. EL CONSERVADOR FANTASMAGÓRICO.


Seguimos en veranito con nuestro Taller Literario: "Incitar a escribir", así que tendremos que volver a mojarnos y mancharnos de lodo por ese mundo steampunk victoriano que nos propone el juego. La investigación continúa con nuestros tres miembros del Club Unicornio y,  recordaréis que salvaron a la hija de Blackmore pero no pudieron atrapar a los Agentes, que encima se escaparon con un fragmento de loseta de Moloch. Pues bien, veamos que nos deparó esta segunda sesión.


El día empezó bien, ya que la jornada aconteció en interiores (no más barro, ni cuerpos mojados), más concretamente, en las misteriosas habitaciones de la Mansión Blackmore, y ya para avanzaros su final, ¡vencimos a los malditos Agentes de Moloch! Sí señor, la segunda partida del juego fue ganado por un servidor, aunque no fue fácil (¿lo es este juego?), ya que me hubiera gustado haber vencido a uno de los Agentes más poderosos de Moloch, Ira Kodich y sus simpáticos guardias reales zombificados, pero se me escapó.


La verdad es que estuve muy cerquita de conseguirlo pero me encontré en una encrucijada, o derrotarla o ganar esta partida, y la segunda opción fue la elegida. Ya tendré oportunidad de encontrarla otra vez, estoy segurísimo. Bien nos encontrábamos en una de las habitaciones de la mansión, en concreto, un salón, auténtica feria de las excentricidades, como podéis observar la loseta que cohabitaba con las figuras, en la foto de más arriba. Y no estábamos sólos, nos acompañaba un fantasma, el mismísimo profesor Blackmore que fue nuestro aliado en el capítulo.


Ahí lo tenéis, entre Drago y Abigail, con su soga y todo, genio y figura hasta la sepultura. Ese detalle hará que escriba algo divertido sobre el personaje, seguro. Parecía tranquila la mansión pero la calma duró poco. Moloch empezó a pergeñar sus estrategias con nada más y nada menos que tres Agentes (Emerson, Tobias e Ira Kodich) y un ejército de zombies de muy diferente clase (los normales, los rodeados por llamas y los guardias reales). La situación se tornó diferente y eso lo podéis comprobar comparando la foto primera, auténtico remanso de paz victoriano, y ésta de aquí abajo, que parece sacada del asedio zulú de Rorke's Drift del film homónimo de Endfield (1964). Por cierto, consejo cinematográfico, si no la habéis visto, ¡hacedlo! No os defraudará.


La imagen también muestra abajo, en la parte derecha del tablero, los objetivos conseguidos, las cuatro fichas, y que como consecuencia del mismo conseguí: ¡un fragmento de loseta de Moloch!


Ahora mismo estamos empatadas las fuerzas del Club Unicornio y las de Moloch, pero no hay que bajar la guardia, a la mínima puede ser mi perdición. Comentaros un par de cositas antes de la novelización de los hechos. Si os fijáis en la primera foto. En algunos interiores hay puertas que dan acceso al mismo y en otros no. Con la cual, la Némesis del juego tuvo que comerse la cabecita un poco para utilizar sabiamente a sus zombies, sobre todo los que estaban rodeados de fuego, para su eliminación y posterior quema de las superficies de madera de la mansión por donde podrían empezar a introducirse. Y la verdad es que no lo hicieron nada mal.


Como podéis comprobar en la foto de arriba, empezaron a introducirse como si fuesen plaga y claro, no lo hicieron solos. Los Agentes iban con ellos. Aquí quise introducir un elemento narrativo en la propia partida. Fue un trasvase pero al revés. Quiero decir que el objetivo de este taller literario es, primero jugar y después, escribir, y aquí quise darle un giro a los acontecimientos. Hice, forzándolo lógicamente, que el señor Cavendish se volviese a enfrentar a Tobias...



 ...pero no me salió muy bien mi venganza particular, como recordaréis en el capítulo anterior.


Señores, esas cosas de la venganza, no llevan a ninguna parte. En cuanto a Drago, me apoyé en lo que había conseguido en el capítulo anterior...


...y tampoco me salió muy bien. Me permitió avanzar en la trama y conseguir alguna que otra ficha pero al final un grupo de zombies me lo noqueó, junto a Emerson.


Pero bueno, como ya he dicho, al final ganamos y fue la señorita Sutherland quien consiguió la última ficha de objetivo, ganando para nosotros un fragmento de la misteriosa loseta de Moloch. Y esto la verdad es que me condujo a otra interesante encrucijada. Por un lado, cada vez estamos ganando más poder...


...pero por el otro lado, también Moloch como podéis comprobar, que en la próxima partida que tengamos, tendrá un montón de éter para poder utilizarlo en sus odiosas cartas de Némesis y joderme vivo, y perdón por la expresión.



Así que tiré de ingenio y como compré la edición especial de la campaña de Kickstarter del juego, me aventuraré a una Misión en Egipto, que era uno de los extras que traía la opción y la cual decía en su interior, que cualquier jugador que esté en posesión de una loseta de Moloch podrá jugarla. Veremos que nos deparará la historia, seguro que cosas muy interesantes como nuestro segundo capítulo. ¡A LEER!





Sus huesudos dedos sujetaban la bola negra y no tardó mucho en soltarla, justamente cuando empezaron a oírse los primeros gritos. Sin prestarles mucha atención, sus ojos huecos observaron el movimiento de la bola, buscando un posible destino rodando nerviosa dentro de la ruleta. Súbitamente, cuando las voces de auxilio empezaron a multiplicarse, la bola se detuvo bajo un número y la ruleta fue aminorando su velocidad hasta que se detuvo. El rostro pálido de la mujer se aproximó al objeto. Tenía una tez marfilada y miraba atentamente  el número pero algo la hizo desconcentrarse y echarse hacia atrás, golpeando su enclenque cuerpo contra la pared de madera de la habitación. Primero fueron unos golpes y después unos gruñidos y al poco tiempo una sombra se perfiló entre los límites de la ventana. Se quedó estática mirando en derredor la estancia. Había dos mesas próximas a ella con las mismas herramientas de juego y disfrute clandestino. Mazos de cartas desperdigados por las mesas y fichas de póker guardándoles las espaldas. Sus cuencas oculares parecían abismos donde era imposible discernir algún tipo de luz en forma de iris y su tocado egipcio, la deslocalizaba de la estancia. Su vestido confeccionado con lino y los abalorios de sus escuálidos brazos no pertenecían a ningún joyero londinense. La sombra seguía impávida entre los límites de la estructura de la ventana. Pensó que aquello que ella estaba contemplando era lo mismo que lo que espiaba la sombra. Su rostro seguía petrificado sobre una de las paredes. Otra vez golpes y gruñidos y la sombra desapareció. No tardó mucho en intentar ver algo en la calle, posicionándose en una esquina del cristal de la ventana. Su reflejo mostraba la presencia de innumerables llagas, como si hubiesen sido excavadas alrededor de la comisura derecha de su boca, invitando a los indiscretos a penetrar en su interior donde se podía ver casi toda la estructura dental.

     —¡Los caballeros del Club Unicornio! —Sonó despectiva su voz.

Sus labios se extendieron en una amplia sonrisa e hilillos de babas con sangre corrieron por su mejilla. Su lengua parcheada no tardó mucho en absorberlos.

     —¡Ahora sí que Londres está a salvo! —Sonó maliciosamente ahogada y rugosa, mientras contemplaba el origen de la sombra.

Vio a Drago peleándose, o más bien, destrozando a un grupo de zombies. Rápidamente acabó con ellos y miró al otro lado de la calle. Casi enfrente se encontraba Emerson esperando a alguien o a algo. Se produjo un curioso juego de perspectivas. Por un lado, Drago miraba al enterrador y por el otro, la mujer hacía lo propio, observando a la bestia.

     —¡Imbécil! —Focalizó sus ojos en Emerson—. ¿Dónde estará su hermanito?

A Ira Kodich nunca la habían gustado los hermanos de excavación. Para su gusto parecían torpes y presuntuosos con su trabajo. No eran conscientes de que no estaban al servicio del Culto sino del mismísimo dios ardiente Moloch. Estúpidos botarates, que por el momento, les servían como dispensadores de carne, de materia prima para sus planes de reanimación. Eran para lo único que eran perfectos, no para encargarles una misión tan delicada. Los fragmentos de la loseta de Moloch requerían de un tacto sutil para poder adquirirlas, sin levantar muchas sospechas. No cabría ninguna duda, sería la última vez que les encomendaban una misión como ésta. Sería la propia Ira quien se lo comunicaría a su amado mentor, el gran sacerdote del Pontificado de Toth. Nunca lo olvidaría, su primer encuentro ya edificó su servidumbre a Moloch. Su papel de bruja malviviendo con trucos y juegos malabares no la hubiesen podido llenar como las enseñanzas de Moloch y de su sacerdote, que la salvó de la clandestinidad para darla un protagonismo en la orden, siendo la primera sacerdotisa de la congregación. Algunos vieron algo más en la ascensión meteórica de la mujer, pero callaron sus opiniones por temor al sacerdote. Empezó a aprender rápido y poco a poco se fue ganando esa posición y ahora estaba embarcada en la misión de su vida. Algo interrumpió su pensamiento. Al otro lado de la calle vio aparecer a Tobías. Drago también contempló la reunión entre hermanos de excavación. Tobías enseñó un objeto cuadrado a Emerson y después se marcharon raudos y veloces. Ira ya tuvo bastante, se marchó de la ventana y se acercó a una alfombra decorado con signos jeroglíficos. La apartó con el pie y apareció ante ella la mitad de una alcantarilla. La mujer se agachó para desplazar por completo la alfombra y dos ratas salieron a su encuentro. Ira Kodich las miró sin pestañear y ambos roedores se quedaron estáticos. No tardó mucho en deshacerse de ellos con un patadón y, abriendo la alcantarilla y colocando delicadamente la alfombra en su sitio, desapareció de la casa de juegos.

La hija de Blackmore fue conducida a un carruaje al final de la destartalada calle. Iba escoltada por un grupo de bobbies y solamente pudo despedirse con un ligero cabeceo de asentimiento, o quizás de gratitud, a los tres miembros del Club Unicornio. Habían conseguido salvarla y ahora la quedaba un largo recorrido hasta perderse en un crucero rumbo a Europa. A su paso sir Walter Cavendish la devolvió el gesto y la regaló una nimia sonrisa.

     —¡Por favor, sir Cavendish! —Se molestó Abigail, propinándole un ligero codazo al caballero.
     —¿Qué? —Se sorprendió y se quejó del golpe de la arcanista.
     —Conozco esa sonrisita.
     —No sé de qué diablos estáis hablando, milady.

Abigail le dirigió una furibunda mirada mientras el carruaje desaparecía del lugar. El mekamancer la evito regresando a los escombros de la comisaría donde Drago estaba buscando algún indicio del ataque. Alguna pista que les condujese a la siguiente etapa de su investigación.

     —¿Ha habido suerte, amigo?

Drago le negó mientras Abigail se iba deslizando hacia ellos. Habían pasado un par de horas del incidente y ya no quedaba nadie en los alrededores. Podían seguir trabajando sin la presión de las miradas curiosas de los extraños. Empezó con un escalofrío pero se transformó en corriente alterna cuando un susurro llamó la atención de la señorita Sutherland. Al principio pensó en sir Cavendish  por lo de la electricidad, pero viéndole que no la prestaba ninguna atención, siguió andando entre cascotes y piedras. Volvió a oír algo, esta vez una voz al cruzar uno de los montículos de escombros. Giró su cuerpo sobre su eje estremeciéndose y no vio nada. Continuó caminando hasta que perdió la vista de sus compañeros. Se encontraba sola.

     —¡Aquí no encontraran las respuestas! —Sonó una voz cavernosa.
     —¿Qui… quién sois?
     —¿No va muy rápido, señorita?
     —Soy impetuosa, ¿qué le voy a hacer?
     —¿No es usted una de las médium más famosa de Londres?
     —Habladurías.
     —Además de incrédula, humilde.
     —Nadie es perfecto.

Sonó una risita, escueta pero contundente que hizo que el rostro de Abigail sufriera una pequeña transición. De la rigidez facial a la elasticidad de una sonrisa.

     —¡ESTÁN RODEANDO LA CASA!

La joven regresó a la rigidez y seriedad anterior, mirando a todos lados. No había nadie.

     —¿Quién? ¿Dónde?
     —Si no vienen pronto, conseguirán OTRA y ya será tarde.
     —¿Qué otra?
     —Muy tarde.

Intentó concentrarse y cerró sus cuencas oculares forzando algún tipo de visión. No veía nada. Empezó a sudar del esfuerzo.

     —Ahora, ¿sufrís de diarrea? —Interrumpió la misteriosa voz.
     —¿Queréis ayuda o no? —Se molestó la arcanista, dejando de hacer fuerza, abriendo sus cuencas oculares.
     —Perdonadme, señorita Sutherland, tendría que estar agradecido por haber salvado a mi hija.
     —¡BLACKMORE! —Se quedó petrificada del descubrimiento.

Emerson no paraba de mirar al techo húmedo del pasadizo buscando algo.

     —¿Todavía los echas de menos?
     —No puedo vivir sin ellos, hermano.
     —Estás loco, Emerson, son sólo unos pajarracos.
     —¿Y quién no lo está en este mundo?

Apareció de la nada y asustó a los dos hermanos de excavación. Ambos no se asustaron de su presencia sino de la de los otros, sus acompañantes. Los dos guardias reales los miraban con su rostro cadavérico y su sonrisa eterna. Aunque a Emerson le llamaba la atención otra cosa. Sobre uno de los hombros inclinados de los zombies que custodiaban a Ira Kodich, había un cuervo picoteándolo frenéticamente, rebuscando masa ósea.

     —Mira, ahí los tienes. —Dijo Tobías percatándose de la presencia aviar.
     —¡Esos no son los míos!
     —¿No sabía que fueran tan nostálgicos el gremio de enterradores londinense?
     —No es nostalgia sino apego, querida. ¿Sabéis de lo que hablo?

Los guardias reales avanzaron hacia los hermanos de excavación, apuntándoles con unas relucientes bayonetas. Su paso era lento pero decidido. Tobías y Emerson asintieron congratulados, parecía que habían ganado el duelo dialéctico contra la mismísima sacerdotisa de Moloch, pero sus cabezas volvieron a su posición poco inclinadas, sabiendo de antemano que la victoria había sido una pírrica. Miraron la mano de Ira Kodich, extendiéndose y demandando algo. Emerson miró a su hermano y éste rebuscó entre su uniforme, sacando un trozo de piedra del bolsillo.

     —¡BIEN! —Se relamió sus labios, haciéndose perder su lengua en el interior de las llagas de sus heridas mientras miraba la escritura jeroglífica del fragmento.
     —Era eso, ¿verdad? —Se interesó Tobías.
La sacerdotisa dejó de mirar la loseta de piedra y alzó su rostro altanero al desenterrador.
     —Una parte. —Volvió a mirar la piedra como si estuviese hipnotiza por su encanto—. Tenemos que conseguir otra.
     —¿No me digáis que tenemos que quemar otra comisaria? —Dijo Emerson sin dejar de mirar a los cuervos revoloteando por el túnel.
     —¿Otra comisaría? No, pero quizás una mansión.

La mujer se dio la vuelta y al instante sus guardias reales, alejándose de los dos hermanos de excavación, que la miraron como partía.

     —¡Vamos! Esto aún no ha terminado.


La mansión Blackmore se encontraba majestuosa y algo deteriorada enfrente de ellos. Durante mucho tiempo fue el foco de luz de la cultura e investigación de un selecto grupo de científicos y profesores. Las sesiones empezaban a las tres en punto y solían acabar dando la bienvenida a la madrugada. Allí se trataban todo tipo de asuntos culturales y docentes. Desde planes de estudios hasta la preparación de la próxima expedición auspiciada por su majestad la reina, incluida la que tuvo lugar en la remota Tyr en Siria. Fue la última que financió el Museo Británico ya que acabó en un dramático desastre con la pérdida de vidas, entre ellas la del propio Blackmore y la de uno de los mayores representantes de las casas nobiliarias inglesas, lord Douglas Turnbull, además de la desaparición de todos aquellos valiosos objetos que se extrajeron de la expedición. A partir de aquel nefasto viaje y sus consecuencias, la mansión y todo lo que rodeaba a su centro social fue apagándose hasta acabar en el más triste y desolador olvido. La hiedra conquistando su fachada daba muestra de un tiempo pretérito y perdido.

     —Espero que tengáis razón, Abigail.
     —Bueno, sólo hay una manera de comprobarlo, ¿no?
     —Eres la primera arcanista empírica que conozco.

Drago fue el primero en acercarse al porche de la mansión. Ante el hombre lobo se encontraba un espacio pequeño pero acogedor, invadido por el verde de la campiña londinense y cubierto con una techumbre en forma de pináculo de madera a dos aguas. Al poco aparecieron sus compañeros. Un codazo peludo bastó para amortiguar el impacto y romper la puerta de madera de la entrada
.
     —¿No sabéis llamar, amigo?
     —¿Y qué acabo de hacer? —Contestó olisqueando el umbral y entrando.

Walther y Abigail le siguieron portando ambos una lámpara de queroseno. Los tres llegaron a una habitación en forma de L. Lo primero que les llamó la atención fue el crepitar de sus pasos sobre el suelo de madera. A medida que avanzaban, los haces de luz de las lámparas iban enfocando  la superficie mostrando un dibujo que les recordaba a Egipto. Sobre el suelo había dibujado un halcón con las alas abiertas que se asemejaba a aquel que representaba al dios Horus egipcio.

     —¿Qué fue exactamente lo que os dijo el supuesto lord Blackmore?

Abigail estaba moviendo su lámpara, mirando una esquina donde había una máscara plateada representando un rostro alegre. La joven se dispuso a contestar a sir Cavendish mientras cogía el objeto y le daba la vuelta, apareciendo un rostro triste.

     —Pues…
     —¿SUPUESTO? —Una voz aguda, enfadada,  retumbó en la habitación.

Los tres empezaron a mirar en todas direcciones buscando su origen. Los haces de luz se perseguían nerviosos por la paredes y el suelo.

     —Ahora os comprendo, milady. —Continúo la voz, más apaciguada,  mientras Abigail asentía sonriendo—. Un caballero eléctrico y un gatito poniendo en duda a un fantasma. ¡Está sí que es buena!
     —Perdonad, lord Blackmore pero somos pobres hombres de ciencia y necesitamos pruebas concluyentes.

Una luz los cegó durante un par de segundos, lo suficiente para que se agazapasen entre ellos mismos.

     —La fe mueve montañas, sir Cavendish.

Ante los tres apareció una entidad vaporosa, que rápidamente cobró forma humana o casi. No tenía pies y parecía andar sobre una nube o superficie gaseosa. Pero no había ninguna duda, era la imagen del conservador Blackmore. Incluso mantenía parte de la soga que lo mandó al otro mundo. Vestía como si hubiese dado una de sus famosas conferencias acerca del milenario Egipto aunque su cuerpo delataba su presencia fantasmal. Se podían ver sus huesos traslucidos y su cabeza era una mezcla de calavera y cabeza humana, quizás el pelo era lo único que lo podía identificar con el género humano. Se podía ver otra curiosidad colgado en su cuello, la presencia de un cartel de madera que ponía ¡Ayudadme!

     —Hay montañas más grandes que otras, ¿no? —Desafió sir Cavendish con ironía.
     —Y no todos los necios son iguales, ¿verdad? —Sentenció el conservador, ganando la contienda sarcástica y también ganando risitas burlonas detrás del mekamancer.
     —Lo siento, —Drago se limpió las lágrimas de sus mejillas ante la enfadada mirada de Walther—. A mí me ha convencido, lord Blackmore.
     —Bien dejémonos de tonterías, el tiempo apremia. Necesito…

En ese momento el cristal de la ventana más a la izquierda se rompió en mil añicos. Todos se asustaron excepto Blackmore que seguía mirándolos atentamente.

     —…que os hagáis con mi fragmento, creo que ya tienen el de mi hija y es de vital importancia conseguir todos los que podamos.
     —¿Fragmentos?
     —Sí, existen tres fragmentos más, además del mío y el de mi hija. —aclaró la presencia fantasmal.
     —O sea que son cinco. —Dijo Drago, asombrándose de la suma obtenida.
Lord Blackmore miró a la bestia y se sintió un poco ofuscado.
     —Estoy empezando a tener serias dudas acerca de su profesionalidad, caballeros.

Una segunda ventana fue destruida y la primera antorcha irrumpió en el interior del salón, impactando en el brazo derecho del sofá individual. El fuego empezó a extenderse rápidamente por el mueble y el suelo.

     —¡MI SOFÁ DE TERCIOPELO HINDÚ!
     —Pues ahora es de chamuscado fuego británico. —Terminó Walther, preparándose para disparar sus rayos.
     —Vayan a mi habitación y recójanlo.
     —¿Có…cómo? —Preguntó desorientada la señorita Sutherland.

Lord Blackmore alzó sus dos huesudas manos, intentando mostrar a la joven que su naturaleza espiritual le hacía imposible coger cosas en este plano astral. Abigail, avergonzada, asintió y el conservador la indicó que fuese a la pared más situada a la derecha. La joven agarró el pomo de una puerta y la abrió accediendo a su oscuro interior. Empezaron a entrar en tropel por la ventana rota de la mansión. Cientos de zombies en llamas conquistaban poco a poco el salón. Sir Walter Cavendish alzó sus guantes y empezó a expulsar rayos a diestro y siniestro. Drago era más cercano, dando patadas a los zombies que no estaban rodeados de fuego y a los que estaban, cogía objetos de la mansión y los utilizaba contra ellos.

     —¡MI MÁSCARA DE ARISTÓFANES!

Fue tarde, Drago la incrustó en la cabeza de uno de los zombies y las llamas hicieron el resto.

     —¡Lo… lo siento!

Abigail Sutherland cerró la puerta y abrió la pequeña llave de una lámpara de pared. La mujer miró alrededor, observando primero el escritorio y después la cama del conservador.

     —¿Dónde estará?

Un zombie escapó de las garras de Drago cayendo hacia Walther.

     —¡Cuidado!

Sir Cavendish amagó diestramente al aviso de lord Blackmore y direccionó uno de sus guantes contra el cuerpo en llamas del zombie, carbonizándolo por completo.

     —¿Qué diablos son esas piedras? —Quiso saber al mismo tiempo que apuntaba con su guantelete a otro de los zombies, explosionándole su cabeza.
     —Juntas forman un cantico de resurrección.
     —¿De resurrección?
     —¡Poderosísimo!
Drago agarró a tres de los últimos zombies en entrar y los apachurró contra la pared del salón.
     —Sí, el de Moloch.
     —¡CUIDADO! —Volvió a gritar el conservador, imitando el amago del ataque aunque a él no pudiesen tocarle.
     —¿De quién?
     —De Mo….

En ese momento sonó una A desgarra haciendo detener la explicación de Blackmore. Una bayoneta se había clavado en el hombro del despistado Drago. Todos miraron el zombie que cargaba el arma y comprendieron quien los atacaba. Drago enrabietado se deshizo del guardia real zombificado y del golpe acabó despanzurrando a tres más detrás del primer atacante. La puerta principal se desvencijó y ante ellos apareció Ira Kodich.

     —Vaya, vaya,… ¿No sabéis quien es Moloch?
     —Si le digo la verdad, madame, a mí también me están defraudando un poquito. —Resultó irónico el conservador, llegando a la misma conclusión que su enemiga.

El mekamancer miró enfadado al lord, sin saber muy bien de qué lado estaba y disparó otro rayo que impactó en la sien de otro guardia real.

     —Esto se está poniendo interesante.

Ira se abalanzó con una agilidad inusual, lanzando un par de calaveras en llamas hacia Walther. Éste  las esquivó rápidamente pero ambas impactaron sobre la pared, creando un velo de humo, dificultando la visión en el interior.

     —¿A qué estáis esperando?

Ira Kodich se dirigió a los hermanos de excavación que aparecieron a su lado.

     —¡Id tras la chica!

Los dos asintieron corriendo hacia la habitación de Blackmore mientras sir Cavendish seguía lanzando rayos a doquier y Drago, no dejaba de dar mamporros de igual manera. El humo se fue disipando y el mekamancer se encontró con Ira frente a frente. Ni lo dudo un segundo, apuntó y disparó sus rayos. La electricidad parecía que iba a impactar en el rostro de Ira, pero repentinamente un zombie apareció arrastrándose por el esbelto cuerpo de la sacerdotisa. Escaló desde los pies y se puso de escudo frente al impacto eléctrico. Simplemente desapareció. La sacerdotisa aprovechó el momento y se abalanzó hacia sir Cavendish. El mekamancer se resbaló y cayó delante de la mujer.
Abigail seguía buscando en cada rincón de la estancia pero no vio nada. Mágicamente apareció el rostro de Blackmore de una de las paredes.

     —Perdonad querida, está en el pequeño cofre, debajo de mi cama.

Abigail se agachó y descubrió el objeto, lo abrió y cogió el fragmento. En ese momento Tobías aserró la puerta desencajándola y un fuerte haz de luz flamígero inundó la habitación. Emerson apareció detrás, acompañado de un fulgor anaranjado apuntando a la joven.

     —Si sois tan amable. —Inquirió educadamente el desenterrador.

Abigail se escondió el fragmento en el interior de su vestido y sonrió a los dos hermanos de excavación, mientras sacaba a pasear a Caliburnus. El haz de luz plateada de su filo hizo dudar durante unos segundos a sus atacantes. Pero hubo algo más que la corrigió su sonrisa, helándosela. Sintió un profundo olor inundando toda la habitación, oyendo una especie de silbido filtrándose por algún lado.
 
     —¡Uy!
     —¿Qué pasa?

Tanto Abigail como sus atacantes esperaban alguna respuesta del conservador. Éste sonrió para él, de una manera avergonzada.

     —Me he olvidado del mecanismo.
     —¿Qué mecanismo?
     —Tenía bajo mi poder un fragmento de la loseta de Moloch, —intentó justificarse la aparición—. ¿Tenía que protegerlo de alguna manera, no?

El olor seguía siendo consistente y empezaba a conquistar más habitáculos de la mansión. A medida que llegó al salón, las llamas empezaron a crecer de una manera alarmante devorándolo todo a su paso más rápidamente. El silbido se multiplicó retumbando por los alrededores.

     —¿QUÉ MECANISMO? —Se impacientó la joven enfadándose con el lord.
     —Uno de autodestrucción, jejejeje.
     —¿QUÉ?

La señorita Sutherland miró a su alrededor y más allá. Gracias a la destrucción de la puerta pudo ver como sus dos compañeros seguían luchando, siendo ajenos a una posible amenaza invisible.

     —¡Escape de gas! —Concluyó la arcanista.

Lord Blackmore asintió manteniendo su vergüenza y desapareciendo de su habitación. Abigail no lo pensó mucho, alzándose unos centímetros y marchándose hacia sus compañeros frente al asombro de los dos hermanos de excavación. Cuando llegó, tanto Walther como Drago, no supieron saber muy bien lo que estaba pasando.

     —¡AGACHAROS!

La joven los cogió de ambas manos y se inclinó junto a ellos ante el asombro de los allí congregados. La mansión Blackmore estalló por los aires.




Se encontraba rodeado de sombras y de gruñidos y chirridos. El ser no se definió hasta pasado unos segundos. Sus pies desnudos caminaban entre los restos de la mansión, escoltados por los pliegues de una sotana. Se detuvo de espaldas enfrente de una cúpula blanquecina de energía. La miró un rato y sonrió automáticamente. Había muchas cosas que llamaban la atención del sujeto. Primero llevaba con él un paraguas cuyo mango era una serpiente viviente que se enroscaba en su brazo izquierdo y después la amenazante presencia de cuatro hombres de tez negra escondidos bajo una máscara que representaba al dios ibis egipcio. Sus cuerpos fornidos y pectorales desnudos bien desarrollados, daban cuenta de la buena disposición física de los mismos. Por un lado tenían agarrados una cimitarra plateada y por el otro, un babuino furioso que chillaba a la cúpula frenéticamente. El hombre del paraguas seguía manteniendo la sonrisa y parte de su melena de ceniza se dispersaba por sus hombros. Poseía una estructura de protección del mentón fabricada en oro que le daba un aspecto enmascaradamente peligroso. Su gorro en punta, destartalado sombrero de copa milenario con la insignia del Culto, un gran ojo carmesí que lo ve todo, lo arropaba conjuntamente con el interior de su vestimenta cubierta por una sotana negra que lo escondía completamente. Llevaba en su cuello y protegiéndole su pecho, un peto de alabastro de reminiscencias egipcias, dejando desnudo el bajo vientre, donde se podía contemplar parte de su estructura intestinal.

     —Creo que he llegado tarde, señorita Sutherland.

                                                                                                           CONTINUARÁ...




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