El título de la película hace contextualizar su diégesis,
irremediablemente. ¿Qué pasaba en aquel verano en las pantallas de medio mundo?
Aparte de asistir a otra fase expansiva del blockbuster norteamericano en el
globo, están los estrenos de Indiana
Jones y el Templo Maldito (Indiana Jones and The Temple of Doom, Steven Spielberg) o de Calles de fuego (Streets of Fire, Walter Hill), aunque los títulos más
significativos para esta crítica serían Gremlins
(Joe Dante) o Starfighter: La aventura comienza (The Last Starfighter, Nick Castle). En ambas ficciones una
comunidad era zarandeada por “lo extraño”, bien en forma de bichejos a los que
no se podían alimentar después de la medianoche o bien en forma de
extraterrestres, reclutando pilotos para defender la frontera galáctica contra
Xur y la armada Ko-Dan. Además sus actantes compartían una misma geografía: un
municipio o suburbio residencial donde creían vivir protegidos. Todo esto se
vuelve a presentar en la película de Yoann-Karl
, Anouk Whissell y François Simard, los creadores de Turbo Kid (2015) pero quizás su
propuesta se acerque más a “ lo real” que otros homenajes como pudieron ser Super 8 (J. J. Abrams, USA, 2011) o la serie Strangers Things (Matt y
Ross Duffer, USA, 2016-), como
puntos de partida de un legado Amblin que, por supuesto, Verano del 84 prolonga. Hasta aquí todo lo que se puede esperar
pero más allá, sólo existe una profunda decepción y sobre todo una que enfada.
Existían motivos suficientes para construir otro ejercicio de estilo. Otro
periplo por recorrer que estuviese preñado de las características de los
productos anteriores, pero que al mismo tiempo, pudiese incluir alguna novedad,
es decir, dar más juego. Dos ejemplos pivotan las posibilidades, aminorándolas
negativamente. El primero es la aproximación a los personajes.
El tratamiento
al grupo se ha visto infinidad de veces pero aquí se muestra una pequeña
evolución en su acercamiento, que los hermana ligeramente con los personajes de
Cuenta conmigo (Stand by Me, Rob Reiner, USA, 1986), mostrando a un
grupo de adolescentes en plena efervescencia sexual continuada. De hecho, los
chistes sexuales están diseminados por todo el metraje, repitiéndose a cada
segundo como herramienta de distensión/distanciación que los creadores quieren
otorgar a su ficción. Pero, además, existe algo que saca de quicio a la
propuesta desarticulándola completamente. Los cuatro protagonistas, aunque se
podía hacer extensible a la chica de turno, están horriblemente dirigidos. Y
frente a la construcción de potentes imágenes como las de “la caza del hombre”
nocturno, realizadas en planos cenitales, donde los vemos corriendo apoyados en
los haces de luz de sus linternas, los planos y movimientos que sustentan la
presencia del grupo se muestran incómodos. Es más, hay momentos cuando están
los cuatro compartiendo algún plano general que no saben qué hacer. No saben
dónde colocarse, pareciesen desorientados, bien no sabiendo donde ubicarse o
bien, no creyéndose la mayoría de tonterías que sueltan entre ellos,
cuestionando la credibilidad de la propia representación. Sería interesante
preguntarse hasta qué punto hemos llegado a ese territorio donde la
contaminación es tal, que ya da lo mismo escribir una cosa u otra, enseñar lo
que sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario