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jueves, 14 de noviembre de 2013
HOJA APERGAMINADA. (XII). DE ELEGÍAS.
Continuamos explorando el pasado más lejano de la Dragonlance y seguimos atentos a la primera de sus series en orden cronológico: las Historias Pérdidas. Nos acercaremos a los dos primeros libros que la conforman. Ya hemos hablado de Los Dragones primeramente, que curiosamente sería el último de sus tomos, así que nos centraremos en The Irda (Volumen 2) y en The Kagonesti (Volumen 1) que nos cuentan algo que ya sabemos: (Hoja Apergaminada. VI. El Comienzo de una Leyenda) las batallas de los Dragones de Krynn. Desde la primera hasta la última y de cómo estos enfrentamientos bélicos afectaron al mundo de Ansalon antes del Cataclismo. Además ambos libros comparten similitudes narrativas y contextuales. Las últimas son imperdonables para cualquier seguidor de la serie porque hasta día de hoy, esto es, trece de Noviembre de 2013, todavía no se han editado en castellano. Por supuesto las narratológicas son más interesantes. Las dos novelas cuentan huidas y encuentros de diferentes razas. Por un lado la de los míticos Ogros y por otra la de los misteriosos Elfos salvajes en esta fratricida contienda. En la sexta Hoja Apergaminada desenterrábamos este envite desde el punto de vista de los cielos donde los Dragones eran sus dueños. Pues bien ahora regresamos a ese mismo espacio y tiempo para hablar de otros protagonistas, que ya se perfilaron sutilmente y que si bien es cierto no son tan sorprendentemente poderosos como los legendarios seres alados, si que poseen una valía inesperada para los distintos bandos que escojan. Por tanto dejemos el plano cielo y toquemos la rugosa tierra, rezuma temblor.
"Las palabras tejen la Historia del Mundo de los Ogros, los primogénitos de los Dioses."
La palabra es la garante de la significación en un texto. A través del relato se expande desarrollando su estructura. Contar la génesis de algo ayuda a ubicar su propósito, al menos encauzándolo genéricamente. De esta manera, desde el principio vamos a asistir a la narración o a la crónica de la decadencia de la raza de los Ogros. Linda P. Baker comienza su historia con un Canto y tiene sus razones para ello. La canción como elemento gramatical (continente estructural de la palabra) y vocal (aprovechando su oralidad) engarzándolo con el cuento, relato mítico por excelencia y pagando un tributo a la herencia clásica griega. Por otra parte existe el componente generacional, la transmisión oral de diferentes generaciones produciéndose vínculos entre ellas y uniendo sus lazos contra el tiempo. No es algo anecdótico en la Dragonlance, donde en algunos casos el Canto ha llegado a transformarse en trasfondo de algo pasado, información velada para el lector que disfrazada de rima ayuda a contextualizar la prosa (sin ir más lejos el comienzo del segundo tomo de las Crónicas de la Dragonlance, La Tumba de Huma donde en una única página se explica el hallazgo de una hoja de la mítica Dragonlance en un muro de hielo). Y en otros casos ha hecho el camino contrario, convirtiéndose el Canto en procelosa narración (la trilogía de las Crónicas Perdidas es un buen ejemplo).
Cuando uno se aventura en los dominios de la Lanza del Dragón por primera vez, es consciente de que está adentrándose a un mundo fantástico pero también es inconscientemente a veces, de su mensaje. El universo de la Dragonlance nos está hablando del nuestro propio y en este caso además de subvertir algunos términos mitológicos, como jugar con las expectativas del narratario acerca de la figura del Ogro presentándolo como su antítesis, la autora nos enuncia un elemento poderosamente religioso que entronca con la vertiente judeocristiana en su base conceptual.
"Lo que vaya a decirte no será fácil de comprender al principio. Va en contra de muchas cosas que te han enseñado, muchas de las cosas que creías. Debes estar preparado para escuchar con una mente abierta. Un corazón abierto."
Llegó el momento de la verdad. Aquel por donde se pliega la narración, cuestionándola a partir de este justo momento. Es una cesura por donde la anagnórisis se cuela dando un giro a la trama. El personaje de Igraine revela al resto su secreto: su capacidad de elección.
La raza de los Ogros han sido durante muchísimo tiempo los elegidos por los dioses para gobernar Krynn a su antojo, inclinando la balanza de la justicia de un lado o del otro. Esta condición los ha aupado a la condición/casta de intocables pero también los ha perjudicado, individualizándolos con respecto a otras razas y aislándolos del resto del mundo. Una de las maneras más fáciles de poder hacerlo ha sido esclavizando a los más débiles. El tema de la esclavitud se dispersa por los renglones de la novela, entroncándola con todo aquello que creemos saber acerca de esa maldita lacra de la humanidad, que a día de hoy nos persigue. Los humanos son inferiores a los ogros y por imposición divina se han convertido en sus esclavos. Habrá habido momentos de poder desembarazarse de esa losa, pero la justificación divina es demasiado poderosa silenciando el grito de libertad entre la comunidad humana. Pero todo eso está a punto de mutar y lo más sorprendente o típico es que nacerá del interior de la propia raza dominante, en concreto de las entrañas de una mina donde un esclavo humano salvará la vida de una princesa Ogra. Es el comienzo del fin para los orgullosos Ogros. La mayoría necia no lo verá y solo unos pocos se darán cuenta de la revolución.
"Nuestra civilización fue una vez importante e innovadora. Nuestros ciudadanos fueron guerreros y ladrones. Cogimos lo mejor de todo el continente. Ahora no hacemos nada por nosotros mismos. Nuestros guerreros se han convertido en perezosos e inútiles, nuestra gente está en decadencia. Nuestra crueldad insiste en el sufrimiento de los otros."
Igraine ha señalado el cambio, ahora tiene que demostrarlo denunciando la decadente situación de los suyos. El elemento cristiano hace acto de presencia. Alguien tiene que ser el primero en rebelarse, en dar el primer paso; alguien tiene que quitarse la venda, iluminar el camino de la salvación, el primero en salir de la caverna platónica. Y esto nos hace acercarnos al fascinante mundo de la filosofía, la del libre albedrío que es lo que la princesa Ogra pretende representar. Hasta que no consiga convencer no podrá vencer. La identidad tendrá que ser hallada en sus actos y palabras, el reconocimiento de lo que fueron jamás será olvidado para construir una nueva comunidad donde las cadenas de la ignorancia serán abolidas. El pasado como enseñanza para el presente y camino de no retorno para el futuro. La destrucción literal de la Canción de los Ogros, de lo que su civilización representaba, se convierte en metáfora de su renacimiento. Ya no es un Canto sino una Elegía.
Douglas Niles propone un efecto contrario en The Kagonesti. Decide optar por la acción frente a la pausa pasional que rezuma The Irda, aunque su tramo final sea desestabilizado por una espiral destructora narrativa. Es como si ese frenesí de la última parte de la novela de Baker impulsará al de Niles. No nos tiene que sorprender tampoco viniendo de un estilo tan determinado como el suyo, presentándolo no sólo en esta serie de libros sino en la de Reinos Olvidados por ejemplo. Para empezar tengo que ser sincero, para mí es uno de los grandes de la Dragonlance. Su estilo nervioso impregna cada pausa del viaje que nos propone en cada una de sus aventuras narrativas.
La novela se divide en un tríptico elegíaco donde cada personaje va emparentado con su herida. El escritor parece decirnos que el tiempo es el único señor de las cosas, el auténtico Dios todo poderoso y el resto de actantes meras marionetas que pululan por hábitats ficcionales, dispuestos a ser zarandeados para disfrute de la plebe lectora. La tragedia será el detonante por el cual cada héroe se verá involucrado en la trama de una manera u otra, cada villano verá cumplido su propósito pero al mismo tiempo será testigo de su final. No existe acto más trágico que contemplar tus sueños derrumbarse delante de tus narices y eso lo consigue Niles con pinceladas descriptivas envueltas en momentos de pura adrenalina narrativa (ejemplos en la primera parte sería la actuación de Kagonos en la guerra contra los Dragones). Pero donde mejor se refleja ese sentimiento de perdida es en su última tramo, aquel donde asistimos perplejos a casi un Holocausto de los Elfos salvajes por parte de Istar. A lo largo de la novela hemos sido testigos casi de un nacimiento élfico, de una nueva raza de Elfos diferentes a los Silvanesti y Qualinesti, de su reconocimiento por parte de Silvanos. Después observamos su alianza con los Dragones del bien. Este desarrollo se paraliza en la última parte, cuando contemplamos la primera de las muchas masacres de los hombres de Istar contra los descendientes de Kagonos. La destrucción solo genera destrucción y la caída de Istar será el comienzo de un nuevo amanecer. Los pocos Elfos Salvajes supervivientes empezarán a construir su raza desde los escombros mientras Istar desaparecerá del mapa de Ansalon, cambiándolo por completo en su fisonomía geográfica. Desde una de las inquebrantables montañas que jalonan Krynn, los Elfos Salvajes miran estupefactos las causas del Cataclismo y algo se les quiebra por dentro. Es la contemplación de la pérdida de un mundo, de una cultura y una sociedad que fue engullida por la arrogancia y soberbia.
The Kagonesti no es una comparación con respecto a The Irda sino más bien un complemento que describe una perdida, la demarcación triste de algo por lo que merece ser recordado. Mirar al pasado de una mitología es descubrir sus elegías. Bien desde una óptica pausada o bien desde un posicionamiento brusco, en cualquier caso llorar por la muerte de un tiempo pasado. Es sintomático que estos libros se hagan llamar Historias Pérdidas. Hablan de una carencia en su núcleo narrativo, algo que se perdió y que vale la pena recordar.
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