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lunes, 31 de marzo de 2014

LOS TEMÁTICOS DE MARZO'14. DE ESPADACHINES Y OTROS MENESTERES. PARTITURA NOCTURNA (VIII). HOJA DE RUTA.

Alfred Newman creó la fanfarria de la Fox, la Warner no se iba a quedar atrás y contrató a su compositor de cabecera Max Steiner para hacerle la competencia. Es curioso como una escueta melodía podría ser la banderola musicalmente hablando de la representación de todo un estudio. Y es que empezar con algo que te quedase parapetado a tu asiento mediante pequeñas notas que representasen, la mayoría de las veces, a los instrumentos de metal y, además identificasen un universo propio era algo hecho con inteligencia, como todo lo que solía hacer Hollywood antiguamente. Hoy nos vamos adentrar en un mundo de piruetas, duelos, romances y como no espadachines aportando música al background de este Temático de Marzo. De espadachines y otros menesteres. Y lo haremos de la mano del llamado padre de la banda sonora cinematográfica, Max Steiner. Así que sentémonos y dejémonos llevar por la melodía de una mandolina hacia el norte de una Italia medieval dividida frente a un peligro imperial, el Emperador teutón. ¿De qué lado estáis? ¿Del Halcón o de la Flecha?



Antes que nada, y sin que sirva de precedente ya que nunca lo he hecho, voy a criticar la nefasta edición del CD de la banda sonora de El Halcón y la Flecha (1950). Esta compañía, Bud Movies, lo que ha hecho es grabar directamente, seguramente desde el televisor de sus casa, la música del film y sacarla al mercado a un precio irrisorio. Si os acordáis de la anterior Partitura Nocturna (El Secreto de una Saloma), la edición de Los Contrabandistas de Moonfleet está realizada por una de las casas más prestigiosas de la banda sonora, la Film Score, y el CD hay que pagarlo pero merece la pena, la edición es perfecta, con temas no publicados y material gráfico e informativo de lujo. De verdad que a veces es mejor pagar más por una cierta calidad. Es vergonzoso oír un tema de esta edición y repentinamente se corte, sin dejar a la melodía morir tranquila. Nefasto.


Como decía antes, la fanfarria nos manipula frente al logo de la Warner y la suite de Steiner continua el hipnotizado viaje del espectador/oyente por una Italia medieval a la que hay que poblarla de música cinematográfica. El tema del protagonista, Dardo (Burt Lancaster) se crea alrededor de unas acompasadas notas interpretadas por una mandolina que continuando con la alegría que transmite, finaliza con una tarantela. Después vendrá el tema del Halcón, en un tono más bajo asesinando el componente lúdico del instrumento y del baile anteriores, aunque después regresará con más fuerza si cabe, demostrándonos que la alegría es una fuente de energía muy poderosa, alimentándose en beneficio de los personajes de la película. Esta suite, como todas, son ejemplos paradigmáticos de contención sonora donde el autor distribuye, primeramente presentándolos, los variados temas que va a incluir el film. Es una especie de hoja de ruta por donde el compositor va afianzando su estilo sonoro. De hecho Steiner dijo en una ocasión que "lo más difícil de una partitura cinematográfica es saber donde empieza y donde termina, es decir saber exactamente el lugar donde irá la música sin entorpecer la narración visual."
La creación del típico baile napolitano nos produce ganas de saltar como lo hacen los personajes y, sobre todo, ganas de vivir. El ritmo acompasado de seis por ocho es la representación de ese estado eufórico al que van ligados los lombardos de la película, cosa contraria al tema que representa el Halcón, sombrío, estático como su figura que observa todo desde una cierta altura, condescendientemente orgulloso. Se podría decir que su tema es uno monótono, insustancial y típico mientras que la utilización de la tarantela por ejemplo, se va amoldando a las sinuosidades de la partitura y la narración. Un ejemplo perfecto de esto es el tema de amor, donde el tono del baile se escucha más despacio, su ritmo se ha visto alterado por el sentimiento de los dos protagonistas. La música y la acción se dan la mano. La Suite es rica en temas pero serán estos dos los que manipulen al resto, produciendo un movimiento basculante entre los intereses del pueblo llano y los de la nobleza, creándose mojones en esta hoja de ruta verdaderamente bellos como el llamado "The Princess in the Forest", donde podemos ser testigos de un maleable tema sinfónico, muy típico del tema amoroso, pero que abruptamente se transforma en notas discordantes, alertándonos de la vis cómica de esta versión de un Robin Hood lombardo.
Y es que está partitura es un ejemplo del uso que le daba Max Steiner a la música cinematográfica en general y al género de aventuras en particular. Danny Elfman dice en un sorprendente documental sobre el maestro, que él empezó de la nada. Que él creó el lenguaje narrativo proporcionando a la música su carácter narrativo, contando una historia. El estudioso John Mauceri apoya la importancia de Steiner en el devenir de la B.S.O: "La música de Wagner predecía un movimiento en la sala, en los films se hace lo contrario. A día de hoy cualquier partitura cinematográfica sinfonía usa el lenguaje creado por Max Steiner." Su legado se desborda por todos los rincones del planeta. Existe otro tema, el que representa a los lombardos agrupándose para el enfrentamiento, que el compositor japonés Masuru Sato lo adoptó para su partitura de La Fortaleza Escondida (1958) de Akira Kurosawa. Hasta que punto el director nipón conocía el mundo occidental o por lo menos su arte. Que valga este pequeña reseña como homenaje al padre de la banda sonora que gracias a sus innumerables hojas de rutas, hemos podido aprender y disfrutar al mismo tiempo de un arte, el de la música de cine.







domingo, 30 de marzo de 2014

LOS TEMÁTICOS DE MARZO'14. DE ESPADACHINES Y OTROS MENESTERES. SESIÓN CONTINUA (XI). TRIBUTO A LA MIRADA PRIMIGENIA.

La memoria es selectiva y la mirada escoge los elementos de esa recolección. Suele ser además bondadosa con uno mismo, opta por aquellos momentos, imágenes que más nos han cautivado desde un espectro positivo. Al pasar los años nos damos cuenta que lo benéfico es lo que se alambica en nuestra mente, recordándonoslo toda la vida. Incluso la fabricación puede llegar a ser terriblemente engañosa, creándose un pasado ficticio donde había ruinas, podemos llegar a recordar castillos. A esa primera imagen me remito para adentrarme en mis propios recuerdos, en mi propia cinefilia para redescubrir un santuario. Uno de los pocos que poblaban el lugar que me vio crecer, Medina del Campo. Me refiero al descubrimiento de la sala del proyector del cine Lope de Vega del que os he hablado tantas veces. Se accedía a ella a través de una pequeña escalera de caracol arrinconada en el lado derecho de la entrada del cine, justamente en frente de la diminuta cafetería (una barra de un par de metros guardaba una minúscula cafetera). Una vez subidos los peldaños de la escalera te enfrentabas a un pasillo que te recibía con una oscuridad que combatía los dos únicos puntos de luz existente, situados al fondo. A medida que deambulabas por la extensión del mismo te dabas cuenta que esos dos puntos luminosos correspondían a dos habitáculos; el primero era la sala propiamente del proyector, su gutural ruido te daba la bienvenida, y la otra, era un cuarto donde se rebobinaba la película, y en algunos casos hasta se montaba. Era una especie de carnicería para el celuloide donde el proyeccionista cortaba los sobrantes y los pegaba. Cantidad de material fotográfico de celuloide y material de publicidad se amontonaba alrededor de una especie de moviola artesanal donde se cargaba la película y con una manivela se adelantaba o retrasaba. Jamás en mi vida estuve tan placenteramente rodeado de tanta basura cinematográfica. Al contemplar otra vez la Princesa Prometida, me ha venido a la memoria ese primer momento. Es una mirada, la del nieto (Fred Savage) después de que su abuelo (Peter Falk) haya terminado de leer la novela. Es un plano que contiene un rostro casi extasiado. Es un ejemplo de asimilación y de transmisión de un legado. El joven ya no volverá a ser el mismo y esa mirada perdida, recordando aquellos momentos, le acompañaran toda su vida e incluso puede que le forme como persona. Ha pagado su tributo.




Podríamos decir que de eso mismo trata Scaramouche (1952). De esa primera sensación de goce que se nos queda sellada en nuestra memoria eternamente. La primera versión de la obra de Rafael Sabatini (autor del Capitán Blood o El Cisne Negro), la película muda de 1923 dirigida por Rex Ingram, nos mostraba una ficción muy sujeta a lo que se suponía que podría haber sido los hechos acontecidos en el periodo revolucionario francés; la versión de George Sidney pareciese más preocupada en la estética que en la verosimilitud. Otra época, otro tiempo. En los años cincuenta había que entretener a un público, sin importarles en absoluto el grado de realidad impreso en los fotogramas, ya vendría los años sesenta cargados de cinema verité. Por lo tanto Scaramouche es ante todo una escenificación de la espectacularidad entendida como atracción de feria para masas. Es por eso que la imagen del teatro y todo lo que lo rodea es representado con un detallismo pasmoso. Desde el principio, vamos a seguir a una troupe de saltimbanquis que se esfuerzan por representar una y otra vez las aventuras y desventuras del inefable personaje Scaramouche. André Moreau (Stewart Granger) busca a su futura esposa en unas roulettes de comediantes, que parecen gitanos, marginados de la sociedad prerrevolucionaria francesa (Eleonor Parker se va a casar con un adinerado noble pero es rechazada por su condición de comediante y por la intrusión de André informándole al respecto).Más adelante el propio protagonista, al mismo tiempo que va alimentando su venganza, irá aprendiendo el camino de la esgrima y también se adentrará en la comedia del arte, viajando de representación en representación hasta culminar en el Teatro de la Ópera parisiense, donde se producirá uno, sino el mejor, duelo de espada de la historia cinematográfica. Porque no tenemos que olvidarnos que por mucho ruido de floretes, por mucho amorío entrelazado sobre un triángulo amoroso, por mucho verso electrizante, nos encontramos ante una tragedia clásica. La historia de un hombre que no sabe quién es (se oye muchas veces durante la narración una pregunta: ¿quién es Scaramouche?, personaje que adopta el protagonista) y que en su trágico deambular se enamora de su hermana y casi mata a su hermano. En esa batalla entra la consciencia y la inconsciencia dirimida en un duelo, un enfrentamiento desarrollado entre bambalinas nos damos cuenta del poder de una mirada, que no se sabe muy bien porque, pero hace frenar a André a acometer el sacrilegio.



El camino de André es uno afianzado en la venganza por el asesinato de un amigo perpetrado por el Marqués de Maynes (Mel Ferrer). Después de muchos encuentros y desencuentros, por fin logra hacer realidad dentro de una pantomima, el choque de filos entre ambos espadachines. Pero es en su resolución después de haber disfrutado en su desarrollo, cuando se produce una cierta anagnórisis encubierta representado en ese cruce de miradas, que apenas dura unos segundos pero que dejan a los espectadores suspendidos indefinidamente. Será un personaje fantasmagórico, el padre del amigo asesinado (Lewis Stone) quien desvelará el misterio. Podríamos finalizar diciendo que el protagonista ya no está sujeto a su pasado, esa primera mirada le ha desvelado su origen y quién es de verdad; sabe que Alaine (Janet Leigh) no es su hermana y que su contrincante es su hermano, pero a un nivel más conceptual podríamos analizar todo un proceso estructural sujeto a una metanarratividad pasmosa. Todos los duelos entre los personajes, los encuentros y las clases de esgrima, así como las variadas escenificaciones teatrales, están sujetan al poder dictatorial del punto de vista de la cámara. A través del objetivo se filtra un mundo y es por esa ranura por la que descubrimos un estilo. Existe dos momentos donde confluyen ambas miradas, la del director y la del espectador. Cuando André aborta el casamiento de Elenora, el personaje se introduce en el carromato y la cámara lo sigue hasta posicionarse en el interior. En un momento llega a estar el espectador casi sentado con los tres personajes, ella, el noble y André. La cámara selecciona su objetivo (como decíamos al principio respecto a la memoria) y se acerca sutilmente hasta encuadrar a los dos amantes, después recula al mismo tiempo que se pregunta ella donde estará su noble. La cámara regresa a su ubicación originaria descubriendo que ya no está. Eso es escribir con una cámara y hace mucho tiempo que ya no se hace. El otro momento es la adjetivación del personaje de Lewis Stone como uno fantasmagórico. Es un personaje que pertenece a otro mundo, otra época (hizo de Marqués Maynes en la versión silente) y desaparece como tal, se desvanece como si fuese una sombra. Realiza su función y desaparece. Es el garante del significado en el periplo del protagonista y una vez que informa al mismo, trasmitiendo la verdad, se esfumará del plano. Y Sidney lo realiza de forma brusca, al cambio del mismo. Pasamos de un plano americano a uno general donde ya no está. Detalles de un genio que no solo sabía hacer musicales sino algo más.
Esa imitación de un jolgorio visual que bien podría representar esa primera mirada, fosilizada a un género concreto, el de capa y espada comúnmente llamado por estos lares como “de espadachines”, también la tenemos en La Princesa Prometida (1987), aunque con una salvedad. El film de Rob Reiner es el siguiente paso a esa teatralización inocente, su construcción fabulesca. La película de Sidney es la representación de una alegría puesta en imágenes y la de Reiner es el origen de su construcción. Según palabras de su director, “La Princesa Prometida es la celebración de la narración.” Para llegar a tal aseveración hay que deconstruirla. La génesis parte de una novela escrita por William Goldman que se pasó más de diez años intentando sacarla a relucir cinematográficamente. El destino nos juega malas pasadas a veces y de eso habla el film, de siempre hacerle frente y, aunque estemos en el mundo de los cuentos, la paradoja quiso que por fin el guion, escrito también por él, se hiciese realidad bajo la dirección de un amigo suyo, Rob Reiner.
El mundo del cuento, de la fábula es el cosmos por donde las estrellas fugaces se irán moviéndose, desarrollándose la narración y desplegándose el contenido moral del mismo. Esa es una de las razones por las que los cuentos son tan populares y persisten entre nosotros por tanto tiempo. El mensaje que encierra un cuento es proporcional a su contenido moral y ético; luego podráss disfrazarlo con la estética que tú desees pero la valía temporal del mismo va irresolublemente afianzada a su moralidad. Ver un cuento en cine es representar esa moral elevada a la máxima expresión artística, aupando no solamente el orgullo de cada creador  sino incordiando al del espectador, provocándoselo. No es el caso en La Princesa Prometida que parte de un riguroso presupuesto, si lo comparamos con otras producciones de la época y de la misma casa, la 20TH Century Fox con Willow (1988, Ron Howard) un año después. Pero existe algo donde nos podemos detener para elogiar la propuesta de Reiner/Goldman.



La película, o más bien su audio, no empieza con la típica fanfarria grandilocuente a que estamos acostumbrados. No, lo que oímos sobre el título del film es una tos infantil. Más allá del genérico hay un niño, posiblemente enfermo, esperando. La imagen nos da la razón, abriéndose de un fundido del negro para mostrarnos los pixeles coloridos de un juego de consola. El plano general de la habitación donde se encuentra el niño nos lo sitúa referencialmente. La narración puede empezar, aunque la verdadera, a la cual nos vamos a enfrentar, tendrá que esperar un  poquito más ya que falta que llegue el maestro de ceremonias para inaugurarla. El abuelo hace su acto de presentación escénico, como si fuese el dueño de esa habitación, de ese plano general (cosa que solo los grandes pueden hacer) ante la desengañosa mirada de su nieto y la pasiva de su madre que los deja solos. La mirada primigenia se construye ante los ojos del niño. Primeramente, desde una cierta decepción (todos nos hemos sentido alguna vez engañados por los seres que más queremos, para darnos cuenta después que hemos disfruta con ellos), otra aburrida tarde de sábado con el matusalén “batallitas” del abuelo. Pero esta vez parece diferente y aunque las formas sean las mismas, apretujón mofletudo correspondiente, trae un regalo. La sorpresa es su segundo estadio constructivo de esa mirada. El nieto despedaza el papel que envuelve el regalo para ofuscarse de nuevo, descubriendo que es un inservible y, posiblemente, aburrido libro. La ironía del abuelo frena esa negativa incertidumbre, recordemos que hemos empezado en el mundo de la acción, el de los videojuegos, diciéndole que en su época a la televisión se le llamaba libro y que relatar un cuento o novela forma parte del proceso transmisor del legado social. La película lo pone en escena dignamente, apoyado sobre una travelling de aproximación hacia el rostro del narrador, lentamente la imagen se disipa y el mito entra en nuestras retinas corroborando el hecho mágico de que contar un cuento se tendría que institucionalizar como una más de las asignaturas que cursan nuestros niños en los colegios. Cuando el abuelo termine, después de una serie de momentos modernamente destructivos, el plano se posará en el narratario y esa mirada que se le queda al niño, es la que se me quedó a mí cuando os describí mi primer encuentro con ese proyector de un cine perdido en la meseta castellana. ¡Ojalá que en ese momento hubiese escuchado la melodía de Mark Knopfler en la canción interpretada por Willy de Ville, “Storybook Love”!: “Come my love, I’ll tell you a tale of a boy and girl and their love story…”.
Es curioso pero aunque solo mencione ambos films, se escenifican en mi recuerdo un grupo de miradas extraordinarias, conformándose en mi cabeza un coro griego. En el cine, al final todo se basa en la mirada y en una posible gradación de la misma, la primera, tanto para el personaje como para el espectador, es la que cuenta. Mientras escribo estas frases, me acompañan la mirada afilada de Iñigo de Montoya a punto de cumplir su deseo, matar al hombre de seis dedos que acabó con la vida de su padre:


O la de André, descubriendo su secreto de nacimiento:


Son solamente dos ejemplos pero el universo cinematográfico está plagado de ellos. ¡Buscadlos!


jueves, 27 de marzo de 2014

LOS TEMÁTICOS DE MARZO'14. DE ESPADACHINES Y OTROS MENESTERES. PASANDO EL LUDOMINGO EN CADWALLON. CAPÍTULO 7. EL MERCADO DE LOS PERISTAS.

 

"Ni siquiera la luz se atrevía a pasar por ese callejón, cubierto de telas y lonas que dispuestas caóticamente, unas encima de otras, conformaban un cielo plomizo, encapotado de multitud de parches con colores opacos. Las luces de los candiles y las velas, consumiéndose lentamente, ubicadas en las húmedas y derruidas paredes, amplificaban la tonalidad sombría del minúsculo lugar. Un espacio pequeño en dimensión pero grande en cuanto a su finalidad, el trueque de cualquier cosa y en especial ducados, celebrado todos los domingos en alabanza de alguna deidad necromante. Cuando ponías un pie en el mercado, se hundía en el fango de la calzada a medio construir, dando a entender que estabas pisando un sitio olvidado y recóndito ajeno a las autoridades de Cadwallon. A ese sitio nos hemos dirigido, en busca de cambio para nuestros ducados obtenidos durante todas nuestras aventuras anteriores. Esperemos que podamos contarlo porque otra de las incertidumbres a la hora de penetrar en este oscuro lugar, es que muchos ojos te ven entrar pero ninguno salir."

No viene mal cambiar de sistema, sobre todo en los juegos de mesa, y la estrategia del Mercado de Peristas con respecto a otras aventuras en Cadwallon, venía con singularidades diferentes.


Primeramente la determinación del jugador inicial, cada vez que se cambiaba el turno, añadía un desafío extra a la misión, intentar obtener el máximo de tesoros y además con un aliciente, y es que en esta aventura no había alarma, solamente ese par de despistados milicianos que ya conocéis.


Vane mandó a Iris en busca de cerrojos, que como podéis observa en la planilla de aventura un poco más arriba, eran los primeros tesoros. Pero rápidamente apareció ese pesado de Valrut intentando hacer su recolección un poco más desagradable.


Y claro, ya que estamos dentro de Los Temáticos de Marzo,"De Espadachines y otro menesteres", pues un ejemplo de choque de filos. Ya lo sé, son solamente un par de ducados pensó Vane, pero después de la paliza que la di en el capítulo anterior, no podía dejar pasar la oportunidad de ganar esa miserable cantidad.


Mientras tanto Leona se guarecía en la torre de Hechicería (como podéis ver arriba) buscando más tesoros, y es que al final de esta aventura, si alguno de los ladrones se encontraba en algún lugar, espacio o habitación con el símbolo correspondiente dibujado, podría multiplicar sus ganancias.
Y os preguntaréis que dónde se quedaron Anays o Lucius, pues bien opté por no arriesgar mucho en esta ocasión, dejando a las ladronas de Vane a merced de los milicianos. Como resultado, ganó esta vez:


No se llevó tanto como un servidor en la aventura anterior pero bueno es una ayudilla para encarar el capítulo final.
Continuará...

viernes, 14 de marzo de 2014

LOS TEMÁTICOS DE MARZO'14. DE ESPADACHINES Y OTROS MENESTERES. HOJA APERGAMINADA. (XIV). LA MIRADA ENRIQUECIDA.



Has viajado mucho, capitán, si…, pero te has fijado poco. Sin embargo, un día abrirás los ojos […]. Y acabarás dándote cuenta.”
                                                                                   Saltiel Ben Bezalel. Cabalista judío.


De eso mismo se trata, de abrir los ojos y mirar, contemplar la riqueza de cada viñeta que componen las páginas de la búsqueda del legendario tesoro de las Islas Tingitanas. Don Lope y Don Armand todavía no son conscientes de la empresa en la que se van a embarcar, de igual manera que tampoco el lector. Es curioso el proceso simbiótico que se genera entre ambos elementos, auténticos compañeros de viaje en esta aventura, generando un cierto grado de anagnórisis en el mismo y en el resto del Dramatis Personae que componen el relato. La ignorancia proporciona coraje para seguir adelante. La valentía es presionada por ese desconocimiento que hace avanzar a nuestros gentilhombres en su odisea y al lector pasar cada página. A decir verdad, ningún personaje conoce exactamente la dimensión de su posición en la historia, son náufragos narrativos a la deriva de la diégesis. Quizás el único afortunado sea el cabalista judío, que con esas palabras que abren este artículo dichas al jenízaro Rais Kader, lo posicionan a una cierta distancia del resto, aunque sea un personaje secundario e incluso anecdótico de toda la trama. De alguna manera, esa presencia al margen invoca ese culto a lo nimio, su ubicación sutil en la génesis de la historia representa esa religión al detallismo de la que hace gala. Ese culto a una mirada concentrada en los rincones más inhóspitos de la página es un proceso que no se disfruta al instante sino que precisa de una segunda oportunidad, y debido a su riqueza estética y argumental, de una tercera o cuarta y así ad infinitum. El verdadero tesoro que encierra esta obra es ese: el reconocimiento depositado sobre el detalle. Lo que hemos subtitulado un cierto enriquecimiento en la mirada, un saber cifrado que paulatinamente se irá descifrando a medida que el lector se deje embaucar por los personajes y la trama. La escena del encuentro entre el berberisco y el cabalista transforma la narración en tablero de ajedrez, donde cada elemento estructural que la compone juega un papel fundamental, como si fuesen las figurillas lúdicas del mismo. Es el momento nuclear de la historia. Nos habla del mapa de las Islas Tingitanas, de un talismán, la Piedra de Tanit, de peligros inciertos y lugares apócrifos, mientras tanto unas extrañas figuras creadas por el alquimista se pasean deambulando por el laboratorio para acabar desapareciendo en el interior de un caldero en ebullición. En la hoja doce de la edición española (Norma Editorial), en la última viñeta, las vemos en todo su esplendor, son como tubérculos de mandrágora andantes y un gran bocadillo del cabalista insta al jenízaro a seguirle. Los creadores nos invitan a seguir el trayecto, igual que Rais Kader seguirá al jorobado alquimista, por una senda que nos conduzca a nuestra /su perdición. ¿Por qué Ayroles y Masbou se dedican con tanto mimo a estos seres que caminan como pollos descabezados dirigiéndose obedientes a su destrucción? ¿Quizás sea una advertencia por parte de los mismos? El saber cuesta sacrificio. No estamos ante un simple cómic de espadachines sino ante una obra que hay que mirar con lupa para saborearla profundamente.



En retórica existe la figura de la concatenación, que enlazando la última palabra de una frase con la primera de otra, se produce una unión metódica que ejemplariza la armonía de su contenido. De armonía y rima hablaremos en otro momento, ya que el verso será fundamental en el transcurrir de los acontecimientos, pero sí podemos detenernos en la escena del principio para observar con que maestría Ayroles y Masbou son capaces de conseguirla, y además de una manera muy sutil, sin esconder nada, de cara al vulgo de una representación teatral en un rincón de una Venecia bañada por el astro Lunar. A modo de escaleta cinematográfica podíamos desglosarlo con el comienzo de un plano general, situando el contexto de la historia.



La masa sedienta de ficción se agolpa buscando sus propios intereses. En la siguiente viñeta, un músico desafinado, un ragazzo de la calle a punto de hurtar un pincho moruna a Plaisant, un mosquetero a punto de rebasar territorio femenino ignoto a su condición masculina. Y en la siguiente, concatenando los hechos, somos testigos del ritmo incrustado a la página, que independientemente en cada viñeta, ofrece en su conjunto una armonía con ritmo puramente cinéfilo. El director de orquesta castigará al desafinado con un porrazo mientras Plaisant abofeteará al chico y la mujer, extenderá su mano para golpearla sobre la mejilla del atrevido. Como si fuese una sinfonía, donde todas las notas cumplen su cometido sonando al mismo tiempo armoniosamente, los creadores podrán en el interior de unos bocadillos notas musicales que concatenan el objetivo de la obra: el disfrute de la misma. Toda la obra está plagada de un ritual al detallismo, pero concretando en este primer acto, El secreto del Jenízaro, llegaran a lo más difícil todavía, cuando utilicen esa misma técnica para unir diferentes escenarios y situaciones provocando una sensación de ritmo cinematográfico pocas veces representado sobre una hoja. Regresando al encuentro entre el cabalista y el jenízaro y uniéndolo con la escena de los dos gentilhombres encontrando la botella y el mapa en el interior del Jabeque turco.
Merece la pena sentarse un rato en este mundo tan estresante y disfrutar de una historia bien contada, plagada de memorable elenco, prestos a entrenar la mirada y a enriquecerla buscando los secretos que esconde el detallismo gráfico de la misma.


Del cromatismo y del color también hablaremos en otro momento porque la historia no acaba, sino que continúa...


...Pues eso, ¡Von Voyage!

lunes, 10 de marzo de 2014

LOS TEMÁTICOS DE MARZO '14. PRESENTAN...


                               DE ESPADACHINES Y OTROS MENESTERES.

Cojamos nuestros mejores sombreros de ala ancha, nuestros floretes y nuestras capas y dispongámonos a realizar un viaje por un subgénero popular inabarcable. Alimentándose de la literatura, el teatro y el cine, se ha ido expandiendo por un universo de trúhanes, damiselas, malvados y avaros, provocando en el vulgo más de una risotada en la platea. Este mes viajaremos al siglo de oro literario, a la comedia del arte escénica, al cine de espadachines en una propuesta que nos ofrece la mezcolanza de personajes, historias y opciones artísticas con el único fin del goce contemplativo cultural. No es una cosa baladí que Don Lope de Villalobos y Sangrín y Don Armand Raynal de Maupertuis junto al conejo Eusebio nos den la bienvenida al género de la capa y la espada, se convertirán este mes en nuestros anfitriones de singular singladura.
Los principales protagonistas de la serie de la BD francesa, De Capa y Colmillos (De Cape et Crocs) de Ayroles y Masbou nos regalan algunas claves para empezar. A nuestra izquierda tenemos a un lobo humanizado, que representa a un hidalgo español y a la derecha a un humano "zorrorizado" que bien podía ser el mismísimo trasunto del gascón D'Artagnan literario francés. El subgénero subvierte empezando por la mezcla y distorsiona la contemplación. No son animales antropomorfos sino avatares de los personajes inventados por Cervantes y Dumas. Paradigmas de un tiempo y un espacio presto a ser transformado para siempre al ritmo de una estocada. Ambos escritores se apoyaron en lo popular para realizar una travesía que los llevaría a la inmortalidad artística. No me olvido de una figura nimia que inteligentemente está situada en el centro del dibujo y que casi no se percibe gracias a la cola de Don Armand. Es la personificación, o mejor dicho, la animalización de una de las herramientas fundamentales para llegar a tales cotas creativas: la inocencia o su sensación. El contemplar con ojos de niño todo aquello que el adulto ha pervertido. Es una mirada nueva, fresca sobre temas manidos que proporciona un giro inesperado a la estructura del contenido. Basándose en fenecidos temas recurrentes narrativos, los mutan en unos nuevos. Quizás los fénix literarios antes citados no fueron conscientes, sobre todo porque el genio siempre está preocupado generando arte, y por lo tanto aislándose del mundanal ruido circundante, pero la creación del conejo Eusebio, como ya descubriremos sumergiéndonos en las páginas del cómic, es la inocencia ubicada en la narración. Es el motor por donde se filtra el tema nuclear del teatro de oro y de la parafernalia de la capa y la espada, el honor y su dirimir. Sin él, nuestros bestiarios héroes no serían nada y sin ellos, no podríamos disfrutar como lectores, espectadores atentos a la diégesis por narrar.
Curiosamente Miguel de Cervantes citaba en su Don Quijote de la Mancha, ese "capa y espada" que se ha bastardeado popularmente. Si el escritor manchego ponía en solfa las novelas de caballería en su obra magna, los diferentes creadores que han utilizado el subtítulo, adjudicándoselo por derecho propio al subgénero, han mimetizado tal objetivo, mostrándonos en la mayoría de los casos el peligro que corren las modas: la saturación indiscriminadas de repeticiones narrativas que solamente llevan a un sitio, al callejón de la indiferencia. No obstante, intentaremos que los elegidos de este mes no sean esas representaciones, que si bien nacen de un mismo patrón, se diferencia en algunos momentos o se ejemplarizan en otros, demostrando un gran respeto a su fuente primigenia. Y es que hablar de subgénero o género viene a ser lo mismo, quizás exista una diferencia metodológica a la hora de estudiar el arte, proponiendo una división del mismo pero el concepto está engendrado en su raíz de igual manera en un caso que en otro.  El género se engendró en la oralidad clásica griega y nos ha sido legado, o más bien intercambiado, a las páginas literarias para después sufrir un proceso de espectacularización de masas. Por lo tanto, siempre ha estado entre el ser humano del ayer, del hoy y presumiblemente del mañana. Su presencia mítica alardea cualquier ejercicio artístico de cualquier disciplina. Por tanto hablar de subgénero no implica reducción de calidad, ni posicionamiento segundón hacia ciertas disciplinas representativas. De esta manera tendremos que hablar primeramente del teatro y la literatura para acabar con el arte que mejor los aglutina, el cine.


De la pluma nace la idea y de ésta sus diversas formas de representatividad. Siempre me acordaré de niño viendo esa magna serie de animación de la adaptación del Quijote, llevada cabo por el maestro Cruz Delgado, con la música de Antonio Areta y la pegadiza letra de Juan Pardo. Allí veíamos al manco de Lepanto empezar a escribir su historia. Con un zoom de aproximación nos adentrábamos en la noche manchega para vislumbrar la única luz que hacía frente a la oscuridad castellana. La génesis del teatro siempre la he querido recordar de esa manera. Una luz tenue lo suficientemente poderosa para alumbrar la creatividad y defenestrar la ignorancia y la incultura del páramo arrogante que la apresaba. Un gesto nimio pero férreo, la sujeción de una pluma ahogada en un tintero. La mano que la apresa pero al mismo tiempo la deja libre para explotar la narratividad. Cuánto artista, cuánto genio ha pasado realizando ese pequeño gesto, esa especie de genuflexión prensil, siendo representado su corpus narrativo hasta nuestros días. De Don Lope de Vega a Don Calderon de la Barca pasando por Don Francisco de Quevedo o Don Luis de Góngora. O explorando otras latitudes, de Sir Shakespeare a Monsieur Moliere con el paso de los años. De Sir Rafael Sabatini al Signore Emilio Salgari.


La construcción del espacio ideal de la fantasía, la ubicación de la tramoya, los palcos bien diferenciados situacionalmente con respecto al gallinero. El universo ficticio respirando por las cuatro paredes de un espacio invadido por ejércitos de ojos sedientos de risas, desplantes, amoríos y otros menesteres. El teatro es eso y mucho más. La multiplicación de la sensaciones se transfugó a otro lugar, una sala oscura, solamente violentada por un haz de luz poderosísimo que hería una superficie plana. Regreso a la luz, regreso a la farsa y a la mentira, el retorno a la ilusión, el cine en una palabra. De la época silente a la actual, la travesía a seguir es inagotable. Desde la versión de Rex Ingram del Scaramouche de 1923 a la de George Sidney en 1952 (sin menospreciar su versión de los Tres Mosqueteros que hizo en 1948), sin olvidarnos de un arquero de Sherwood y sus versiones múltiples (Robin de los Bosques de Michael Curtiz, 1938, o Robin Hood: príncipe de los ladrones de Kevin Reynolds, 1991) incluida la animada de la casa Disney (Robin Hood de Wolfgang Reitherman de 1973). Pasando por la vertiente bucanera de la capa y la espada, el Capitan Blood (1935, Michael Curtiz) o el Halcón del Mar (1940, idem) y su  legado pirotécnico (la trilogía de Piratas del Caribe). Incluso girando el globo terráqueo, no nos olvidaremos de otro justiciero enmascarado que también nos regaló momentos inolvidables (El signo del Zorro, Rouben Mamouliam, 1940) hasta desembocar, quizás en ese "totum revolotum genérico" que se ha transformado Star Wars. El duelo de espadas láser es una calcomanía de todos los choques de filo aparecidos en los films citados. Bien, de todo eso o de casi todo, intentaremos hablar en este mes. Así que sin demorarnos más, posicionemos nuestras brújulas y preparémonos a seguir su dirección.

¡Disfracémonos con nuestras mejores máscaras!:

                                             

¡Ubiquémonos en la acción!:

                                                 

¡Preparémonos para el romance!:

                                                    

¡Y Aprestémonos al duelo!:

     

Nunca el cine, el teatro, la música, el cómic o la literatura han tenido una espada como vinculo estético y estructural que vertebra toda una idiosincrasia genérica. ¡Qué se abra el telón!


¡Y qué empiece la función!: