Cuando uno se enfrenta al Elric de Julien Blondel en las galeradas y al asombroso y simbionte equipo de pinceles compuesto por Didier Poli, Robin Recht y Jean Bastide, sólo le queda la postración ante tal trabajo. Nos estamos refiriendo a la versión BD del Elric creado por Michael Moorcock para Glénat allí y Yermo aquí del primer volumen, El trono de rubí.
La viñeta de más arriba es la primera, nada más pasar la página del título, antes se ha tenido que ver un mapa de los Reinos Jóvenes en las guardas del cómic y una dedicatoria del propio Moorcock alabando la presente versión. Es una imagen mefistofélicamente apabullante, es el pórtico desde donde sus autores, aquí podríamos decir un auténtico equipo creativo total que se solapa como engranajes perfectos de un reloj de cuco, nos dan la bienvenida a la sociedad corrupta de Melniboné, paraíso y tumba de su emperador Elric. La majestuosidad de lo caduco se hace presente en esta y las siguientes páginas de la BD. Se supone que lo grandioso tendría que ser aliado de lo sublime de aquello incorruptible, y por eso mismo acercándose a una cierta idea de la belleza, pero aquí sufre un proceso contrario hacia lo decrépito, hacia una cierta fealdad. Uno tiene la sensación leyendo las páginas de este Elric, que está asistiendo a los últimos días de un imperio, a su caída en toda regla. Empezando por su líder hasta el último de sus vasallos los acontecimientos de los que es testigo el lector lo llevan a pensar que todos son títeres de unos dioses juguetones que solamente quieren expandir su poder lúdico en sus diégesis. Algo por otra parte que me recuerda a lo que le sucede a Thorgal y a su familia en sus aventuras, observando que no dejan de ser actantes de unos dioses caprichosos que solamente quieren paladear sus miserias proporcionándoles obstáculos para un mayor gozo.
Y eso también se ve aquí, aunque con un inquietante giro, un regodeo del gusto hacia lo macabro. Sus autores han asumido que Clive Baker y sus cenobitas son sus claros referentes.
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