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domingo, 25 de octubre de 2020

DOMINGO DE VIÑETAS. HIBRIS.

 


Cuando uno se enfrenta al Elric de Julien Blondel en las galeradas y al asombroso y simbionte equipo de pinceles compuesto por Didier Poli, Robin Recht y Jean Bastide, sólo le queda la postración ante tal trabajo. Nos estamos refiriendo a la versión BD del Elric creado por Michael Moorcock para Glénat allí y Yermo aquí del primer volumen, El trono de rubí.

La viñeta de más arriba es la primera, nada más pasar la página del título, antes se ha tenido que ver un mapa de los Reinos Jóvenes en las guardas del cómic y una dedicatoria del propio Moorcock alabando la presente versión. Es una imagen mefistofélicamente apabullante, es el pórtico desde donde sus autores, aquí podríamos decir un auténtico equipo creativo total que se solapa como engranajes perfectos de un reloj de cuco, nos dan la bienvenida a la sociedad corrupta de Melniboné, paraíso y tumba de su emperador Elric. La majestuosidad de lo caduco se hace presente en esta y las siguientes páginas de la BD. Se supone que lo grandioso tendría que ser aliado de lo sublime de aquello incorruptible, y por eso mismo acercándose a una cierta idea de la belleza, pero aquí sufre un proceso contrario hacia lo decrépito, hacia una cierta fealdad. Uno tiene la sensación leyendo las páginas de este Elric, que está asistiendo a los últimos días de un imperio, a su caída en toda regla. Empezando por su líder hasta el último de sus vasallos los acontecimientos de los que es testigo el lector lo llevan a pensar que todos son títeres de unos dioses juguetones que solamente quieren expandir su poder lúdico en sus diégesis. Algo por otra parte que me recuerda a lo que le sucede a Thorgal y a su familia en sus aventuras, observando que no dejan de ser actantes de unos dioses caprichosos que solamente quieren paladear sus miserias proporcionándoles obstáculos para un mayor gozo.

Y eso también se ve aquí, aunque con un inquietante giro, un regodeo del gusto hacia lo macabro. Sus autores han asumido que Clive Baker y sus cenobitas son sus claros referentes.


La segunda viñeta que vemos es esta, bueno esta recortada porque es una viñeta panorámica. Lo que me interesa de este dibujo, si es que puede haber algo interesante desde el punto de vista moral, es su poder evocador pesadillesco que aflorará en cada lector que se enfrente a su contemplación. Elric nos obliga a posicionarnos en un lugar incómodo, el del voyeur, para asistir al ocaso de una civilización, una que antes de desaparecer ha sido culpable de las mayores monstruosidades. Y El trono de rubí es un ejemplo magnífico de hibris, todos aquellos que han desafiado a los dioses tiene que pagar por ello, escenificando sucesos terribles asumidos por sus personajes como momentos anodinos que restan, pero preocupan a los que se atrevan a contemplarlos. La viñeta de más arriba puede herir la sensibilidad pero además puede llegar a  inquietar, ya no sólo por lo que es en sí, sino por lo que puede llegar a significar. Una serie de prisioneros forzados a la mudez y a su visión con el mero propósito de sufrir, de vivir en un martirio hasta que sus cuerpos aguanten, pero vayamos más allá, es la castración de la voz y de los ojos de aquellos que se creen dioses, de aquellos que están por encima del bien y del mal, de los prepotentes y orgullosos mandatarios de los imperios que nos han gobernado y nos están gobernando. No obstante la idea primigenia de su creador Moorcock fue esa, desligarse y poner en duda al Imperio Británico de su tiempo, disfrazado de fantasía claro está.


Pero también plantea otras cosas este Elric, ¿puede haber esperanza en un mundo siniestro como el de Melniboné? ¿Puede haber algún reducto de belleza en el estercolero del poder? Existen dibujos que corroboran que sí pero son espejismos en un desierto maldito, donde ya no hay posibilidad de perdón solamente queda un camino a la destrucción y ese es el de la (auto)aniquilación. Aquellos que han hecho las cosas más monstruosas se disponen a ser destruidos por los dioses.

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