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viernes, 14 de marzo de 2014

LOS TEMÁTICOS DE MARZO'14. DE ESPADACHINES Y OTROS MENESTERES. HOJA APERGAMINADA. (XIV). LA MIRADA ENRIQUECIDA.



Has viajado mucho, capitán, si…, pero te has fijado poco. Sin embargo, un día abrirás los ojos […]. Y acabarás dándote cuenta.”
                                                                                   Saltiel Ben Bezalel. Cabalista judío.


De eso mismo se trata, de abrir los ojos y mirar, contemplar la riqueza de cada viñeta que componen las páginas de la búsqueda del legendario tesoro de las Islas Tingitanas. Don Lope y Don Armand todavía no son conscientes de la empresa en la que se van a embarcar, de igual manera que tampoco el lector. Es curioso el proceso simbiótico que se genera entre ambos elementos, auténticos compañeros de viaje en esta aventura, generando un cierto grado de anagnórisis en el mismo y en el resto del Dramatis Personae que componen el relato. La ignorancia proporciona coraje para seguir adelante. La valentía es presionada por ese desconocimiento que hace avanzar a nuestros gentilhombres en su odisea y al lector pasar cada página. A decir verdad, ningún personaje conoce exactamente la dimensión de su posición en la historia, son náufragos narrativos a la deriva de la diégesis. Quizás el único afortunado sea el cabalista judío, que con esas palabras que abren este artículo dichas al jenízaro Rais Kader, lo posicionan a una cierta distancia del resto, aunque sea un personaje secundario e incluso anecdótico de toda la trama. De alguna manera, esa presencia al margen invoca ese culto a lo nimio, su ubicación sutil en la génesis de la historia representa esa religión al detallismo de la que hace gala. Ese culto a una mirada concentrada en los rincones más inhóspitos de la página es un proceso que no se disfruta al instante sino que precisa de una segunda oportunidad, y debido a su riqueza estética y argumental, de una tercera o cuarta y así ad infinitum. El verdadero tesoro que encierra esta obra es ese: el reconocimiento depositado sobre el detalle. Lo que hemos subtitulado un cierto enriquecimiento en la mirada, un saber cifrado que paulatinamente se irá descifrando a medida que el lector se deje embaucar por los personajes y la trama. La escena del encuentro entre el berberisco y el cabalista transforma la narración en tablero de ajedrez, donde cada elemento estructural que la compone juega un papel fundamental, como si fuesen las figurillas lúdicas del mismo. Es el momento nuclear de la historia. Nos habla del mapa de las Islas Tingitanas, de un talismán, la Piedra de Tanit, de peligros inciertos y lugares apócrifos, mientras tanto unas extrañas figuras creadas por el alquimista se pasean deambulando por el laboratorio para acabar desapareciendo en el interior de un caldero en ebullición. En la hoja doce de la edición española (Norma Editorial), en la última viñeta, las vemos en todo su esplendor, son como tubérculos de mandrágora andantes y un gran bocadillo del cabalista insta al jenízaro a seguirle. Los creadores nos invitan a seguir el trayecto, igual que Rais Kader seguirá al jorobado alquimista, por una senda que nos conduzca a nuestra /su perdición. ¿Por qué Ayroles y Masbou se dedican con tanto mimo a estos seres que caminan como pollos descabezados dirigiéndose obedientes a su destrucción? ¿Quizás sea una advertencia por parte de los mismos? El saber cuesta sacrificio. No estamos ante un simple cómic de espadachines sino ante una obra que hay que mirar con lupa para saborearla profundamente.



En retórica existe la figura de la concatenación, que enlazando la última palabra de una frase con la primera de otra, se produce una unión metódica que ejemplariza la armonía de su contenido. De armonía y rima hablaremos en otro momento, ya que el verso será fundamental en el transcurrir de los acontecimientos, pero sí podemos detenernos en la escena del principio para observar con que maestría Ayroles y Masbou son capaces de conseguirla, y además de una manera muy sutil, sin esconder nada, de cara al vulgo de una representación teatral en un rincón de una Venecia bañada por el astro Lunar. A modo de escaleta cinematográfica podíamos desglosarlo con el comienzo de un plano general, situando el contexto de la historia.



La masa sedienta de ficción se agolpa buscando sus propios intereses. En la siguiente viñeta, un músico desafinado, un ragazzo de la calle a punto de hurtar un pincho moruna a Plaisant, un mosquetero a punto de rebasar territorio femenino ignoto a su condición masculina. Y en la siguiente, concatenando los hechos, somos testigos del ritmo incrustado a la página, que independientemente en cada viñeta, ofrece en su conjunto una armonía con ritmo puramente cinéfilo. El director de orquesta castigará al desafinado con un porrazo mientras Plaisant abofeteará al chico y la mujer, extenderá su mano para golpearla sobre la mejilla del atrevido. Como si fuese una sinfonía, donde todas las notas cumplen su cometido sonando al mismo tiempo armoniosamente, los creadores podrán en el interior de unos bocadillos notas musicales que concatenan el objetivo de la obra: el disfrute de la misma. Toda la obra está plagada de un ritual al detallismo, pero concretando en este primer acto, El secreto del Jenízaro, llegaran a lo más difícil todavía, cuando utilicen esa misma técnica para unir diferentes escenarios y situaciones provocando una sensación de ritmo cinematográfico pocas veces representado sobre una hoja. Regresando al encuentro entre el cabalista y el jenízaro y uniéndolo con la escena de los dos gentilhombres encontrando la botella y el mapa en el interior del Jabeque turco.
Merece la pena sentarse un rato en este mundo tan estresante y disfrutar de una historia bien contada, plagada de memorable elenco, prestos a entrenar la mirada y a enriquecerla buscando los secretos que esconde el detallismo gráfico de la misma.


Del cromatismo y del color también hablaremos en otro momento porque la historia no acaba, sino que continúa...


...Pues eso, ¡Von Voyage!

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