"No existía espacio ni tiempo solo vacío. Y desde allí el Rey Amarillo vigilaba los designios humanos como si éstos fueran meros títeres a su antojo. Algunos lo seguían como el gran Maestre de su orden pero otros pensaban que estaban en el mundo gracias al libre albedrío. Pobres ilusos pensaba el Primigenio, inconscientes de sus paupérrimas vidas y de lo que estaba por venir, su advenimiento."
Bien amigos las cosas no han empezado muy bien. La carta de Mitos, que pondrá título a todos los capítulos, nos hace poner una ficha de perdición en el contador del Primigenio y nos dice que no se pueden utilizar ni hechizos ni objetos únicos. Así que nuestros protagonistas, además de soportar esta limitación, se enfrentaran a los misterios más insondables y a los monstruos más terribles. Esperemos que tanto Amanda Sharpe como Monterey Jack y Jenny Barnes puedan detener a Hastur, que se proclama como demiurgo de la historia, reuniendo los trece símbolos arcanos que hacen falta para que se mantenga dónde está para siempre. ¡Veámoslo!
La dinámica o estructura de la crónica será la siguiente; primero se procederá a describir brevemente lo sucedido en el juego y acto seguido pasaremos a un relato narrativo de los hechos. Esta vez empezaremos por Jenny Barnes en su aventura: Reliquias del Pasado.
Jenny no ha empezado mal obteniendo un hechizo y una pista pero la ha costado lo suyo, ya que la carta de Aventura venía envenenada. Por cada símbolo de terror obtenido en cada tirada perdería uno de cordura. Por lo tanto la ganancia de la carta le ha costado tres de cordura, sabiendo que su medidor es de seis, se encuentra a mitad de su nivel. Vamos que en cualquier momento se puede volver loca. Pero, ¿qué es lo que ha visto o con qué se ha topado para llevarla a ese estado? ¡Averigüémoslo!
“Siguió avanzando a lo largo del oscuro pasillo. A cada paso dado se sentía más cómoda con la penumbra reinante pero no podía bajar la guardia. Tenía que hacer su trabajo de la manera más rápida posible. La confianza de McGlen la podía ayudar en muchos casos pero también se podría volver contra ella misma. No podía fallar al escocés ahora, ya habría tiempo de hacerlo en el futuro, pensaba la diletante mientras observaba como una extraña neblina se filtraba por la única ventana abierta de la sala. Jenny se quedó mirando la invasión gaseosa y después, más allá del marco para poder distinguir un manto de niebla que parecía rodear el museo. No podía perder el tiempo en un fenómeno meteorológico como ese, así que pensó en otro tipo de fenomenología, su profesionalidad. Dejó la metralleta en el suelo y empezó a abrir la primera caja con la que su pie tropezó. No tardó mucho en poder acceder al interior de la misma descubriendo una serie de tomos enterrados en capas de polvo. La primera reacción de la mujer fue el estornudo seguida de la abertura de su boca en forma de O gigante. Parecía que había descubierto algo. La señorita Barnes empujó la caja hasta llevarla a un rincón del almacén, donde una lámpara de queroseno iluminaba el pequeño perímetro de la pared. No se percató de la carrera hecha en su media derecha mientras su mano empezó a temblar, cogiendo el primero de los tomos. Sus ojos se emborrachaban de placer a medida que iba pasando las páginas del libro, descubriendo una colección de hechizos. A medida que los iba descubriendo, los leía en voz alta fantaseando con su alquimia. Hubo uno que la resultó muy atractivo: Consunción. Repentinamente, del interior cayó una hoja al suelo. La mirada también descendió siguiendo la hoja. Era otro hechizo: Curar. Lo estuvo leyendo detenidamente, concentrándose en su construcción. Tanto que no se dio cuenta de que la niebla la terminaba de rodear. Era un tacto sutil e inaprensible.”
A Monterey Jack le han ido un poco mejor las cosas, ya que ha encontrado un peculiar aliado en su aventura: La Oficina de Seguridad.
“Dejó aparcada las coincidencias para otro momento y continuó explorando la oficina revuelta. Al no encontrar ningún percance inminente, bajó su revólver y empezó a olisquear cada papel que encontró. Podría ser una pista que le explicase lo que había sucedido allí pensó, empezándole el pretérito a nublar su pensamiento al mismo tiempo que lo hacía la espesa niebla, infiltrándose lentamente por el resquicio de la puerta. El arqueólogo se encontraba muy concentrado en su reminiscencia para darse cuenta de la sinuosa presencia gaseosa. Volvió a recordar cómo halló el extraño objeto, que al fin y al cabo era lo que le había traído al museo aquella noche. Ocurrió en el penúltimo día de excavación, concretamente en la segunda cámara donde encontró una serie de hornacinas cubiertas por la arena milenaria. Ya había pasado varias veces por ese lugar con el profesor Walters y no se había percatado de su existencia, pero un ocurrente ataque de tos le hizo detenerse y desviar su mano hacia la pared izquierda de la cripta. Con asombro descubrió que parte de la pared albergaba los objetos de barro, algo muy común en la época, pero lo que verdaderamente le atrajo fue un pequeño símbolo incrustado en cada una de ellas. Una estrella de cinco puntas en cuyo centro se podía distinguir un extraño signo. Cuando desenterró la última de las hornacinas comprobó que ésta contenía algo en su interior. Su mano titiritó al introducirse en el interior sacando un espejo cuadrado del tamaño de su palma. En sus cuatro filos había una escritura indescifrable que la adornaba en todo su perímetro. Parecían como unos tentáculos que rodeaban toda la superficie acristalada del objeto. Monterey estaba en éxtasis arqueológico, de repente el objeto empezó a iluminarse con un haz azulado. El arqueólogo se estremeció cuando vio a través del cristal a una figura espantosa. Unos ojos negros como la noche lo espiaban y unos tentáculos saliendo de sus fauces hacían peligrar su propia existencia, acompañados por unos gigantescos brazos cartilaginosos acabados en unas manos venosas con tres dedos terminados en afiladas uñas indicándole la presencia de la parca en cualquier momento. Sin lugar a dudas Monterey Jack era un especialista en meterse en la boca del lobo. Lo que le despertó de su recuerdo no fue un aullido sino un gruñido. Rápidamente volvió a apuntar a la nada con su revolver. La puerta de La Oficina de Seguridad se empezó a ladear hacia la derecha dejando entrever a un pastor alemán que miraba babeando al arqueólogo. Monterey bajó su revólver acercándose al perro. En ese momento se dio cuenta de la presencia de la espesa niebla. El ladrido del perro volvió a llamar su atención. El hombre miró una medalla colgada del cuello del animal y se agachó para leer con más detenimiento una inscripción que ponía Duque. La presencia del can no sólo le reconfortó también le produjo más tranquilidad, sobre todo después de que el perro pasase su gruesa lengua por su rostro. Pensó que ya no estaba solo en el lugar."
La que también se encontraba sola era Amanda, que también tuvo suerte en su primera carta de aventuras: El Archivo, descubriendo valiosos objetos únicos.
“Continuó corriendo hacia la salida sin prestar atención a las estanterías vivientes. De pronto volvió a oír los susurros anteriores. La joven se detuvo y miró atrás. No había nadie en el interminable pasillo. Decidió aventurar su mirada entre las baldas que conformaban la colección de estanterías pero el resultado fue el mismo: nadie. Inesperadamente vio como una cortina de humo empezaba a penetrar el espacio que ella quería dejar y los susurros regresaron con una peculiaridad, ahora estaban en proceso de transformación. Amanda oyó ahora risitas infantiles que la congelaron el alma. Decididamente algo raro estaba pasando en el museo. Retomó la carrera a medida que la niebla la seguía incansablemente. El pequeño jolgorio acústico cesó para cambiar a unos sonidos guturales muy desagradables. Al pasar la última de las estanterías, algo cayó sobre su cabeza haciendo que pegase un grito y que cayese al suelo frío del Archivo. La estudiante abrió los ojos manteniendo su cuerpo tumbado en el suelo y contempló con extrañeza el causante de su susto y caída. Una especie de lámpara se ubicaba en el camino visual de su mirada. Los eructos parecían ya rozar su cuerpo cuando se levantó y cogió el extraño objeto. Inmediatamente el acompañante o acompañantes sonoros desaparecieron mientras leía una inscripción sobre el objeto. Empezó a sonreír. Tenía bajo su poder la Lámpara de Alhazred. ¡Todo un hallazgo! Pensó espiando cada ángulo de la misma. Era un objeto familiar para la joven ya que era licenciada en estudios árabes por la universidad de Granada hace más de cinco años y la lámpara había sido un enigma para cualquier estudioso de la ciencia arcana morisca medieval. Era el trasunto de la lámpara de Aladino musulmana y ya se sabe quién habitaba su interior nimio. En cualquier caso no se dedicó a frotar la lámpara sino a mirar el hueco dejado por el objeto al caerse descubriendo algo. No se percató pero la niebla la alcanzó conquistando sus pies y expandiéndose por todo el pasillo hasta llegar la primera a la puerta. Sus ojos se agrandaron hasta casi salírseles de sus cuencas. Penetró con su mano derecha en el oscuro rincón dejado y sacó un objeto afilado terminado en una empuñadura. Lo que había encontrado era una espada. Pero no una cualquiera. Ésta tenía una empuñadura en forma de ángel abriendo sus manos en señal victimaria y sobre su plateado filo había una inscripción: Espada de Gloria. Era justo lo que necesitaba en estos casos pensó. Un arma con la que combatir lo qué fuera o contra quién fuese que la estaba atormentando en el museo. Guardó la lámpara en su mochila junto al Libro de Dzyan y se la posicionó en su espalda, llegando a la puerta con una espada en su mano. Parecía sentirse más segura y con ese sentimiento se dispuso a seguir a la niebla.”
CONTINUARÁ...
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