“Lo peor de empezar una nueva escena es que tienes que hacerlo con un trozo de papel en blanco. Y no hay nadie más que te pueda ayudar. Tienes que empezar tú mismo […]. En las películas de imagen real, tienes a Robert Redford o un decorado maravilloso, pero nosotros empezamos con nada.”
Ollie Johnston.
Existen dos métodos creativos miméticos. Ambos tienen
las mismas herramientas, uno palabras y el otro, líneas de acción. También a la
par requieren de disciplinas, enfoque y perseverancia, y comparten a un mismo
enemigo común: el vacío de una hoja de papel. No es un adversario fácil. La
blancura del folio deslumbra la intención, desenfoca el objetivo pero al mismo
tiempo alimenta la inquietud, sopesa las opciones y vislumbra la oportunidad. Existe
un contratiempo, no se llega a su fin instantáneamente sino con mesura, disfrutando
a cada paso. Proponiendo pactos subversivos, quizás rozando el carácter
mercenario, pero nunca traicionando el propio periplo en el que decides
embarcarte, aunque a veces su destino sea el inesperado, y por tanto, el más
gratificante.
El pasado día dos de
Octubre, tuvo lugar una “masterclass” con Eric
Goldberg en el espacio COMO de Madrid. El título del evento era la
celebración del nonagenario Mickey Mouse. Ha llovido mucho desde el
cortometraje, sobrevalorado hasta la saciedad, (cualquier Silly Symphonies fue
mejor) Steamboat Willie (1928), hasta el fantástico ejercicio metanarrativo que
es Get a horse! (2013). En ambas historias coexiste dos Eric Goldberg, en la primera el espectador y en la segunda el
creador. Aquí podríamos recordar las palabras de otro gran maestro, Akira Kurosawa: “El proceso creativo proviene de la memoria. Es tu verdadera fuente. No
se puede crear algo de la nada. Ya sea leyendo o de tu experiencia en la vida,
no puedes crear nada si no tienes algo en tu interior.” No existe mayor
embrujo que el creativo y el tributo al ratón fue uno fascinante. Contado con desparpajo,
y quizás algo sobreactuado pero funcional, las explicaciones del sabio
animador, director y diseñador, fueron reveladoras. Pero no sólo fue teórico el
encuentro, sino que luego nos regaló un ejercicio interesantísimo: dibujó una
cronología mickeyniana asombrosa, abocetando en cada dibujo a un Mickey por década. De esta manera y con asombrosa
perfección artística, el veterano animador iba dibujando líneas, trazos, al
mismo tiempo que los iba explicando. Telegrafiando la pose del personaje, y por
tanto, significando su emoción, expresado en un acto concreto, con un movimiento
determinado. Y este diálogo gráfico se iba alimentado a su vez de uno narrativo
creándose una redundante conversación. A la vez que relataba el proceso
creativo, en algunos casos mutado a parrafada (ya sabemos que el recuerdo es el
gran traidor de la realidad), veía a un hombre encorvado, desarrollando una
joroba de dedicación por lo que hacía enfrentándose a la hoja en blanco, e irremediablemente
me iba recordando a un escriba, y en definitiva, a mí mismo. A cada movimiento
ejecutado, un misterio revelado. A cada pregunta ejercitada, un enigma por
resolver. La búsqueda narrativa en su estrato más significativo. El proceso
creativo al desnudo. Al ver al maestro no pude dejar de pensar contra quien se
enfrentaba. Esa nada de la que habla al principio un “Nine Old Men”, que al
comienzo no es y que lentamente va construyendo el sentido de lo que debería
ser. Parafraseando a otro genio, Orson
Welles, que decía que el cine era el tren eléctrico más maravilloso, la
escritura también puede llegar a ser un juguete, de hecho es un puzle. El
componente lúdico es esencial. Escribir no es otra cosa que reescribir y para
ello hace falta mucho juego. Viendo a Eric
Goldberg dibujar y rememorar a Mickey Mouse era también ver a un niño jugar
con su “toy”. Se notaba que disfrutaba
del reto, se divertía con su imitación de voces a lo cartoon, y lo más importante, era consciente de ello, estaba
participando de su perfomance. El
trabajo de dibujante como el de escritor demanda soledad. Esa lucha contra el
vacío escenifica el momento de la verdad, uno donde nace la inspiración pero
también donde muere. En definitiva, la vida misma reflejada en una DIN A 4.
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