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viernes, 9 de noviembre de 2018

La crítica en construcción. El reverendo. De una cierta "maniera".




En Octubre de este mismo año, empecé un master no académico de crítica cinematográfica organizado por la Ecam, la escuela de cine de Madrid, y la revista Caimán Cuadernos de Cine. Ahora mismo estoy metido de lleno y os puedo decir que se está convirtiendo en un periplo fascinante. Algunas cosas ya las daba por sentado, llevo un tiempo escribiendo, y otras son nuevas para mí. Una de las asignaturas del master  es un Taller de escritura (ya sabéis cómo me gustan ese tipo de actividades, Incitar a Escribir) en donde nos mandan escribir sobre una película que proponen los profesores Juanma Ruiz, coordinador de textos y redes sociales, y Jara Yáñez, redactora de Caimán. Lo que quería proponer en mi blog era publicar mis críticas con las correcciones hechas por el profesorado pero las cosas no son tan fáciles como parecen y el recelo aguarda en los sitios más insospechados. Hablé con Jara, para que me diera permiso para publicar sus comentarios, pero me hizo ver que quizá no era lo más adecuado, ya que dichas ideas pertenecían al ámbito privado del que lo escribe y también del que lo recibe. En cualquier caso, he querido publicar en este espacio el ejercicio resultante de la práctica que nos toque. Lo que vais a leer es una crítica en construcción que contiene comentarios en su interior, a modo de "making off" narrativo. ¡Empecemos!


  
Es cierto que la sombra de Bresson es alargada en la filmografía de Schrader, pero me quedaré con su John LeTour (Willem Dafoe) de Posibilidad de escape (1992) como (auto)referencia del Toller (Ethan Hawke) del Reverendo (2017).

(Aquí me hicieron comprender que estaba siendo algo confuso en cuanto a las posibles referencias de Schrader. Creo, sinceramente, que la apreciación fue la correcta. A veces estamos tan metidos dentro de la página que no la vemos con suficiente claridad y perdemos la perspectiva de lo que de verdad queremos contar. Mi objetivo principal era no hablar del contundente peso que tiene el director francés sobre el norteamericano, sobre todo porque creo que eso pertenece al territorio de los lugares comunes a evitar, quiero decir, que es lo más obvio, así que buscaba otro tipo de acercamiento. Uno posible, era intentar reflexionar sobre su propia filmografía, que indudablemente también bebía de Bresson. En cualquier caso, creo que me encontré con un pequeño barullo).

Y es que ambos personajes suelen traducir sus pensamientos en unos cuadernos y compartir un mismo destino: su destrucción después de acabarlos. Podríamos decir que el acto de escritura se convierte en uno confesional. Los actantes quieren reconciliarse con ellos mismos debido a un estado de herida permanente, la única diferencia estriba en cómo utilizan sus máscaras para fingir delante de los demás. El director nos dará alguna pista.



La película empieza con un travelling de aproximación llegando a encuadrar  una iglesia hasta su desenlace, con otro travelling, uno circular encuadrando a dos personajes. El reverendo Toller intenta andar  por el camino de la rectitud hasta que se sale, adentrándose en el desorden generado con el giro de 360º, donde ya no existe ni principio ni final. En la propuesta de Schrader todo es deliberado y por lo tanto, posee una finalidad: empujar a los personajes hasta el abismo. Ahora bien, existen dos maneras de realizarlo. O bien arrojándolos (castigándolos) o bien posicionándolos en su límite (perdonándolos). En el caso de Toller, estaría salvado pero con concisiones. Lo dice él mismo: “he encontrado una nueva oración. Todo acto de preservación es uno de creación.” La conversación que tiene con un ecologista, Michael (Philip Ettinger), producirá un interesante proceso de anagnórisis en su interior, produciéndose  un acto de  transmisión, heredando, ya no sólo los principios del joven militante sino incluso el objeto de su devastación. Aquí el director vuelve a apoyarse en la forma para narrarnos la eminente amenaza.



El reverendo visita por primera vez la casa de Michael y de su esposa Mary (Amanda Seyfried) con un perfecto y académico plano general, donde vemos la fachada de la vivienda y después la llegada de Toller en su coche, estacionándolo en el centro mismo del plano. Bien, la segunda vez que realice la visita, el plano general habrá mutado a uno que genere una legibilidad inquietante. El plano general ya no es tan perfecto, desestabilizando el propio encuadre recortando parte de la fachada y parte del coche del reverendo y es que, narrativamente, coincide con el hallazgo del chaleco y los explosivos. Siempre dependiente de la diégesis pero sin servidumbre, nos encontramos ante el  insobornable y atrevido estilo formal de un director.

(Aquí hice una apuesta con el estilo de Schrader, o más con su forma de ver las cosas tirando a esa cierta "maniera" que titulé en la crítica. Tendría que haber argumentado mejor en qué consiste ese atrevimiento, aunque pensé que ya lo había dejado claro cuando describí su forma de contar las cosas con la cámara. En cualquier caso, aquí me apareció la advertencia de los caracteres y tuve que cortar bastantes cosas, ya que hablaba de más planificaciones secuenciales. ¡Malditos caracteres! Por una parte te limitan tus razones pero por otra, puede que estén eliminando lo accesorio de la crítica porque, entre otras cosas, lo que hacen es posicionarte en una encrucijada donde decides qué quitar o qué poner, abriendo caminos creativos fascinantes en un puzzle narrativo como es la escritura cinematográfica).

Uno que no tiene reparos en rozar el eje, casi saltándoselo con una serie de miradas entre personajes por el mero disfrute de relatar. No obstante, refrescantemente apasionado en cómo lo dice, no diré que El reverendo sea su ficción más perfecta en lo que dice.

(Otro ejemplo confuso, la parte subrayada, yo sí sé lo que quiero decir pero no lo expreso correctamente y, seguramente, que quien lo lea entiende la mitad o nada del sentido).

La presencia de Mary en la reunión final me parece forzada en el guion, inmiscuyéndose fácilmente en el evento y haciendo telefonear su presencia a un, de por sí, nervioso Toller. Después llegará el momento culmen en un salón bressoniano, donde ya se ha producido otro momento, que recuerda a otro de los maestros de Schrader (Andrei Tarkovski). Seremos testigos de un “inesperado éxtasis”, aunque también un inciso, el director ruso nunca habría realizado el montaje de imágenes subsiguientes. Entre tanto seguiremos descubriendo la “maniera” de Schrader.


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