Una vez conseguida la maldita Concha, ¿qué hacer con
ella? Nuestros intrépidos aventureros tendrán que descubrir en el lugar más
peligroso de Akbar, la respuesta. El escenario es el país de los Jaisirs y en
cuya capital, Numur se desarrollará prácticamente toda la acción del segundo
álbum de la serie creada por Le Tendre y Loisel. Bragón y su séquito llegan a
Thä, la ciudad de los Palfangos donde les espera Mara, su princesa hechicera,
madre de Pelisse y amante de Bragón. Será ella quien les conduzca al siguiente
estrato de la búsqueda, anunciándoles que tendrán que adentrarse en el Templo
del Olvido para leer sus runas. Allí se encuentra la dirección exacta del
Pájaro del Tiempo, animal que proporcionara a Mara el tiempo suficiente para
destruir al Dios Ramor.
Aunque las primeras planchas nos anuncien una pausa
en la acción, del todo merecida por los acontecimientos acaecidos en el
anterior episodio, no nos engañemos. Aún en los momentos relajantes, tanto el
guionista como el dibujante, tienen mucho que contar y la mejor manera de
hacerlo es describir con suma sutilidad, no ya solo lo que acontecerá a
posteriori en los siguientes escalafones de la aventura, sino lo que sucedió en
el pasado de cada uno de los personajes que integran la expedición. Esto último
tiene truco, claro está. Habiendo leído el segundo ciclo podemos observar que
El Templo del Olvido va estableciendo una serie de puntos, que enlazan con toda
la serie pasada. Por ejemplo la presencia del Libro Mágico de los Dioses es
sintomática al respecto. El libro aparece de soslayo en el primer álbum y es
aquí donde lo podemos observar, guarecido por las manos de Mara y protegido por
su fiel consejero Galhoum. No diré más, pero ese grimorio será el título del
segundo capítulo del segundo ciclo de las aventuras del Pájaro del Tiempo. No
adelantemos acontecimientos. Después del
intento frustrado de los Jaisirs por robar el libro, el ritmo de la
narración será relanzado catapultándola al desértico escenario de la Región de
los Labios de Arena. Pero cuidado, los creadores nos tienen preparados dos
sorpresas; la primera es un nuevo integrante de la expedición que les guiará
hasta el peligroso Templo, el aristocrático Bodías, príncipe de la Región de
los Mil Verdes y antiguo rival del caballero Bragón en su pasado por el amor de
Mara. Aquí el guionista introducirá un elemento del pasado que dificultará la
progresión del héroe en su empresa, haciéndole que a cada rato el experto
caballero desee saber exactamente cuál fue la relación que mantuvieron el
elegante noble y Mara. Unos tenues celos hacen acto de presencia. La segunda es algo que se sitúa en el lugar que más
gusta a sus creadores, al borde de la historia, la presencia secundaria de
Mara. Si en el primer capítulo impulsaba la acción convirtiéndose en parte
activa del prólogo, ahora se muestra pasiva, esperando en las sombras el éxito
de la misión configurándola un manto de duda acerca de su verdadero objetivo.
Gracias a las palabras del padre supremo de los Jaisirs, el anciano reptil
Fjel, algo empieza a oler a podrido. Literalmente dice que desde que Mara
tradujo el Libro Mágico teme lo peor.
Frente a la luminosidad del desierto
“moebiusano” (y el juego de palabras con el gusano arrakiano de Herbert es
buscado, lógicamente), algo oscuro se teje entre las bambalinas de Numur (en la
viñeta nº 3 y en la 7 de la página 19, muy bien escenificado por ese Bulrog,
que escucha al reverendo padre entre la tela sedosa y trasparente de su lecho,
convirtiendo lo que observa en algo nublado por la gasa de la sutil cortina
palaciega). Esta duda ante el verdadero motivo de Mara se sustenta en la
presentación de la misma en las viñetas nº 6 y 8 de la página 4. Es un
personaje viejo que rezuma una extraña mezcla de grandeza y arrogancia por su
posición, y aunque maquillada de manera salvaje, aparece con todas sus arrugas
invadiendo su cansado rostro. Hay algo en esas ojeras que le quitan el sueño,
algo que quizás ni ella misma controla.
No cabe duda que el guion de este
segundo capítulo es avasallador con respecto al de los demás, empezando a
desentrañar los misterios que encierra la búsqueda de la mítica ave, pero el
dibujo no se queda atrás. La duda se va instalando en la búsqueda y los
interiores “gigeranios” del templo, ayudan a crearla, enfatizándola aún más si
cabe. En algunos aspectos los trazos de la línea nos hace recordar al maestro
suizo y a su emblemático escenario cinematográfico, la nave Nostromo de Alien
(Ridley Scott, 1977). A cada paso dado, nos enrarecemos más de las tétricas
tumbas invadidas por huesos jaisirs y de algún que otro zombificado cuerpo,
además de las paredes que envuelven anatómicamente el entorno de sus
profundidades.
Dos maestros en sus
abigarradas composiciones, tanto textuales como pictóricas, que nos conducen al
germen de cualquier narración, el detalle. Desde los guardianes del Templo del
Olvido, los bichitos alopécicos de aspecto chirriantemente graciosos hasta la
presencia del enigmático Fol de Dol (secundario mágico de toda la serie), vamos
descartando objetos del camino: la concha de Ramor que tenía embrujado a
Shan-Thung, el bastón de Fjel y el Libro Mágico de Mara… ahí lo dejo.
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