Victoria, ven, Mamá.
Tres palabras que dan escalofrío después de haber
visto la película de los hermanos Muschietti. Independientemente que la
propuesta haya nacido de un cortometraje realizado por los mismos autores y de
la pasión que sentía Del Toro por el mismo (“Estilo limpísimo, cargado de emoción, terror y es sugestivo.”), nos
encontramos ante un caso que multiplica la nimia experiencia acumulada en el
corto para desplazarla a cotas narrativas más elevadas; no nos encontramos ante
el típico ejemplo, reiterativo, de inflación y explotación de un excelente
cortometraje, llegando a cansar al espectador, sino de todo lo contrario,
proponiendo nuevos caminos para desarrollar la trama, ramificándola y
sugiriendo, antes que exhibiéndola como mero juguete “cirquense”. Desde el
arranque con la crisis como telón de fondo a todo lo que envuelve a esa cabaña
llamada Helvetia, pasando por el desarrollo profundo del personaje modigliano de la madre.
Victoria.
La niña mayor tiene gafas y eso en el mundo visual del cinematógrafo tiene sus
trucos. El juego visual que se realiza (fuera de foco y focalizar) es una
manera más de establecer efectos ópticos para imponer un estilo que enlaza la
narrativa con la técnica. Victoria (Megan Charpentier) lo ve todo borroso,
configurándose su punto de vista difuminado como algo natural en su ser. No
será hasta cuando su Tío (Nikolaj Coster-Waldau) le devuelva sus gafas, cuando
la niña recobrará su verdadera visión.
Ven. El personaje
que avisa a Victoria de la presencia materna es la pequeña Lilly (Isabelle
Nélisse). Habla poco, casi en susurros convirtiéndose en el sujeto pasivo de la
acción, compartiendo con el espectador (otro ser pasivo) la manipulación.
Mamá. Es la esencia
del pasado, el juguete roto de la narrativa y al mismo tiempo motor de la
misma. Es su efecto y causa.
El cine, el sujeto y el
efecto dan como resultado la experiencia del escalofrío. Es una sensación que
pulula como si fuesen esas extrañas mariposas-polillas que revolotean
tontamente en busca de la luz, cada vez que aparece la cuidadora. Pero no todo
encierra una lógica. Existe una secuencia escondida en la narración que pone
los pelos de punta, precisamente por ser lo contrario de lo citado. Annabel
(Jessica Chastain) acuna a Lilly, después de encontrarla tiritando a la sombra
de un árbol. La pequeña se resiste al principio, llegando a golpear a la
adulta, pero ella incansable consigue domar a la niña, soplándole en sus manos
para calentárselas. Lilly deja de moverse violentamente y mira, por primera vez
a Annabel con otros ojos. El sujeto pasivo se trasforma activamente,
relacionándose con el personaje del adulto, sonriéndola y mostrándole otro
rostro. La presencia de Mamá es inexistente y el cine nos regala un remanso de
paz en tan endiablada historia donde para poder asustarte solo hacen falta tres
palabras, curiosamente también el cortometraje las incluía.
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