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jueves, 30 de mayo de 2013

Y EN LA OSCURIDAD... ¡LA WEB!

Mi salto al vacío crítico se realizó sobre una tela virtual, la de Internet. Si bien es cierto que siempre he estado escribiendo algo que tuviese relación con el séptimo arte, fue en Scifiworld.es donde di el primer paso. Y fue con esta propuesta.


Un cubo o el contenido filosófico dentro del continente cinematográfico.

Antes de empezar, preguntémonos ¿qué es un mito? Porque toda la narración orquestada por Tarsem Singh es un intento por destrozar el significado mítico, transmutándolo en una crónica, del tipo: “Así fue como realmente ocurrió”. Y es que detrás del capital se encuentran los productores de 300 (2006) a los cuales ni siquiera nombraré y a los que seguramente les parecerá que los hechos acontecidos en el desfiladero griego, fueron tal y como el film los representa. ¡Si Heródoto levantase la cabeza!
Los mitos, en general son relatos fantásticos de sucesos y los mitos griegos, en particular además utilizan la ficción como recurso oral y literario para presentar, con amenidad, grandes y oscuras cuestiones que afectan al sentido de la vida centradas en esclarecer el misterio del hombre en dos puntos esenciales: su origen y su destino último. Si la batalla de las Termópilas sirvió para que Frank Miller realizase una extraordinaria novela gráfica, digna de formar parte de cualquier biblioteca histórica que se precie, y Zack Snyder la copiase al milímetro, nuestros “amigos” de Hollywood Gang Productions han seleccionado, el mito de Teseo y el Minotauro para entretener  a la platea rozando el ridículo.
¿Se imaginan transformar el mito de la caverna platónico por ejemplo, para desarmándolo de su significante y envolverlo en un relato estético, despojando al original de su fuerza simbólica? Pues bien eso es lo que han pergeñado con Inmortales. Han desempolvado a Teseo y al Minotauro de todo símbolo, arrinconando sus múltiples significados (la manifestación única de fuerza divina, la lucha entre la habilidad frente al ímpetu bestial o simplemente el combate entre la razón y el instinto) y han preponderando el apartado artístico visual, reconduciéndolo hasta los límites de la espectacularidad vacua. Pero no nos engañemos, esa táctica de acercamiento hollywoodiense ya la hemos visto muchas veces, por lo tanto deberíamos estar curados de espanto, pero el Imperio siempre nos epata de la peor de las maneras. Proporcionar realidad a un mito, es tarea surrealista y sólo puede acabar en el más grande de los bochornos.
Y eso que el film nos deslumbra desde su arranque, con un Santuario, una primera y única secuencia desbordante de ingenio creativo, heredera de los mejores momentos de la filmografía del director (La celda, 2000 o The Fall: el sueño de Alexandría, 2006), conjugando en una sucesión de planos, entretejidos en el montaje con un sutil movimiento de cámara, casi un deslizamiento progresivo hacia lo desconocido, la construcción de una desestabilización. La alteración de nuestra percepción en el mundo sensible, enviándola a otro mundo, a otra dimensión inteligible. Ante nuestros ojos se nos presenta el interior del Tártaro, las entrañas más profundas de la Tierra donde los Inmortales vencedores, los Dioses, mandaron encerrar a los Inmortales vencidos, los Titanes. Vemos la prisión de éstos últimos de una manera geométrica, primero presentándola en plano general para acto seguido, muy sutilmente, acercarnos a ella desde un costado. La representación geográfica, descansa en la geometría ya que el lugar es un cubo perfecto. Lentamente empezamos a entrever unas hornacinas huecas, que nos permiten observar el interior de la prisión y constatar la presencia de algo o alguien. La perspectiva cambia a un plano cenital del espacio cúbico, mostrándonos las cabezas de los prisioneros para, inmediatamente, introducirnos en el mismo interior y ver en todo su esplendor el primer plano del rostro de uno de ellos. Comprobamos que los Titanes están, como ensartados a través de unas varas ferrosas en sus bocas y en sus extremidades. Parecen disecados pero, repentinamente uno abre sus ojos, seguido por el resto, al oír un ruido, un grito desesperado. Es como si estuvieran muertos y ese alarido les devolviera la vida.
Sin duda alguna es lo mejor de la función, porque no sólo cumple uno de los valores narrativos artísticos, como es la creación del suspense, sino que además pone en tela de juicio el propio medio digital de moda, la utilización desvergonzada del 3D. El  film se llena de pictóricos efectos tridimensionales, no a través del nuevo efecto digital estereoscópico, que esta realizado en postproducción sino a través de la composición, ubicando la cámara a una distancia concreta mostrando la interrelación de la posición estática o movida de los actores con el escenario. Y por si esto no fuera poco, la secuencia esta cargada de una cierta reminiscencia filosófica. Como la utilización de la figura geométrica rememorándonos el descubrimiento que se hicieron de los números como forma esencial de las cosas y de su formación por parte de Pitágoras, enseñándonos que el universo es un gran libro abierto, escrito con el lenguaje de la matemática y de la geometría. O, regresando al mito de la caverna, describiéndonos los distintos grados de la realidad, desde el mundo ficticio de las sombras (la Doxa como conocimiento sensible) hasta la plenitud del Sol (la episteme como conocimiento de la verdadera realidad). Las apariencias sensibles de los prisioneros (los Titanes) hasta el conocimiento científico representado por el Sol (los Dioses).
Pero es una lástima que la llama creativa de esta secuencia no llegue a iluminar toda la película y se vaya apagando, rítmicamente hasta oscurecer toda la historia, engulléndola con una pomposidad artificial y desvergonzada, como la batalla final, mímesis de lo acontecido en el Abismo de Helm de la trilogía del Señor de los Anillos (2001-2003, Peter Jackson) o su desarrollo dividido en tres partes, como si se tratase de otra famosa trilogía galáctica. Sin olvidarnos de los discursos desastrosos de los personajes. Frases grandilocuentes que sonrojan a cualquier mente despierta, como aquellas que escupe Teseo (Henry Cavill) para alimentar el valor de los helenos sitiados frente a las huestes de Hyperion (Mickey Rourke) en el muro del Tártaro, que además se mezcla con un sinfónico ballet de golpeteo de escudos pusilánime. Para temblar. La película hubiese ganado si hubiera sido muda, solamente sosteniendo su narración a través de las imágenes, convirtiéndose en un cuadro moviente de arrebatadora belleza inane.
Para terminar dos recomendaciones, si quieren divertirse a costa de los mitos griegos, vean las temporadas de Xena o de Hércules producidas por Sam Raimi, donde se dan más volteretas y el despiporre es mayor. Si lo que quieren es acercarse a la realidad aquea, lean los cómics de Alix, escritos y dibujados por Jacques Martin, se sorprenderán gratamente de lo que encontrarán entre sus páginas. Y una cita. Si la película se abre con unas palabras de Sócrates, me gustaría acabar esta crítica con unas de Aristóteles (427-347 a. C.): “¿Cómo podemos saber lo que nos conviene sin saber quiénes somos?” Pues eso mismo.






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