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viernes, 21 de junio de 2013

HOJA APERGAMINADA. (VIII). EN BUSCA DE LA PARTICULARIDAD.

Existen libros que deambulan libres por el universo literario sin ningún tipo de ataduras genéricas y existen otros, que nacen sujetos a un género. Ambas clasificaciones optimizan el agrado de su lectura cuando nos embarcamos entre sus páginas, sin discriminarse mutuamente. Otra cosa es que alguien, saciado de un ego supino empiece a despotricar sobre un tipo de literatura u otra. La elección literaria es libre y  por tanto, no tendría que estar condicionada por ningún requisito. Bien, Boneshaker se ubicaría en la segunda tipología. Y esa unión está tan bien formada que es imprescindible hablar primero, aunque sea someramente del género o en este caso, del subgénero adscrito.


El libro reseñado fotográficamente arriba (The Steampunk Bible,) es el faro por el cual todo neófito o no al Steampunk debería seguir, si quiere sumergirse en su fascinante mundo. Escrito por Jeff Vandermeer y con S. J. Chambers es un bello ejemplo de cómo realizar las cosas, si bien no exquisitamente, por lo menos aproximándose a la perfección analítica. Es una competente guía que nos introduce en el intrincado mundo, donde existe una auténtica legión de seguidos que son los que han aupado el género hasta convertirlo en movimiento social, como podemos descubrir en el capítulo 5 (Hair Stays, Goggles, Corsets, Clockwork Guitars and Imaginary Airships) enfocándolo como una subcultura o, desde una perspectiva física y técnica, donde poder llegar a hacerlo realidad en el capítulo 4 (From Forevertron to the Raygun Rocketship and Beyond). El componente religioso en el título, adjetivándolo como bíblico además de provocar indignación en algunos, incide en su carácter fundacional para dirigirse a aquel que no crea en este tipo de cosas (mezcolanza narrativa, genérica y física). Desde los tiempos más remotos hasta la actualidad, desde el proto-cine hasta la sala más moderna, siempre hay algún ejemplo de Steampunk que nos sorprende. La novela también se ha alimentado de este subgénero (con el amigo Verne) y la televisión (con el amigo Who) por supuesto. Un híbrido narrativo que deslumbra y emociona a partes iguales, engendrado de la fusión entre lo viejo y lo nuevo.


El paradigma del subgénero es su propia fundación lingüística, ya que es el grupo que muestra su propia particularidad frente a la categorización del género. Mientras éste multiplica sus opciones ordenándolas para una búsqueda lógica, el subgénero las subdivide caoticamente en el sentido de que escoge lo que más le interesa del género, independientemente de su lógica o siguiéndola internamente. Quiero decir que quizás la fusión de zombies con máquinas voladoras en plena Guerra de Secesión norteamericana, no tenga mucho sentido pero si nos adentramos en su estructura dramática, quizás la escritora nos convenza. Y aquí sale reflotada una curiosidad. De la narración depende su coherencia, creyéndola o no, otorgándola una cierta verosimilitud. El subgénero implica por tanto un desafío. Concentrarnos mucho más en aquello que vamos a descubrir al pasar las hojas (o al ver una película) para que la atención del lector (o espectador), verifique un componente creíble en la historia. Ahora bien, ¿la narración subgénerica es lo mismo que la genérica? Sí y no. La narratividad es la misma salvo en una sutileza. La particularidad subgenérica salva de algún modo el proceso mimético con el género, diferenciándolo sucintamente. Busquemos esa particularidad.
La novela de Cherie Priest, quedando finalista de los premios Nebula y nominada al Hugo además de ganar el Locus (¡vaya carrerón!), ejemplifica el descuartizar genérico antes señalado. Además lo realiza sin miramiento alguno desde la primera hoja. El objetivo es el ritmo, o más bien, el encauce rítmico del lector posicionándose rápidamente en situación. Después de los pertinentes agradecimientos (yo no he escrito ninguno en La Caída de Dundee porque mi timidez no me permite compartir mi sudor creativo) y el dibujo de un mapa de la zona donde van a transcurrir los hechos, (diseñé uno muy abstracto en la contraportada de mi novela, no se puede ir gastando hojas en estos tiempos que corren), en la siguiente hoja (edición Debolsillo y La factoria de Ideas) aparece una crónica de hechos pasados, de la cual la trama se irá realimentando. ¡Touche! Si señora. Empezar con un artículo periodístico de la época (De Episodios improbables de la historia de Occidente. Capítulo 7: "El curioso estatus amurallado de Seattle". Trabajo en curso, de Hale Quarter, 1880) para contextualizar galdiosamente los hechos y disfrazarlos de su credibilidad correspondiente. Pero aquí no radica la particularidad. Si nos dejamos de símiles y adjetivaciones narrativas con que adornar la trama, nos encontraremos con lo insólito del tema. Frente a lo escrito de los protagonistas, zombies, naves espaciales ambientándolas en un mundo que abraza lo nuevo sin dejar de construir con materiales de derribo, se nos presenta la infraescritura. La historia de una madre, Briar Wilkes, por conseguir el cariño de su hijo, Eze, luchando contra la imagen de su marido, Leviticus Blue. La portada nos lo anuncia a bombo y platillo (hay que comprar el libro, ¿no?) pero el mejunje genérico es una mera excusa, su verdadero valor, su particularidad, reside en su aproximación al subgénero desde una perspectiva socialmente diferente. El entorno familiar, como grupo social compactado entre la madre y el hijo, derruido por la acción del padre, o más bien de su reflejo ausente, convirtiéndose en el ser antagónico de la heroína. El pasado podría representar perfectamente a la ex-pareja de Briar. El creador de la Boneshaker, una máquina taladradora capaz de atravesar el hielo de Alaska en busca de oro y causante de convertir Seattle en un infierno. Al principio son dos luchas antitéticas generacionales. Briar quiere olvidarle y su hijo está dispuesto a revelarlo de su ignominia para elevarlo a los altares científicos. Una empieza el relato desde una posición conformista, tolerando las burlas de sus compañeros sobre su ex-marido y el otro quiere justicia, convirtiéndose en un ser activo de la narración. Con él nos introducimos en esa Seattle que tanto nos recuerda a esa deliciosa y gamberra Nueva York amurallada salida de la imaginación de John Carpenter (Escape from New York, 1981), pero las tornas se irán cambiando, al paso de las páginas. La miríada de personajes a los que se enfrentan o van conociendo transformándose en aliados o enemigos, se mezcla con el cambio de roles del principio. Briar termina la narración sintiéndose querida por su hijo, restableciendo un orden. Ya no es un ser pasivo, ha entrado por derecho en la acción y se ha desprendido de la lacra de su pasado que la mantenía atenazada, mientras que Eze se enfrenta a la imagen de su progenitor con otros ojos, aquellos que han descubierto que a veces la verdad viene envuelta en una mentira, conformándose en su resolución. Curiosamente la mentira se ira desenrollando a medida que la vamos descubriendo, al mismo tiempo que los diferentes personajes nos van recomponiendo la figura de ese padre mítico, a una manera muy rashomoniana (gracias maestro Kurosawa), mutando en diferentes capas, secciones genéricas: la falta de cariño y la amputación de la transmisión parental en un drama; el periplo seguido entre las ruinas de una ciudad mortuoria sitiada por un peligroso gas que convierte en zombie a quien lo respira en la aventura.
Sabemos que la serie de Boneshaker continua y desde aquí se lo agradecemos a la señora Priest. Go ahead!








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