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jueves, 6 de junio de 2013

LA SOLEDAD DEL PODER.

Sigo mi periplo en la web con la siguiente crítica que me publicaron en Scifiworld.es


     Por fin la cinematografía británica tiene sus Siete samuráis (Sichinin No Samurai, 1954 de Akira Kurosawa), aunque también podríamos citar su remake norteamericano Los siete magníficos (The Magnificent Seven, 1960 de John Sturges). De cualquiera de las maneras, ya de entrada el tratamiento no es muy original que digamos pero no niega, en forma alguna que disfrutemos/leamos la película con otra perspectiva. Si la forma no es nueva tampoco lo es su fondo, ya que el cine ha tratado el periodo histórico donde acontecen los hechos infinitamente. Estamos en la pre-época de las andanzas del mítico ladrón de Sherwood, en una Inglaterra ahogada de problemas sociales y económicos además de los politicos, donde aparecerán los alegres hombres de mayas verdes (Las aventuras de Robin Hood, 1938 de Michael Curtiz y William Keighley) o los proscritos (Robin Hood: príncipe de los ladrones, 1991 de Kevin Reynolds) hasta llegar al cinema verité, o eso pensaba el director, (Robin Hood, 2010 de Ridley Scott), sin olvidarnos de la versión Disney (Robin Hood, 1973 de Wolfgang Reitherman) y las producciones de la Hammer (Sword of Sherwood Forest, 1960 de Terence Fisher o A Challenge for Robin Hood, 1967 de C. Pennington-Richards). Dirigiendo este background hollywoodiense y británico, su director Jonathan English conjuga el entretener con el criticar, ya que Templario no sólo crea un divertimento sino que propone un acercamiento examinador a la realidad versada, es decir no prepondera unos elementos técnicos, efectos  artificiosos, que los hay en el film frente a otros, exponiendo unos hechos enfocados desde otros parámetros significantes, más bien equilibra ambos pergeñando un mismo objetivo: mirar el mismo escenario de tantas producciones pretéritas pero deteniéndose en los detalles, intentando descubrir otra realidad, otro escenario sabiendo lo que se hace, esto es que está ante un medio de contar historias y se vale del mismo, utilizando las herramientas que la narración le ofrece a él y le han ofrecido a cientos de cineastas desde 1895. Ejemplos para una visión “palomitera” de la narración sería el enfoque que hace a los caballeros rebeldes, siendo menos heroico del esperado no existiendo héroes en su historia sino hombres con sus manías y fobias, borrachos, mujeriegos y asesinos. Otro elemento de conexión subliminal con el espectador sería el uso y la presencia de la violencia. La secuencia de la tortura a los rebeldes apresados es de un protagonismo descarnado, donde la desmembración se erige como trofeo transformado en símil violento, cuestionando la incoherencia del propio acto. Pero centrándonos en el apartado crítico, existen dos momentos verdaderamente poderosos en el relato, protagonizados por el Templario que se cuestiona su fe y  el monarca al que se enfrenta. Ambos son además de personajes, elementos que transcienden la narración, potenciando su significante; el primero representa a la religión y el segundo a la laicidad. Son dos vectores que vertebran la historia haciéndola balancearse de un lado (Iglesia) a otro (Estado).


La primera secuencia muestra al Rey Juan (Paul Giamatti) expectante con la mirada perdida, preocupado por algo que va a realizar; las aguas del Canal de la Mancha reflejan la efigie del monarca temblando a cada oleaje y representando su interior inestable. La cámara panea hacia abajo definiendo el contorno del noble como imagen temblorosa pero imagen, al fin y al cabo. Casi al final de la película, el heredero al trono inglés vuelve a las aguas. Camina vacilante hacia una charca cercana al asedio de la Torre de Rochester, con la faz turbada por lo que ha hecho. El director vuelve a realizar el mismo movimiento de cámara, pero esta vez la contemplación del reflejo del Rey es casi imposible debido a las estancadas y terrosas aguas de la charca. Ya ni siquiera el Rey Juan puede verse.
La otra secuencia muestra el rezo del Templario (James Purefoy) antes de acometer su aventura. Salir del lugar asediado y conseguir alimentos para sus compañeros. Gracias a este acto heroico, los rebeldes consiguen alimentos y también se relajan convirtiendo la sala central de la Torre en antesala de la muerte de algunos de ellos; a los que hemos visto reír y comer, los encontraremos poco tiempo después, abatidos y muertos. La acción solitaria del Templario ha propiciado un éxito y una derrota, los asaltadores consiguen penetran en el interior y aniquilar a casi todos los resistentes. Ambas situaciones ponen en común un elemento afín, la soledad. Por una parte la del Rey, que empezó preocupado ante los acontecimientos que fuera a protagonizar, y que han motivado que ya ni siquiera pueda verse reflejado en las aguas estancadas; sus acciones han ensuciado su trono, su ansia de poder lo ha borrado, no sólo de la historia sino de la HISTORIA, aquella que se escribe con Mayúscula,  abocándolo al olvido.
El Templario se cree poseedor de una fe inquebrantable pero la caída en los brazos de Lady Isabel (Kate Mara) y el posterior relajamiento, lo hacen derrotarse. Tanto en un extremo (control total del reino) como en otro (control total del espíritu), el poder muestra su lado más amargo, su soledad, y el film lo muestra conjugando el pasatiempo con la opinión.

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