Buscar este blog

martes, 10 de septiembre de 2013

DE ESTRENO. (Y VAN DOS).

El otro estreno que pude cubrir fue este.



Peaje al Género.
El director sudafricano que nos trajo la ocurrente Distrito 9 (2010), Neill Blomkamp, regresa para seguir contándonos cosas del futuro que atañen a nuestro inmediato presente. Es un auténtico agorero creativo, que esta vez nos propone un viaje al paraíso. Nos cuenta la historia de Max (Matt Damon) un trabajador que tiene un sueño (¡qué peligroso es eso!) y consumarlo consistirá en el desarrollo de la película. Sigámoslo. Nos encontramos en el futuro y la Tierra está  superpoblada y masificada. El riesgo de que acabemos como la sociedad que describió Wall-E (2008), está cada vez más cerca. La cita no es anecdótica, certifica un hecho. El paso del tiempo nos está dando la razón en cuanto a la valía de un film como el de Andrew Stanton, ya que estrenos recientes han plagiado numerosos planos e ideas del mismo como esta Elysium (planos generales de  rascacielos destartalados) o sin ir más lejos, el año pasado Joseph Kosinski y su Oblivion (la Tierra como estercolero espacial).

Toda película que quiera infiltrarse en un género tiene que realizar una especie de trueque, un peaje a cambio de obtener un beneficio o una ayuda. Al contribuir con la multiplicación genérica, a uno siempre le queda el regusto amargo de una posibilidad, del tipo: “Y si…” Cuando un autor se aventura en un género es muy difícil saber su verdadero potencial creativo ya que efectúa un pago para poder representar esa creación propia lo más fiel posible a como fue soñada y después escrita. Pero la realidad te sacude en forma de inversores, productores ejecutivos, jefazos de emporios que te hacen ver otra realidad, disminuyendo la tuya y sobre esa misma, como si fuese un palimpsesto, crear otra completamente nueva cuyo punto de partida quizás se refleje en los primeros minutos, pero quedando lejos de la concepción original primigenia. Pues bien, tengo esa sensación con respecto a esta película. Las premisas de partida de Elysium como de Distrito 9 son prácticamente idénticas y un tanto provocativas. Eso es bueno. La crítica es lo que tiene que hacer, despertar al somnoliento lector su apetito por ver, escuchar o leer algo.  Frente al proceso “sudafricanizador” (comunidad negra) de su anterior propuesta, aquí nos encontramos con uno “sudamericanizador” (comunidad indigena), donde la mayoría de la población que vive hacinada y sin ayudas estatales ni recursos sociales representa a una de las dos razas citadas, mientras que los ricos, mayoritariamente blancos, viven aislados en una estación espacial que es inmune a todos los problemas terrestres. Al ser casi imposible acceder a la fortaleza paradisíaca que orbita alrededor de la Tierra, los que puedan, es decir los que tengan el suficiente dinero tendrán que arriesgarse, tomándola al asalto. El problema inmigratorio reluce por su contemporánea y triste actualidad. Gente que deja atrás su pasado para enfrentarse a un futuro mejor, luchando en un presente que no se lo pone fácil. El film lo refleja muy bien con esas desconchadas máquinas voladoras que se arriesgan a salir al espacio libre para morir masacradas por los cañones del Elysium, no importando en su punitiva acción si en el interior de esas espaciales pateras pueda haber niños o ancianos. El discurso es terriblemente cruel pero el género lo disfraza de entretenimiento, no importa quién constituya esas vidas destruidas, sino el número de las mismas para buscar una mayor efectividad (antes de la matanza aparecen imágenes ralentizadas de gente subiendo a esos ataúdes volantes). No hay que ver más que la formación de ese tipo de gente en el film, sudamericanos, de color en el plano narrativo frente a la impertérrita efigie de una aria Jodie Foster, mostrándose impasible ante la orden de ataque. También podríamos realizar un ejercicio metanarrativo, averiguando que esa masa inmigrante está formada por rostros de actores terciarios y episódicos junto con extras, frente a la poderosa individualidad que confiere un halo de diosa a la actriz principal, aunque en este caso no lo sea tanto. La máscara se yergue frente a la crítica cubriéndola y convirtiéndola en mascarada de la acción. Tenemos el ejemplo de la lucha entre Max y un sádico mercenario, pagando peaje al cine más actioner, o la secuencia del discurso por megafonía del héroe caído, convertido en todo un personaje cristino porque Max se llega a transformar en un mártir que con su vida (ya ni siquiera es humano totalmente, sino un conglomerado de cables y botones, convertido en cyborg), ha desatado la revolución en el paraíso, pagando peaje al melodrama. Acabando con un final demasiado complaciente con la propia resistencia narrativa de la trama del film, menospreciando el esfuerzo del personaje principal para conseguir su objetivo. Todo es muy bonito. Las naves del Elysium salen en busca de todos aquellos habitantes que necesiten curarse en la Tierra. Las imágenes de gente recepcionando a los salvadores vehículos, regresa al ritmo ralentí. La película no hablará de la corrupción que generará ese procedimiento, como tampoco de las consecuencias de la masa invadiendo el paraíso, destruyéndolo o transformándolo en otra Dictadura tal vez. Creo que cada vez cuesta más descubrir al genio, aquel que está por encima del género, desarmando sus componentes y reutilizándolos a su antojo para crear algo nuevo. Creo que esa búsqueda se muestra cada más fútil, sin sentido o quizás, ahí en lo irracional, es donde descanse el último de los genios. Quién sabe, aún tengo mi radar funcionando a pleno rendimiento buscando Wall-Es o Kubricks por algún lado. Sigo en Stand By.

No hay comentarios:

Publicar un comentario