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lunes, 9 de septiembre de 2013

PERCEPCIÓN CATÓDICA. PARADIGMAS.

La perfección es difícil de ver mientras que lo burdo aparece en cada rincón. La complejidad busca esconderse entre los entresijos de la narración para dejar al espectador un libre albedrío teórico donde creer que es posible desenmarañar la madeja de la ocurrencia, desentrañando el objetivo propuesto por la historia. Contemplar una ficción, o a veces un documental, es una prueba, un desafío construido bajo un paradigma que podríamos estructurar en un puzle. Descubrir la pieza maestra del laberinto es encauzar la mirada del testigo hacia la clave misma de su resolución. Y no nos engañemos, el guion es su mejor y más compacta arma narrativa para intentarlo, aunque a veces parezca sumergido bajo el caos.


Estábamos entristecidos con el devenir de la serie. Había empezado magistralmente, para que lentamente se volcase en lo previsible hasta llegar a este capítulo, Out of gas, reflotando la trama al verdadero núcleo importante de todo el show. El laberinto narrativo que nos propone la historia entronca con el componente lúdico de saber lo que pasó. La propulsión del pasado empuja la narración, ya no solo en la propia historia que se limita al episodio, sino que va más allá expandiéndose en el pretérito del universo de Firefly. Y aquí radica parte de su encanto. La estructura remembranza de la formación de los diferentes integrantes del equipo del capitán Mal, conociendo el origen de sus compañeros e incluso del hallazgo de la propia Serenity. La construcción en flashback opera de diferente manera. Más que flashes son fogonazos atrás, cada vez que la trama en el presente camine desorientada (Mal herido y deambulando por una Serenity solitaria), se buscará una excusa para regresar al pasado de lo que sucedió, y desde allí, pegar otro salto más (el fogonazo del que hablo) para situarnos en el pasado, ya no de la diégesis sino de la de sus protagonistas. La construcción del guion se convierte en un mecanismo de relojería perfecto a través del cual conocer un poco mejor a cada personaje (exceptuando al reverendo y los dos hermanos), e incluso asombrándonos con lo que podamos encontrar en este viaje temporal. Por ejemplo la presentación de la mecánica de la nave es antológica, su papel angelical se pliega a uno más sensual o un poco más previsible, como la presentación de Jayne, haciendo de las suyas.
El puzle con que nos encontramos aquí no es ni si quiera la historia sino, su estructura, o mejor dicho su construcción. Desde el principio vemos en plano general a la Serenity y algo no marcha bien.


Una vez que nos introducimos en su interior, vemos como el capitán Mal es el único pasajero visible y se encuentra herido, agarrando un extraño objeto. El suspense pilota esa nave y los fogonazos atrás funcionan como puntos resolutivos para adentrarnos en lo que pasó y saber hacia dónde irán las próximas aventuras de nuestros amigos. A cada paso emprendido, le corresponde uno hacia atrás. Pareciese que nos encontramos suspendidos, como la nave en el espacio, ya que  a cada avance le corresponde su retroceso pertinente. Una de las cosas maravillosas de este show,  no es lo que nos dice sino lo que nos susurra. Y en este caso bien podría tratarse de la verdadera pieza maestra, del hilo de Ariadna que nos ayude a salir del laberinto. ¿Y cuál es? La negación de la historia. El relato como punto de no retorno representado por la abstracción narrativa de presentar una trama en bucles temporales (la presencia de los flashbacks y dentro de los mismos) que nos está diciendo, que la narración es una vuelta atrás continua, donde no puede concebirse el avance sino es a menos que se dé una oportunidad al retroceso.


Todo revolotea alrededor de los cuatro elementos, o si se quiere ser más preciso, se quema, se ahoga, se vuela y se toca en la trama del capítulo. Es el paradigma del caos, algo que por otra parte va entrelazado en el desarrollo de toda la serie. El prólogo pone sobre la mesa su estrategia para demostrar con una finalidad pasmosa el origen mismo del caos, ya no sólo del episodio sino de todo el organigrama de la serie. En otro tiempo y otro espacio se produce un ritual por parte de un chamán indio norteamericano. Como siempre parece que nada tiene sentido, aunque después todo se irá entrelazando siguiendo un patrón caótico. 
La historia girará hacia la costa este de los Estados Unidos, en concreto hasta Nueva York (uno de los personajes le dirá a Pete la sempiterna frase de la ciudad que nunca duerme), ejemplo de caos real. Por donde camines siempre habrá gente o coches, o quizás luces de neón advirtiéndote de que estás pisando suelo profano para el orden. La telaraña queda establecida, ahora hace falta conseguir víctimas que caigan en su red. Debido a esto, se irán presentando diferentes personajes con disímiles propósitos (por ejemplo prototípicamente tenemos al malo, perverso, al bueno, guapo o la guapa, generando tensión en el ambiente, ya bastante electrificado gracias a un manto indio que hace atravesar las paredes como si fuesen muros de pastel). Además tanto Mika como Pete tendrán que dejar a un lado sus celos para poder resolver el misterio.
Desde la típica estructura de narración de suspense en saber quién ha cometido un robo como la de la persecución por descubrir una cueva subterránea, todo se envuelve caóticamente para ocultar cualquier pista que pueda hacer pensar al espectador una hipótesis fidedigna de por donde irá la trama. El aluvión temático inconsciente es apabullante y solo disponemos de cuarenta minutos para resolver un enigma semanal y es por esa razón que Elements, aunque también podría ser la serie hasta ahora, es la que nos dice que es imposible llegar a solucionar nada en tan corto espacio de tiempo (se entiende que narrativamente hablando). La incorporación del personaje de Claudia Donovan (era previsible dado su potencialidad mientras que el de su hermano se convertirá en circunstancial, dado su neutralidad), saber quién es el que va escondido debajo del manto indio, dedicándose a atravesar paredes y asesinar a la gente con el único objetivo de conseguir unas piedras, el objetivo de los amoríos por parte de la pareja de agentes, etec, etec,



Y aunque tengamos a Artie, Deus Ex machima que nos alumbrará el camino con su saber (aunque en este caso sea con la ayuda de Claudia), uno tiene la sensación de que el único enemigo es el tiempo real del capítulo, y no se dispone de mucho, por lo tanto solo queda la incongruencia de desplegar rápidamente todo aquello inverosímil para poder empujar la historia y llevarla a buen puerto. Por ejemplo la pluma dejada en la pared o la localización de la cueva sin necesidad de la posesión de las piedras mágicas indias (¿qué sentido tienen entonces?, presionar el avance narrativo). Y aunque todo pueda parecer enrevesadamente desordenado, al final siempre hay que poner la guinda a la tarta. El río regresa a su cauce. La trama termina con una secuencia expectacularmente irrealista desde los parámetros lógicos pero funciona perfectamente desde otros ficticios, aquellos de los que se ha estado hablando durante todo el capítulo y que se resumen en esta secuencia. Una especie de orden dentro del caos.

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