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domingo, 15 de diciembre de 2013

LA CAÍDA DE DUNDEE. (XVIII). HOJA DE PERSONAJES. LAGASCA.


Hoy empezaremos a investigar con detalle a cada personaje que puebla mi novela. De esta manera podréis conocer, aún más, sus anhelos y objetivos, dudas y miedos, y al mismo tiempo, espero, trasladar el apasionante sentimiento que se inmiscuye a la hora de elaborar a los actantes, una de las características primordiales de la narración.
Como ya he escrito en otras ocasiones (La caída de Dundee XVI. ¿Y de qué va?), La Caída de Dundee nació de un guion literario que tristemente se estancó en ese estado, el de la teoría cinematográfica, sin poder ver la luz en una forma práctica fílmica. La culpa la tuvo un servidor por querer realizar algo ambicioso sin ser nadie. Y aunque ahora sigo siéndolo, la experiencia me otorga más cautela que hace unos años, volviéndome mucho más precavido en determinados asuntos. Bueno, el guion y su mundo se fosilizaron en un cajón pero no en mi pensamiento y día tras día, siempre lo llevaba conmigo. Infinitud de ideas explotaban en mi interior y algunas las capturaba para darles forma, mientras que otras se escapaban subrepticiamente delante de mis narices. Al final la clave sería cambiarme de medio y pasarme al literario, abriéndose numerosas opciones que el cine las limitaba. Por lo tanto la historia nace de un medio visual. Eso que quede claro. Y es que las imágenes me ayudan a captar con más facilidad aquello que se resiste en mi consciencia sin querer salir a la luz. La infinitud de referencias visuales que se agolpaban en mi cabeza a la hora de elaborar el guion, se multiplicaron con las literarias en la novela. Nunca está de más abrir la mente a otras artes produciéndose interesantes cruces culturales comunicativos.
A la hora de crear a un personaje siempre se tiene que partir de un físico, de una idea mutada en imagen. Bien, algo que recuerdes o bien algo que te ayude a fabricarlo. Por tanto podríamos decir que antes de crear primero hay que ver. En mi caso buscaba un rostro que representase la desfachatez y la dejadez, al mismo tiempo que mostrase una cierta propensión a la insolencia y la burla. Una cara agotada de todo, un rostro descreído por el paso del tiempo que en un determinado momento, pudiese explotar de cólera enrabietada. Y ese rostro tenía nombre y apellido de actor: Karra Elejalde. (Para poder verlo en pleno éxtasis creativo, no dejéis de ver Los Cronocrímenes y, por supuesto, leed: También se habló de cine español).


Su rostro es la antítesis del héroe, del protagonista ideal clásico. Por un lado su efigie es robusta y arrugada, debido a que su carrera ha empezado a despegar a una cierta edad, y por otro esconde una rigidez que oculta la seriedad y la broma al unísono. A veces no se sabe si está contado un chiste o un suceso. Una cierta alopecia en su frente corrobora el paso del tiempo, otorgándole una autoridad que a la vez es dinamitada por una bomba caótica en su humor surrealista en determinados momentos. Otro elemento importante, que choca frontalmente con la idea del héroe, es su estética. Es feo y su aspecto desgarbado y desarreglado en muchas ocasiones, testifica el componente "pasota" de su condición. Pero el elemento que más me atrajo fue su forma de trabajo; su manera de actuar siempre busca su verdad. A todo personaje que se enfrenta, se arma con una creencia en su verdad. Todo lo que hace Karra delante de una cámara o en un escenario, rezuma veracidad independientemente de la perspectiva moral realizada.
Bien todos estos elementos se fusionan, mezclan, mutan y revolotean alrededor de la idea de Martín Lagasca. Existen otros, que uno sustrae de su experiencia, ayudándola a conformar los límites de la creación del personaje. Cuando conocemos por primera vez a Lagasca, lo hacemos en medio de una discusión. Es una presentación en "media res". La bronca es un elemento que posiciona el carácter bravucón que queremos crear. En ese momento de la lectura, tenemos una sensación voyeuristica de estar en medio de algo, o mejor dicho, de espiar algo. Es como cuando pasamos por delante de una puerta entornada y repentinamente oímos gritos y palabras malsonantes. En vez de cerrarla y marcharnos, la abrimos un poco más, e incluso nos adentramos en ese espacio dispuesto a violarlo con nuestra presencia, con el único propósito de alimentar nuestro deseo morboso de saber qué pasa. Es en ese momento de culto al chisme, cuando la situación entra en escena poblándola el narratario con el consentimiento del héroe. Lagasca aparece nervioso y poco a poco se irá transformando en un auténtico capitán Haddock. Su ira se desata porque su inseguridad la dispara. A medida que se vaya desarrollando la trama, seremos testigos de otra presencia única en su devenir, que hará que esa inseguridad vaya creciendo. Cuando entre en escena su ex pareja, Laura Lepanto, posiblemente el único personaje que ha podido aguantarlo, se iniciará un proceso estructural donde sus parámetros se irán tambaleándose, al mismo tiempo que intentan salir con vida de Dundee. La situación regresa para poder situar a los personajes. La destrucción de la ciudad-cúpula establece un escenario físico desolado pero también uno interior, psíquico, donde los héroes pululan descabezados de sentimientos. Pueden ser una controladora aérea seria y fría, un piloto irresponsable o un militar que infringe una orden pero en su interior, están faltos de algo. Necesitan al otro para seguir adelante, aunque ellos mismos sean inconscientes del problema. La catástrofe funciona como metáfora geográfica de esa herida incrustada en su interior.
La presentación del piloto del Fortaleza también es la de un hombre furibundo que no puede ver más allá de sus narices. Es un Quijote que está observando constantemente gigantes en vez de molinos de viento. Su cólera le obliga a armarse siempre con la razón y cuando cree no tenerla, se auto engaña para poder conseguirla. Se podría decir que es un contrabandista de razones, todas ellas dándole las gracias por su adquisición, independientemente de si son verdad o mentira. Y es aquí donde entra a colación otro de los personajes de la historia, su compañero, del cual hablaremos otro día, Voyage como un Sancho dispuesto a quitarle la venda del engaño de sus ojos. Estas características lo hacen más humano si cabe que los prototipos de héroes valerosos e indestructibles, casi inmortales de la ficción contemporánea. Los héroes de toda la vida son seres solitarios y aunque a Lagasca esa opción le hubiese encantado, no es su caso. Citar a Lepanto y a Voyage tiene un porqué. La presencia de los otros vuelve vulnerable al propio Lagasca, incluso aunque no se percate de ello. Hemos descubierto más cosas sobre Lagasca que quizás la novela solo deja descritas sutilmente. Y aquí entra la intertextualidad de la intención. Lagasca es un personaje que se ha definido en el pasado con otro (Lepanto) y que se encuentra en el presente, en pleno proceso formativo, con otro (Voyage) buscando un futuro para su estabilidad en otro más (Heads), quizás. En este caso el personaje de Lagasca se creó con una mujer, se fue formando con un viejo y espera legar su saber en un joven. Lo que nos lleva a completar esta hoja de personaje como un cierto tipo de transmisión intergeneracional.
Seguiremos desenterrando muertos...

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