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miércoles, 22 de enero de 2014

LA CAÍDA DE DUNDEE. (XIX). HOJA DE PERSONAJES. LEPANTO.


El personaje de Laura Lepanto nace en el mismísimo centro de un conflicto. Un enfrentamiento no resuelto, ya que forma parte de una relación, supuestamente terminada en el pasado, y regresa como un ronroneo a la vida del piloto Lagasca. Al construir una relación de pareja, o concretamente como veremos a destruirla, la mejor opción es la de posicionarse en tierra de nadie. No favorecer a ninguno de los bandos. Aunque lo que verdaderamente me fascinaba era escribir acerca de cómo un irresponsable pudiese haber convivido con una persona totalmente opuesta a él, ordenada. O de cómo la vida da muchas vueltas y en uno de esos giros, las tornas cambian o explota la paciencia y todo se transforma, convirtiendo el paraíso en un infierno o viceversa. La convivencia puede llegar a resultar dolorosa y superarla a veces, se convierte en algo imposible de olvidar. Y aunque en un primer acercamiento podamos ver que el más tocado haya sido Lagasca, las consecuencias de ese encuentro en Dundee, también hacen cambiar a Lepanto. Está descrito en un momento discreto, sutil, concentrado en un detalle, una mirada. Tan imperceptible que ni el propia Lagasca se da cuenta. Una característica innata en aquellos que pagan su cuota de imbecilidad mensual y el piloto es un abonado.
Se podría decir que Lepanto está herida pero a su manera. Han pasado muchos micraños y ambos han cambiado. La relación pretérita llegó a ser destructiva y en un momento de la narración, ella lo expone tangencialmente pero ese pasado destructor ha hecho mella en Lepanto. Ese fue mi primer punto de partida, fabricar un personaje que ha regresado de una guerra y se enfrenta al mundo armada con unos índice de autoestima por los suelos. Por lo tanto me enfrentaba a un ser que ha sufrido mucho y que tiene que ponerse una coraza todos los días para no caerse otra vez. Una superviviente que podría tener algo en común con Lagasca, su miedo al compromiso. Si Lagasca lo tiene es porque siempre ha sido así pero en el caso de ella, su relación pasada la ha convertido en una auténtica escéptica de la relaciones sociales y menos de las que tienen que ver con el otro sexo. Y eso tenía que estar descrito en su rostro, unas facciones duras, representando su inaccesibilidad,  y bellas al mismo tiempo, que atrajesen. Una larga cabellera pelirroja podría potenciar ese ateísmo en las relaciones humanas, convirtiéndose en símbolo peligroso de su pasado. El cine volvió para ayudarme, pero de una manera peculiar. En seguida pensé en aquellas damas de fuerte carácter que protagonizaron algunas de mis películas favoritas como Rhonda Fleming (Duelo de Titanes, 1957, Mientras Nueva York duerme, 1956) :


O Eleanor Parker (Brigada 21, 1951, Cuando ruge la marabunta, 1954):


Sin olvidarme de actrices actuales como Lorraine Bracco (Uno de los Nuestros, 1990, Los Últimos Días del Edén, 1992):


O Rene Russo (Arma Letal 3, 1992, Estallido, 1995):


Sin dejar de lado a Susan Sarandon (Thelma y Louise, 1991, Pena de Muerte, 1995):


Todas se agolpaban en mi cabeza a la hora de describir a Lepanto, los ojos de una, la nariz de otra pero la que más se fijó en mi mente fue, quizás, aquella con los rasgos más pronunciados. Aquella con un perfil casi geometrizado. Donde sus líneas faciales conformarían una figura casi "picasiana". La candidata fue Rene Russo, además su rol en Estallido compartiendo protagonismo con Dustin Hoffman como pareja fracasada, me inspiró bastante en la del piloto y la controladora jefe del aeropuerto. En el film son dos científicos separados y la premisa argumental los une y en mi novela, tanto Lagasca como Lepanto han querido estar alejados pero el destino, (maldito palabro) parece unirles en Dundee.
Lepanto tenía que ser  rencorosa, altiva y sobre todo desconfiada. Elementos que configuraban un carácter serio y frío, bien diferentes a los potenciados por Lagasca, que es olvidadizo, pasota y amigable. El encuentro entre ambos tenía que ser especial. El lector desconoce el pasado de los dos pero su encontronazo tenía que ser descrito de una manera potente, visualmente gráfica, que el tiempo se parase y empezase ralentizándose. La presencia del pasado o su conocimiento pretérito, es lo suficientemente poderoso como para detener la narración y arrancarla con otro ritmo. La acción a partir de ese momento, coincidiendo con el advenimiento de la hecatombe dundiana, incrementará la velocidad de la historia. Al final, descubrí que en la confección actante, las características estéticas pueden llegar a ser importantes en los prolegómenos constructivos del personaje, una ayuda visual, pero lo que de verdad importa es el empuje de la historia, la narración haciendo estragos, diezmando al narratario con una única finalidad, encumbrarle en la más absoluto de las incertidumbres. Dejarle náufrago de sus intenciones. El escritor se transforma en brújula y el lector es un desorientado en sus manos, aunque siempre existan tratos subterráneos entre ambos. Un pacto en la sombra que La Caída de Dundee posee. Cuidado no es un "As en la manga". Es el absoluto respeto por aquel que se atreve a adentrarse en una historia, en compartir el placer de la lectura inmiscuyéndose para imaginársela. ¿Quién describe la historia en mi novela? ¿Un servidor o el anciano de la caverna? Es decir, ¿el escritor o el actante? Como consecuencia podíamos acabar preguntándonos, y de paso contrariándome (¡me encanta!), ¿qué es más importante el personaje o la historia? Yo ya sé la respuesta ¿y tú? ¿Has escrito alguna vez? Te invito a hacerlo, la recompensa es ilimitada, amigo.  



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