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martes, 4 de febrero de 2014
LA CAÍDA DE DUNDEE. (XX). MI ESTRATEGIA.
¿Por qué elegimos un camino y no otro? ¿Por qué al cruzar la calle giramos a la derecha y no a la izquierda? Parecen preguntas sencillas pero sus respuestas pueden que no tanto. Entre otras cosas porque van adheridas a circunstancias o elecciones privadas. A la hora de escribir pasa lo mismo. ¿Por qué decidimos optar por una forma de narración y no otra? La respuesta también podría llevar implícita un cierto grado íntimo pero no es el caso, más bien es el objetivo de La Fortaleza de Nintes.
En La Caída de Dundee, la historia podría haber sido más lineal, ordenada, cosa que lo fue en su génesis, pero decidí optar por una cierta complejidad, un desorden voluntario que diese como resultado un paralelismo rítmico narrativo. El componente lúdico sobresalía en esta elección. El juego como representación de un universo por donde pululan unos personajes en busca de algo. Había que situarlos no solamente a ellos, los jugadores conjuntamente con el lector, sino también a la acción propiamente dicha. De ahí la inclusión de un mapa muy sinóptico en la parte trasera del libro. Y es más, la minuciosidad con la que describo lo que parece ser un atlas en las paredes agrietadas de la Cámara del Encuentro, respondía a ese problema situacional. El mapa como gráfico que revela una(s) ruta(s) por donde mis héroes y villanos campan a sus anchas buscando su(s) objetivo(s). La analogía narrativa se abría paso en ese mapeado dundiano para poder situarlos, ya no solamente a ellos geográficamente, sino hacer visibles sus múltiples acciones que estaban haciendo o iban a realizar. En ese justo momento, estalló el mecanismo y el engranaje se empezó a observar al detalle.
La multiplicidad de acciones, dividida casi en parejas (Lagasca y Lepanto escapando por los hangares subterráneos del aeropuerto de subviones; Voyage, Heads y Casandra huyendo del profesor Antónimus; Horacio buscando un mito y los hijos de Dundee esperando para ser rescatados) respondía a esa opción jugable. Dejar al lector en pleno Cliffhanger al final de cada parte para volver a retomarlo más tarde, como si fuese un capítulo de Perdidos (y es que Lost juega mucho con el espectador y con su percepción). En algún momento me plantee el dejarlo y regresar a la linealidad decimonónica pero en seguida pensé que ya lo había hecho, el comienzo de la novela es muy lineal y tenía que mutarlo de alguna manera. Es más, es tan poderosa esa continuidad monótona que el libro empieza con ella y acaba con ella. El nudo tendría que ser desenredado por el lector así que la novela parte como un desafío. Pero no uno muy rebuscado, simplemente es adoptar una elección, elegir un lado de la calle, un camino por donde hacer discurrir mi estrategia, aventurarse en mi historia.
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