Asistí a la Feria del libro y la
cultura de Parla como oyente en una mesa redonda de sugerente e inquietante
título: “El libro, ese animal de 4 patas
¿en peligro de extinción?; escritura, edición, distribución y venta.”
Moderado por Carlos Lapeña, la mesa la constituyeron Antonio Ventura
(escritor), Mariano Zurdo (editor), Consuelo Delgado (distribuidora) y Javier
López (librero). Se quiso hacer una especie de “estado de las cosas” acerca del
libro y al final se quedó en un intento, que ya para Parla es un triunfo. Uno
pírrico en un país cainita como el nuestro como dejaron ejemplarmente claro los
integrantes de la mesa y, bendita coincidencia, la circunstancia de tener sobre
nuestras cabezas, las de los pocos que asistieron al evento, en el piso de
arriba, al alcalde disfrutando de una obra de teatro mientras en el subsuelo de
la casa de cultura, se organizaba el debate literario. ¿Sabría que debajo de
sus posaderas estaba un grupúsculo intentando dilucidar la cuadratura del
círculo literario de este país? Con este hecho se podría establecer un curioso
paralelismo, ya de entrada, acerca de la importancia que se le concedió al acto
en sí por parte de la autoridad o autoridades del lugar. Esa fue una de las
reflexiones que me provocaron mi insignificante participación en la feria pero
hubo más.
De intermediarios y otros
representantes burocráticos.
El asunto empezó con una ligera
digresión por parte de Antonio Ventura. Ligero desvío que comparto, quedándose
establecido en pocas palabras las bases de la ignorancia de este país o de su
sentimiento. Si hay que hablar de literatura primero tendrás que exponer el
contexto para después exponer el texto. Abordó un recorrido histórico desde la
II Segunda República hasta la actualidad, rastreando las trazas culturales de
un país casi analfabetizado y controlado por la élite política y religiosa en
el pretérito y que se supone transformado en el presente, pero igual de
controlado que en el pasado, defenestrando a la incultura y la ignorancia del
suelo patrio. Bien, a día de hoy seguimos cargando esa lacra, no de igual
manera cuántica ni por los mismos controladores, pero sí observando ejemplos en
cualquier espacio social o educativo (las auténticos bibliotecas “pasolinianas”
frente a los palacios que representan las alcaldías, diputaciones, autonomías,
fundaciones y organismos de estado), donde el asalto a la lengua (en todas sus
disciplinas) es consentido e, incluso, bien valorado.
Dejando a un lado a estos agentes
parásitos de una transición demasiado mitificada, nos tendríamos que centrar en
otros representantes que aparecieron en la mesa redonda. Había un editor, una
distribuidora y un librero. Entre números y penas, se desnudaron ante el escaso
vulgo, victimizándose de un sistema verdugo que ya no parecía que les diese
tanto la mano como antes, o con diferente frecuencia una palmadita en la
espalda. Los señores ponentes no se han preguntado ellos mismos qué quizás
hayan hecho mal los deberes después de tantos años de dominio jerárquico. ¿No
ha sido de esta manera tan representativa, la suya, como si se tratasen de tres
estamentos de un antiguo régimen periclitado como se han hecho las cosas desde
siempre? Quiero decir, que las figuras del editor, distribuidor y librero han
estado eternamente entre nosotros para
sacar adelante un libro determinado, independientemente del esfuerzo del autor
que queda en segundo plano, por no decir terciario. Y si ahora el “status quo”
está cambiando no será porque ellos tienen algo de culpa. Más que preocupados,
no estarán asustados del tsunami que se les viene encima, amenazando con
borrarles del mapa (de hecho ya se está produciendo con la autoedición o
Amazon) su chiringuito, su trono de hierro particular.
La evolución humana es un hecho y
su pareja, la artística también debería serlo.
El arte se transforma a medida
que pasa el tiempo y aquellos que no lo ven, agoreros profesionales, revuelven
con sus soflamas a un público falto, ya no de cultura, sino de juicio, de
representación argumental. Son los intermediarios de una burocracia
institucionalizada. No se dieron cuenta los integrantes de la mesa redonda pero
uno de ellos lo dejó bastante claro: “seguiremos
teniendo la misma mierda pero con diferentes moscas.” Pues eso.
De banalizaciones.
Mariano Zurdo puso en juego algo
que también tiene su importancia, aunque lo hizo burdamente, queriendo ganarse
la sonrisa de los que allí estábamos a costa de la intimidad de algunos
individuos, contándonos emails que le llegaban de los mismos. Donde, de alguna
manera y con cierta razón, despotricaba con la inflación de autores que se van
produciendo con el paso de los años. Gente prepotente, según él, que se creían
Cervantes o Vargas Llosa en sus primeros trabajos. Consuelo Delgado, la
distribuidora, apoyaba el argumento incentivando su trabajo y el de su
compañero diciendo casi que si no fuera por ellos, los índices culturales del
país estarían por los suelos. No todo vale, pero es cierto que el sistema de
sacar un libro a la calle está cambiando, dejémonos de demonizar y hagamos que
el público juzgue lo que compra, o al menos démosle la oportunidad de acercarse
a aquello que le interesa. Hagamos espacios reservados para aquellos que solo
quieran leer un cierto tipo de literatura genérica y no la sempiterna
LITERATURA. Con esto no quiero “guetizar”
al género porque por desgracia entre nosotros, los autores que estamos
empezando, hay mucha basura y en algunos casos y, empezando por uno mismo la
mía propia, pero convirtamos la hazaña de escribir una novela, un ensayo, una
crítica, un análisis, en un camino de aprendizaje. Puede que lo primero que
escribas sea infumable y puede que lo segundo también, pero si de verdad
sientes que necesitas expresarte en palabras, frases, adelante continúa y sigue
aprendiendo. Por supuesto que ahora existe una banalización creativa pero es
algo lógico en el mundo que estamos viviendo, en la sociedad que estamos
sufriendo. Hemos alcanzado estratos indispensables para construir una mansión que
se llama sociedad del bienestar sin pensar en darla una habitación a la cultura
y luego vienen las crisis. ¡Venga ya! Las crisis son necesarias porque nos
avisan de todas las cosas perniciosas que hemos estado haciendo hasta ahora y
la enseñanza es que habrá que cambiar de sistema, habrá que empezar a conducir
por carreteras secundarias antes que por la autopista. Puede que sea más
peligroso pero habrá que empezar a construir un riesgo cimentado en la
constancia, y el valor en uno mismo. Tendremos que empezar de cero a conocer
nuestros objetivos pero también nuestras limitaciones, que no venga nadie de fuera
y nos diga lo que tenemos que hacer. Banalización creativa frente a la
banalización institucional. La primera crea, bien o mal, pero la segunda
destruye perfectamente todo lo que encuentra a su paso.
De ruegos y preguntas.
La parte final del acto y la más
escueta e interesante, a mi modo de entender una mesa redonda, fue la de las
preguntas de los asistentes que daban pie a representar sus puntos de vista
confrontándolos con los de los ponentes. Y saqué varias conclusiones, la
primera de ellas fue que cada uno vive en su burbuja de cristal particular.
Antonio Ventura diciendo que leer a Harry Potter es hacerte casi de Hogwarts y,
en cambio leer a Salgari es convertirse en lector apasionado. El primero se
convertirá en fanático del mago y el segundo en erudito literario. No se ha
dado cuenta el señor escritor que vivimos en el siglo XXI y que, por desgracia,
la única puerta o una de ellas que tiene los jóvenes y no tan jóvenes de entrar
en la literatura, sea esa, a la que él mismo está criticando. Le tendría que
haber preguntado si a los cómics los considera literatura o morbo artístico. La
segunda se me generó oyendo a Javier López, el eterno “homo felicite”, diciendo
que las cosas cambiarán para mejor. Me gustaría saber qué formula utiliza para
construir esa felicidad, quizás como librero se sustente debajo de los libros
de texto estudiantiles. ¿Qué pasaría si a partir de mañana fueran gratuitos? Al
final hubo alguien que comparó los problemas del libro con los mismos a los que
tiene que hacer frente el cine. Quizá no esté en peligro el libro sino la
cultura de este país y lo único a favor de esta situación es que se celebre una
feria cultural para poder verlo, y más importante aún, poder debatirlo.
Yo por la parte que me toca, reconozco no haber sido capaz de encauzar la mesa por los derroteros previstos, es decir, por la actualidad y el futuro del libro más extensamente. Sin embargo y pese a las digresiones y el tono negativo general, creo que el acto fue interesante y constructivo, tanto por los ponentes como por los asistentes.
ResponderEliminarGracias por ser uno de ellos y por esta reflexión.