Estaréis de acuerdo conmigo que como Lagasca no es el típico
héroe, tampoco tendrá cerca al típico
compañero y, quizás tampoco al típico antagonista pero de eso ya hablaremos en
otro momento. Los compañeros, eternos secundarios, más que necesarios se hacen
vitales en la formación de los protagonistas. Los superhéroes por ejemplo
tienen a sus sidekicks que ejercen a su lado de teloneros de la acción. ¿Qué
sería de Batman sin Robin? Bien en la creación de Voyage esa era la
idea primigenia pero gracias a dios que solamente se quedó en eso, en la
génesis del personaje, el caparazón de donde nace la idea. Voyage carece de
superpoderes y además es un viejo cascarrabias que utiliza a Lepanto como diana
de sus ironías. Eso lo hacía más cercano y en definitiva, más humano y es que
esa palabra es la que más veces se repetiría en mi cabeza a la hora de crear no
solo a Voyage, sino a todo el elenco de La Caída de Dundee. Además el personaje
nació con otro handicap, su escalafón actante.
Voyage es presentando como personaje secundario pero a
medida que la historia se vaya desarrollando, se irá posicionando sobre la misma.
A decir verdad en este primer libro ambientado en MINVS, lo único que hago es
ubicar a los personajes para que puedan ser empujados por las circunstancias
narrativas que los llevarán al momento álgido de la trama. Por lo tanto tenemos
una serie de historias paralelas que se irán sobre poniendo, unas encima de
otras al ritmo frenético de la destrucción de Dundee. La de Voyage es una de
las más importantes, ya que será el garante de la transmisión y protagonista
del momento nuclear en esta primera parte: el descubrimiento de la Cámara del
Encuentro. Esa es la principal razón por la cual dediqué mi portada a ese
concreto instante. Sobre un dibujo, en una sola imagen tenía que describir el
misterio y la sensación de extrañeza que inunda todo el lugar, provocando un
ambiente inquietante para el lector. El foco de luz dirigiéndose hacia unas
extrañas inscripciones y hacia el título, pero al mismo tiempo, desde el techo
empiezan a caer restos de arena y piedra y el cuerpo de Voyage se muestra
reluctante con ese pie avanzando, tembloroso por lo que acaba de encontrar.
A Voyage siempre me lo imaginé con un carácter muy nuestro,
tosco, directo y listillo. Y si existe o existió alguien o algún actor español
que aglutinase toda esa cohorte de adjetivos y más, era el gran Alfredo Landa.
Un actor que llamo volcán, porque en cualquier momento está a punto de
explotar, entrando en erupción con algún improperio u acción aparentemente
ilógica. Un auténtico personaje quijotesco, aunque tuvo la oportunidad de
interpretar al sidekick del hidalgo manchego, Sancho Panza. Por otro lado, tenía
en mente desde una óptica física el tipo de peinado que llevaba el gran
compositor Jerry Goldsmith, con su melena lacia canosa recogida. Una especie de
abuelo carroza, último rockero de su generación.
Regresando al interior del andamiaje de Voyage, me encontré
con algo insultantemente interesante, y que me hizo desarrollar su carácter hacia
otra dirección. La diferencia de edad me proponía jugar con el elemento
generacional y con el trasvase de experiencia de una persona a otra, y aunque
biológicamente no tengan ningún tipo de consanguinidad, el rol de Lagasca como
el de Voyage empezaron a jugar al de padre e hijo constante y sutilmente. Hay
un momento, que no diré, donde podemos asistir a un proceso de anagnórisis por
parte del viejo. Voyage se dará cuenta que de lo mucho que ha contado a Lagasca,
algo seguirá perpetuándose. Es breve, ocupa unas líneas pero es de vital
importancia de cara a la construcción interior del personaje. Se da cuenta,
aunque no tenga que decírselo el propio Lagasca entre otras cosas porque ni él
mismo es consciente de ello, pero su forma de pensar, sus ideales tendrán un
heredero que hará mantener su pensamiento. Esto para un viejo huérfano es de
mucha valía, quizás lo que más, incluso más allá de sentirse útil en la sociedad
que vive. De alguna manera, Voyage piensa que hace un favor al mundo que le ha
dado la espalda en innumerables veces, inculcando su punto de vista sobre otro
paria más. Es el ejemplo filosófico de que el ser se irá pero sus ideas
permanecerán. Y aunque la idea de la figura del Padre revolotee a lo largo de
la historia, como ya he dejado constancia, Voyage es más bien un colega que un
padre para Lagasca, por el típico tratamiento coloquial que se tiene entre los
dos. Aliándose con la socarronería y la chulería, la pareja de pilotos de
subviones ejercerán, inconscientemente un auténtico duelo dialéctico, sobre
todo cuando están delante de otros personajes, donde el concepto de autoridad,
tan querido por el Convenio por otra parte, se pondrá en entredicho en
repetidas ocasiones.
Existe otra figura narrativa que me fascina y es la del
looser, la del perdedor que se transforma en un ser peligroso para su enemigo,
entre otros motivos, porque no tiene nada que perder. Voyage ejemplifica en sus
carnes un pasado como superviviente de alguna guerra pérdida en el pretérito y que
en el presente ahoga sus recuerdos en máscaras etílicas. Su ironía es
humedecida por el alcohol gaseoso.
Bueno y hasta aquí los protagonistas de mi novela, aunque
como ya he dejado claro no he querido hacer distinción
del rango protagónico. A partir de ahora iré presentando al resto de la troupe
en parejas y hasta en tríos. ¡No os lo perdáis!
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