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jueves, 5 de junio de 2014

PERCEPCIÓN CATÓDICA. LA CUADRATURA DEL CÍRCULO.

Aunque suene ilógico, el gran contrincante de la imagen siempre ha sido la palabra. Cuando cito al vocablo me refiero al sonoro porque el cine silente siempre se ha apoyado de carteles explicativos para una mejor comprensión narrativa. Durante aquella primitiva época hubo un desarrollo prodigioso donde la imagen intentó independizarse de la palabra pero duró poco y el vocablo invadió el cuadro del fotograma. El cine ya no volvería a ser el mismo. Siempre pongo el mismo ejemplo, pero si tienen oportunidad de ver El último (Der letzte mann, 1924) de F.W. Murnau, lo entenderán perfectamente. Y aunque casi siempre la imagen se haya apoyado en la palabra para intentar sobrevivir (serían las adaptaciones literarias de la que las diferentes Hojas Apergaminadas dedicadas a Canción de Hielo y Fuego son un buen ejemplo en esta Fortaleza de Nintes), siempre ha intentado desgajarse de la disciplina del lenguaje hablado.  Bien, hoy nos proponemos asistir a un combate entre una disciplina y otra, entre un arte y el otro. Preparémonos, quizás la televisión se haya convertido en el último baluarte de este enfrentamiento.


Heart of Gold es un título engañoso. Las palabras se alían entre ellas para confundir al espectador. El entente, como todos,  produce recelo en el sistema. No nos encontramos en el centro de una epopeya en pos del oro, de hecho, en Firefly todo se encuentra a millones de millas del mito. El oeste espacial de Whedon tiene que ver más con el realismo sucio de Leone que con el pulcro de Ford. Lo que nos encontramos es otro tipo de búsqueda, una que tiene que ver con la dignidad de elegir. La posibilidad de un grupo de prostitutas de ser independientes dentro de una comunidad regida por el hombre. O más bien por un hombre, Ranse Burguess (Fredric Lehne) y frente a esa dominación se encuentra el burdel de Nandi (Melinda Clarke), desafiante. Aunque lo que interesa al cacique es obtener algo más de una de las meretrices. Su bebé. El "Jarrapellejos" particular de la Luna de Deadwood quiere a toda costa robar su vástago, aunque sea bastardo para inculcarle otro tipo de educación, una alimentada en el más atroz de los
-ismos, el  predominante sexual. Pero no contará, a modo de eco ronroneante de Sin Perdón (1992) de otro heredero de Sergio Leone, Clint Eastwood, con la resistencia de la tripulación de la Serenity, que vendrá a socorrer a la jefa del prostíbulo. Una de las razones, si no la principal, por las cuales el capitán Mal aceptará el encargo es que Inara fue amiga y compañera de Nandi. Por lo tanto, el conflicto se generará en los márgenes narrativos de uno de los personajes más crípticos de la tripulación hasta ahora. Sobre la compañera Inara, nunca hemos sabido exactamente cuáles han sido sus sentimientos, nunca se ha desnudado ante el voyeur televisivo como si lo han ido haciendo el resto de la tripulación. Por lo tanto, el personaje siempre ha estado por encima de los demás, siempre se ha mostrado independiente, de hecho tiene su propia nave espacial, cosa que la permite una independencia que ningún otro tiene en la Serenity. Podríamos decir que la representación del grupo, la tripulación, está en una situación delicada frente al individuo, Inara, que es cierto que pertenece al mismo pero que ha demostrado unos niveles independientes deslumbrantes. Eso tiene un precio, creativamente hablando. El espectador se verá más identificado con la pluralidad de la Serenity que con la escurridiza Inara. Su rol se muestra frío, inalterable, intocable y lejano. Y si bien es cierto que los creadores del show han querido construir una relación entre ella y el capitán Mal, nunca queda del todo claro. Whedon juega al doble juego hasta este episodio.


Por fin observaremos los sentimientos del personaje y, aunque siga igual de imperturbable delante de la tripulación y del capitán, el derrumbe emocional que sufre es devastador. Todo se resume en una sola imagen, un plano donde la vemos sentada, recogida como si fuera una niña, llorando desconsoladamente. La imagen parece aprisionar al personaje. Inara ha sufrido una traición por parte de su amiga, aquella que ha ido a socorrer. La felonía se produce cuando ella ve salir del cuarto de Nandi a Mal abrochándose la camisa. Inara no pierde la compostura como buena profesional e incluso se alegrará por su amigo, pero en la soledad todos regresamos a nuestra infancia, a ese País de Nunca Jamás. Ese plano, esa imagen, capta el momento individualizando los sentimientos del actante. La infranqueable, sentimentalmente hablando, compañera se derrumba ante la narración y ante el espectador. La verdad es reflejada. Está enamorada de Mal. Sobre los sentimientos del capitán hacia ella ya nos lo imaginábamos  pero desde el otro lado del valle sentimental no quedaba tan claro, ahora sí y gracias a una sola imagen, luego vendrá la parafernalia explosiva del asunto, la resolución del conflicto a través de un asedio pero lo más importante lo posee ese plano. Las cosas ya no volverán a ser lo mismo, la anagnórisis se produce: ella le dirá al capitán que se marcha y él se quedará congelado en el tiempo, otra imagen desoladora: la de un hombre que ve cómo lo que más quiere se le escapa de sus manos.



En Nevermore, MacPherson regresa y se consagra como el Moriarty particular de Artie pero lo interesante del episodio será el esquema elegido para su presentación. Si es cierto que en Regrets (Percepción Catódica. Heridas) hizo su debut particular hiriendo con una catana a Artie y en el episodio Breakdown (Percepción Catódica. Lo ridículo), los Regentes  le advirtieron de que tuviese cuidado, aquí seremos testigos de toda su malevolencia a la hora de construir su mecanismo. Y su estructura embaucará a Myka, o más bien a su pasado, elemento capital en la estructura de un personaje y en la de un individuo. MacPherson denota astucia atacando al talón de Aquiles de cada víctima potencial, incluido el espectador, ya que observándolo, o más bien como su tela de araña se va expandiendo, somos testigos de la trama pero no somos conscientes de la importancia de la misma hasta su resolución. Bien, como he dicho, MacPherson utilizará el pasado de la agente para atraerla hacia él e intentar conseguir otro de los peligrosos artefactos. El episodio empieza alocadamente con Pete persiguiendo a MacPherson por las calles de Montreal mientras se presentan los personajes que harán de continentes de las palabras de Edgar Allan Poe. El acoso de un estudiante de una Universidad privada en Portland , Oregon será el detonante para que la pluma y un libro del escritor norteamericano se conviertan en los artefactos buscados. El último inmiscuye al padre de Myka, que como ya hemos oído otras veces regenta una librería de libros antiguos, Bering and Sons, en Colorado.


Por lo tanto, hoy nos encontraremos con un capítulo con resonancias muy literarias donde la palabra ejercerá de elemento indispensable para la presentación, desarrollo y desenlace del mismo, e incluso las letras se transformaran en un mortífero virus. El vocablo se transforma ungiendo de importancia su sentido para resolver el enigma elegido, un misterio que tiene que ver con el mundo de Poe porque cada situación utilizada por el artefacto, en este caso la pluma del escritor de Boston, se precipita hacia un esquema interior escenificando algún pasaje de sus obras como el cuento El Gato Negro (1843) o El pozo y el Péndulo (1919). Las secuencias del emparedado vivo al profesor o la de Pete y Claudia a punto de morir seccionados por un péndulo son divertidamente fantásticas y sólo aquel conocedor del mundo del autor del Cuervo, puede sacarles el máximo partido. El chico que ha sufrido bullying al principio será el que se dé cuenta de que la pluma lo atrae y con ese poder, se vengará de su acosador y también de todo aquel que se inmiscuya en su camino. El esquema es básico, aquel que escriba una palabra y después la lea se convertirá en realidad. Prodigiosamente la palabra ordena la realidad ficticia de la narración, apoyándose en la imagen para su resolución. Sin la palabra, el plano, la secuencia carecería de valor.


El padre de Myka rodeado de libros constantemente sufre el ataque inmisericorde de MacPherson y su libro maldito, que hace que las palabras fluyan por las venas de aquel que lo lea. Todo es un homenaje a la pasión por la lectura, incluso aquella que todavía ni siquiera ha salido a la luz (el padre de Myka tenía manuscritos de su puño y letra que no se atrevía a publicar). Frente al dicho de si una imagen vale más que mil palabras o una palabra vale más que mil imágenes, elijo la posición diplomática de estar en tablas. Mirando al padre de Myka sentado en su trono rodeado de su reino, a uno le entran ganas de estar en su misma coyuntura, rodeado de un universo de palabras pero no nos engañemos, estamos mirando una imagen, un plano. Por lo tanto este enfrentamiento es la eterna cuadratura del círculo.

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