“La
anticipación es la idea más terrorífica que una película puede llegar a dar. La
imaginación de la gente es la herramienta más eficaz a la hora de crear temor.”
Matt Reeves.
Nada más empezar El amanecer del Planeta de los
Simios (Dawn of the Planet of the Apes, 2014) esa idea se nos materializa. La
anticipación como construcción de la perspectiva errónea hacia el “otro”. Hacer
que algo ocurra antes del tiempo concreto o, en nuestro caso, prever algo, una
actitud, un posicionamiento, un punto de vista antes de que haya sucedido.
Además, rizando el rizo, si esa idea se construye sobre una narración lineal,
sin saltos en el tiempo o sin elipsis, plegándose circularmente, es mucho más
complicada su realización. Los ojos de César (Andy Serkis) nos miran. Realizando
un travelling de retroceso empezamos a observar que sobre su rostro,
contenidamente serio existen pintadas que anuncian ímpetu, y que no está solo.
Más simios alrededor lo acompañan. Su expresión grave y contundente, auspiciada
por el levantamiento de su extremidad derecha, comunica una resolución violenta
inminente. No sabemos contra quién, ni con qué fin. Empezamos a pensar que
contra el género humano pero es una mala interpretación, regida seguramente por
el propio background de la saga. El miedo genera este tipo de sentimiento como
veremos en varios personajes tanto de un bando como del otro (en el simio Koba
o en el humano Dreyfus). El suspense escuetamente creado se volatiliza cuando
vemos que lo que están haciendo los simios es cazar y a lo que vamos a asistir
es a un ejemplo de cacería que nos retrotrae a un tiempo prehistórico. Las
pinturas y los signos dibujados, escritos sobre las paredes del poblado simio
potencia la idea, ¿la anticipan? del pretérito de nuestros antepasados
evolutivos. Hemos juzgado mal a César y tenemos que pagar por ello. Este
comienzo es su peaje construido sobre una narración esférica que va dando
vueltas sobre su propio eje. La estética se erige como núcleo creativo,
proporcionando al film la idea circular muy presente a lo largo de todo el metraje.
No solamente en el giro del juego representacional de puntos de vista
totalmente intercambiables y similares en los personajes, sino también sobre
sus intenciones. Por ejemplo sigamos con César y su relación con Malcolm (Jason
Clarke). El humano se retira de su lado, siendo testigo excepcional del
encuentro de César con los de su especie que lo creían muerto. Mientras se
acerca a los suyos, el simio nos mira otra vez. Su mirada fría y concentrada
vuelve a traspasar la pantalla, golpeando al espectador y desafiándole. Se
construye otro travelling pero de sentido inverso al primero, éste es de
aproximación. A partir de este momento ya no habrá cabida para ambos grupos en
el ecosistema. Los simios empezarán a reinar sobre la Tierra y los humanos
acabarán siendo sus esclavos, aunque exista una sutil esperanza. La opción de
la convivencia no está del todo borrada y aunque Malcolm se arrincone en las sombras
para dejar paso a César, como si de un traspaso de poderes evolutivos se
tratase, la posibilidad de anticipar su supervivencia reside en el cambio
social. Ahora es el turno para que los humanos retornen a la naturaleza y los
primates regresen a la derruida civilización para crear una nueva. César lo
sabe y mira como Malcolm se retira y con esta determinación se prepara para la
guerra, arropado por todos los suyos, ya no como un líder sino casi como un
dios (no obstante para algunos de sus seguidores es como un resucitado). Lo que
empieza igual que lo que termina es indicativo de que sobre la efigie de César
no ha cambiado prácticamente nada. Es
cierto que tenía una duda hacia lo humano al principio pero ya se ha librado de
ella al final. Todo esto se podría decir del componente teórico de la película
pero existe un plano secuencia que redunda en la idea de circularidad, proporcionando sentido a su práctica, ya no
sólo a nivel narrativo sino a uno técnico. Hemos hablado de la construcción
circular a un nivel conceptual, ahora veremos un auténtico plano de trescientos
sesenta grados cinematográfico.
El Simio Koba (Toby Kebbell), que nos regala
los momentos más cómicamente espeluznantes del film, se sube en un tanque y la
torreta va girando sobre su propio eje mientras el cañón no deja de disparar
indiscriminadamente a humanos y simios hasta que choca contra una pared. En la
guerra todo vale. El efecto es tan perfectamente demoledor como lo que estamos
mirando sobre su propia construcción: el sentimiento de vaciado emocional
agasajado por el espectáculo inhumano. La estética da la mano a la técnica
dentro de un producto de entretenimiento, donde los diversos elementos aúnan
sus propósitos haciéndonos pasar dos horas y diez minutos pegados a la
pantalla. Pero existe un conflicto interno dentro de la película que sus
creadores tendrán que saber solucionar, eligiendo el camino adecuado y
anticipándose a su devenir como saga.
Ya es oficial que
existirá otro film de simios y posiblemente será dirigido por el mismo equipo
creativo, pero tengo mis dudas acerca de sus objetivos. Este Amanecer nos
posiciona sobre un comienzo, y aunque ya existiera uno El origen del Planeta
de los Simios (Rise of the Planet of the Apes, 2011), donde por cierto es
evocado en éste, el film que nos ocupa bien podría valer como tabla rasa para
todo aquel neófito de la diégesis simiesca. En un campo visual, la
confrontación entre simios y humanos nos recuerda a la ocurrida en la Rebelión
de los Simios (Conquest of the Planet of the Apes, 1972) o a La conquista del
Planeta de los Simios (Battle for The Planet of the Apes, 1973) y en un campo sonoro,
la aportación musical de Giacchino, que repite alguna que otra nota de su
partitura para Super 8, nos ayuda a recordar
algunos momentos del mejor Goldsmith de la saga clásica, sobre todo en
la utilización de notas graves, reflejos sonoros de las percutientes de la
fundacional El Planeta de los Simios (Planet of the Apes,1968) o jazzísticos de
La Huida del Planeta de los Simios (Escape from the Planet of the Apes, 1971).
Ha llegado el momento de la decisión y como César, hay que elegir un camino. Si
bien seguimos por esta fórmula matemática de aventuras más mensaje igual a
diversión, justificando una cierta carga moralina (la familia como elemento
vertebrador de la sociedad), o bien mostrar una serie de set-pieces
perfectamente artificiosas (vean la saga de Transformers para saber de lo que
hablo), espectacularmente vacíos donde el efecto cobra protagonismo, aplastando
al propio personaje e incluso a la historia que está viviendo (el mismo simio Koba montado en un caballo con dos metralletas disparando a diestro y siniestro). Hay que ser
consecuentes con los tiempos que vivimos. La era virtual nos acecha en todos
los ámbitos y el cine ha recogido el testigo evolutivo de la técnica. Ahora
bien, hay muy pocos casos en los que se da una simbiosis tan perfecta donde el estilo aúna esfuerzos
con otras disciplinas (el séptimo arte lo lleva haciendo todo su vida) y
producir momentos como el descrito anteriormente.
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