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miércoles, 6 de agosto de 2014

DÍA DE POST-ESTRENO. ANTICIPÁNDOSE A LOS HECHOS EN UNA NARRACIÓN CIRCULAR.


La anticipación es la idea más terrorífica que una película puede llegar a dar. La imaginación de la gente es la herramienta más eficaz a la hora de crear temor.”
                                                                                                                       Matt Reeves.

Nada más empezar El amanecer del Planeta de los Simios (Dawn of the Planet of the Apes, 2014) esa idea se nos materializa. La anticipación como construcción de la perspectiva errónea hacia el “otro”. Hacer que algo ocurra antes del tiempo concreto o, en nuestro caso, prever algo, una actitud, un posicionamiento, un punto de vista antes de que haya sucedido. Además, rizando el rizo, si esa idea se construye sobre una narración lineal, sin saltos en el tiempo o sin elipsis, plegándose circularmente, es mucho más complicada su realización. Los ojos de César (Andy Serkis) nos miran. Realizando un travelling de retroceso empezamos a observar que sobre su rostro, contenidamente serio existen pintadas que anuncian ímpetu, y que no está solo. Más simios alrededor lo acompañan. Su expresión grave y contundente, auspiciada por el levantamiento de su extremidad derecha, comunica una resolución violenta inminente. No sabemos contra quién, ni con qué fin. Empezamos a pensar que contra el género humano pero es una mala interpretación, regida seguramente por el propio background de la saga. El miedo genera este tipo de sentimiento como veremos en varios personajes tanto de un bando como del otro (en el simio Koba o en el humano Dreyfus). El suspense escuetamente creado se volatiliza cuando vemos que lo que están haciendo los simios es cazar y a lo que vamos a asistir es a un ejemplo de cacería que nos retrotrae a un tiempo prehistórico. Las pinturas y los signos dibujados, escritos sobre las paredes del poblado simio potencia la idea, ¿la anticipan? del pretérito de nuestros antepasados evolutivos. Hemos juzgado mal a César y tenemos que pagar por ello. Este comienzo es su peaje construido sobre una narración esférica que va dando vueltas sobre su propio eje. La estética se erige como núcleo creativo, proporcionando al film la idea circular muy presente a lo largo de todo el metraje. No solamente en el giro del juego representacional de puntos de vista totalmente intercambiables y similares en los personajes, sino también sobre sus intenciones. Por ejemplo sigamos con César y su relación con Malcolm (Jason Clarke). El humano se retira de su lado, siendo testigo excepcional del encuentro de César con los de su especie que lo creían muerto. Mientras se acerca a los suyos, el simio nos mira otra vez. Su mirada fría y concentrada vuelve a traspasar la pantalla, golpeando al espectador y desafiándole. Se construye otro travelling pero de sentido inverso al primero, éste es de aproximación. A partir de este momento ya no habrá cabida para ambos grupos en el ecosistema. Los simios empezarán a reinar sobre la Tierra y los humanos acabarán siendo sus esclavos, aunque exista una sutil esperanza. La opción de la convivencia no está del todo borrada y aunque Malcolm se arrincone en las sombras para dejar paso a César, como si de un traspaso de poderes evolutivos se tratase, la posibilidad de anticipar su supervivencia reside en el cambio social. Ahora es el turno para que los humanos retornen a la naturaleza y los primates regresen a la derruida civilización para crear una nueva. César lo sabe y mira como Malcolm se retira y con esta determinación se prepara para la guerra, arropado por todos los suyos, ya no como un líder sino casi como un dios (no obstante para algunos de sus seguidores es como un resucitado). Lo que empieza igual que lo que termina es indicativo de que sobre la efigie de César no ha cambiado prácticamente nada. Es cierto que tenía una duda hacia lo humano al principio pero ya se ha librado de ella al final. Todo esto se podría decir del componente teórico de la película pero existe un plano secuencia que redunda en la idea de circularidad,  proporcionando sentido a su práctica, ya no sólo a nivel narrativo sino a uno técnico. Hemos hablado de la construcción circular a un nivel conceptual, ahora veremos un auténtico plano de trescientos sesenta grados cinematográfico.


El Simio Koba (Toby Kebbell), que nos regala los momentos más cómicamente espeluznantes del film, se sube en un tanque y la torreta va girando sobre su propio eje mientras el cañón no deja de disparar indiscriminadamente a humanos y simios hasta que choca contra una pared. En la guerra todo vale. El efecto es tan perfectamente demoledor como lo que estamos mirando sobre su propia construcción: el sentimiento de vaciado emocional agasajado por el espectáculo inhumano. La estética da la mano a la técnica dentro de un producto de entretenimiento, donde los diversos elementos aúnan sus propósitos haciéndonos pasar dos horas y diez minutos pegados a la pantalla. Pero existe un conflicto interno dentro de la película que sus creadores tendrán que saber solucionar, eligiendo el camino adecuado y anticipándose a su devenir como saga.
Ya es oficial que existirá otro film de simios y posiblemente será dirigido por el mismo equipo creativo, pero tengo mis dudas acerca de sus objetivos. Este Amanecer nos posiciona sobre un comienzo, y aunque ya existiera uno El origen del Planeta de los Simios (Rise of the Planet of the Apes, 2011), donde por cierto es evocado en éste, el film que nos ocupa bien podría valer como tabla rasa para todo aquel neófito de la diégesis simiesca. En un campo visual, la confrontación entre simios y humanos nos recuerda a la ocurrida en la Rebelión de los Simios (Conquest of the Planet of the Apes, 1972) o a La conquista del Planeta de los Simios (Battle for The Planet of the Apes, 1973) y en un campo sonoro, la aportación musical de Giacchino, que repite alguna que otra nota de su partitura para Super 8, nos ayuda a recordar  algunos momentos del mejor Goldsmith de la saga clásica, sobre todo en la utilización de notas graves, reflejos sonoros de las percutientes de la fundacional El Planeta de los Simios (Planet of the Apes,1968) o jazzísticos de La Huida del Planeta de los Simios (Escape from the Planet of the Apes, 1971). Ha llegado el momento de la decisión y como César, hay que elegir un camino. Si bien seguimos por esta fórmula matemática de aventuras más mensaje igual a diversión, justificando una cierta carga moralina (la familia como elemento vertebrador de la sociedad), o bien mostrar una serie de set-pieces perfectamente artificiosas (vean la saga de Transformers para saber de lo que hablo), espectacularmente vacíos donde el efecto cobra protagonismo, aplastando al propio personaje e incluso a la historia que está viviendo (el mismo simio Koba montado en un caballo con dos metralletas disparando a diestro y siniestro). Hay que ser consecuentes con los tiempos que vivimos. La era virtual nos acecha en todos los ámbitos y el cine ha recogido el testigo evolutivo de la técnica. Ahora bien, hay muy pocos casos en los que se da una simbiosis  tan perfecta donde el estilo aúna esfuerzos con otras disciplinas (el séptimo arte lo lleva haciendo todo su vida) y producir momentos como el descrito anteriormente.

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