“Escribir
es contar una gran mentira. Cuanto más está basada en algo real y cuanto más
detalle pones, la mentira parece más viva.”
Cressida Cowell.
Y cuánto más viva más asombrosa. El cine nació con
el asombro. La llegada del tren a la estación de la Ciotat (Louis y Auguste
Lumière, 1895) produjo el primer asombro entre sus primigenios espectadores con
las consecuencias que ya sabemos o Georges Méliès y sus fantasmagóricos
trucajes, multiplicaron tal sensación. La realidad y la ficción ya no serían
igual y el cine se irá reinventando década tras década hasta legarnos el último
aliado asombroso: el 3D. Pero no tenemos que olvidarnos de sus compañeros
pretéritos: el sonido, el color, el cinemascope o la revolución digital. Cada
uno en su disciplina (exhibición, distribución y creación) han intentado epatar
a la platea como han podido y han sabido. Algunas veces, la mayoría de los
casos, banalmente pero otras con cierto desparpajo astuto. Por eso las palabras
de la autora inglesa no buscan el significado en el medio sino en su propia
finalidad, conseguido con las adaptaciones cinematográficas de sus obras.
Independientemente de su didactismo, incluido en el propio título de sus obras
(auténticos manuales de autoayuda cómicos), el protagonismo recae en dos
elementos que son capitales para desarrollar el estado de asombro. Por un lado
tenemos a las figuras mitológicas, los dragones, y por el otro, aquello donde
se guarecen y se protegen, convirtiéndose en algunos casos en parte de ellos
mismos, la Naturaleza. El dragón como meta fantástica del sueño humano de volar
y la Naturaleza como espacio inconquistable que lo rodea.
Quizás uno de los éxitos de Cómo entrenar a tu
dragón (Chris Sanders y Dean DeBlois) y su secuela descanse en el significado
etimológico popular de la palabra asombrar: poner sombras a un concepto que uno
creía que tenía claro o poner dudas a su realidad. Desdentado sobrevoló
nuestras carteleras allá por el 2010 causando un gran revuelo. Y es que nadie
se imaginó el potencial narrativo camuflado en una historia que, mezclada con
tópicos y manidos temas de dragones y vikingos disfrazándolos con una gran
variedad genérica narrativa, hablaba de la opción didáctica para resolver los
problemas generados por el legado confuso impuesto por el miedo a lo
desconocido, escenificado en la figura mitológica alada. Hipo (Jay Baruchel) llegará a una conclusión en la primera parte, cuando
decida no matar al Furia Nocturna en el bosque y empiece a estudiar su mundo,
resumiéndolo en una contundente frase: “Todo
lo que conocemos de vosotros es erróneo”. El héroe sabe entonces que solo a
través del estudio se puede llegar al conocimiento, permitiéndole ver la realidad
de distinta manera, acercarse al problema de otro modo, solucionarlo y no
paralizándose en una espiral violenta que no conduce a ningún lado. Frente a la
beligerante postura de los suyos, auspiciada sobre la teoría de que una buena
defensa es el mejor ataque, Hipo decide enseñar, hacer comprender que su punto
de vista es el erróneo. El título de las películas con la palabra entrenar, implica
una lección, un aleccionamiento que no será nada fácil. Inesperadamente para un
largometraje animado, la labor de Hipo le costará un precio elevado, tanto a él
como a Desdentado. Peaje que aumentará en esta segunda parte de una manera más
drástica, cubriendo la narración con un manto más oscuro. Lo asombroso del
asunto es que Hipo no es ningún profesor sino un simple niño curioso y
perseverante y lo maravilloso es cómo está solucionado. Un mensaje que se va
implantando lentamente en secuencias sutiles como la del entrenamiento, cuando
Hipo monta a Desdentado, perdiendo literalmente los papeles en la primera
película o en esta segunda, también enmarañadas dentro de lo espectacular, donde
hay que saber encontrarlas.
Han pasado cuatro años y las cosas han cambiado en
Isla Mema, como muy bien nos lo recuerda la voz en off del protagonista del
relato. La focalización del punto de vista se vuelve a filtrar en la diégesis
como ya ocurriera en la primera parte. El tono de la primera persona del
narrador atrae al del narratario. Algo gustó a los creadores de este esquema
rupturista para repetirlo, donde el clásico comienzo del cuento (la apertura
del mismo físicamente y visto en innumerables ocasiones) es sustituido por una
dinámica visual. Los tiempos cambian y la percepción consciente de que estamos
viendo un film antes que leerlo se hace realidad. Aquí ya no estamos ante una
retrasmisión de los hechos, presentándonos un “statu quo” entre la comunidad
isleña vikinga y las bestias voladoras, sino que se narra su evolución. Hipo es
testigo de excepción de un rico trueque entre ambos bandos, fusionándose entre
sí para intercambiarse aspectos y conceptos que se retroalimentan, ya no solo a
un nivel narrativo, la Historia y la Mitología, sino a uno metanarrativo como
lo ha dejado claro la propia escritora, diciendo que sus historias ya no solo
se van nutriendo de su infancia sino también de las propias películas. Por lo
tanto somos testigos de un cambio sobre el devenir del relato y su
posicionamiento pero también sobre el propio actante. Hipo ya no es un niño, se
ha convertido en un adolescente al que su padre, Estoico (Gerard Butler) ha
preparado un destino inmejorable: dirigir a su pueblo. La responsabilidad del
cargo presiona al afán descubridor del joven. Estoico quiere para su pueblo lo
mejor y esa opción recae en las manos de su primogénito, cosa que disgusta a
éste último.
Todo esto se resume en la secuencia de la construcción del mapa
por parte de Hipo, regalándonos un momento animado antológico cuando Astrid
(America Ferrera) empieza a imitar los gestos expresivos del joven vikingo. La
técnica llega a alcanzar unas cotas de perfección asombrosas sobre la
construcción de los propios protagonistas desnudando sus intenciones y
revelando sucintamente sus interrelaciones. Se definen los posicionamientos,
por un lado el carácter detallista y el espíritu aventurero de Hipo. A cada
herramienta que presenta de su armadura le sigue el ahínco de la perseverancia,
auténtica protagonista de la elaboración cartográfica y verdadero empuje de su
proyecto: descubrir en cada rincón del planeta un dragón. Quizás no lo saben
pero Hipo junto a Desdentado están confeccionando su mundo y el de los dragones respectivamente.
Por otro lado la presencia de Astrid rompe el aislamiento del genio para
recordarle su responsabilidad. Es la heredera de la tradición de su padre y por
lo tanto causante de que Hipo tenga los pies aferrados a la tierra. Algo
difícil de conseguir para una mente que busca el asombro más allá de sus
fronteras, aquellas donde le quiere recluir su padre. La capacidad de
asombrarse tiene su precio y la del héroe es su desobediencia juvenil. La
secuencia termina cuando Hipo mira una cortina de humo en el horizonte,
anunciando algo ominoso. La aventura no ha hecho más que empezar, amplificando
su geografía e introduciendo nuevos actantes.
Ya hemos citado las secuencias de vuelo de Hipo y
Desdentado como un homenaje a lo asombroso, descubriéndonos una alianza entre
ambos que nos enseñó el camino de la tolerancia en la primera parte. Por lo
tanto, este elemento deja de sorprendernos en esta secuela. Y si bien es cierto
que también aquí seremos testigos de frenéticas persecuciones aéreas, los
creadores han decidido desplazarlas a los márgenes narrativos típicos de las
películas de acción, es decir las escenas de batalla. Es entonces cuando el
mecanismo de asombro se filtra de otra manera. El pasado de Hipo, que se irá
extendiendo al mismo tiempo que la narración, ayudará en ese sentido. Su
pretérito se abrirá ante el espectador, descubriéndonos cosas enterradas (como
por ejemplo la furia de su padre hacia los dragones) y cosas que saldrán a la
superficie del presente narrativo del film. La efigie de Valka (Cate Blanchett)
erguida sobre el lomo de un dragón, embutida con su armadura.
La madre de Hipo
abre su recuerdo y nos lega su futuro. Todo lo relacionado con el personaje
está construido bajo los parámetros de lo asombroso, su capacidad de control
sobre los dragones, el hábitat donde los tiene escondidos, su valentía al
enfrentarse a los acontecimientos presentes y futuros de la mano de su esposo
(existe una secuencia de baile entre ambos irremplazable acompañada de un
silbido poético) y de su hijo. Al final la incorporación de los villanos como
Drago (Djimon Hounsou) o el dragón Alfa, no tiene la menor importancia, son
meros títeres del relato, lo verdaderamente acongojante es la posibilidad del
cambio. Lo asombroso es contemplar cómo una enseñanza ha pasado de una pequeña
comunidad de seres y se dispone a invadir el mundo. Es un mensaje
revolucionario en un mundo decrépito. Y la partitura de John Powell potencia
esa sensación de lo asombroso. Ya lo hizo con sobresaliente en la primera parte
y aquí se reinventa, ya no solo presentándonos nuevas variaciones de sus
antiguos temas e instrumentos (aquí el tono de las gaitas anuncian oscuridad)
sino otros completamente nuevos como la mencionada canción que recuerdan
Estoico y Valka.
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