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sábado, 16 de agosto de 2014

DÍA DE POST-ESTRENO (Y VAN DOS). LO ASOMBROSO.


“Escribir es contar una gran mentira. Cuanto más está basada en algo real y cuanto más detalle pones, la mentira parece más viva.”
                                                                                                        Cressida Cowell.

Y cuánto más viva más asombrosa. El cine nació con el asombro. La llegada del tren a la estación de la Ciotat (Louis y Auguste Lumière, 1895) produjo el primer asombro entre sus primigenios espectadores con las consecuencias que ya sabemos o Georges Méliès y sus fantasmagóricos trucajes, multiplicaron tal sensación. La realidad y la ficción ya no serían igual y el cine se irá reinventando década tras década hasta legarnos el último aliado asombroso: el 3D. Pero no tenemos que olvidarnos de sus compañeros pretéritos: el sonido, el color, el cinemascope o la revolución digital. Cada uno en su disciplina (exhibición, distribución y creación) han intentado epatar a la platea como han podido y han sabido. Algunas veces, la mayoría de los casos, banalmente pero otras con cierto desparpajo astuto. Por eso las palabras de la autora inglesa no buscan el significado en el medio sino en su propia finalidad, conseguido con las adaptaciones cinematográficas de sus obras. Independientemente de su didactismo, incluido en el propio título de sus obras (auténticos manuales de autoayuda cómicos), el protagonismo recae en dos elementos que son capitales para desarrollar el estado de asombro. Por un lado tenemos a las figuras mitológicas, los dragones, y por el otro, aquello donde se guarecen y se protegen, convirtiéndose en algunos casos en parte de ellos mismos, la Naturaleza. El dragón como meta fantástica del sueño humano de volar y la Naturaleza como espacio inconquistable que lo rodea.
Quizás uno de los éxitos de Cómo entrenar a tu dragón (Chris Sanders y Dean DeBlois) y su secuela descanse en el significado etimológico popular de la palabra asombrar: poner sombras a un concepto que uno creía que tenía claro o poner dudas a su realidad. Desdentado sobrevoló nuestras carteleras allá por el 2010 causando un gran revuelo. Y es que nadie se imaginó el potencial narrativo camuflado en una historia que, mezclada con tópicos y manidos temas de dragones y vikingos disfrazándolos con una gran variedad genérica narrativa, hablaba de la opción didáctica para resolver los problemas generados por el legado confuso impuesto por el miedo a lo desconocido, escenificado en la figura mitológica alada. Hipo (Jay Baruchel)  llegará a una conclusión en la primera parte, cuando decida no matar al Furia Nocturna en el bosque y empiece a estudiar su mundo, resumiéndolo en una contundente frase: “Todo lo que conocemos de vosotros es erróneo”. El héroe sabe entonces que solo a través del estudio se puede llegar al conocimiento, permitiéndole ver la realidad de distinta manera, acercarse al problema de otro modo, solucionarlo y no paralizándose en una espiral violenta que no conduce a ningún lado. Frente a la beligerante postura de los suyos, auspiciada sobre la teoría de que una buena defensa es el mejor ataque, Hipo decide enseñar, hacer comprender que su punto de vista es el erróneo. El título de las películas con la palabra entrenar, implica una lección, un aleccionamiento que no será nada fácil. Inesperadamente para un largometraje animado, la labor de Hipo le costará un precio elevado, tanto a él como a Desdentado. Peaje que aumentará en esta segunda parte de una manera más drástica, cubriendo la narración con un manto más oscuro. Lo asombroso del asunto es que Hipo no es ningún profesor sino un simple niño curioso y perseverante y lo maravilloso es cómo está solucionado. Un mensaje que se va implantando lentamente en secuencias sutiles como la del entrenamiento, cuando Hipo monta a Desdentado, perdiendo literalmente los papeles en la primera película o en esta segunda, también enmarañadas dentro de lo espectacular, donde hay que saber encontrarlas.
Han pasado cuatro años y las cosas han cambiado en Isla Mema, como muy bien nos lo recuerda la voz en off del protagonista del relato. La focalización del punto de vista se vuelve a filtrar en la diégesis como ya ocurriera en la primera parte. El tono de la primera persona del narrador atrae al del narratario. Algo gustó a los creadores de este esquema rupturista para repetirlo, donde el clásico comienzo del cuento (la apertura del mismo físicamente y visto en innumerables ocasiones) es sustituido por una dinámica visual. Los tiempos cambian y la percepción consciente de que estamos viendo un film antes que leerlo se hace realidad. Aquí ya no estamos ante una retrasmisión de los hechos, presentándonos un “statu quo” entre la comunidad isleña vikinga y las bestias voladoras, sino que se narra su evolución. Hipo es testigo de excepción de un rico trueque entre ambos bandos, fusionándose entre sí para intercambiarse aspectos y conceptos que se retroalimentan, ya no solo a un nivel narrativo, la Historia y la Mitología, sino a uno metanarrativo como lo ha dejado claro la propia escritora, diciendo que sus historias ya no solo se van nutriendo de su infancia sino también de las propias películas. Por lo tanto somos testigos de un cambio sobre el devenir del relato y su posicionamiento pero también sobre el propio actante. Hipo ya no es un niño, se ha convertido en un adolescente al que su padre, Estoico (Gerard Butler) ha preparado un destino inmejorable: dirigir a su pueblo. La responsabilidad del cargo presiona al afán descubridor del joven. Estoico quiere para su pueblo lo mejor y esa opción recae en las manos de su primogénito, cosa que disgusta a éste último.


Todo esto se resume en la secuencia de la construcción del mapa por parte de Hipo, regalándonos un momento animado antológico cuando Astrid (America Ferrera) empieza a imitar los gestos expresivos del joven vikingo. La técnica llega a alcanzar unas cotas de perfección asombrosas sobre la construcción de los propios protagonistas desnudando sus intenciones y revelando sucintamente sus interrelaciones. Se definen los posicionamientos, por un lado el carácter detallista y el espíritu aventurero de Hipo. A cada herramienta que presenta de su armadura le sigue el ahínco de la perseverancia, auténtica protagonista de la elaboración cartográfica y verdadero empuje de su proyecto: descubrir en cada rincón del planeta un dragón. Quizás no lo saben pero Hipo junto a Desdentado están confeccionando  su mundo y el de los dragones respectivamente. Por otro lado la presencia de Astrid rompe el aislamiento del genio para recordarle su responsabilidad. Es la heredera de la tradición de su padre y por lo tanto causante de que Hipo tenga los pies aferrados a la tierra. Algo difícil de conseguir para una mente que busca el asombro más allá de sus fronteras, aquellas donde le quiere recluir su padre. La capacidad de asombrarse tiene su precio y la del héroe es su desobediencia juvenil. La secuencia termina cuando Hipo mira una cortina de humo en el horizonte, anunciando algo ominoso. La aventura no ha hecho más que empezar, amplificando su geografía e introduciendo nuevos actantes.

Ya hemos citado las secuencias de vuelo de Hipo y Desdentado como un homenaje a lo asombroso, descubriéndonos una alianza entre ambos que nos enseñó el camino de la tolerancia en la primera parte. Por lo tanto, este elemento deja de sorprendernos en esta secuela. Y si bien es cierto que también aquí seremos testigos de frenéticas persecuciones aéreas, los creadores han decidido desplazarlas a los márgenes narrativos típicos de las películas de acción, es decir las escenas de batalla. Es entonces cuando el mecanismo de asombro se filtra de otra manera. El pasado de Hipo, que se irá extendiendo al mismo tiempo que la narración, ayudará en ese sentido. Su pretérito se abrirá ante el espectador, descubriéndonos cosas enterradas (como por ejemplo la furia de su padre hacia los dragones) y cosas que saldrán a la superficie del presente narrativo del film. La efigie de Valka (Cate Blanchett) erguida sobre el lomo de un dragón, embutida con su armadura.


La madre de Hipo abre su recuerdo y nos lega su futuro. Todo lo relacionado con el personaje está construido bajo los parámetros de lo asombroso, su capacidad de control sobre los dragones, el hábitat donde los tiene escondidos, su valentía al enfrentarse a los acontecimientos presentes y futuros de la mano de su esposo (existe una secuencia de baile entre ambos irremplazable acompañada de un silbido poético) y de su hijo. Al final la incorporación de los villanos como Drago (Djimon Hounsou) o el dragón Alfa, no tiene la menor importancia, son meros títeres del relato, lo verdaderamente acongojante es la posibilidad del cambio. Lo asombroso es contemplar cómo una enseñanza ha pasado de una pequeña comunidad de seres y se dispone a invadir el mundo. Es un mensaje revolucionario en un mundo decrépito. Y la partitura de John Powell potencia esa sensación de lo asombroso. Ya lo hizo con sobresaliente en la primera parte y aquí se reinventa, ya no solo presentándonos nuevas variaciones de sus antiguos temas e instrumentos (aquí el tono de las gaitas anuncian oscuridad) sino otros completamente nuevos como la mencionada canción que recuerdan Estoico y Valka.

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