Buscar este blog

jueves, 6 de noviembre de 2014

LOS TEMÁTICOS DE NOVIEMBRE '14. PRESENTAN...

    


                                                 LA AVENTURA Y PUNTO.
Definir la aventura como género es intentar poner puertas al campo. Se puede transformar en una tarea ardua y complicada teniendo en cuenta su permeabilidad con otros géneros. (Algo de eso hablábamos en la novena Sesión Continua. Mutaciones de la aventura). Además, apoyándonos en la política de las categorías lo que hacemos es una especie de nomenclatura enciclopédica de un asunto, emparentándolo a una serie de reglas que desde su misma creación desafían a saltárselas. Siempre se ha considerado que la estructura genérica tiende al sincretismo de la excusa, es decir a unir la simpleza del análisis para un estudio más ordenado, metódico si se quiere, con la propia materia a investigar configurando a veces un texto fuera de contexto produciéndose un singular pretexto. Lo que hacemos es tender al proceso catalogador y eso conlleva un peligro: el subjetivismo implícito en tal tarea. Por eso queremos desde aquí ahorrarnos las justificaciones de porqué incluimos una película o una novela y no otra. De por qué hablamos de una banda sonora y no de otra. O qué es lo que consideramos aventura y qué no lo es. La palabra en sí, aventura, tiende a ser muy polisémica y por eso, una de las razones de su adhesión genérica es esa, intentar limitar su sentido para poder analizarlo de una manera óptima. Antonioni lo dejó claro con su “aventura” (L’ Avventura, 1960) cuando dinamitó los esquemas del género para reconstruirlos bajo la apariencia/deriva psicológica y social de un hecho. La desaparición de una mujer  mostró su excusa narrativa, su MacGuffin si se quiere, pero también lo que lo rodeaba, quizás más interesante, y aquí apareció el fenómeno: un acaecimiento, suceso o lance extraño (primera acepción de la palabra aventura por la RAE), que percute el mecanismo intelectual (para algunos intelectualoide) para, más que desarrollar que también, definir un estado mental naufrago de los actantes (por ejemplo el machismo) y de la sociedad causal que los arropa (la Italia de los sesenta). La ironía desmontó el objetivo fílmico reestructurándolo desde su propio título y enmascarándolo al personal. Eran otros tiempos. Michelangelo Antonioni (1912-2007) fue un profeta y con su película muchos creen que el cine se volvió moderno. Nosotros no seremos capaces de tales hazañas pretéritas y nos situaremos en el presente que nos ha tocado (sobre)vivir. El año es 2014 y las cosas han cambiado. La forma de ver y escribir sobre cine o literatura se ha transformado y desde los Temáticos del Mes queremos convertirnos en islas del entretenimiento que también dejen un espacio para convertirse en penínsulas del análisis y la contemplación frente a la acción empírica de algunas de las propuestas que os tenemos preparadas. Porque en definitiva, lo que queremos hacer es explicar la aventura, no ya como género sino como un estado anímico.
Cuando nació el cine allá por el año 1895 los hermanos Lumiere y George Méliès más tarde, junto con otros como nuestro Segundo de Chomón, dejaron patente una realidad. Independientemente del concepto al que adscribían sus trabajos cinematográficos, siendo éste realista o fantástico, el mero hecho de poder ejecutarlos implicaba una empresa de resultado incierto (tercera acepción del significado de aventura en la RAE). La tarea de llevar a cabo lo que pretendían los pioneros cinéfilos se convirtió en una aventura a lo desconocido, si bien no al mundo físico sí perteneciente al psíquico. No inventaron nada, más bien se dedicaron a legarnos la sensación de aventura interna en su trabajo. Un antecedente a su genialidad podrían ser las hazañas exploradoras del continente negro del siglo XIX. La búsqueda del nacimiento del Nilo (hecho muy literario y cinematográfico por cierto) demostraría cómo lo real se filtra por el inconsciente creativo humano para fabricar la emoción. Lo ignoto se materializaría no ya en un espacio pregnante sino en un modo de representarlo. La mirada de Burton o Speke a las Montañas de la Luna, la pluma de Haggard describiendo los rituales a los pies de las Minas del Rey Salomón serían ejemplos ambientados en África pero la multiplicidad de los hechos sería inabarcable tanto como hemos dejado constancia a la hora de definir el propio género del que se alimenta. Podríamos decir que partiendo del elemento histórico, por lo tanto con un porcentaje alto de realidad, se podría observar la balanza del entretenimiento pero también existe el movimiento contrario, partir de un hecho irreal para desembocar en la propia realidad, o al menos en hacer dudar de la misma, hecho por otra parte que intenta realizar el cinematógrafo cada vez que se apagan las luces y expulsa sus ficciones de la procedencia que sea. Julio (o Jules como quieran) Gabriel Verne es su paradigma. Sus fabulaciones se han convertido en anticipos de momentos y empresas que han ocurrido. Sus obras se convertirían y se convierte a día de hoy, en caldo de cultivo de la creatividad aventurera alimentando la curiosidad por la ciencia o lo exótico a unos niveles nunca antes conquistados. Otro profeta que sin moverse de su país, llegó a crear las aventuras más increíbles, los vehículos más sofisticados envolviéndolo todo en relatos trepidantes y emocionantemente furiosos. El rastro Verne fue y seguirá siendo un camino por el cual se aventuren los exploradores del siglo XXI. Esto nos llevaría al momento ansiado: ¿cómo sería el momento del descubrimiento? o ¿cómo sería o sentir ser consciente de adentrarse en un lugar por primera vez? Esos estados intensos emocionales son los que nos interesan desde aquí. Ya sea desde nuestra Partitura Nocturna con el maestro Williams, donde descubriremos el verdadero objetivo detrás de En Busca del Arca Perdida, convertirse en esquema del objetivo de la casualidad o contingencia (segundo significado de aventura dado por la RAE). Con sus notas el compositor abrió nuevas líneas sinfónicas sin dejar de abandonar el legado que recibió alimentando a día de hoy el cine y la experiencia de nuestro tiempo.


A su vez seremos testigos de cómo se crean vasos comunicantes con otro maestro de la banda sonora como es el gran Jerry Goldsmith. Como si estuviésemos entrechocando sus ideas, también hablaremos de la partitura que compuso para la versión de Las Minas del Rey Salomón de los años ochenta del siglo pasado y, por supuesto hablaremos de dicho film. Han existido muchas versiones cinematográficas de la mítica obra del escritor victoriano pero quizás, la seleccionada desde nuestro Sueño de Los (¡el octavo ya!) no siendo la más ortodoxa si termina siendo la más carismática dentro de su heterodoxia.  Apoyándonos en la película de J. Lee Thopsom (1985), iremos desentrañando las características de la aventura, indicándolas y conformando un mapeado simbiótico de la misma. No hay nada como aprender de una película irregular, es más, soy de los que opina que en un solo film penoso se puede hallar más sabiduría que en diez gloriosos. Hacer cine no es sólo coger una cámara de la índole que sea, también existen otras posibilidades teóricas y prácticas. En términos pasolinianos, la Biblioteca siempre estará del lado más desfavorecido y jamás del Palacio.


Y por último tendremos que dialogar con la Hoja Apergaminada y conocer de la mano de Teresa Valero (guionista) y de Montse Martín (dibujante) a uno de los personajes más aventureros que ha dado el cómic español recientemente, nos referimos a Max Prado y su extraordinaria y atípica Curiosity Shop. Aquí hablaremos de sus tres primeros, y esperemos que no últimos, libros.


Este Noviembre nos moveremos mucho. ¡Emociónense con nosotros y punto!

No hay comentarios:

Publicar un comentario