¿Por qué seguir escribiendo cuando uno tiene la sensación de que nadie lo lee? ¿Por qué seguir adelante pensando que pierdo el tiempo, o más bien la cabeza pensándolo? ¿Tendría que dejarlo y dedicarme a otra cosa? ¡Pero si ya lo hago! Por el momento ni La Caída de Dundee ni mi Blog me dan de comer, así que me aferro a un trabajo insatisfactorio, al cual tengo que estar agradecido el resto de mi vida. El problema se encuentra a un nivel mucho más profundo, intravenoso diría yo. De nada me sirve echar las culpas a otro si uno mismo no realiza un ejercicio constreñido interior y recapacita por qué pasan las cosas y en qué grado de implicación te encuentras con las mismas. La inseguridad y el miedo nacen del "yo" más subrepticiamente diegético y tienden a expandirse hacia afuera, de una manera ejemplarmente extradiegética. Si logramos detectar la causa con tiempo podremos evitar la germinación de su efecto, una especie de procrastinación. La mente tiende a ser vaga y la cuesta mucho empezar cualquier actividad y para ello busca, desarrolla, explota escusas para retrasarla. El peligro que se corre es que nos dejemos invadir por el inmovilismo creativo, representado por la pereza y la desidia, abocándonos a una depresión que puede terminar con las preguntas del principio de este artículo. Tenemos que combatirlo, ahora mismo yo lo estoy haciendo, generando una cantidad de ansiedad en nuestro cerebro proporcional al intento de terminar una actividad una vez empezada. ¿Cómo hacerlo?
Desde el minuto cero, el mismo agente creativo que nos posibilita la idea, es el que nos está contraatacando con su imposibilidad. Por esa razón tenemos que ser constantes con la efervescencia creativa del momento y no caer en engañosas bifurcaciones triviales (como, ya lo haré, tengo que hacer primero esto antes que lo otro, etc, etc,...) que a lo único a lo que nos conducen es a su incapacidad narrativa de realización. No todos los días escribes de igual manera y no todos los días llegas a las mismas conclusiones, desarrollando las ideas que te invaden. No nos imaginemos que porque ayer uno escribió doce páginas, hoy se multiplicaran. No, puede que escribas solo una o ninguna y a veces de esa generosa productividad literaria, después te des cuenta que no sirve para nada y que quizás lo único que salvarías sería uno o dos renglones, mucho más valiosos que esas doce naderías que has escrito anteayer. Escribir conlleva ese tipo de trabajo fascinante y frustrante al mismo tiempo donde la constancia, primero en uno mismo y después en lo que haces, se tercia nuclear. El vértigo vendrá después, una vez se hayan constituido los pilares formativos de aquello que hayas elegido relatar. Esa sensación de velocidad, como si te fueses a quedar sin páginas donde escribir, ese ritmo endiablo por capturar la idea, es un valioso acicate creativo que predispone a la mente para poder desarrollar cualquier cosa. Para mí eso es escribir, un proceso interno expresivo que tendría que ver más con el contenido que con la forma. Es una opción creativa. O se hace o no se hace y se convierte en un punto de partida para la imaginación. Dorothy siguió el camino de baldosas amarillas hasta la ciudad esmeralda para encontrar una solución a su regreso a Kansas pero eso no fue lo más importante que vivió en las novelas de L. F. Baum. En su trayecto descubrió a los seres más increíbles que jamás hubiera imaginado y camino con ellos. Lo más importante no fue el destino, encontrarse con el mago de Oz, sino su desarrollo, el viaje que encontró y los valores que descubrió. Al final, no puedo responder a las preguntas de arriba porque, sinceramente no encuentro las respuestas. Ahí reside parte de su misterio y encanto. Una búsqueda incansable por querer saber el por qué. ¡Ojala me quede vagando en ese camino de baldosas amarillas eternamente para comprobarlo! Y si es así... ¿Por qué quejarse?
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