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lunes, 20 de agosto de 2018

"ANIMANDO" EL VERANO. (SEGUNDA PARTE). ALUMBRANDO EL STORYTELLING O EL DISCURSO DEMENCIAL NARRATIVO.



Encuentra la pantalla de cine más grande […], que tenga el mejor sistema de sonido, y comparte la experiencia con extraños en la oscuridad. Hazte con un cubo gigante de palomitas y con un mastodóntico vaso de coca cola, invadido por un ejército de pajitas y disfruta del verano. De eso va Los Increíbles 2. 
                                                                                                                           Brad Bird.

Bueno, si de lo que se trataba era de animar allá por mediados de Junio, el director y guionista creo que lo ha conseguido. Esas palabras fueron expulsadas en una entrevista, concedida  junto a una de las productoras del film, Nicole Paradis Grindle, la cual se estaba poniendo demasiado seria en cuento a las motivaciones subterráneas que contenía la historia. El director sentenció la cuestión con la citada proclama. Lo curioso del asunto es que se produjo un interesante cambio de “papeles”. Brad Bird, representante máximo de lo artístico, defendiendo el producto palomitero frente a la productora que lo estaba teorizando. ¿Desvarío en Hollywood? Bueno, esto no es nuevo. A veces lo circunspecto llega a transformarse en lúdico. Nos divertimos sobremanera pero al mismo tiempo, descubrimos elementos que desestabilizan ese frenesí, para reconducirlos hacia parámetros opuestos. Este film se nutre de esa especie de demencia creativa. Para llevarla a cabo Brad Bird solamente se apoya en un aliado, y su carrera cinematográfica es su consecución lógica en dicha alianza. Volvamos a sus palabras: “Sé que son tiempos raros, inseguros pero no olvidéis porque estáis aquí. […]. Para contar historias y eso es en lo que deberíais enfocaros, lo demás son distracciones. Estáis aquí para contar una historia alrededor de un fuego de campamento, tan grande como el mundo.”


Otra arenga, está vez a su equipo creativo recordándoles su misión. El guion como herramienta prístina pero corruptible, donde el uso y desuso de su estructura alumbra el relato. Los Increíbles 2, igual que su antecesora, puede gustar más o menos pero su innegable guion está sólidamente construido sobre una balanza entre lo mundano y lo fantástico. Nada más comenzar, algo maravilloso sucede. La historia empieza justamente donde acabó Los Increíbles (2004), enfrentados al Socavador (John Ratzenberger). La concepción temporal del espectador estalla en mil pedazos. Su asunción del paso del tiempo lo desestabiliza alimentando su curiosidad. Uno tiene la sensación de que fue ayer cuando dejó a la familia Parr salvando el día y ya han pasado, ni más ni menos, que catorce años. Es cierto que no es la primera vez que vemos este tipo de experimento en pantalla, pero resulta atractivo porque cuestiona desde el principio el concepto de percepción que invade todo el andamiaje narrativo del film. Los miembros de la familia se han recompuesto, han asumido sus roles dentro y fuera del ámbito familiar (a excepción de Jack-Jack), y ya pueden hacer frente a su primer obstáculo como supergrupo. Y los resultados, sin menospreciar a su antecesora a niveles autodestructivos, son espectaculares. Han vuelto a fracasar. Realizan lo más duro, el qué (salvar vidas) pero se les escapa lo más importante, el cómo (la apariencia). Y no es una cuestión de ponerse disfraces y mantener el anonimato. Estoy hablando de algo que introduce el personaje de Winston Deavor (Bob Odenkirk) después de la catástrofe: el problema del superhéroe es uno de percepción. Es la idea que tengamos del otro, lo que de verdad importa. De cómo lo veamos, y de esta manera, introducimos el mundo visual, y más concretamente, el de la(s) pantalla(s), “huevo de la serpiente narratológico” del cual nacerá su villano: Raptapantallas (no habría bastado con una traducción literal del original, mucho más adecuada al devenir informático, “Screenslaver” en relación al término “Screensaver”). Su objetivo primordial es el control de las masas, idea que bien podía parecerse a la del simulacro “braudrillardiano” de la sociedad vista a través de sus pantallas simulando lo real. El simple hecho de posicionar unas gafas en alguien y tenerlo bajo su poder, puede ser exagerado pero es esencial en su propósito. Ya que éste es un film animado, aquí podríamos traer a colación la verdadera motivación de la animación: la caricatura. Podríamos decir que nos encontramos ante un proceso de caricaturización donde el animador intenta reducir el objeto animado o la caricatura a su esencia, enfatizándola. El discurso de la película está narrado bajo ese prisma y por eso funciona.
En numerosas secuencias y planos observamos la presencia de los fondos azulados de las pantallas, como si cubriesen el skyline de Municiberg (la calle infestada de gente mirando televisores hipnotizándoles).


El mundo se encuentra esclavizado bien porque, entre otras cosas, somos inconscientes directamente dejándonos llevar por el tedio, o bien somos conscientes de la manipulación y nos dejamos llevar por lo disoluto. El discurso procrastinado del Raptapantallas cuando Elasticgirl va en su búsqueda es demoledor. La gente tiene lo que se merece, o lo que se deja merecer. La pasividad del sujeto siempre ha estado mejor valorada que su contrario. Seamos sinceros, da menos trabajo ver que pensar. Un discurso, por cierto, al que apela Brad Bird al principio de este artículo y al que traiciona al mismo tiempo. No existe mejor prueba que la secuencia donde se intenta  capturar al villano de la función. Tendríamos que hablar de un verdadero tren eléctrico wellesiano maravilloso, y aunque la película está plagada de ellos, la mayoría de las veces se convierten en set-pieces vacuas donde la norma es el ripio, ya sea controlando un tren o un yate.
Habría que hablar de dos procesos creativos que se fusionan en la pantalla iluminando el Storytelling. Por un lado el “puramente” cinematográfico y por otro el musical, conformando una secuencia notable en su propósito de crear un divertimento y, al mismo tiempo, desmontarlo en diferentes compartimentos cinéfilos. En este momento la herramienta fundamental del guion se deja a un lado para dar paso al proceso narrativo fílmico. Ralph Eggleston, diseñador de producción, sabe un poco de esto. Cualquier elemento es fundamental para llegar a reflejar lo que quieres contar. Uno de los casos paradigmáticos del storytelling de esta película fueron los interiores de la nueva casa de la familia Parr. La casa es muy del estilo de aquellas historias interpretadas por Rock Hudson, con un toque futurista que alterna el pasado  norteamericano. Todos los muebles y accesorios de la casa tienen un único objetivo: ser molestos para sus habitantes. La familia acaba de encontrar una cierta estabilidad pero no es segura, por lo tanto, la mejor manera de relatarlo es poniéndoles trabas y problemas transformando la casa en una auténtica mansión encantada.


El particular swing de Michael Giacchino, reflejándose en un Schifrin o un Mancini, además de enriquecer el ambiente a ritmo jazzístico también es parte de ese Storytelling en la secuencia de la captura del Raptapantallas. El suave punteo de los platillos anuncia un mundo confortable pero se torna inquietante cuando aparecen redobles de tambores lejanos. Elasticgirl (Holly Hunter) encaramada en una torre observa la superficie de la urbe llegando a descubrir la guarida de su presa. Los redobles lentamente se van haciendo más ominosos llegando a provocar silencios inesperados que después las cuerdas darán su relevo en la partitura. Ligeras notas a lo Williams y un arpa nos abre la puerta de la ratonera. El concepto de suspense hitchcockniano muestra la incertidumbre cinematográfica. Raptapantallas sabe de la presencia de Elasticgirl  de la mano del espectador. Ese momento es deliciosamente corrupto porque tanto el que se esconde (villano) como el testigo (espectador) están unidos frente a la heroína. En esos segundos somos más aliados del Raptapantallas que de la inocente Helen Parr. El heroína pagará caro su acción. El chirrido de trompetas anuncia el desasosiego, la violencia protagoniza los siguientes planos.


A cada golpe de puño le viene una subida de tono musical. La secuencia se convierte en insoportable persecución “fincheriana” vertiente Seven (1995), donde la técnica musical interpretativa nos muestra el momento de desconcierto del actante y del narratario. Volvemos a ser aliados. Ese chirrido de trompetas, ahora acompañado de una orquesta, confunde a la propia secuencia, tanto la protagonista como el espectador no tienen el control de la situación y la ruptura de la armonía con ese chirrido, nos lo avisa y nos lo advierte hasta el final. El envoltorio jazzístico apacigua pero como buen ejemplo de dicho género musical, donde la improvisación juega un papel nuclear, unos inesperados punteos sonoros pueden estar diciéndonos que quizás Raptapantallas no haya sido atrapado, la calma no es completa. A través del homenaje cinéfilo, se crea un discurso irónico acerca del posicionamiento del protagonista en la narración, llegando a la conclusión sombría de que los personajes, y en algunos casos el espectador, están también bajo el control de la némesis de la historia y eso alienta el desafío y también da mucho miedo.


El guion sólido pero maleable ha activado su discurso y sigue empujando otros a ámbitos secundarios e incluso terciarios. Por ejemplo, la trama de los superhéroes se torna anecdótica en detrimento de la familiar. El significado de paternidad/maternidad y cómo llevarlo a la práctica, independientemente de qué papel se juegue en un grupo humano (eso también es familia) y sus dinámicas (las inter/relaciones con el otro/s) se torna más decisivo que la vida azarosa superheroica, sobre todo en esas secuencias (que también poseía la primera parte) en las cocinas de las respectivas casas de la familia Parr, genuinos ágoras formativos que cuestionan el significado de ser padre o madre, posicionándolo sobre la inseguridad del aprendizaje diario reconvertido en una búsqueda del hábito. No obstante es tal la amalgama temática que en algunos casos llega a ser muy difícil su secesión. La propia creación de los actantes va sujeta a su sombra superheroica, conformando sus características. Es a través de sus poderes como los conocemos y como los veremos desarrollarse. Quien se lleva el premio aquí es Jack-Jack. ¿Quién es? ¿Qué hace? El director nos dio una pista en la película original pero se la negó a sus progenitores. Es ahora cuando Mr. Increíble (Craig T. Nelson) se dará cuenta y el resto de su familia. Y lo hará también sobre la estructura de algo que ya hemos mencionando, un cambio de percepción: la permutación de roles entre Mr. Increíble y Elastigirl. Jack-Jack como bebé refleja un potencial inexplorado, una posibilidad, que demandará de la ayuda inestimable de Edna Mode (Brad Bird). Personaje “deus ex machina” que ayudará a un Bob desorientado y abatido en su misión paternal, como ya hiciera en la película original.


Los Increíbles 2 podría ser un Blockbuster veraniego más, que lo es, pero si vamos escarbando su superficie nos encontraremos con una “terra incognita” (representada en Jack-Jack), que contiene momentos escalofriantes donde lo sublime hace acto de pantalla (la búsqueda del villano) y donde un grupo de personas logran alcanzar unas cotas de storytelling impresionantes. El film puede que no llegue a fascinar pero su estudio, tal vez sí. Fin del Verano.

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