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martes, 11 de septiembre de 2018

DISNEY. EL ARTE DE CONTAR HISTORIAS. UNA EXPOSICIÓN.


El arte es una mentira que nos hace comprender la verdad.
                                                                                      Albert Boadella.

No viene mal citar al “joglar” y también convendría preguntarle entonces ¿qué es la verdad para él? Tengo que reconocer que me gusta el tipo porque creo que es uno sincero y no está de más oír “su” verdad, sobre todo en estos tiempos donde es tan fácil su antítesis y además, es de lo que más hablaremos en este artículo. De la creación del artificio. No existe mayor embuste que el cinematográfico pero es uno encantador. Conscientemente nos dejamos llevar en la oscuridad, rodeados de extraños, al mismo límite de nuestra imaginación y más allá, como diría un famoso juguete. Es curioso, si nos dijesen de caminar por un callejón oscuro con un par de extraños nos lo pensaríamos, sin embargo ir al cine es un encuentro social en la sombra. El precio de la entrada puede ser la clave. El negocio, su respuesta más pragmática alimentando las veinticuatro mentiras por segundo. Walt Disney también fue un maravilloso mentiroso además de otras cosas. Se ha dicho de todo y algunas veces auténticas barbaridades, pero basándome en libros como el de Don Peri y su serie de entrevistas Working with Walt (University Press of Mississippi) que llegó a la conclusión de que no había un Disney sino muchos; es más cada persona tenía su propio Disney, uno puede llegar a pensar que no existe mayor carga irónica que la duplicidad humana.
He agradecido las palabras de la directora de la Walt Disney Animation Research Library, Mary Walsh, y comisariada de la exposición acerca del objetivo de la misma, ya que pensaba que quizás “El arte de contar historias” fuese otro homenaje más para alimentar la mayestática figura del creador, pero no. Puede que en algunos momentos roce la hagiografía, pero de lo que habla es de enseñar al mundo la idea del Storytelling: contar una buena historia y que sea vista por el mayor número de personas posibles.



Aquí nos encontraríamos con una especie de encrucijada “pasoliniana” de elegir entre la biblioteca o el palacio. Por una parte tenemos la meta de relatar algo y por otra, hay que revertirlo económicamente para su producción y futuro disfrute. ¿Lo consiguió Disney? Por supuesto, pero no lo hizo solo. Solamente pudo obtenerlo con la consistencia de un grupo de personas que apostaron por una profesión (ya que en aquellos días no lo sentían de otra manera, había que ganarse el pan con el sudor de la frente y créanme, eran momentos difíciles los de la depresión estadounidense) y que con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en un arte. No cabe duda que Disney y su compañía funcionaron como un faro que fue atrayendo a lo mejor de cada casa, pero es innegable que sin ese grupo humano no hubiese hecho lo que hizo, ni hubiese llegado a dónde llegó simplificando el discurso narrativo. Desde los integrantes del mítico “Old Nine Man” hasta otros de igual o mayor prestigio (y quizás menos conocidos) como Ub Iwerks, David Hand o Ben Sharpsteen, lograron que relatos, mitos, cuentos, se auto-germinasen transformándose en clásicos ellos mismos, llegando a realizar un ejercicio de retroalimentación narrativo, un verdadero palimpsesto animado. Desde Blancanieves hasta la princesa Elsa, pasando por bellas durmientes, infancias artúricas o sirenitas entrometidas. Cada historia, independientemente de su duración (fuese un cortometraje o largometraje), partía de la cultura popular para transformarse, ella misma, en una cultura popular propia. Es innegable que la exposición es otro hito en la carrera de Walt Disney pero también desentierra a sus colaboradores, sacándoles del anonimato para el neófito y posicionándolos en el sitio que les que corresponde justamente.
Una de las claves de la exposición es su carácter de inmersión. La presencia de una alteridad no sólo espacial sino también temporal. Lo que vamos a ver y oír está estrechamente ligado al objetivo embaucador de sentirnos transportados.  La sección que nos da la bienvenida es aquella que nos habla de los mitos, de aquellas hazañas simbólicas de seres extraordinarios. Unir la fundación del estudio de animación de los años treinta con el mito es toda una declaración de principios. Con el paso del tiempo ambos conceptos se han fusionado. El trabajo de esas gentes se ha convertido por derecho propio en uno mitológico; donde antes se sentaban enfrentados a sus paneles, ahora son otros hombres y mujeres quienes son testigos de sus logros. El detalle de mimetizar el interior del estudio ubicando una serie de ventanas al lado de dichos paneles, nos hace confraternizar con aquellos artistas y la superposición de fotografías enmarcadas en el límite de esos marcos, nos hace tener una idea de lo que ellos podrían haber estado viendo en aquel momento. Imágenes de trabajadores, compañeros suyos que pasaban por ahí, o se encontraban sentados descansando de su tiempo libre, almorzando.




Ponerse a ras del panel y contemplar un dibujo final de la animación (mina de grafito y lápiz de color sobre papel) de la Diosa de la Primavera (1934) de Hamilton Luske y después alzar la vista, nos hace embarcarnos en un viaje mítico al origen de la creación artística y también a aquel tiempo de pioneros anónimos, que sonriendo a una cámara eran inconscientes de la magnitud del hecho. La cadencia del trabajo se resuelve cronológicamente y continuando con el trayecto, podremos ser testigos por ejemplo de la hoja de personaje (línea marrón, lápiz de color, mina de grafito y tinta sobre papel) del Rey Midas (1935) o bien de los dibujos finales de fondo (lápiz conté, mina de grafito y lápiz de color sobre papel) de la Sinfonía Pastoral incluida en la película Fantasía (1940) hasta llegar a los estudios para la dirección de arte (reproducciones del original con rotulador y tinta sobre papel) de Gerald Scarfe para el film Hércules (1997). Cómo iba funcionando la mente a cada dibujo contemplado y cómo, al mismo tiempo, se iba estableciendo una serie de concomitancias creativas entre dibujos mitológicos de Fantasía con la versión más moderna de Hércules. Cómo se unían para crear un feliz “totum revolotum” creativo donde la copia se fusionaba con el homenaje recorriendo el camino de una idea desde que nace en un tiempo y se desarrolla en otro, transformando el acto de animar en uno de fuerte  raigambre psicológica. Antes de abandonar la estancia por unas puertas, rigurosamente construidas con sus pegatinas originales del ratón Mickey o eso nos dijeron, no estaría de más ver un cortometraje típico de contenido extra de edición en bluray de la creación del primer largometraje de la casa. Simplón pero didácticamente resolutivo.


Pasamos de la blancura del Olimpo al color rojizo del mundo de  la fábula, representada por la presencia de perfiles de casitas haciendo un claro homenaje a las pertenecientes a la de Los tres cerditos (1933). Llegados a este momento, me gustaría advertirles que eviten los días festivos, ya que una gran afluencia de público les destrozaría la exposición. Y más si quieren disfrutar de cortos como La Liebre y la Tortuga (1935) en su integridad o el del Sastrecillo Valiente (1938), en su versión digestHay que tener cuidado porque la experiencia puede verse mermada si les toca un grupo, y si encima es de marcada presencia infantil, ni les “cuento”. La anécdota fascinante fue que me tocó a un grupo de esos niños, rondando los diez u once años, que parecían aburrirse con los cortometrajes pero que me dejó un momento impagable: el rostro de un señor mayor disfrutando como un benjamín del momento. Repentinamente me vino a la cabeza la frase mítica de Disney, que decía que él hacía las películas para el niño que todo adulto lleva dentro. Pasando por entre las casas, podremos ver curiosidades como una carta de Eleanor Roosevelt a Walt Disney (fechada el 15 de Enero de 1934) donde le recomendaba que contase una historia de uno de sus cuentos favoritos de Heinrich Hoffman. Hasta qué punto, Disney empezaba a ser ya famoso. Y hasta qué punto su maravillosa insolencia transformando ese relato, que tanto gustaba a la primera dama norteamericana de la época, en un corto protagonizado por un pato que ya empezaba a hacer sombra al mismísimo ratón (Lo mejor de Donald, 1938). La interactividad también forma parte de esta exposición, una de las casas tiene una puerta por donde se puede pasar al otro lado, al lado maravilloso de la fantasía donde se puede disfrutar de la obra de Norman Ferguson, cuyos dibujos finales de la animación de Los Tres Cerditos (lápiz de color sobre papel) son prodigiosos.


La sensación de capturar el movimiento cuando el lobo feroz sopla y la casa de paja sale volando, es de una técnica magistral sobrecogedora. Mirándolos hoy, uno se queda epatado del nivel artístico que llegaron a alcanzar algunos artistas, sobre todo en época tan temprana.
El siguiente color fue el verde que nos anunciaba el reino del bosque, y las copas de unos árboles conceptuales, nos avisaban de la proximidad al territorio de las leyendas. No es baladí limitar esta sección a una época histórica concreta, la Edad Media, donde la figura del bosque era fundamental en la vida de sus gentes. Todo giraba alrededor de ese espacio anárquico, misterioso y a veces abstracto. El bosque medieval representaba lo oculto y escondía lo enigmático frente a otros espacios donde se iba construyendo la civilización como pudieron ser el castillo o la villa.


Eso lo refleja muy bien Merlín el Encantador (1963) en su comienzo, cuando Grillo se aventura al interior de un bosque en busca de una flecha perdida y se topa con el cottage de Merlín.  Cito la película porque forma parte del material de esta sección y además, lo admito como ya lo hiciera Brad Bird, que es una de mis películas favoritas. Pasear entre estudios para la dirección de arte, fondos o dibujos finales de la animación realizados por maestros de la talla de Milt Kahl u Ollie Johnston, me hacían viajar a mi infancia, al mismo tiempo que recordaba como un simple gesto, una simpleza de movimiento, puede obtener un potencial tan realista. Existe en la exposición un dibujo de Grillo sentado en el trono, ya como rey Arturo que nos cuenta mucho con tan poco. La desproporción en las formas, un niño sentado en un trono de hombres, sujetando un gran cetro entre sus enclenques manos y una gran capa que cubre completamente su cuerpo e invade parte del suelo. No existe imagen más poderosa de la inseguridad y el desconcierto de la responsabilidad que aquella.


Y si bien es cierto que la película no se desarrolla íntegramente en un bosque, de la siguiente que vamos a hablar sí. Robin Hood (1973), auténtico asalto a mi adolescencia  que ahora intento trasladar a mi hijo. Ver un esbozo en tinta sobre papel hecho por el inigualable Ken Anderson de Robin y Little John corriendo alegremente perseguidos por un ejército de flechas, es el ejemplo paradigmático de cómo la acción muere sobre un momento fosilizado y renace a base de repetirlo una y otra vez, al pasar las páginas. Al ver ese momento, mágicamente oía la canción del bardo con forma de Gallo, que prologaba la ficción cantando la gesta de los hombres de Sherwood contra el príncipe Juan.
El naranja, o más bien, su tono anaranjado anunciaban la siguiente etapa en nuestro viaje. Una donde el paisaje era el verdadero protagonista de la historia. Grandes praderas en la historia de Juanito Manzanas o desiertos pedregosos en la de Pecos Bill nos enseñaban los Tall Tales americanos de los que el estudio animado también se imbuyó. Estas dos historias formaban parte de aquellas películas construidas por cortometrajes y de las que Disney gustaba de hacer. En este caso contemplar los fondos y esbozos de Tiempo de melodía (1948) es una experiencia pictórica, donde la ficción más ridícula se transforma en leyenda “fordiana” y hay que imprimirla convirtiéndola en realidad. Observar estos dibujos nos hace confeccionar otra realidad, quizás hubo otro western, uno animado igual de valido que el de verdad. La grata sorpresa vino precisamente con un apunte a lo “verité” y fue, además, doble porque fue inesperada. Descubrí el cortometraje de John Henry (2000) en la exposición. Y fue como entrar en otro tipo de estructura dentro de la propia sección donde me ubicaba. Aquí lo preponderante era el concepto de “realidad” y el tratamiento de algo tan tenebroso como el racismo en los inicios del país. Existe un fondo de David Murray, sobre acetato y rotulador de unas vías ferroviarias, que me sobrecoge. No es un raíl recto, es uno en curva pero mirarlo durante unos segundos me habla de la gente que dejó su vida construyendo el futuro de otros. El esquema de color de Barry Kooser delata el tema de la historia, la sangre de unos hombres construyeron el futuro de un país, independientemente del color de su piel.


La última estancia nos devuelve a la confortabilidad de los cuentos de hadas y podría representar, perfectamente una coda de lo descrito anteriormente. En los “Fairy Tales” existen los bosques y el hecho de tener como materia prima a grandes cuentacuentos, de alguna manera lo involucra con el universo fabulador. También camina por los mitos, en cuanto que sus historias están cargadas de material simbólico, por lo tanto para cerrar este viaje y este artículo no vendría de más citar una frase de Walt Disney, que sintetiza el objetivo primordial de su compañía: “Honestamente pienso que el corazón de nuestra organización descansa en el departamento de guion. Tenemos que tener buenas historias.” Pues de eso se trataba, de contar una buena historia o el arte del Storytelling.

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