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martes, 28 de mayo de 2019

VIDRIOS ROTOS. PRUEBAS PARA UNA PELÍCULA EN PORTUGAL. Viaje al interior de una fotografía.




“En un momento donde las imágenes están mercantilizadas y banalizadas hasta extremos insondables, el cineasta necesita ser mucho más esencial.”
                                                                                                               José Luis Guerín.

PRÓLOGO:                                                                                             Los preparativos.

Desde el título, Víctor Erice avisa. Esto no es una película, es una posibilidad. Un “cuaderno de campo” que curiosamente se convertirá en cortometraje, incluido en la película Centro histórico (2012), donde el director se codeará con tres samuráis más Pedro Costa, Manoel de Oliveira y Aki Kaurismäki convocados por la Fundación Ciudad de Guimarães entorno a una pregunta: ¿qué soy yo frente a mi memoria? Por lo tanto también es un encargo, una llamada a alguien, en el caso del director vizcaíno y del finlandés de fuera, para fabricar una mirada cómplice pero extranjera.
Erice sabía lo que significaba adentrarse en la región norte de Portugal, que tenía los coeficientes más altos de paro del país en el presente, y también que durante generaciones en el pasado, había vivido de la industria textil. No obstante la Fábrica del Río Vizela fue la segunda más importante de Europa en el pretérito. Vidrios rotos ya no era un mero encargo, se iba convirtiendo lentamente en un reto, en un ejercicio de mirada, o como muy bien ha señalado Guerín, “en puesta en mirada”. En la primera fábrica que visitó, se produjo la anagnórisis en forma de una gran fotografía en blanco y negro sobre la pared del refectorio, que en la actualidad ya bastante reducido, mantenía una función didáctica como aula para los parados de la zona. Esa foto, que bien podría representar un lienzo pictórico o una pantalla cinematográfica, convoca e invoca al mismo tiempo. Sus habitantes nos miran, nos interpelan. Como cuando Inês Ferreira Gomes dice, “parecen que quieren decirnos cualquier cosa pero no sé el qué, no sé, no sé.”


“A veces pienso que los personajes de un cuadro, tienen más existencia real que la que tengo yo. Porque ellos están en una supra realidad y yo estoy en lo transitorio, estoy todavía en el tráfico de la vida y ellos están ahí.”
                                                                                                                       Víctor Erice.

LOGOS:                                                                                                                 El viaje.

Vidros partidos es una travesía al interior de una fotografía. El punto de partida es fascinante y a la par emocionante, porque no solamente se activa un dispositivo formal sino nostálgico, en cuanto que se recrea un tiempo pretérito. El plano / contraplano ejerce de estructura vertebral del dispositivo y sustenta su dialéctica de choque.


Planos medios y primeros planos, junto con algún que otro plano detalle, de las personas que trabajaron en la fábrica, frente al contraplano de una foto que muestra un plano general del refectorio de la fábrica. Los primeros planos pertenece al mundo de los vivos y el segundo, se podría decir que al de los muertos. Pero observando con detenimiento la instantánea, pareciera todo lo contrario. Los primeros, ejerciendo la reminiscencia, obnubilados se muestran paralizados, contemplando la fotografía, pareciendo los muertos, y el contraplano está siendo resucitado en la memoria de los trabajadores.


Frente al estatismo de los primeros planos, el contraplano es movilizado con alevosía por una cámara que se va nutriendo de las miradas del pasado. La odisea, además de física es también mental en la obra de Erice.


Se podría enlazar esas miradas con la que sufre Ana (Ana Torrent) en El Espíritu de la Colmena (1973) al ser convocada por primera vez ante el cine o incluso, el mismo comienzo de Vidrios rotos, cuando la luz empieza arañando la fotografía, que indudablemente nos interpela al amanecer del comienzo de  El Sur (1983).


Pero  además, en su filmografía siempre figura un elemento disyuntivo, una sutura por donde el mecanismo es mostrado. Quizá El sol del membrillo (1992) sea la que mejor represente esa desnudez formal, con la propia creación de Antonio López siendo cuestionada a cada momento de su proceso, aunque la naturaleza de película inacabada de El Sur nos haga recelar de lo que hemos visto en su relato, o ser partícipe de la reencarnación de la fantasmagoría en la criatura de Frankestein detonada por la imaginación de Ana en El Espíritu de la Colmena.


Momentos trascendentales que nos sacuden, como el protagonizado por el actor (Valdemar Santos) de Vidrios rotos que nos hacen dudar de lo que estamos contemplando. De manera asombrosa en el cortometraje se refleja una opción casi iconoclasta, posicionando al espectador  en el centro mismo de la sospecha de aquello que estamos contemplando. Al dudar de la imagen, la ponemos en cuestión, y por tanto buscamos posibles aliados del significado en elementos aledaños como el texto. Cada testimonio de los trabajadores es una especulación de su propio relato.


Frente a la exaltación del coloquialismo televisivo, en Vidrios rotos se encuentra el poder de la palabra, como cuando María de Fátima explica el recorrido que tiene que hacer con su hermano, para llevarlo a ser amamantado por su madre en la fábrica. Uno al escucharla se va imaginando ese periplo, sentir el lloro inquieto del bebe por el hambre. Qué duda cabe que el cine tiene que rendir cuantas con la realidad pero en esos momentos, uno está más cerca de la literatura, uno se ubica en ese momento cuando leemos una novela y la vamos construyendo, imaginándonosla.

EPÍLOGO:                                                                                               La construcción.

Se oye un ligero goteo y de un fundido del negro, aparece una pared invadida por humedades que contiene un mosaico. Sobre impresionado aparece un texto descriptivo: La Fábrica Textil de Río Vizela, más conocida como La fábrica de vidrios rotos…
Fundido a un P.G. del interior de la fábrica abandonada. El silencio es el único poblador.
Fundido a un P.M. de una de las cristaleras con los vidrios rotos. Desde el interior se sigue oyendo el goteo; todo es estático. El ruido de un camión precede al propio transporte pasando y ahogando el goteo, denotando movimiento en el exterior. La vida a través de un cristal, la vida a través de una óptica, la vida a través de una cámara.
Fundido al negro. P.G. de la entrada de la fábrica con una gran rueda, esa que nos contará María de Fátima, ejemplificando la rutina donde todo seguirá de igual manera, sofocando cualquier revolución.


P.G. del interior, está amaneciendo en el refectorio de la fábrica. Sobre la pared una gran fotografía en blanco y negro siendo conquistada por un tenue golpe de luz del exterior.
P.P. y P.D de la fotografía. Garante del protagonismo del relato, por tanto, actante del mismo.
P.G. del refectorio. Pruebas con mujeres y hombres que han trabajado en la fábrica.
P.M., P.P y algunos P.D. de algunos antiguos trabajadores, sentados dando la espalda a la pared que contiene la fotografía: Amândio Martins Fresador. Realidad social / Relación patrón- obrero. María de Fátima relatora en verso, representante de una conformidad alegre que contrasta con la tragedia de su compañera Rosa Gonçalves, cuyos padres no la dejaron continuar estudiando, obligándola a trabajar. Son sólo algunos ejemplos.
Y como si la fotografía demandase atención en la trama, como si reclamase su protagonismo, llama a los testigos de la narración para confrontarse con ella.
P.P. de los personajes mirándola en picado, reverenciándola, maravillándose y sorprendiéndose al mismo tiempo. Se produce una autentica mirada en abismo.
P.G. del refectorio. Un músico empieza a tocar su acordeón.
Inicio del viaje al interior de una fotografía…



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