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domingo, 11 de julio de 2021

DOMINGO DE VIÑETAS. El arte de la filigrana.

 


Hoy nos toca rendir pleitesía a Maurice Tillieux con una de sus icónicas creaciones para Dupuis, estamos hablando de Gil Pupila como se llamó por estos lares Gil Jourdan por aquellos otros. Para poder hacerlo de su primer díptico narrativo utilizaremos el integral que sacó Planeta DeAgostini, allá por 2009. No es muy normal que siendo la primera aventura uno se embarque en un relato dividido en dos partes, precedentes hay de la mano de Hergé o Jacobs, pero será la primera vez que ocurra en la casa del botones más famoso de Marcinelle, por tanto hoy toca hablar de los álbumes La fuga del Libélula (Libellule s'évade) y Arte y Popaína (Popaïne et vieux tableaux), ambos editados por el  amigo Charles en 1959, pero cuyas primeras luces se proyectaron en la revista Spirou entre 1956 y 1958.

Primera ronda: La fuga del Libélula.

Fijémonos en el principio, en las seis primeras páginas del cómic, incluso, en sus primeras viñetas, están cargadas de claves para desentrañar, ya no sólo al propio relato sino también una forma de crearlo, la escuela Marcinelle, o más concretamente, la revista Spirou, embrión creativo de la obra. Seis páginas bastaban para crear el "à suivre" que alimentaría la curiosidad del lector de la semana siguiente a la compra del "journal", es decir, la presión no era un hecho sino una realidad para el fan pero también para su creador.                                                    Todo a lo que vamos a asistir, el esquema narrativo perpetrado por Tillieux, se convertirá en un juego entre el trío protagonista, porque si existe una certeza es precisamente ésa, que el relato es huérfano de un héroe, necesitará al menos de dos caballeros más, y como veremos, hasta de una damisela, que por supuesto no estará en apuros, si no que más bien los originará. Estamos hablando, por orden de aparición, del inspector Corrusco y del ladrón Libélula juntos, y después del propio Gil Pupila conduciendo el taxi azul, aproximándose hacia ellos, y más tarde de su secretaria Cerecita. Cómo los sentenció José-Louis Bocquet en su análisis del integral de Planeta, bautizándolos como "la divina trinidad del thriller: el detective privado, el malhechor (arrepentido) y el policía." 

                                                (Viñeta 3, Página 38 del Integral 1).

Todo queda armado para convertirse en un entretenimiento entre estos tres personajes, auténticos generadores de la trama, conseguir destapar a una banda de narcos, y de las subtramas que se irán fusionando a medida que vayamos descubriéndolas. Entre las segundas, están la consolidación de un nombre para poder vivir de la profesión de detective (Gil Pupila) o caminar por el camino honrado por parte de un sinvergüenza encantador (Libélula) o luchar inopinadamente por lo justo (Corrusco), sin olvidarnos de la demostración de la valía de una joven en los años sesenta del siglo pasado (Cerecita). Lo interesante de la propuesta no es el qué sino el cómo, la elaboración de una narración que irá yuxtaponiendo, exacta y precisa, los diferentes andamiajes narrativos con el único fin de hacernos pasar un buen rato y todo eso se revela en esas primeras hojas. Cómo la cotidianidad protagoniza el momento, un diálogo entre dos actantes, y cómo esa viñeta que esconde el rostro del conductor del taxi pero al mismo tiempo muestra su brazo tranquilo, reposado sobre la ventana del coche, nos anuncia que esa calma va a mutar por algún motivo. El motor del cambio es el humor, y más concretamente, el guiñol, la farsa representacional, en el interior de ese taxi, donde el rostro de Gil Pupila aparece en primer término, sabedor de la situación representada en esa sonrisa "giocondana", mientras que los otros dos, ajenos, serán meros títeres de su objetivo.


Quédense con esta otra página, es la presentación de Cerecita. La aparición de la chica se produce de una manera atropellada, su nombre ha ido sonando pero será aquí donde se proponga físicamente su despegue en la acción. Cerecita funcionará como sidekick del héroe pero pronto ese rol se tornará en protagónico, como veremos.

                                     

                 (Viñeta 5, Página 50).                                     (Viñeta 7, Página 50).

Lo único que llama la atención de este par de viñetas es su encuadre, diríamos que casi expresionista, pero no deja de ser un juego referencial del autor para ayudarlo a contrarrestar la parte de arriba y la de abajo de la página en cuestión, entre otras cosas para decirnos que Cerecita, cuanto menos, no será igual que el resto de chicas floreros que solemos ver en los cómics de la época. Esa angulación, ese cambio a la anormalidad, ese cruce al otro lado del espejo si se quiere, no es producto de un capricho estético sino todo lo contrario, asume desde sus coordenadas toda una declaración de principios, de cómo un artista se aproxima a su creación, otorgando en ese trayecto unas pistas para el que quiera seguirlo. De hecho, en el segundo álbum desde su mismo principio seremos testigos de cómo Cerecita adquiere su posición protagónica, durante más de diez páginas transformándose en la heroína de la función, será en la página doce concretamente cuando el lector regresará a Gil Pupila y a Libélula. Y es curioso que también Cerecita comparta viñetas con el malo de la función, el cabeza pensante de la organización, pero revelaciones aparte, seamos testigos de cómo desentrañar la filigrana Tillieux.

Esta página nos muestra parte de una persecución repleta de gags y momentos cómicos, diría que ridículos que, hasta en algunos casos, podrían llegar a sonrojar al lector más maduro. Con qué objetivo, qué intención tiene Tillieux en organizar este circo de opereta. No existe mayor razón que la del propio relato, o mejor dicho, la que suscita la historia, representada como una filigrana, como una obra unida con suma perfección y delicadeza.

                                         (Viñetas 7, 8, 9, 10 y 11, Página 70).

Todas las acciones que hemos sido testigo regresan para justificarse narrativamente en estas viñetas. Para otorgarlas una realidad paralela, una veracidad que se refunda en todo lo que ha ido haciendo el inspector Corrusco para intentar atrapar a Gil Pupila y al Libélula. La razón de Tillieux es una de puro divertimento, pero ojo, solapado en una elaborada narración donde al principio uno no es capaz de discernir unos hechos, pero después pueda darse cuenta de la lógica relatora inherente a ellos.

Segunda ronda: Arte y Popaína. 

                                       (Viñetas 4, 5, 6, 7, 8 y 9, Página 108).

Un encuentro, un picoteo y de repente, una anagnórisis. Libélula, a su manera, se le revela una idea que sustentará todo el final del segundo álbum. Es más bien la construcción de un chiste, pareciese incluso de Gila, la jugada maestra está construida desde el detalle, casi imperceptible, solo a ojos del ladrón, de una posibilidad de atrapar a los malos, la opción de "tirar de la manta" está organizada en este momento, otro anodino, alejado del noir y polar más genérico, con el fin de seguir esa filigrana narrativa que solamente está hecha para las lupas de los más curiosos.

                                           

(Viñeta 9, Página 73. La fuga del Libélula). (Viñeta 3, Página 113. Arte y Popaína).

Y aunque los personajes juran y perjuran que la fortuna es un elemento vital en sus vidas, no tenemos que hacerles mucho caso, porque Tillieux nos la vuelve a jugar. Para nada su trabajo está bajo delegación de la diosa fortuna, nada en su obra responde a la suerte de emparejar "cases", unas con otras, para ver los resultados, digamos que la improvisación es cero. Solo tenemos a uno de los trabajadores que  más elabora su pastel narrativo, un orfebre que disimula muy bien sus objetivos en favor del humor y la ironía, uno que es capaz de poner en boca de sus creaciones pistas falsas para seguir disfrutando de sus casos. Todo un arte a seguir.

 

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