En el futuro viviremos en ciudades-cúpula. Ésa es la
primera premisa narrativa que contextualiza el ambiente de La Caída de Dundee.
La humanidad se ha encerrado en una cárcel de cristal para luchar contra el aire nocivo que los envuelve en el Cielo Baldío. Trasladando el
tema de la polución a las páginas de la novela de una
manera tangencial, tenemos un punto de partida verosímil a sus márgenes
embadurnado de un cariz apocalíptico. Pero ése es uno de los muchos problemas a
los que tiene que enfrentarse el ser humano. El hombre se ha encargado, él solito de la destrucción del planeta. Lógicamente lo ha hecho acompañado por
una serie de factores que a día de hoy, nos parecen incluso mucho más reales, y
por desgracia, más próximos; a saber, la desactivación del estado del bienestar
social desmantelándose lentamente sus pilares formativos de ayuda y protección
al más necesitado inyectando una nueva política de carácter privado a sus
bases; la inclusión de la corrupción que anidada en el rincón social y cultural
de nuestras ciudades y costumbres, se encamina hacia la cúspide de organizaciones
políticas, económicas, bancarias o religiosas; la perdida de toda fe, y no solo
aquella de carácter místico, en cualquier proceso emprendedor creciendo un
insoportable manto pesimista que cubre las cabezas de aquellos que quieren
hacer algo, y que cubiertos se ahogan en un mar de incertidumbres del tipo
¡para qué hacerlo!, ¡ya no sirve de nada!; el conformismo de las masas
incentivadas por medios que las emboban enclaustrándolos en sus hogares, convirtiéndolos
en prisioneros de jaulas áureas desconocedores de la verdad, algunos por
desidia y otros por ignorancia.
Todo esto no esta explicitado en la novela, ya que
mi objetivo no es crítico sino diletante, pero me ayudó a formar su contenido
estructural, hablando de algo de esto en uno de los capítulos de la misma. Para
mi lo más importante a la hora de escribir es el componente lúdico de su
organización, quiero decir, que si uno no se divierte escribiendo, mejor
dejarlo y dedicarse a otro cosa. Soy de los que piensa que el ejercicio del
escriba tiene que ser vocacional y si no tienes nada que contar, mejor cállate y
dedícate a otros menesteres. Por lo tanto el juego narrativo tiene que sostenerse
alrededor de unos parámetros que lo ejerciten y lo impulsen a desentrañar el
origen del misterio. ¿Qué es sino leer? La resolución de un enigma que te tiene
supeditado por minutos, aislándote del mundo circundante. ¡Pero cuidado! Esa
forma de menospreciar la realidad puede llegar a transformarse en una
embellecedora jaula, en una cúpula, y es entonces cuando nos tenemos que
preguntar si las premisas narrativas son las adecuadas, si los componentes
ficticios son los óptimos, si lo que estoy leyendo, además de hacer implicarme en su
acción, también realiza una exploración a mí “yo” más profundo. Solo de esta
manera podremos librarnos de los límites de la cúpula, extraer el símbolo que
representa para saber su significado. Algunos lo consiguen, convirtiéndose en
significantes, y otros se quedan en el limbo de la esperanza, simbólicamente.
Las aventuras de Lagasca en el mundo cupular hablan de eso, pero solo un
poquito.
Continuará...
Continuará...
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