La hoja apergaminada es aquella superficie que
doblamos en una de sus puntas para hacernos recordad que nos hemos quedado ahí,
que hemos realizado un alto en el camino y que gratamente podremos continuarlo
otro día. Por lo tanto es un hito literario, independientemente del género, que
nos proporciona una ayuda en nuestra búsqueda de nuestra particular felicidad.
¿Qué es leer un libro, un ensayo, un cómic, sino la persecución del bienestar propio?
Y es que un acto de lectura es individual, pero la crítica es plural. La acción
de lectura viene acompañada de soledad, pero la opinión desborda sus límites
para adentrase en la de muchos. La idea crece solitaria y se desarrolla en
conjunto a las personas a las que va dirigida. Desde tantas y diversas hojas
arrugadas, dobladas, apergaminadas me atrevo a hablaros del arte escrito… y
dibujado.
Hoy empezaremos por el noveno arte con una maravilla
llamada El camisón, de los genios creativos Joann Sfar y Lewis Trondheim en el
guion y a los pinceles, Christophe Blain. Esta BD pertenece a una famosa serie
francesa titulada La Mazmorra y dentro de la misma, pertenece a una sub-colección
llamada Amanecer, donde se cuentan las aventuras y desventuras de un joven
carcelero y dueño de la mazmorra de la serie primigenia. Es decir nos
encontramos con un extenso prólogo de lo que luego será la historia principal;
y escribo extenso porque si bien es cierto que en nuestro país, la serie se ha
quedado estancada, aunque yo diría que fosilizada, en el país vecino se sigue
publicando con cierta regularidad, la que responde al ritmo de un título por
año, más o menos. Vuelvo a citar la palabra extenso porque sus creadores
quieren convertirla en una gran saga, ya que este primer capítulo del prólogo
hace el número -99, es decir pretenden con Amanecer llegar hasta el número 0,
que sería donde empezaría la serie propiamente dicha, La Mazmorra, y después en
el número 101, empezaría otra sub-colección llamada Crepúsculo, que contaría
los avatares del mundo sin ésa mazmorra. Como podéis comprobar es una tarea
cuanto menos arriesgada, y más en un campo como el cómic y más concretamente en
la BD. Así que tenemos Mazmorra para rato, o por lo menos, en las zonas
francófonas.
Como ya he dicho, nuestro héroe cuenta su infancia y
las correrías que tuvo que hacer frente hasta llegar a ser el dueño de su
propia mazmorra. Su nombre es Jacinto de Cavallère, perteneciente a la nobleza
más vetusta del reino y por tanto, poseedor de una serie de principios que están
caducando rápidamente en la sociedad que le ha tocado vivir. Una forma de
pensar y actuar esta finiquitándose y esta dando comienzo un nuevo mundo, donde
la moral es leyenda, el arribismo es la ética y el poder es el garante, creador
(el carnaval de Antípolis) y destructor (la creación del Metro) de la historia.
Su padre, el senescal Araku Hamuleck (los que lean mi novela sabrán donde
empieza mi pasión por los nombres enrevesados), ya le avisa en la página 4, en
la viñeta tercera (edición de Norma Editorial y, a partir de este momento es la
que seguiremos): “Ve a la capital con tu
Tío, que te enseñará las reglas de esta nueva época en la que estamos.” Esa
forma de pensar saldrá dinamitada gráficamente en la siguiente página del
cómic, cuando Jacinto sea atacado por una panda de Bros y conozca a su
particular Sancho Panza, el Doctor Hipólito, que le dirá: “Pero el progreso moral brilla por su ausencia.”
La cita quijotesca no es una apostura, sino más
bien, es un pequeño homenaje al modo de vida y a la forma de pensar de unos
personajes que creen ver gigantes en vez de molinos de viento. Es apostar por
la fantasía, la ficción, enmarcándola dentro de la realidad del trazo negro de los
autores (a veces da la sensación que al señor Blain le gusta las pinturas
negras de Goya y la elección de un mundo muy cercano al de Dumas no es baladí).
Las viñetas primera y segunda de la página 45, en la que aparece el senescal
Araku Hamuleck (¡bendito nombre!), interponiéndose entre las huestes de su
hermano, el Tío Florete, y su hijo, nos muestran a un autentico Quijote
envalentonado, raudo a luchar contra ejércitos de filibusteros, en pos de la
justicia. Palabra que alimenta el núcleo narrativo de la historia. Desde el
primer momento, la corrupción esta instalada en el escenario principal de las
desventuras del protagonista, la ciudad de Antípolis. Nada más llegar a su
entrada, él e Hipólito tiene que pagar un peaje por el paso del puente si
quieren acceder al interior. Como han sido asaltados por los Bros, no tienen
nada que ofrecer, y después de varias ofertas, a cada cual más humillante para
pasar de un lado a otro, al final deciden atravesar el rio por el lado menos
profundo; un rio por llamarlo de alguna manera, porque más bien es un conducto
por donde fluyen las aguas fecales de la urbe. O sea que los dos protagonistas
se introducen en la ciudad oliendo a mierda, los héroes de la función caminan
por las infestadas y rocambolescas calles de una urbe que los aísla primero por
su olor y después por su condición, garante de la justicia Jacinto y otro,
Hipólito, oposición contra una de las mayores costumbres de Antípolis, la quema
de una Arbolesa (y no me preguntéis qué es, leed el cómic) en pleno carnaval.
Desde que Jacinto se
pone su particular disfraz hasta que lo empieza a ejercer, las cuarenta y ocho
páginas del álbum son un alarde de inteligencia narrativa, la concatenación de
hechos producen el corpus de la trama (Jacinto llega a la ciudad como un extraño
y lo que quiere es encontrar amigos; a ésa llamada responderán los duendes, que
le ayudaran a resolver la situación de la Arbolesa), convirtiéndola en una
formula matemática cuantitativa magistral . También es un ejemplo de
posicionamiento conceptual moderno, hay momentos en los que uno es consciente
de que esta leyendo, convirtiendo la ficción en una mera herramienta (viñeta
primera de la página cinco, Jacinto esta escribiendo una especie de diario y lo
interrumpe por esta cansado del mismo, diciendo que: “Es imposible escribir y vivir aventuras al mismo tiempo.” Aquí, el
lector es consciente de la propia lectura y también es una opción del
narratario, a partir de ahora, Jacinto dejará de ser testigo de los hechos para
convertirse en actor de la acción, no obstante, es el momento cuando intenta
rescatar a su compañero Hipólito), otro elemento de modernidad creativa sería
la incorporación de un personaje como el de Alexandra, que pasaría de ser la
típica damisela en peligro, a ser una autentica mantis religiosa literalmente,
creadora del peligro (las viñetas donde se supone que Jacinto intenta salvarla
de unos malhechores es muy significativa al respecto, transformando el proceso
aproximativo del personaje y otorgándole una madurez inusitada) y de
desbordante gracia visual, la última viñeta que cierra la historia (y que me
atrevido a publicarla), resume en un solo plano, como si fuese un ejercicio de síntesis
brutal, el viaje de anagnórisis que se hace, no solo el héroe, sino sus
creadores, pasando de un discurso que roza en algunos casos el nihilismo (simbólica presencia de nubarrones en la noche), hasta
su destrucción por todo lo contrario, el romanticismo (enigmática presencia de la Luna, y como ya he señalado,
Alejandro Dumas es parte del espíritu de la obra). Jacinto empieza a creer en
su utilidad como justiciero. Todos somos Jacinto, a todos nos gustaría que todo
el mundo nos leyera. Comienza una nueva etapa en la vida de Antípolis y lo hace
de la mano del Camisón.
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