El prólogo del álbum comienza en un solitario y
apartado lugar, en los pantanos de la Región de los Velos de espuma. Su
ambiente neblinoso establece el paisaje físico y psíquico impreciso, no ya solo
del primer capítulo, La Concha de Ramor (La Conque), sino de toda la saga del
primer ciclo de aventuras de La búsqueda del Pájaro del Tiempo, Norma
Editorial, Colección Cimoc Extra Color Nº 17, (La Quête del’l Oiseau du Temps,
Editions Dargaud) de los maestros Le Tendre y Loisel, respectivamente. El
primero como guía gramático y el segundo como mago de ceremonias, gráfico. Las
viñetas pierden sus fronteras ante el despampanante cuerpo de Pelisse, que la
desborda en la número 3 de la página 3, afianzándose como su bautismo. Es una
toma de conciencia por parte de sus creadores, reforzando por derecho propio su
posicionamiento en la historia que va a dar a luz. Los cuervos son los únicos
testigos del nacimiento, como si representasen los designios de todo Akbar, espiándola escrutadoramente. Ella esta sola y
habla con su mascota, la vaina, de su misión encomendada por su madre, la
princesa-hechicera Mara. Comienza la historia propiamente dicha en boca de su heroína
y además lo hace con el Érase una vez…
A partir de este momento vamos a ser testigos de una
odisea deslumbrante en su logro lineal (la rica variedad de lugares y paisajes
que recorrerán nuestros héroes no tiene parangón, alimentando el fascinante mundo
cultural de Akbar posicionándolo sobre unos prismas certeros que rozan la
realidad) y en su estudio psicológico (la idea que tenemos de heroicidad se
pone en duda desde el primer momento, convirtiéndose en el motor descriptivo de
un estudio interior de cada personaje apasionante; todo el mundo esconde algo, ejemplarmente
representado en la figura del Desconocido, en la relación de Bragón con Mara o
en el origen paterno de Pelisse). Agarraos fuertemente a un Lopvent porque el
viaje promete curvas y choques en el mundo de la espada y brujería.
La condición atmosférica niega la definición en la
narración desde el principio. Todos los escenarios se llenan de una patina de
colores que difumina la claridad, como si estuviéramos viviendo en un mundo
confuso, donde poner un pie más allá de la hacienda del caballero Bragón es una
osadía. E incluso en los momentos más apacibles temporalmente, como la aventura
en la ciudad de los Gris-Grelets, Ir-Weig, donde es bañada por una fuerte luz,
todo parece borroso como si al cruzar una de sus enrevesadas callejuelas, te
encontraras con una cohorte de mercenarios Llirs esperándote para matarte, como
bien ejemplifica la viñeta número 10 de la hoja 42. El caos reina en el
apartado del dibujo de Régis Loisel pero también la condición caótica es
tratada en el guión de Serge Le Tendre (la presentación del tercer componente
de la expedición, el Desconocido, se hará mediante las palabras de Balrog, que
lo capturó pero que ahora esta libre, escondiéndose en cualquier recoveco de
Ir-Weig; nunca sabremos cómo fue esa captura porque nunca fuimos testigos de la
misma, de ahí que las palabras sean tan importantes como el dibujo, para
simbolizar y expresar), pero con sutiles diferencias. El color, y en concreto
uno, el rojo, será el elemento que caracterice el desenmarañamiento de tanta incertidumbre
en el dibujo, propulsándola hacía el apartado sensorial del mismo. Es como si
el rojo se mutase en un grito que nos anunciase el peligro del porvenir, no nos
extrañemos estamos en la diégesis de la fantasía heroica, ¿no?
Existen tres momentos de clarividencia pictórica, tintada
en rojo espectaculares al respecto y además ubicados a los márgenes de la
narración, es decir al principio de la misma y al final. El primero es cuando
Pelisse desenrosca su látigo flamígero y ataca al Trivulgo para defender al Anciano
de los Bosques.
El color rojo invade no solo el paisaje, enfundándolo en un
atardecer apocalíptico, sino que cubre los cuerpos de los personajes. Como si
fuesen los ataques de escozor mortales del látigo, todo se llena de una tensión
psicológica insoportable. Es más Touret ve por primera vez a Pelisse y se
despierta en el interior del golfo un deseo de atracción sexual (varias viñetas
certifican el hecho como la número 2 de la página 18),
anunciando el segundo
momento. Aquel que esta relacionado con la cultura de los Gris-Grelets y su
estación de los Bajos Dolores, el llamativo fulgor envuelve a aquellos que siente un irrefrenable deseo
sexual femenino y el cuerpo de Pelisse es un cebo apetitoso. Y por último el
llamamiento que hace el objeto de la búsqueda, la Concha de Ramor propiamente
dicha, llamando al caballero Bragón a que la posea. El héroe se envuelve en un
manto rojo de acción en la ermita de Shang-Thung, príncipe-hechicero de la
región de las Tierras Escabrosas, que lo incita a acometer el secuestro del
preciado objeto aprovechando un despiste de sus captores. Todo parece indeterminado
en las formas, pero cuidadosamente elaborado con el único fin de alumbrarnos
con su ingenio. Y solo quedaban ocho días para la noche de la estación mutante…
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