La causa de la Transmisión o “Matar al padre”.
Habría que hablar sobre los diminutos
prólogos que acontecen a las historias de Pixar porque se nos tornan reveladores
del significado temático, no ya solo de su propia diégesis sino de la que la acompaña.
La Luna de Enrico
Casarosa ejerce su función de comparsa con respecto a Brave de Mark Andrews y Brenda Chapman, ni rebajando su calidad,
ni disminuyendo su nivel artístico. La pequeña historia de un trío de
pescadores navegando por la infinitud del océano, nos posiciona ante el dilema
de aprendizaje del integrante más pequeño del grupo, un niño que se dispone a
emprender el camino de la adolescencia intentando seguir los pasos del miembro
más caduco, posiblemente su abuelo, o del que tiene mediana edad, posiblemente
su padre. Es un micro viaje al entendimiento generacional. El cuerpo del niño,
continente mimético del adulto, se encuentra en la encrucijada de los modelos
de conducta maduros donde tendrá que buscar el que mejor le convenga para su disfrute
y rendimiento en su vida adulta. Es el efecto de transmisión entre varias
generaciones, es decir, ceder lo que uno sabe al otro. Y es en este nimio trueque
intergeneracional donde se aprecian los pliegues narrativos que van doblando su
corta estructura, haciéndonos recordar al Hemingway
del Viejo y el mar (1951) o al Verne de De la Tierra
a la Luna
(1865) sin olvidarse del Dickens de Oliver Twist (1837), regalándonos
detalles inolvidables como la salida del astro lunar, o el momento espejo entre
el niño y el abuelo, imitando todos sus gestos, pasando por el atrezzo de cada
personaje, heredado de alguna revolución industrial, que habla por si solo en
esta fábula sin palabras repleta de fecundas imágenes. El oso y el arco, iba a ser el título de Brave (2012) pero alguien en Disney,
más que en Pixar supongo, decidió
regalarnos el adjetivo como titular temático. Aquí siendo más papistas que el
Papa, mantendremos el vocablo en su idioma original pero lo subtitularemos
Indomable. Tanto unos como otros, intentando potenciar la venta, no se han
percatado que la diégesis del relato no radica en el valor, sino en la
transmisión del diálogo entre varios y distanciados puntos de vista y su
consecución trasgresora, novedosa por otra parte en la casa de los juguetes y
en la del ratón. El antiguo título ejercía una confrontación gramatical entre
el poder de un arma construida por el hombre frente al poder animal
representado. Una relación que avisaba confrontación entre el instinto
civilizado y el salvaje. Puede que como rémora de ése sentido hayan quedado los
mejores momentos de la narración, aquellos que diseminados, como si de los Cromlech aparecidos en el bosque se
tratasen, denotan la valía del intercambio confeccionando al relato un hálito
de novedad en su planteamiento y que dejase los más burdos para acompasar el
nuevo título. Precisamente aquellos que lastran la trama a pretéritas
producciones disneyanas, véase al
respecto los momentos donde aparecen las canciones actuales o la utilización de
la voz en off, que aquí se convierte además en portadora de una moralina
cargante distanciándose por ejemplo de la utilizada en Cómo entrenar a tú dragón (2010) del estudio DreamWorks, cuyo uso descriptivo era más efectivo. Suenan las
gaitas, adentrémonos en la niebla.
En cualquier proceso de
acercamiento entre diferentes posturas, siempre hay algo que perder (el
orgullo) para ganar otra cosa (el respeto). Primeramente se origina el hecho,
la presentación de la acción. El choque generacional entre la reina Elinor y su hija, la princesa Merida. La prodigiosa secuencia montada
en paralelo en la que la reina habla sola por un lado y su hija repite la misma
acción en solitario. La independencia de los planos deja de significar y
solamente unidos adquieren su significación, la incomunicación más absoluta. El
efecto del enfrentamiento es la representación de la insubordinación y su causa
la metáfora dramática freudiana de
“matar al padre”.
El final del proceso se transmuta
en legado cuando se recompensa con la tolerancia aprendida mirando el mundo con
otros ojos, los del otro. Es muy revelador el plano en el que el rey Fergus, enemigo acérrimo de los osos,
deja que su mano sutilmente acaricie la piel de unos oseznos. Pero eso esta muy visto, detengámonos en el
nudo de la transmisión donde la audacia reside como focalización psicológica.
Hablemos del efecto de la ira de la princesa. Enfadada y enclaustrada en un
traje que la oprime, asiste impotente a la celebración del torneo de tiro con
arco para dirimir quien de los pretendientes obtendrá su mano. Cansada de
acatar las órdenes de su madre, se rebela delante del reino, desafiando su
autoridad disparando ella misma con su arco y haciendo que sus flechas se
marquen en el centro de todas las dianas. El último tiro es desolador. El tiempo
se congela, ralentizándose el suspense. Merida
en primer plano tensa su arco al mismo tiempo que observamos, desenfocada a
su madre aproximándose. Es una mancha oscura que roza el brazo de la princesa.
Contemplamos enganchados a la pantalla los labios de la pelirroja tensándose
igual que lo hace la cuerda de su arco, dispuesta a lanzar la flecha que lo
transformará todo. La joven espira el último a liento y dispara rompiendo con
la figura de la autoridad, ninguneando la tradición, dejando que la tabla de ajedrez
se caiga por uno de los lados, como se lo había explicado su madre. El reto se
propulsa como la flecha hacia la diana del “status quo” narrativo revolucionándolo
y allanando el camino de huida de la joven. La causa hace acto de presencia en
el proceso. La expresión antes citada del psicoanalista más famoso de todos los
tiempos, con perdón de Jung, es
escenificada. En nuestro caso sería mejor utilizar “matar a la madre” ya que es
la garante de la autoridad en la trama, una autentica Lady Macbeth, porque el rey Fergus
es representado como un bufón. Por primera vez, de una manera directa, el
objeto pasivo de los cuentos de Disney
y emblema fundacional de su poderío, la princesa, se metamorfosea en ser activo
y no solo eso sino que se convierte en la verdadera antagonista de la historia.
La secuencia en la que entrega a la reina su postre envenenado para intentar
cambiar las cosas, es un ejercicio metacinematográfico en su génesis teórica,
ya que nos hace viajar en el tiempo al mundo de las princesitas disneyanas y en concreto a su fundadora,
Blancanieves y en su práctica. Como Merida espera inquieta a que algo pase,
inconciente de lo que acaba de hacer, pero sabiendo que demanda un cambio,
mientras su madre empieza a sentirse mal. Es un momento sobrecogedor donde la
princesita de cuento se transforma en Maléfica
y donde queda mostrado que el antagonista del relato es el propio yo. Nada más
moderno que “matar al padre”. ¿Quizás Pixar
no estará pensando en eso? Al tiempo…
Una cosita, aquí también os dejo el programa de la Sesión Continua del próximo fin de semana. Preparaos nos vamos a la América más profunda de la mano de un maestro, Preston Sturges:
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