Esto de escribir con un portátil rasga la imagen del
escritor que todos tenemos en nuestra cabeza, pudiéndola romper hasta los
límites del egocentrismo literario. Cuando nos imaginamos al escriba, lo
hacemos rodeado de libros por todas partes, sitiado por estanterías transformadas
en autenticas bibliotecas alejandrinas, donde la luz natural de alguna ventana
aledaña no penetra en la estancia, sino que se deja filtrar por algún
resquicio, proporcionándonos una tenue luz que combate con la inmisericorde luz
mecánica de la bombilla que irradia el flexo, otro elemento icónico importante
del universo escribiente, que no puede faltar en nuestra mente. Y si nos
ponemos a pensar, nos movemos por imágenes preconcebidas en nuestro inconsciente,
dándoles un valor, un sentido que quizás, después, en la realidad no lo tenga,
o no sea el adecuado, o el que más refleje ese sentir. Por lo tanto, la mayoría
de las veces, establecemos juicios de valores erróneos sobre patrones periclitados,
sobre todas las cosas. ¿No me creen? Vean todos los días Sálvame para
corroborar lo escrito. Por cierto, ¿saben desde donde estoy escribiendo este
post? Desde mi cocina, intentando preparar algo de pasta e intentando ordenar
estas cuatro palabras. O sea que no me acompañan líneas de libros apelotonados, sino armarios repletos de utensilios de cocina, ni tengo a mi lado
ninguna luz alternativa, más bien una barra de pan, y el único foco de luz,
natural, es aquel que invade mi matadero por un pequeño ventanal. No existe la
verdad, sino verdades y por supuesto tampoco existe la realidad sino, realidades. De esto también habla un poquito mi novela y de que a veces la
mentira es la realidad y la propia realidad, puede llegar a ser mentira.
Estando en esa tesitura, ¿donde entraría vuestra imagen de un escritor? ¿En su
cueva particular, almacenado de libros? O ¿En una cocina? La inspiración nunca
avisa, loada sea la informática, sobre todo la portátil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario