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sábado, 10 de noviembre de 2012

SESIÓN CONTINUA. (II). GÉNESIS.


No siempre iba a los cines todos los sábados o los fines de semana a sus sesiones continuas. Para mí existían, mucho antes de los móviles, portátiles, y tabletas, otras pantallas “virtuales” alternativas de gran regocijo visual y donde nació el origen y posterior desarrollo de mi pasión cinematográfica. Los vídeo club de los años ochenta del siglo pasado fueron mi verdadero bautismo cinéfilo. Los sábados que no iba, o que no me llevaban, a confrontarme con las pantallas, me quedaba enclaustrado en ése lugar especial, que hacia perder la noción del tiempo en mí. “Musical Medina” fue para un adolescente de pueblo, una puerta a otros mundos, o concretando, una ventana a otras realidades. Dependiendo de la estantería por la que optase, me podría encontrar nimias claraboyas, convertidas en cintas de vídeo  que me permitían dichos viajes maravillosos. Cuando convertí ése lugar mítico en mi segunda casa, tiempo más tarde y ya en la capital del reino lo cambié por la Filmoteca, y es que siempre he sido un poco nómada, descubrí la existencia de tres tipos de cintas con sus correspondientes caratulas y tamaños, diferenciadas que me atraían poderosamente. Era por esos ventanucos por donde se filtraba mi imaginación y donde se gestó mi fascinación por las portadas  y los posters de las películas (ahora sabéis porque me gusta decorar mi blog con este tipo de cinefilia icónica). Eran los tres sistemas de vídeo domestico que había en el momento, el sistema 2000, que ya estaba a punto de ser colapsado por los otros dos (¡a las cintas tenías que darle la vuelta para continuar viendo el film!), el sistema Beta (que decían que era el mejor) y otro que entraba poderosamente nuevo, el VHS (y que al final derrotó a los otros dos para convertirse en pasto del DVD más tarde). Yo tenía un vídeo Beta, así que los otros dos sistemas eran para mí como la zona prohibida del Planeta de los simios, por eso me atraían más, quizás. ¡Cuantas horas pasaba al día en ese sitio!, rodeado de estanterías que me doblaban en altura, mirando todo tipo de ficciones, aprendiendo sus nombres, quien las dirigía y las interpretaba; ¡qué dibujos fantásticos representaban en sus pequeñas portadas!, incitándote a darles la vuelta y descubrir algún secreto que llevarte a casa, en las aburridas tardes de una villa castellana. Esa fue mi infalible génesis popular cinematográfica, muy alejada de la aristocracia que representaban las escuelas de cine. Mi verdadera escuela cinéfila.

PROGRAMA DOBLE:






















Las dos historias representan una búsqueda en torno a la figura del Padre, autentico punto de origen del mapa de las vidas de  sus protagonistas y, curiosamente en ambos casos, son las hijas de éstos quienes deciden dar el primer paso, adjuntándose a dos prototipos de héroes y a su troupe de comparsa. Por lo tanto las dos producciones no están tan alejadas entre si, a menos a un nivel narrativo, técnicamente podríamos diferir, en cuanto que La Gran Ruta hacia China (Brian G. Hutton, 1982) quizás tenga un poco más de dinero invertido, pero poco más, ya que se rodó prácticamente en el exterior (una Yugoslavia transformada en Afganistán, Nepal y China, ahí es nada) y Guerreros del Espacio (Stewart Raffill, 1984) en el set.
El espacio nunca ha aparecido tan acartonado como en la ciencia ficción de Stewart Raffill, incluso comparte el mismo número de nubes y su compacta formación rojiza en todos los planos, y aunque tras el dinero está uno de los mayores productores del mundo, John Foreman, me da que con la presencia de este tipo de ejemplos económicos, no estaba en sus mejores momentos en la Metro. Conscientes de pulular por unas imágenes calcadas a un nivel manufacturado, no deja de sorprendernos, o por lo menos a un servidor, la utilización de una historia que va entrelazándose por diferentes lugares (La Luna de los Piratas, el Sistema Tric…), mezclándose con diversas situaciones, todas ellas preponderando el componente humorístico, regalándonos una entretenida hora y media. A destacar  la secuencia de la entrada al túnel del tiempo. Es de una audacia cómica impresionante, rozando el cachondeo desvergonzado, mostrando a cada uno de los personajes como van envejeciendo físicamente a medida que la imagen se dispara, acelerando la acción. Y otra más, sería una realizada desde los márgenes de la ironía sexual. En el espacio tenemos un universo donde los Templarios se han hecho con su control y capturan a todo aquel que no piense como ellos, rediseñándolos. Jason y los piratas tendrán la oportunidad de ser transformados en una cadena de diseño templario, en una palabra, los castraran para que después ejerzan labores domesticas en la capital. Entre los atrapados existe una especie de héroe sindical que está todo el rato clamando por la dación del poder al pueblo, cuando aparezca “rediseñado” será un hombre ninguneado en su sexualidad, cambiando su tono enfervorizado por uno más pausado, cercano al histrionismo “loca” relacionado con los personajes con inclinaciones homosexuales, que tanto estamos acostumbrados, sobre todo en el doblaje de nuestro país.
Y es que una vez que pasas por la cadena, estás reconvertido físicamente también, apareciendo con un cuerpo atlético y pelo rizado “afro”, completamente canoso. No se de donde salieron con tales ideas acerca de la castración, pero lo que consiguen es una gamberrada visual políticamente incorrecta. Tampoco podemos olvidarnos de esa cabeza “loca” que les da la bienvenida en el Sistema Tric, rodeada de amazonas interplanetarias. En un momento de la trama, los protagonistas consiguen un anillo de la boca de esa cabeza parlante, un objeto muy importante en su búsqueda, y Jason le dice: “ ¿No tendrás algo más metido en tú boca, verdad?”  Y la cabeza le contestará: “ No, pero ¿me quieres meter tú algo?.” Puede que toda distracción sea vacua, que todo pasatiempo refleje su vacío, pero si miramos con más detenimiento, comprobaremos que hasta  la más  pequeña distracción tiene un secreto por descubrir y la búsqueda del Séptimo Mundo por parte de la princesa Karina y el pirata Jason nos puede llegar a sorprendernos. Sin ir más lejos, bajo la apariencia lúdica, la bofetada más directa al sistema.


La ficción de Brian G. Hutton también nos puede asombrar en ese mismo sentido.  El film protagonizado por Tom Selleck, se guarda sus espaldas y no es tan atrevido como el anterior, pero también nos guarda algún que otro misterio a desentrañar. O’Malley representa al héroe fracasado que se alía con una botella y un compañero, para llorar sus penas emborrachándose en los peores tugurios de Constantinopla, allá por el año 1929. La suerte lo llama a su puerta, o más concretamente, lo echa un vaso de agua para que se desperece de la última borrachera, proponiéndole un trabajito. La señorita Evie Tozer (Bess Armstrong) lo contrata para ir en busca de su padre. Al principio se muestra reluctante pero debido a la gran oferta económica, se decide a acompañarla junto con su amigo. El motor del viaje por tanto, es impulsado por la hélice del dinero por parte de él como de ella, no podemos olvidar lo que dice al principio, cuando se encuentra pasándoselo bien en una fiesta y se entera de que si no lleva a su padre a territorio inglés, perderá toda su fortuna: “¡Qué voy a hacer sin dinero! Tenemos por tanto una acción programada por y para la obtención del vil metal, como también lo era el objetivo de los piratas en el otro film, lo que pasa es que el objetivo se va permutando lentamente a medida que los dos aventureros vayan compartiendo sus gestiones en la narración, mientras uno intenta arreglar las cosas, el otro las desbarata, como polos magnéticos de un mismo sentido que en vez de atraerse, se repelen.


Cuando son contratados forzosamente por el gran Suleman Khan (Brian Blessed), heredero chiflado lejano del mongol, para bombardear un campamento británico con ayuda de los aviones, ella intentará arreglar la búsqueda de su padre encontrándose con la resistencia machista del desquiciado afgano y será O’Malley quien la salvará de un matrimonio forzado con el sobrino del Khan. La lucha de sexos no es nueva en el celuloide, y aquí quizás vaya ganando el macho, pero no nos engañemos, casi al final, es ella, armada de decisión y coraje quien sobrevuela las líneas enemigas en la provincia china y ayuda a derrotar al enemigo de su padre, mientras O’Malley la mira desde tierra, sintiéndose a la vez atraído y orgulloso (¿como si fuese su padre?). Y es que ese sentimiento entronca con una secuencia anterior, donde el héroe intenta dar un te caliente a la heroína y está se queda dormida en sus brazos; él la mira y ella se ciega en sus sueños. No parecen una pareja romántica, más bien, afectiva. No diría que fuesen padre e hija, pero se acerca mucho más a ese tipo de relación cuando  se niega el componente erótico entre un hombre y una mujer tumbados en una cama, por uno de comprensión. Ella al final se quedará junto a su padre y no le importará el dinero, igual que a él. Por fin ha conseguido alcanzar físicamente a su padre y la idea de paternidad que no es otra que aquella que denota el retorno a las raíces de uno mismo, a sus propios orígenes, dejando a tras lo accesible y conformándose con lo más importante. El plano de todos los piratas viendo el Séptimo Mundo se queda congelado mientras se empieza a oír la portentosa partitura de Bruce Broughton en Guerreros del Espacio. Es lo mismo, miran la superficie de un planeta como si fuera la primera vez que lo ven, es el retorno al origen de todo, es la génesis perfecta.
Quizás eso era lo que reflejaba la caratula de VHS de Guerreros del Espacio cuando la descubrí por primera vez. Robert Urich y Mary Crosby me daban la bienvenida a su mundo rodeados de personajes y vehículos, pero armados con una sutil sonrisa a modo de “Gioconda”, no sabiendo si se reían de mi o conmigo, si estaban felices o serios, en cualquier caso, invitándome a realizar un ejercicio de reminiscencia hacia mi pasado.

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