Buscar este blog

lunes, 19 de noviembre de 2012

PARTITURA NOCTURNA. (I). CÓMO GANAR UNA BATALLA.


El sorprendente camino que tiene que labrarse un compositor para realizar su banda sonora es tan fascinante y complejo, como lo es realizar crítica cinematográfica. Por esa razón, me dispongo a escribir sobre un tema que desconozco, desde un plano técnico pero que amo desde un plano formal. De esta manera mi acercamiento será desde la periferia musical, apoyándome en el punto de vista cinematográfico. Me dispongo a realizar un viaje, que empezó hace mucho tiempo en un país extraño y en una noche lluviosa, donde los tonos y acordes de una banda sonora me ayudaron a enfrentarme a mis miedos e inseguridades. 

                                            

“No toco el piano antes de que tenga un punto de vista claro, antes de que sepa lo que quiero escribir; no sé las notas pero sé lo que quiero hacer”
                                                                                                                           Hans Zimmer.

La peculiaridad de esta banda sonora, reside en su exterioridad, la crítica la encumbró como lo mejor del film, afirmación que rubrico, y su interioridad, evocando la secuencia final, el movimiento de una cámara subjetiva en un plano imposible, para que el espectador acceda al interior de la pirámide invertida y descubra la verdad; imitaremos ese pequeño trayecto, que empieza en la oscura noche parisina para terminar en la claridad, que penetra por una de las claraboyas de la cripta, para introducirnos en este viaje musical apasionante. Hemos empezado mal, porque de hecho lo hemos hecho por el final, pero no es baladí; la explosión catártica del tema Chevaliers de Sangreal es un efecto redundante de la causa producida por el efecto del tema primero del compacto, Dies Mercurii I Martius, autentica obertura con forma de suite, que nos introducirá en los leitmotives de la partitura. Ahora si que podemos empezar correctamente, ¿no?, por el principio.
Este viaje inverso nos ha hecho hablar del leitmotiv, elemento fundamental para la elaboración de una identificación con el oyente/espectador; como si fueran aquellos puntos seguidos en un mapa para no perderse. En el primer tema, se presentan en un montaje sincopado, que empieza en calma, tensa, a través de una sutil, en progresión, percusión sintetizadora imitando el sonido de unas campanadas, para deslizarse, sencillamente y de una manera timorata, la voz de la soprano (Hila Plitman). Solo han pasado unos cuantos segundos y ya tenemos contextualizado el ambiente atmosférico de la diégesis: la contundente presencia de la religión evocando un pasado medieval; el hecho de utilizar la mimesis de la campana nos recuerda ésa época histórica y lo relacionamos con el poder de aquella edad, la iglesia. Acto seguido, casi al minuto, escuchamos los primeros acordes, tímidos, de un violín (Hugo Marsh), eliminando a la poderosa percusión de la partitura, y construyendo un diálogo con la voz. Ante nuestros oídos estamos asistiendo al paisaje de una batalla: la opresión frente al individuo, representado por la voz femenina, ¿la de Sophie?; la inocencia ahogada por el poder. Este ejemplo, que perdurará a lo largo de la banda sonora, acompasándose mutuamente y mutando en otras herramientas musicales, como por ejemplo, la presencia de un clarinete (Nicholas Bucknall) tocando la misma escueta melodía, o la voz permutada en coro, asociativo al reforzamiento sonoro, frente al incesante golpeteo de las notas expulsadas frenéticamente por el sintetizador, es la representación de un enfrentamiento que dista mucho de estar ganado (el regreso de la percusión, mediante una subida de tono y de intensidad, destruyendo la comunicación entre los instrumentos y las voces). Puede que la victoria se oculte en otra parte o en otro elemento que ayude a equilibrar la balanza musical. Y ése elemento habita, entroncado e integrado en el tema, ya mencionado, Chevaliers de Sangreal. Lo único que hace falta para que una flor, en este caso, rosa, florezca es que la cuiden unas manos constantes; quizás lo que Sophie necesite sea la ayuda de un caballero, puede que el último, que se postre a sus pies y la ayude a escapar de las garras de la intolerancia y la opresión. Para ello, Hans Zimmer, maestro en la utilización del sintetizador, el copión de los instrumentos musicales, realiza  la simbiosis perfecta uniendo la voz y el coro, al violín y al clarinete, para poder vencer al enemigo con sus propias armas, desde dentro, agrupándose, transformándose con la percusión y acabando en una revelación y en uno de los temas más bellos de la partitura.
El tema de los caballeros de la sangre real, los buscadores del grial, contiene la clave de la victoria musical, conteniéndola sobre unas notas repetitivas, que son engrandecidas, apoyadas por los coros, que la elevan a un grado de ímpetu y ardor, de una violentamente belleza solitaria y sombría, a través de una escala de intensidad. Curiosamente la coincidencia del tema sonoro, se une con la mejor secuencia del film, ¿la única?: aquella en que un hombre, acompañado de su soledad, está dispuesto a enfrentarse con el saber verdadero bajo un manto de estrellas, para descubrir la verdad. El hombre y la verdad; términos incompatibles desde un plano significante, pero que se dan la mano para el proceso revelador. Una revelación potenciada por el triunfo musical, potenciando el éxtasis de ser testigos de la última hazaña, del último caballero de sangre real que encontró su grial.

Discografía.

The Da Vinci Code. (El código Da Vinci). Hans Zimmer. 2006. Decca. A Universal Music Company.

 Claves.

  1. Dies Mercurii I Martius.
  1. Chevaliers De Sangreal. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario