El sorprendente camino que tiene que labrarse un
compositor para realizar su banda sonora es tan fascinante y complejo, como lo
es realizar crítica cinematográfica. Por esa razón, me dispongo a escribir
sobre un tema que desconozco, desde un plano técnico pero que amo desde un
plano formal. De esta manera mi acercamiento será desde la periferia musical, apoyándome en el punto de vista cinematográfico. Me dispongo a realizar un viaje, que
empezó hace mucho tiempo en un país extraño y en una noche lluviosa, donde los
tonos y acordes de una banda sonora me ayudaron a enfrentarme a mis miedos e
inseguridades.
“No toco el piano antes de que tenga un
punto de vista claro, antes de que sepa lo que quiero escribir; no sé las notas
pero sé lo que quiero hacer”
Hans Zimmer.
La
peculiaridad de esta banda sonora, reside en su exterioridad, la crítica la
encumbró como lo mejor del film, afirmación que rubrico, y su interioridad,
evocando la secuencia final, el movimiento de una cámara subjetiva en un plano
imposible, para que el espectador acceda al interior de la pirámide invertida y
descubra la verdad; imitaremos ese pequeño trayecto, que empieza en la oscura
noche parisina para terminar en la claridad, que penetra por una de las
claraboyas de la cripta, para introducirnos en este viaje musical apasionante. Hemos empezado mal, porque de
hecho lo hemos hecho por el final, pero no es baladí; la explosión catártica
del tema Chevaliers de Sangreal
es un efecto redundante de la causa producida por el efecto del tema primero
del compacto, Dies Mercurii I Martius,
autentica obertura con forma de suite, que nos introducirá en los leitmotives de la partitura. Ahora si
que podemos empezar correctamente, ¿no?, por el principio.
Este viaje inverso nos ha hecho hablar del
leitmotiv, elemento fundamental para
la elaboración de una identificación con el oyente/espectador; como si fueran
aquellos puntos seguidos en un mapa para no perderse. En el primer tema, se
presentan en un montaje sincopado, que empieza en calma, tensa, a través de una
sutil, en progresión, percusión sintetizadora imitando el sonido de unas
campanadas, para deslizarse, sencillamente y de una manera timorata, la voz de
la soprano (Hila Plitman). Solo han
pasado unos cuantos segundos y ya tenemos contextualizado el ambiente
atmosférico de la diégesis: la contundente presencia de la religión evocando un
pasado medieval; el hecho de utilizar la mimesis de la campana nos recuerda ésa
época histórica y lo relacionamos con el poder de aquella edad, la iglesia. Acto seguido, casi al minuto,
escuchamos los primeros acordes, tímidos, de un violín (Hugo Marsh), eliminando a la poderosa percusión de la partitura, y
construyendo un diálogo con la voz. Ante nuestros oídos estamos
asistiendo al paisaje de una batalla: la opresión frente al individuo,
representado por la voz femenina, ¿la de Sophie?; la inocencia ahogada por el
poder. Este ejemplo, que perdurará a lo largo de
la banda sonora, acompasándose mutuamente y mutando en otras herramientas
musicales, como por ejemplo, la presencia de un clarinete (Nicholas Bucknall) tocando la misma escueta melodía, o la voz
permutada en coro, asociativo al reforzamiento sonoro, frente al incesante
golpeteo de las notas expulsadas frenéticamente por el sintetizador, es la
representación de un enfrentamiento que dista mucho de estar ganado (el regreso
de la percusión, mediante una subida de tono y de intensidad, destruyendo la
comunicación entre los instrumentos y las voces). Puede que la victoria se
oculte en otra parte o en otro elemento que ayude a equilibrar la balanza
musical. Y ése elemento habita, entroncado e integrado en el tema, ya
mencionado, Chevaliers de Sangreal. Lo único que hace falta para que
una flor, en este caso, rosa, florezca es que la cuiden unas manos constantes;
quizás lo que Sophie necesite sea la ayuda de un caballero, puede que el
último, que se postre a sus pies y la ayude a escapar de las garras de la
intolerancia y la opresión. Para ello, Hans
Zimmer, maestro en la utilización del sintetizador, el copión de los
instrumentos musicales, realiza la
simbiosis perfecta uniendo la voz y el coro, al violín y al clarinete, para
poder vencer al enemigo con sus propias armas, desde dentro, agrupándose,
transformándose con la percusión y acabando en una revelación y en uno de los
temas más bellos de la partitura.
El tema de los caballeros de la
sangre real, los buscadores del grial,
contiene la clave de la victoria musical, conteniéndola sobre unas notas
repetitivas, que son engrandecidas, apoyadas por los coros, que la elevan a un
grado de ímpetu y ardor, de una violentamente belleza solitaria y sombría, a
través de una escala de intensidad. Curiosamente la coincidencia del tema
sonoro, se une con la mejor secuencia del film, ¿la única?: aquella en que un
hombre, acompañado de su soledad, está dispuesto a enfrentarse con el saber
verdadero bajo un manto de estrellas, para descubrir la verdad. El hombre y la verdad; términos
incompatibles desde un plano significante, pero que se dan la mano para el
proceso revelador. Una revelación potenciada por el triunfo musical,
potenciando el éxtasis de ser testigos de la última hazaña, del último
caballero de sangre real que encontró su grial.
Discografía.
The Da Vinci Code. (El código Da
Vinci). Hans Zimmer. 2006.
Decca. A Universal Music Company.
Claves.
- Dies Mercurii I Martius.
- Chevaliers De Sangreal.
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