Era un asiduo del Lope de Vega pero cuando llegaba Mayo,
algo cambiaba en su interior. Durante todo el año era yo quien elegía las
películas que quería ver pero cuando se acercaba la Semana de Cine, parecía que
los films eran los que me elegían a mí. La mítica sala de proyecciones de la
villa se emperejilaba para servir de decorado “serio” a una colección de
largometrajes y cortometrajes que no eran muy usuales de contemplar en un
pueblo de la meseta vallisoletana. Lo “exquisito” de nuestra geografía y de otros lares
cinematográficos desfilaba por la pantalla de una manera correcta, aunque en
algunos casos se hiciese incorrectamente (me viene a la memoria el pase de
Baise-moi de Virginie Despentes y Corali Trinh Thi, produciéndose un éxodo escalonado por parte de las féminas y, después de sus impolutos compañeros, no sé muy bien si de las escenas de sexo explícito
o del discurso castrador contra el macho universal), pero infatigable hasta su
finalización. Era esa incorrección, el cebo por el cual los más curiosos nos
atrevíamos a descubrirla, encaminándonos tras sus secretos. Gracias a esta propuesta cultural pude constatar que existían otras cinematografías lejanas y lo más
importante, otra forma de contar historias. De su mano pasaban Angelopoulos,
Rebollo, Yimou, Uribe, Kubrick, Cabrera, Chereau, Cocteau, Powell, Romero,
Buñuel, etc, etc, conformándose ante mis ojos una encrucijada de talento y valentía, donde un
joven de dieciocho años podía vislumbrar la punta del iceberg narrativo del
séptimo arte, explorando el otro lado de la pared, aquel que te enseñaba que no
todo estaba contado, y que si así era, siempre habría otra manera de mostrarlo
y entenderlo. Hoy hablaremos de ese tipo de encrucijadas donde dejaremos a un margen el entusiasmo palomitero de anteriores sesiones
continuas, para hablar de otro cine, el que más me fascina.
“Antes del plano, me
siento perplejo preguntándome una y otra vez. ¿Por qué siempre usar la misma
manera de contar una historia?
“Nuestra intención no
era reflejar una realidad sino varias, el espectador encontrará varios
círculos, no una línea”.
Gonzalo López-Gallego.
Retornemos a la sala oscura con un acercamiento
al presente y con una invitación al pasado. Uno nos situará en un escenario
industrial español y la otra en una sala de cine taiwanés. Ambas propuestas
rebuscan en su interior plegándose continuamente; la primera testifica
magistralmente desde planos descuartizados, lo que es la vida (o más bien su
conquista por medio de la violencia) y la segunda, oscila desde la quietud del
plano secuencia para recordarnos lo que fue (de una forma serena). En el primer
caso una actuación y en el segundo una contemplación, pero cuidado lo último no
implica una sedentarización de la mente y lo primero, puede que no proponga la
participación deseada del espectador. Se podría decir que tanto Nómadas (2001)
como Goodbye Dragon Inn (2003) resultan propuestas terriblemente modernas,
pero un análisis más detenido nos adentra en el pasado de las historia(s)
engarzando sus imágenes con el pretérito, o más concretamente con su música
parásita.
En la película de Gonzalo López-Gallego es la famosa
canción Cheeck to Cheeck de la película Sombrero de copa (Top Hat, 1935) de
Mark Sandrich, que nadie conocerá pero que sus actores Fred Astaire y Ginger
Rogers sufragaran tal desconocimiento y la de Tsai Ming-Liang, es una canción
de los años sesenta (escrita por Chen Dei Yi con música de Hattori Ryoichi). No
cabe duda que ambas propuestas son disimiles pero llegan a un punto en el que
se las puede emparentar. Un lugar donde convergen, una encrucijada por
la que algunos cineastas acaban pasando.
Uno llegará por primera vez (caso español) y el otro (caso chino) constatando
su permanencia allí. El primero ya ha partido y el segundo sigue fosilizado en
esa frontera. Y es que no corren buenos tiempos para los valientes y menos para
producciones cinematográficas donde el riesgo es la moneda de cambio con el
"voyeur" cinéfilo. Unos no sé ¡cómo Dios se mantienen en esa
trinchera artística! y otros sí sé ¡cómo Demonios salen de ella!
Para que exista este particular cruce de caminos tiene que trabajarse sobre dos parámetros imprescindibles de la creación artística cinematográfica. Empecemos
por la música y la banda de sonido de ambas producciones que es donde realmente
comienza su construcción valerosa. La banda sonora desde los inicios del cine
ha estado acompañando a las imágenes, bien de una manera centrífuga (época
silente) o bien centrípeta (época hablada) para potenciar el momento de
conexión entre la historia, lo narrado, y el espectador, lo recibido,
emocionalmente, haciéndole claudicar ante el plano(s) y potenciando su
poderoso influjo sentimental hacia un lado u otro, siendo dirigido
inconscientemente.
Nómadas consigue crear un maridaje matemático entre la
banda de sonido y la banda sonora. Su director organiza la
mezcla “lynchiana” perfecta para que se diluya, produciendo un caótico
significado que envuelve el relato. Es
decir, en algunos momentos se puede percibir que con el sonido se puede
escuchar una sutil melodía y que con la música original, asistimos a un
cambalache de ruidos y sonidos donde el tono grave es la nota discordante. Nos
movemos en un mundo de sensaciones, donde los objetos que pueblan la diégesis
pueden contarnos mucho más que los propios actantes, que caminan zombificados
sin un rumbo fijo. Por esa razón es importantísimo el hábitat del personaje,
su nido, su mundo. Y es que Nómadas nos habla de diferentes universos paralelos que pasan sin rozarse siquiera pero que colisionan en un punto, como
los accidentes o sus representaciones dentro del film, escenificados por el
ensordecedor pitido, sirena que atrae a los náufragos, del coche destruido.
El mundo industrial es ejemplarmente propuesto en la historia; es aquel escenario que mejor representa el “locus sonoro”. Es un laberinto de ruidos, choques sonoros impredecibles pero, perfectamente audibles, donde se erigen como garantes del sentido. El garaje de Alex (Manuel Sánchez Ramos) podría decirse que es su embrión (de hecho vemos en una ocasión el símil de la leche con la posición fetal que realiza el actor mientras sueña desde el lugar mecánico). Un escenario donde la naturaleza muerta circundante, mecanizada, agobia a su único ser vivo, significándole potencialmente. Un ejemplo sería aquel en el que Alex empieza a bailar, escuchando la canción Roads de Portishead (tema rellenado de ruidos artificiales sintetizados informáticamente). Es una danza torpe, tímida de un ser humano empezando a expresarse, a sentir algo en su interior y a querer expresarlo en el exterior. Es un momento mágico que se interrumpe bruscamente cuando la canción deja de sonar, recordándonos tal vez que, incluso, la banda sonora del film es una mera ilusión del personaje, amplificada directamente hacia el espectador. Una forma de contar algo, sintiéndolo.
El mundo industrial es ejemplarmente propuesto en la historia; es aquel escenario que mejor representa el “locus sonoro”. Es un laberinto de ruidos, choques sonoros impredecibles pero, perfectamente audibles, donde se erigen como garantes del sentido. El garaje de Alex (Manuel Sánchez Ramos) podría decirse que es su embrión (de hecho vemos en una ocasión el símil de la leche con la posición fetal que realiza el actor mientras sueña desde el lugar mecánico). Un escenario donde la naturaleza muerta circundante, mecanizada, agobia a su único ser vivo, significándole potencialmente. Un ejemplo sería aquel en el que Alex empieza a bailar, escuchando la canción Roads de Portishead (tema rellenado de ruidos artificiales sintetizados informáticamente). Es una danza torpe, tímida de un ser humano empezando a expresarse, a sentir algo en su interior y a querer expresarlo en el exterior. Es un momento mágico que se interrumpe bruscamente cuando la canción deja de sonar, recordándonos tal vez que, incluso, la banda sonora del film es una mera ilusión del personaje, amplificada directamente hacia el espectador. Una forma de contar algo, sintiéndolo.
Tsai Ming-Liang se olvida de toda manipulación
músico-sentimentaloide para posicionarnos desde el limbo de una perspectiva brechtiana, haciéndonos participe
de la consciencia de mirar una película (y en este caso más todavía, donde la
acción se ambienta en una sala de cine periclitada), construyendo una distancia
con el espectador, no haciéndole creer que el film es la realidad, edificándole
una actitud de mirón frente a “esa realidad” construida.
De ahí que tampoco se preste a contratar compositores y prefiera realizar búsquedas “tarantinianas” de canciones de su pasado para decorar la narración secano musical de sus films. La incorporación de la música pop responde en Ming-Liang a una búsqueda en su pasado, incrustada en sus memorias. Cuando las pone en escena las utiliza como un elemento más de su potencial, como contrapunto de su estrategia: crear un conflicto entre la pasión que exuda las letras de la canción y el tratamiento de la condición humana. Es lo que refleja el final de su película, donde la banda sonora en forma de canción aparece exultante, callando la banda de sonido de la lluvia torrencial y del ruido de la calle al ritmo de la taquillera coja caminando, dejando atrás el gran cine Fu Ho. ¿El recuerdo tapa la realidad? ¿O más bien construye una nueva?
De ahí que tampoco se preste a contratar compositores y prefiera realizar búsquedas “tarantinianas” de canciones de su pasado para decorar la narración secano musical de sus films. La incorporación de la música pop responde en Ming-Liang a una búsqueda en su pasado, incrustada en sus memorias. Cuando las pone en escena las utiliza como un elemento más de su potencial, como contrapunto de su estrategia: crear un conflicto entre la pasión que exuda las letras de la canción y el tratamiento de la condición humana. Es lo que refleja el final de su película, donde la banda sonora en forma de canción aparece exultante, callando la banda de sonido de la lluvia torrencial y del ruido de la calle al ritmo de la taquillera coja caminando, dejando atrás el gran cine Fu Ho. ¿El recuerdo tapa la realidad? ¿O más bien construye una nueva?
El director chino siempre ha dicho que filmar es como
soñar. Los sueños son una forma de escape, quizás al final de su historia, esa
canción que habla de que no se puede olvidar lo vivido, tanto lo malo como lo
bueno, sea la constatación de que ha sido capaz de la representación máxima,
aquella en la que la justificación de la realidad (la lluvia, los ruidos de la
calle, el amor no correspondido, el vago caminar de la chica) es partícipe de
la creación de un sueño, de un recuerdo vago que te acompañará el resto de tu
vida. La joven taquillera (Chen Shiang-Chyi) no ha logra conseguir darle el
trozo de pastel al proyeccionista (Lee Kang-Sheng) en la realidad. Ella lo espera marcharse y después sale del cine. Desconocemos si la mujer lo sabe pero nosotros sabemos
que él lo ha cogido de la taquilla. Quizás mientras camina alejándose del cine,
piense que en sus recuerdos sueña con que sí lo ha conseguido, que logró
entregárselo y la fuerza de la canción nos allana el final feliz. Esa secuencia
final nos describe también la forma de trabajar la puesta en escena del director,
rozando en algunos momentos la negación radical de la narratividad, eliminando
la caracterización y el diálogo de la misma.
Ha llegado el momento de hablar del otro elemento constructivo de la encrucijada: la imagen.
Ha llegado el momento de hablar del otro elemento constructivo de la encrucijada: la imagen.
El director oriental crea secuencias que cumple un valor estanco,
aislándolas de la estructura del guion y personificándolas con sus propios
personajes, compartimentándolos como sus escenarios, haciéndoles deambular parsimoniosos sin relacionarse unos con otros (la secuencia del intento de intercambio sexual entre las bambalinas del cine, es un buen ejemplo además de la incorporación de lo absurdo en su filmografía: la
creación del humor sin buscarlo, simplemente representarlo lo más realista que
uno pueda). Esto está potenciado por la utilización de los
colores fríos en la opción fotográfica y la preponderancia de lugares oscuros,
acrecentando esa incertidumbre escénica del decorado o del set y provocando un
sentimiento inaprensible. De
esta manera podríamos decir que la película es testigo de la desolación de un
lugar (la secuencia del plano general de la sala que dura más de cinco minutos,
mostrando el trabajo real de la taquillera limpiando cada fila de asientos,
bajando y subiendo como si fuese una línea que fluctuase en un diagrama
bursátil) poblado por fantasmas. Al comienzo de la película, una cortina
balanceándose nos deja ver la sala donde el público, masivamente es testigo de
la narración cinematográfica de Dragon Inn (1967) de King Hu. A medida que el
cambio de plano nos muestre la frontalidad de la pantalla y a sus habitantes,
éstos irán desapareciendo espiritualmente hasta terminar la proyección con la
sala completamente vacía. Será por tanto lógico que el director chino cierre su
film con ese plano secuencia, donde homenajea no solo el espacio sino a todos
aquellos que han visitado su interior. Ha empezado su “ficción” desde un lado
(la frontalidad de la pantalla cinematográfica) y ahora nos encontramos al otro
lado (la frontalidad de la sala cinematográfica). Es el tributo a la soledad de
todo lo que se finiquita, se consume en el tiempo. El tiempo es el único
protagonista de esta película y de toda la carrera artística del director. Y su
creación a través de la dramática secuencial del plano, o de su sostenibilidad
(la congelación de la acción aupando la perspectiva del espectador, esperando
que pase algo).
López-Gallego nos regala planos entrelazados que
conducen y dificultan la salida del laberinto visual que nos propone: encontrar
al Minotauro en su interior siendo aplacado por la Bella, domesticándolo. Un
mundo frío, distante invadido por la desesperanza de la comunicación,
amortajado por un componente onírico que propone grupúsculos de ánimo, como
aquel en el que Sara (Diana Lázaro) baila por las calles, rodeados de viscosa
rugosidad física, acabando por encontrar a sus captores. Aquí no se trata de
averiguar el porqué de las cosas sino su sentido. En este aspecto hay que
volver a aplaudir la iniciativa de Versus, como ya lo hiciera con Los Cronocrímenes, para incluir en la edición especial
del Dvd, no ya solo su primer trabajo (Musas, 1997) sino un ensayo de media
hora de duración, que ayuda a aproximarnos a los personajes de Nómadas,
aportando un mayor sentido a sus intenciones y anhelos. El ensayo es otra pieza
más del rompecabezas que complementa al film. Muestra el encierro
de los personajes en una habitación con una mesa y una llave sobre la misma. Es
un ejercicio valeroso del trabajo actoral de los personajes en su desarrollo y
en su conclusión, que será la película en sí. Hay que tener un par para exponer
la crudeza de los sentimientos sin caer en lo sentimental (la secuencia en la
que la mano de Sara tapa el visor de la cámara para velar su propia violación, es ejemplarmente valiente).
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