Lo que pretende ser Biblioteca
en Sombras es una subsección de la Hoja Apergaminada (¡otra más! ¿Os acordáis
de Choque de filos?), un subtítulo para adentrarnos en un cierto género
literario que se une con el cine para proponernos la simbiosis perfecta entre
artes. Un espacio en penumbra, sobrecogido por el ataque fulgurante de un rayo
de luz, que directamente golpea una superficie blanca produciendo el milagro
cinéfilo. Por supuesto, las sombras se refieren a la oscuridad que invade a la
sala de cine y esta Biblioteca será un apartado donde hablaremos,
descifraremos, aprenderemos a través de los libros, la infinita sabiduría que
guardan entres sus hojas (que también están apergaminadas) el proceloso cinema.
Cualquier libro que tenga relación con el séptimo arte tendrá cabida en esta mazmorra, hablando a veces de biografías, otras de ensayos o curiosidades, con
el único fin de poder descubrir o volver a disfrutar de la lectura
cinematográfica.
“Sólo aquello
que somos capaces de soñar está falto de originalidad.”
Salvador Dalí.
Y sin más dilaciones empecemos con:
Los libros se convierten en compañeros y a veces, incluso, en amantes testigos de nuestras confidencias más íntimas, aquellas que provienen de nuestra psique. Mi relación con Proyector de luna se estableció cuando regresé de mi periplo norteamericano, queriendo saber más acerca de uno de los mayores cineastas del mundo, Luis Buñuel. Después de haber descubierto sus primeras obras y de haber naufragado en sus películas posteriores, no me quedó otra cosa que investigar y escribir sobre él. Venía un poco contaminado, todo hay que decirlo, de un cierto tipo de cine aunque no nos engañemos, incluso dentro de Hollywood también existen quintacolumnistas preparados para derribar la hegemonía californiana. En cualquier caso, vine de un país eterno para arrinconarme en el mío, siendo testigo de un boom económico que ya empezaba a mostrar sus fisuras estructurales. Bien. Una vez descontaminado ligeramente, empecé mi búsqueda para poder saber más cosas acerca del sordo de Calanda. La escuela de cine donde empecé a estudiar me lo puso casi en bandeja, ya que un profesor de Teoría del Guion era fanático de su obra. Los buenos profesores son aquellos que te inoculan la curiosidad por la lección a estudiar, y creedme, Manuel Vidal Estévez es uno de ellos. Ya hablaré más detenidamente de él en otro momento, porque fue el primero en escribir en castellano sobre Kurosawa (otro grande por supuesto) en este país nuestro. Me recomendó alguna que otra lectura del aragonés como su libro biográfico (Mi último suspiro), del que también hablaré algún día y me dijo que había salido un libro nuevo que también hablaba del señor Buñuel. Mi encuentro con el objeto fue en la librería Margen de Valladolid y en seguida nos enamoramos. Yo de su portada y él supongo que de mi compañía. A medida que iba leyendo el libro se iba almacenando en mí una suerte de sensación eufórica inconsciente que se desató al finalizarlo, siendo consciente de poseer un nuevo saber. Mi primera lectura fue alimentándose paulatinamente con datos y más datos, no ya solo de lo acontecido alrededor de Un Chien Andalou (1929) o L’Age D’Or (1930), sino de todo el background que dio a luz a estas surrealistas obras magnas. Y más aún del rico escenario que vio nacer una confluencia generacional artística inigualable por su diáspora objetiva y su endemoniada percepción creativa del arte. Una generación admirable para algunos y deplorable para otros. Con profusa información acerca de los prolegómenos, nos encontramos con una obra enciclopédica del momento justo en el que dos fuerzas colapsan sus poderes; por un lado la literatura, arte imperecedero, y por otro, el cine, arte que nacía, y donde se empezaba a estudiarlo fundacionalmente (La Gaceta Literaria fue un buen ejemplo de ello). Desde la introducción donde se nos cuenta el origen del singular título del libro, pasando por sus capítulos, uno tiene la sensación de asistir a un viaje en el tiempo antes de la confrontación bélica que tiñó de ignominia nuestra tierra. Es un trayecto que refleja un posicionamiento frente a los hechos de una manera objetiva, yo diría que rayando la crónica ensayística, donde se van relacionando entre sí los diferentes puntos de anclaje que se produjeron entre la generación del 27, y por tanto la suspicacia de una cierta Intelligentzia española embrionaria, y el cine, el feto cultural que explosionó delante de sus efigies. No me gustaría olvidar (ya que no lo hace el libro tampoco) la pequeña sombra que se yergue frente a estos bohemios vanguardistas en algunos casos, de la generación del 14, “emblema europeísta y renovador de la denuncia y perplejidad noventayochista.” (Capítulo 4. Página 75). Y en donde La deshumanización del Arte (1925) es su garante literario. Quizás una de las mejores metáforas cinematográficas sobre el artificio de la representación cinematográfica por Ortega sea:“La Historia, cuando es lo que debe ser, es una elaboración de films. No se contenta con instalarse en cada fecha y ver el paisaje moral que desde ella se divisa, sino que a esa serie de imágenes erráticas, cada una encerrada en sí misma, sustituye la imagen de un movimiento.” (Capítulo 4. Página 76). La infinita multiplicidad de citas, lugares y hechos que contiene el libro, crea una base de datos virtual que ayuda a desentrañar el mundo velado y secreto de la Residencia de Estudiantes, escenario que, conjuntamente con las diferentes tertulias de los cafés madrileños (Café Pombo por ejemplo), conformarán el escenario perfecto para el nacimiento de la cinefilia en España.
Nos recuerda Román Gubern en su capítulo introductorio, que fue César Arconada en su libro Vida de Greta Garbo (1929) quien utiliza por primera vez Proyector de luna como: “…expresión literaria del arrebatador encuentro de la máquina y de la poesía que ensalzaron los escritores cinéfilos españoles en los años veinte.” No está de más recordarlo, abriendo el telón de fondo para un acercamiento de –ismos culturales que arrasarán el territorio ibérico (como se pone de manifiesto en el capítulo cuarto: La sacudida ultraísta) y que será ejemplarmente personificado en las raíces del momento, culturalmente hablando, de artistas como Pablo Picasso (1881-1973) o Ramón Gómez de la Serna (1888-1963). El primero será considerado: “primer mojón de la cultura vanguardista española” y el segundo: “espíritu despreocupado, rompetíteres, funambulesco, intuitivo y a veces poeta en prosa.” (Capítulo 1. Páginas 10 y 13 respectivamente). En el capítulo séptimo, bajo el título Una vanguardia sin cine, nos contextualiza el momento, regalándonos unos de los capítulos más didácticos de todo el libro, ameno y subyugador al mismo tiempo. Las vanguardias son conjuntos de –ismos, de voluntad transgresora o experimental, polémicamente enfrentados a las corrientes artísticas dominantes y socialmente legitimadas. Su cronología suele iniciarse en 1907, nacimiento del cubismo y puede concluir en 1930, tras el inicio de la Gran Depresión. (Página 146). El autor, además de dejar establecido el contexto primigenio cultural, también nos constata el social y político, regalándonos elementos circunstanciales pero capitales de la crítica, o más bien de su nacimiento, citándolos como una patología sociopolítica: “expresión poética de Antonio Machado en 1913 con la metáfora de las dos Españas, la que bosteza y la que despierta, representación del tradicionalismo absolutista y de la modernidad liberal-progresista.” (Capítulo 1. Página 9).
Los libros se convierten en compañeros y a veces, incluso, en amantes testigos de nuestras confidencias más íntimas, aquellas que provienen de nuestra psique. Mi relación con Proyector de luna se estableció cuando regresé de mi periplo norteamericano, queriendo saber más acerca de uno de los mayores cineastas del mundo, Luis Buñuel. Después de haber descubierto sus primeras obras y de haber naufragado en sus películas posteriores, no me quedó otra cosa que investigar y escribir sobre él. Venía un poco contaminado, todo hay que decirlo, de un cierto tipo de cine aunque no nos engañemos, incluso dentro de Hollywood también existen quintacolumnistas preparados para derribar la hegemonía californiana. En cualquier caso, vine de un país eterno para arrinconarme en el mío, siendo testigo de un boom económico que ya empezaba a mostrar sus fisuras estructurales. Bien. Una vez descontaminado ligeramente, empecé mi búsqueda para poder saber más cosas acerca del sordo de Calanda. La escuela de cine donde empecé a estudiar me lo puso casi en bandeja, ya que un profesor de Teoría del Guion era fanático de su obra. Los buenos profesores son aquellos que te inoculan la curiosidad por la lección a estudiar, y creedme, Manuel Vidal Estévez es uno de ellos. Ya hablaré más detenidamente de él en otro momento, porque fue el primero en escribir en castellano sobre Kurosawa (otro grande por supuesto) en este país nuestro. Me recomendó alguna que otra lectura del aragonés como su libro biográfico (Mi último suspiro), del que también hablaré algún día y me dijo que había salido un libro nuevo que también hablaba del señor Buñuel. Mi encuentro con el objeto fue en la librería Margen de Valladolid y en seguida nos enamoramos. Yo de su portada y él supongo que de mi compañía. A medida que iba leyendo el libro se iba almacenando en mí una suerte de sensación eufórica inconsciente que se desató al finalizarlo, siendo consciente de poseer un nuevo saber. Mi primera lectura fue alimentándose paulatinamente con datos y más datos, no ya solo de lo acontecido alrededor de Un Chien Andalou (1929) o L’Age D’Or (1930), sino de todo el background que dio a luz a estas surrealistas obras magnas. Y más aún del rico escenario que vio nacer una confluencia generacional artística inigualable por su diáspora objetiva y su endemoniada percepción creativa del arte. Una generación admirable para algunos y deplorable para otros. Con profusa información acerca de los prolegómenos, nos encontramos con una obra enciclopédica del momento justo en el que dos fuerzas colapsan sus poderes; por un lado la literatura, arte imperecedero, y por otro, el cine, arte que nacía, y donde se empezaba a estudiarlo fundacionalmente (La Gaceta Literaria fue un buen ejemplo de ello). Desde la introducción donde se nos cuenta el origen del singular título del libro, pasando por sus capítulos, uno tiene la sensación de asistir a un viaje en el tiempo antes de la confrontación bélica que tiñó de ignominia nuestra tierra. Es un trayecto que refleja un posicionamiento frente a los hechos de una manera objetiva, yo diría que rayando la crónica ensayística, donde se van relacionando entre sí los diferentes puntos de anclaje que se produjeron entre la generación del 27, y por tanto la suspicacia de una cierta Intelligentzia española embrionaria, y el cine, el feto cultural que explosionó delante de sus efigies. No me gustaría olvidar (ya que no lo hace el libro tampoco) la pequeña sombra que se yergue frente a estos bohemios vanguardistas en algunos casos, de la generación del 14, “emblema europeísta y renovador de la denuncia y perplejidad noventayochista.” (Capítulo 4. Página 75). Y en donde La deshumanización del Arte (1925) es su garante literario. Quizás una de las mejores metáforas cinematográficas sobre el artificio de la representación cinematográfica por Ortega sea:“La Historia, cuando es lo que debe ser, es una elaboración de films. No se contenta con instalarse en cada fecha y ver el paisaje moral que desde ella se divisa, sino que a esa serie de imágenes erráticas, cada una encerrada en sí misma, sustituye la imagen de un movimiento.” (Capítulo 4. Página 76). La infinita multiplicidad de citas, lugares y hechos que contiene el libro, crea una base de datos virtual que ayuda a desentrañar el mundo velado y secreto de la Residencia de Estudiantes, escenario que, conjuntamente con las diferentes tertulias de los cafés madrileños (Café Pombo por ejemplo), conformarán el escenario perfecto para el nacimiento de la cinefilia en España.
Nos recuerda Román Gubern en su capítulo introductorio, que fue César Arconada en su libro Vida de Greta Garbo (1929) quien utiliza por primera vez Proyector de luna como: “…expresión literaria del arrebatador encuentro de la máquina y de la poesía que ensalzaron los escritores cinéfilos españoles en los años veinte.” No está de más recordarlo, abriendo el telón de fondo para un acercamiento de –ismos culturales que arrasarán el territorio ibérico (como se pone de manifiesto en el capítulo cuarto: La sacudida ultraísta) y que será ejemplarmente personificado en las raíces del momento, culturalmente hablando, de artistas como Pablo Picasso (1881-1973) o Ramón Gómez de la Serna (1888-1963). El primero será considerado: “primer mojón de la cultura vanguardista española” y el segundo: “espíritu despreocupado, rompetíteres, funambulesco, intuitivo y a veces poeta en prosa.” (Capítulo 1. Páginas 10 y 13 respectivamente). En el capítulo séptimo, bajo el título Una vanguardia sin cine, nos contextualiza el momento, regalándonos unos de los capítulos más didácticos de todo el libro, ameno y subyugador al mismo tiempo. Las vanguardias son conjuntos de –ismos, de voluntad transgresora o experimental, polémicamente enfrentados a las corrientes artísticas dominantes y socialmente legitimadas. Su cronología suele iniciarse en 1907, nacimiento del cubismo y puede concluir en 1930, tras el inicio de la Gran Depresión. (Página 146). El autor, además de dejar establecido el contexto primigenio cultural, también nos constata el social y político, regalándonos elementos circunstanciales pero capitales de la crítica, o más bien de su nacimiento, citándolos como una patología sociopolítica: “expresión poética de Antonio Machado en 1913 con la metáfora de las dos Españas, la que bosteza y la que despierta, representación del tradicionalismo absolutista y de la modernidad liberal-progresista.” (Capítulo 1. Página 9).
No me gustaría apabullar, aburriendo al lector con
una enumeración de citas como si fuese la colección de voces que hay al final
de cada capítulo, que creo que es el único hándicap que tiene este libro, así
que mantendré un ritmo más salvajemente acompasado, intentando transmitir sus
claves. Ya que, y según Sebastià Gasch (1897-1980): “el ritmo es uno de los principales elementos del cinema. Gracias al
ritmo se encadenan las imágenes, tan necesario para nuestros ojos como el ritmo
musical para nuestros oídos.” (Con esa única función pues, todo lo que aparezca
en cursiva es lo extraído del libro y por tanto, creado por su autor a partir de ahora).
Empezando por el contexto histórico, que se nutre del escenario social y político, el libro en el capítulo segundo incide en el hábitat catalán para referirse a un símil que bien podría representar el espíritu artístico de todo el país. La deriva a la que somete la tradición al envite artístico novedoso, en este caso de las vanguardias en general y del cine en particular. Un mecanismo defensivo de lo tradicional frente a lo contemporáneo que se traduce en un enfrentamiento de base teórico pero que después, en la praxis se transformará en confrontación fratricida. Las vanguardias se empezarían a desarrollar en Cataluña como escaramuzas aisladas e intermitentes debido al clima conservador cultural burgués (el novecentismo) que se opondrá a la aventura estética vanguardista.
Salvador Dalí (1904-1989) podría decirse que se convertirá en el epítome del conflicto cultural propio de la modernidad maquinista, entre visión y representación, entre realidad y lenguaje, entre naturaleza y artificio, tomando partido por lo primero. El artista de Figueras es otro de los elementos a estudio del ensayo. Todo el capítulo tercero es una referencia a su punto de vista artístico y a su influencia en el panorama cultural español. El cineasta sin films (palabras certeras del catedrático Félix Fanés) representó como nadie el concepto de “Lo putrefacto”, aunque será Pepín Bello (1904-2008), según Rafael Alberti (1902-1999), quien creo tal concepto y que más tarde sería el padre de las ideas surrealistas de Un perro andaluz. Lo putrefacto como adjetivo descalificador de lo caduco, o decadente, lo tradicional, lo sentimental. Representaba todo lo muerto y anacrónico de muchos seres y cosas.
Empezando por el contexto histórico, que se nutre del escenario social y político, el libro en el capítulo segundo incide en el hábitat catalán para referirse a un símil que bien podría representar el espíritu artístico de todo el país. La deriva a la que somete la tradición al envite artístico novedoso, en este caso de las vanguardias en general y del cine en particular. Un mecanismo defensivo de lo tradicional frente a lo contemporáneo que se traduce en un enfrentamiento de base teórico pero que después, en la praxis se transformará en confrontación fratricida. Las vanguardias se empezarían a desarrollar en Cataluña como escaramuzas aisladas e intermitentes debido al clima conservador cultural burgués (el novecentismo) que se opondrá a la aventura estética vanguardista.
Salvador Dalí (1904-1989) podría decirse que se convertirá en el epítome del conflicto cultural propio de la modernidad maquinista, entre visión y representación, entre realidad y lenguaje, entre naturaleza y artificio, tomando partido por lo primero. El artista de Figueras es otro de los elementos a estudio del ensayo. Todo el capítulo tercero es una referencia a su punto de vista artístico y a su influencia en el panorama cultural español. El cineasta sin films (palabras certeras del catedrático Félix Fanés) representó como nadie el concepto de “Lo putrefacto”, aunque será Pepín Bello (1904-2008), según Rafael Alberti (1902-1999), quien creo tal concepto y que más tarde sería el padre de las ideas surrealistas de Un perro andaluz. Lo putrefacto como adjetivo descalificador de lo caduco, o decadente, lo tradicional, lo sentimental. Representaba todo lo muerto y anacrónico de muchos seres y cosas.
Este será el punto de partida para desarrollar una
cierta cronología donde el deporte, el periodismo y el cine se darán la mano,
formando unos procesos de intertextualidad poco comunes en la época y que se verán reflejados en la ya mencionada Gaceta literaria.
Luis Buñuel será otro de los nombres que más se repiten en el texto y es lógico, dedicándole los últimos capítulos a desentrañar su obra silente, pero hay que destacar el autentico trabajo de investigación y reivindicación de otros nombres que quizás el tiempo ha olvidado y ya es hora de recuperarlos. Nombres igual de importantes que los anteriormente citados como por ejemplo Nemesio M. Sobrevila. Graben este nombre en sus cabezas. Cineasta e inventor, su filmografía fue parca pero capital para entender las derivas vanguardistas cinematográficas. El Sexto Sentido (1929) es su película más emblemática: " es un film en prosa, con una incrustración de cine de poesía en su interior, a modo de collage proponiendo cuatro puntos de vista sobre los que estudiar; comedia costumbrista tradicional + sátira picaresca cinematográfica + retórica del cine vanguardista + ejemplo de charlatanismo pseudocientífico." Ahí queda eso amigos.
Resumiendo, quien se adentre en las páginas de Proyector de luna se va a encontrar con tesoros dignos de arqueología cinematográfica pura y dura como los programas cinéfilos de la Residencia de Estudiantes, donde se enumera detalladamente el tipo de películas que disfrutaban los estudiantes de la época y donde se formaron estos grandes poetas, cineastas, pintores y artistas. Proyector de luna no es un libro, es la llave que abre la puerta al saber, descrito por uno de esos buenos profesores que aún nos queda en nuestra recamara del magisterio cultural. No desaprovechéis la oportunidad.
Luis Buñuel será otro de los nombres que más se repiten en el texto y es lógico, dedicándole los últimos capítulos a desentrañar su obra silente, pero hay que destacar el autentico trabajo de investigación y reivindicación de otros nombres que quizás el tiempo ha olvidado y ya es hora de recuperarlos. Nombres igual de importantes que los anteriormente citados como por ejemplo Nemesio M. Sobrevila. Graben este nombre en sus cabezas. Cineasta e inventor, su filmografía fue parca pero capital para entender las derivas vanguardistas cinematográficas. El Sexto Sentido (1929) es su película más emblemática: " es un film en prosa, con una incrustración de cine de poesía en su interior, a modo de collage proponiendo cuatro puntos de vista sobre los que estudiar; comedia costumbrista tradicional + sátira picaresca cinematográfica + retórica del cine vanguardista + ejemplo de charlatanismo pseudocientífico." Ahí queda eso amigos.
Resumiendo, quien se adentre en las páginas de Proyector de luna se va a encontrar con tesoros dignos de arqueología cinematográfica pura y dura como los programas cinéfilos de la Residencia de Estudiantes, donde se enumera detalladamente el tipo de películas que disfrutaban los estudiantes de la época y donde se formaron estos grandes poetas, cineastas, pintores y artistas. Proyector de luna no es un libro, es la llave que abre la puerta al saber, descrito por uno de esos buenos profesores que aún nos queda en nuestra recamara del magisterio cultural. No desaprovechéis la oportunidad.
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