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viernes, 3 de mayo de 2013

PARTITURA NOCTURNA (V). CAMBIAR LAS COSAS PARA NO CAMBIAR NADA.

Como si estuviéramos caminando de un extremo al otro, por una de ésas polvorientas y esquemáticas calles que vertebran innumerables poblados del viejo Oeste. Lugares diseminados sobre una horizontalidad monótona poblados de salones, hoteles, oficina del Sheriff, etc, etc. Desplacémonos desde el ámbito narrativo a ese rinconcito del salón, encontrándonos con el héroe borracho, el niño que quiere huir de su árbol genealógico, el garante de la ley, que es el primero en romperla, y la presencia de una solitaria mujer buscándose el desquite de una herida pasada. Sin olvidarnos del empaque visual, al fin y al cabo estamos hablando de música de cine, y eso connota una responsabilidad gráfica, ¿no? Todo controlado bajo la atenta mirada de un director, Raimi, que se prepara para epatar al espectador a base de impactos hereditarios de Peckinpach, mezclado con una estética que bebe del noveno arte, el cómic, y que nos recuerda a una película llamada Sin perdón.
Partiendo del primer track de la banda sonora, Redemption hasta el último, el décimo quinto The Quick and The Dead vamos a ser testigos de una venganza musical y narrativa “orquestada”que hunde sus raíces en el pasado del personaje principal (Ellen). Y es que el tiempo pretérito siempre regresa en un género tan tipificado como el Western, representado por las notas de una guitarra española y fundiéndola en su resolución, emparejándola con otros acordes, superando la herida narrativa del héroe, en este caso heroína, y constatando la victoria de la sinfonía musical con pequeños elementos “reales”, acompañándola de un aire innovador/experimental que quizás no lo sea tanto. Veamos y por supuesto, oigamos.
Alan Silvestri apunta bien desde el primer disparo, realizando un rendido homenaje a la sinfonía, visitando el mundo Morricone, presentándonos en el primer track y, en solo cuarenta segundos de sus esplendidos tres minutos y medio, los elementos con los que vamos a trabajar: redoble en las cuerdas de una guitarra española (homenaje implícito al legado del maestro Leone, que rodó su famosa trilogía del dólar en territorio alicantino y la posterior invasión, a  modo de coproducción de los famosos spaghetti), sonido de un látigo, gracias al futuro tecnológico, llamase sintetizador o programa informático y un silbido que caracterizó, no sólo a un género sino que también lo hace, fusionándose en la trama, proporcionando un cierto grado de realidad, esto es, verosimilitud frente a la ficción hollywoodiense reinante por entonces. Realicemos un escueto inciso para explicarnos. Las películas de “vaqueros” del periodo mudo y clásico, como las conocemos, salvando las distancias, pretendían el disfrute del espectador, manipulándole desde los primeros minutos hasta su finalización. El control era la clave para describir una serie de hechos, transformándolos si era preciso para salvaguardar al divertimento.
Cuando los nuevos cines explotan en los años 60, también lo hacen una serie de compositores, que pretenden infundir un realismo a sus trabajos, entre ellos está el maestro Ennio Morricone que apoyado por las imágenes planificadas por su colaborador favorito, Sergio Leone, se mezclaban con el fin de restituir una cierta "veritá" a la pantalla. Esas imágenes nos hablaban de que la realidad contada no era tan bonita desde un plano estético, como nos la habían contado antes, sino más bien todo lo contrario, representándola en toda su crudeza. Una especie de “Neorrealismo del Western” donde la utilización de la violencia en el plano cinematográfico, era cortante y sucia apoyada en “elementos reales” a la hora de planificar su banda sonora, en el plano musical. En nuestro caso hay una serie de “ítems sonoros” escogidos como el látigo o el silbido, representantes ubicuos de la presencia humana en el interior de la partitura en Redemption o el de la incorporación de unas castañuelas en The Quick And The Dead, recordando la utilización por parte del maestro Morricone de su inconfundible aullido de coyote por ejemplo, amplificando ese sentimiento de realidad dentro de la historia.
La presencia de lo real es contundente en esta evolución de los temas citados. Desde los primerizos cuarenta segundos de los sonidos/imitaciones de un látigo y un silbido, acompañando a las cuerdas de una guitarra española introduciendo un ambiente y revelándonos la sequedad cortante en el uso del látigo, y la asfixia del paisaje, lugar de la acción violenta que va a acontecer, hasta el minuto y diez segundos que dura el track final. Son la prueba palpable del apoteosis sinfónico, donde al tema de Ellen, que se ha oído en el número cinco (Ellen’s First Round) y el nueve (Ellen vs. Dred), fluyendo en el número diez (Kid vs. Herod), entrelazando sinuosamente los temas con los del chico protagonista (Leonardo DiCaprio), uniéndolos de una manera amistosa  enseñándole algo que no se atrevió a dictar el padre (Gene Hackman), explotando radicalmente con una traducción de instrumentos orquestales comunes, como son la trompeta y la presencia de violines, volviendo a los orígenes de la música sinfónica del Oeste. Y si bien mantiene las cuerdas de la guitarra, como homenaje al personaje femenino de la función y el sonido de las castañuelas, como elemento topónimo de la acción, recordándonos a un país muy cercano, la reflexión final es la siguiente: hay que cambiar las cosas para no cambiar nada.

Discografía.

The Quick And The Dead. (Rápida y mortal). Alan Silvestri. 1995. Varèse Sarabande.


Claves.

1.     Redemption.
15.   The Quick And The Dead (End Credits).


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