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viernes, 17 de mayo de 2013

LA CAÍDA DE DUNDEE. (XIII). A LAS PUERTAS DEL LABERINTO.


Chico conoce a chica. El secreto revelado. La rebelión desde las propias filas. La amistad como moral y ética. El recuerdo como rémora. El vicio del poder. La salvaguarda de unos pocos en detrimento de todos. El perdedor como guía en un mundo en destrucción. El amor no correspondido. La curiosidad como motor impulsor. Podría estar toda la tarde enumerando los temas que refleja la historia de la novela. Son como pequeñas puertas de un laberinto que se abren hacia el lector. Ahora bien, una vez en su interior ¡cuidado! puede que no salgas nunca o, por el contrario, te adentres más y más encontrando una salida o resolviendo el enigma. La primera opción sería la de abandonar La Caída de Dundee, guardándola en algún baúl desvencijado, mostrándome afecto por el hecho de comprar mi historia pero aletargando sus posibilidades en algún rincón de tu hogar. La segunda opción alberga la potencialidad de poder pasar unos minutos, quizás horas, entretenido entre sus hojas, como si fuesen los túneles de Dundee por donde vaga Voyage. Me gustaría que la segunda opción, el entretenimiento fuese la puerta de acceso a mi laberinto, pero indudablemente puede haber otras. Cuando decides escribir una novela, apuestas tu creatividad sobre dos bases. Una se modela en la practica y la otra en el juego. La primera es poner en marcha tu background mental, sumergiéndote en tus recuerdos y buscando las opciones que más te han gustado o que más te gustarían, modulando una especie de cronología teórica donde gestionar dichos recuerdos. La segunda base reelabora esos pensamientos pretéritos a tu antojo, con el único fin de poder sacar su potencialidad narrativa. Es decir, uno se convierte en cronista de unos hechos, reales o ficticios, que generan una trama a la cual se irán yuxtaponiendo una serie de personajes, multiplicando sus perspectivas y las de aquellos que te están leyendo en ese momento concreto. Es más o menos, imaginar, crear determinados accesos que te permitan representarlos sobre los rostros de aquellos actantes que puedan hacer echar a andar la historia. De lo que estoy hablando es del germen de la posmodernidad en su núcleo formal. Una película que te haya gustando tanto que te la sabes al dedillo, como de cuántas secuencias consta o cuántos momentos brillantes contiene. A mi me pasó con La fortaleza escondida (1958) de Akira Kurosawa, que incluso realice una escaleta de secuencias, viéndola. La verdad es que la idea no fue mía, sino de mi sempiterno maestro de Teoría del guion, del que ya he hablado en alguna ocasión (Hoja Apergaminada. (V). Biblioteca en Sombras. Proyector de Luna). Es una herramienta perfecta para desengranar el mecanismo de guion o de su adaptación. O un libro que te haya fascinado desde la primera hoja hasta su última. Una vez seleccionados los recuerdos (su puesta en practica, desarrollándolos), viene la parte lúdica (su construcción). Y para mí es como mejor funciona la labor literaria, enfocándola desde la perspectiva jugable de divertirme. Transformar las puertas del laberinto en accesos que te permitan imaginar las diferentes opciones que propongo para tu divertimento. Cuando veo a gente enfrascada en el metro o el autobús  dejándose las cejas en un libro o e-book, pienso que tal vez haya algo de esperanza en eso de escribir.

Hablando de entretenimiento, no podéis faltar a la próxima Sesión Continua. Dejamos la seriedad, necesaria, de la anterior, para zozobrar en las estrellas. Aquí os dejo el teaser/cartel de las dos películas.



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