Cuando escribes te expones al otro en múltiples ocasiones, de hecho esa es la finalidad: contar algo a alguien. En ese proceso comunicativo siempre te queda la duda de si tu explicación ha llegado contundentemente clara al receptor, sin ningún tipo de contaminación, bien por parte del escriba o bien por parte del lector, que nubla y malinterpreta tu argumento. Es el peaje que hay que pagar a Caronte para que te lleve a la otra orilla, pero no para un descanso eterno, eso sería la autocomplacencia en la que caen muchos escritores, sino para seguir buscando el camino que te lleve a encontrar ese entendimiento utópico entre uno y otro.
He vuelto a engancharme a Scifiworld.es como si fuese una droga y me han publicado la crítica de la última película de Shyamalan, After Earth. Aquí os dejo el post donde me la han publicado. Es importante que le echéis un vistazo porque hay varios comentarios acerca de mi crítica, que de alguna manera rubrica lo anteriormente descrito, acerca de los diferentes lazos comunicativos entre desconocidos.
After Earth. Aprendiendo a tener miedo.
Una especie de águila gigante sobrevuela el cielo
terrestre en busca de Kitai (Jaden Smith). El chico se ve amenazado e intenta
escapar de su potencial enemigo. Las desproporcionadas dimensiones del animal
alerta al joven cadete de que no trae buenas intenciones. Lo desconocido asusta
paralizando el sentido. La construcción de la secuencia ayuda a edificar esa
sensación de espanto. El ritmo en ella, la proliferación de planos mezclados aceleradamente con los
efectos de la pantalla verde, aumentan el peligro mutándolo en realidad. Es la
representación física de las palabras de su padre, el general Raige (Will
Smith): “el peligro es real”. Pero la
expectativa se torna falacia. El ave lo captura pero no para comérselo, sino
para transportarlo a su nido, además no será la única vez que lo salve. Kitai
veía al águila como enemigo, pero el ave no lo observaba como tal. Regresando a
las palabras del progenitor: “el miedo es
una opción”. Una enseñanza que irá reverberando a lo largo de la narración
transformándose en lección aprendida en la confrontación final. Solamente
despojado de la sensación terrorífica se podrá obtener el éxito ante el ataque
de la Ursa.
La construcción del miedo es la columna vertebral de
la historia y el mundo adulto tiene mucho que ver en esto. Nos encontramos ante
la historia de un padre y un hijo perdidos en un planeta hostil. Su relación
está prácticamente cercenada al principio del film y será mediante el avance de
la aventura, cómo descubriremos si consigue tener éxito o fracasa. Por lo tanto,
si tenemos que buscar un culpable primigenio, incitador sería la transmisión
generacional o su disfuncionalidad. Pero veamos lo que se encuentra detrás de
esa construcción. Corramos la cortina para ver con detalle (el director nos
ayuda a tirar: la secuencia después del choque, contiene un plano en el que una
cortina de plástico, movida automáticamente, nos enseña el interior y al cabo
de unos segundos, nos lo cubre; vemos a Kitai y después lo tapa). Cuando la
nave en que viajaba el general Cypher Raige con su hijo y un grupo de Rangers
se estrella en un planeta altamente peligroso para ellos, el padre dirá a su
hijo que se encuentran en la Tierra y
que cualquier alimaña, está preparada para matar a cualquier humano que la
pise. Si además le sumamos un hecho pasado, que funciona como catalizador
expresivo del hieratismo del padre a su descendencia, y origen del miedo en su
hijo, ya que fue testigo del terrible momento generándole inseguridad (secuencia
de rebeldía, desafiando el mando del padre), podremos dibujar un mapeado del
miedo, desde donde se cría, en la etapa infantil, inoculándose lentamente en la
mente (secuencia donde el Ranger explica a Kitai la creación del miedo en su
cuerpo, soltando endorfinas mientras éste no deja de mirar el caparazón de la
Ursa) hasta desarrollarse completamente en la edad adulta, conformándose una
capa desasosegante proclive a la furia. Y eso a un nivel argumental, pero si
tuviéramos que buscar esa misma sensación en el interior del corpus narrativo
del director, nos sorprenderíamos al comprobar que el miedo ejerce una
influencia poderosísima sobre él mismo.
Luis Buñuel decía que un director siempre hacía la
misma película. El maestro de Calanda se refería a la redundancia temática como
compañera de viaje en las vicisitudes que lleva a un artista a ejercer su
profesión. M. Night Shyamalan incide en esta repetición constantemente, y no
sólo temáticamente sino que repitiendo esquemas. Hay otra gran águila que
aparece en la Joven del Agua (2006), que es la representación misma de la
salvación de la protagonista. O la proliferación de los sustos (en todas sus producciones)
y de los giros copernicanos (ya no en todas) que epatan a la platea.
Enumerarlos sería una pérdida de espacio pero en After Earth (2013) bien podría
ser cuando la hermana cambia su rostro, por uno mortuorio. Siempre habrá alguno
o algunos detrás de los resquicios más insospechados de la trama, ubicados en
los momentos más estratégicos de la misma que nos harán saltar de la butaca. Se podría decir que una de las sensaciones más
antiguas y la que ha estado acompañando al ser humano todo este tiempo, sea la
que me mejor represente el mundo del director. El miedo como generador de
terror hacia aquello que no entendemos: la presencia espiritual, disfrazada de
fantasmal en El Sexto Sentido (1999) o el desconocimiento personal,
generando incertidumbre en El protegido
(2000). O como representación de un acontecimiento desolador y demoledor en las
vidas de algunos de sus personajes (el reverendo Graham, repercutiendo en su
familia en Señales (2002) o la falsa representación de la vida en una
comunidad, creándola demonios adyacentes contaminándola en El Bosque (2004).
Un director constante
con su filosofía este Shyamalan, formidable en su trabajo técnico y más
importante aún, en su impoluta ejecución artesanal. Dos horas para engancharnos
a la pantalla y descubrir un planeta extraño, misterioso, milenario como el
nuestro. Una curiosidad. Imaginemos que se habita otra vez y que esos
pobladores descubrieran siglos después, no solo las pinturas rupestres que
descubre Kitai, sino las que realiza él mismo para poder orientarse; ¿qué
pensarían? ¿Qué elucubraciones sacarían? Igual que las nuestras cuando miramos
los dibujos de Altamira, supongo sacando hipótesis sustentadas en el enigma que
por desgracia, después alumbrarían otra forma de enseñanza, otra forma de control,
otro tipo de miedo.
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