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miércoles, 10 de julio de 2013

ENTENDIÉNDONOS O NO.


Cuando escribes te expones al otro en múltiples ocasiones, de hecho esa es la finalidad: contar algo a alguien. En ese proceso comunicativo siempre te queda la duda de si tu explicación ha llegado contundentemente clara al receptor, sin ningún tipo de contaminación, bien por parte del escriba o bien por parte del lector, que nubla y malinterpreta tu argumento. Es el peaje que hay que pagar a Caronte para que te lleve a la otra orilla, pero no para un descanso eterno, eso sería la autocomplacencia en la que caen muchos escritores, sino para seguir buscando el camino que te lleve a encontrar ese entendimiento utópico entre uno y otro.
He vuelto a engancharme a Scifiworld.es como si fuese una droga y me han publicado la crítica de la última película de Shyamalan, After Earth. Aquí os dejo el post donde me la han publicado. Es importante que le echéis un vistazo porque hay varios comentarios acerca de mi crítica, que de alguna manera rubrica lo anteriormente descrito, acerca de los diferentes lazos comunicativos entre desconocidos.


After Earth. Aprendiendo a tener miedo.
Una especie de águila gigante sobrevuela el cielo terrestre en busca de Kitai (Jaden Smith). El chico se ve amenazado e intenta escapar de su potencial enemigo. Las desproporcionadas dimensiones del animal alerta al joven cadete de que no trae buenas intenciones. Lo desconocido asusta paralizando el sentido. La construcción de la secuencia ayuda a edificar esa sensación de espanto. El ritmo en ella, la proliferación de  planos mezclados aceleradamente con los efectos de la pantalla verde, aumentan el peligro mutándolo en realidad. Es la representación física de las palabras de su padre, el general Raige (Will Smith): “el peligro es real”. Pero la expectativa se torna falacia. El ave lo captura pero no para comérselo, sino para transportarlo a su nido, además no será la única vez que lo salve. Kitai veía al águila como enemigo, pero el ave no lo observaba como tal. Regresando a las palabras del progenitor: “el miedo es una opción”. Una enseñanza que irá reverberando a lo largo de la narración transformándose en lección aprendida en la confrontación final. Solamente despojado de la sensación terrorífica se podrá obtener el éxito ante el ataque de la Ursa.
La construcción del miedo es la columna vertebral de la historia y el mundo adulto tiene mucho que ver en esto. Nos encontramos ante la historia de un padre y un hijo perdidos en un planeta hostil. Su relación está prácticamente cercenada al principio del film y será mediante el avance de la aventura, cómo descubriremos si consigue tener éxito o fracasa. Por lo tanto, si tenemos que buscar un culpable primigenio, incitador sería la transmisión generacional o su disfuncionalidad. Pero veamos lo que se encuentra detrás de esa construcción. Corramos la cortina para ver con detalle (el director nos ayuda a tirar: la secuencia después del choque, contiene un plano en el que una cortina de plástico, movida automáticamente, nos enseña el interior y al cabo de unos segundos, nos lo cubre; vemos a Kitai y después lo tapa). Cuando la nave en que viajaba el general Cypher Raige con su hijo y un grupo de Rangers se estrella en un planeta altamente peligroso para ellos, el padre dirá a su hijo que  se encuentran en la Tierra y que cualquier alimaña, está preparada para matar a cualquier humano que la pise. Si además le sumamos un hecho pasado, que funciona como catalizador expresivo del hieratismo del padre a su descendencia, y origen del miedo en su hijo, ya que fue testigo del terrible momento generándole inseguridad (secuencia de rebeldía, desafiando el mando del padre), podremos dibujar un mapeado del miedo, desde donde se cría, en la etapa infantil, inoculándose lentamente en la mente (secuencia donde el Ranger explica a Kitai la creación del miedo en su cuerpo, soltando endorfinas mientras éste no deja de mirar el caparazón de la Ursa) hasta desarrollarse completamente en la edad adulta, conformándose una capa desasosegante proclive a la furia. Y eso a un nivel argumental, pero si tuviéramos que buscar esa misma sensación en el interior del corpus narrativo del director, nos sorprenderíamos al comprobar que el miedo ejerce una influencia poderosísima sobre él mismo.
Luis Buñuel decía que un director siempre hacía la misma película. El maestro de Calanda se refería a la redundancia temática como compañera de viaje en las vicisitudes que lleva a un artista a ejercer su profesión. M. Night Shyamalan incide en esta repetición constantemente, y no sólo temáticamente sino que repitiendo esquemas. Hay otra gran águila que aparece en la Joven del Agua (2006), que es la representación misma de la salvación de la protagonista. O la proliferación de los sustos (en todas sus producciones) y de los giros copernicanos (ya no en todas) que epatan a la platea. Enumerarlos sería una pérdida de espacio pero en After Earth (2013) bien podría ser cuando la hermana cambia su rostro, por uno mortuorio. Siempre habrá alguno o algunos detrás de los resquicios más insospechados de la trama, ubicados en los momentos más estratégicos de la misma que nos harán saltar de la butaca.  Se podría decir que una de las sensaciones más antiguas y la que ha estado acompañando al ser humano todo este tiempo, sea la que me mejor represente el mundo del director. El miedo como generador de terror hacia aquello que no entendemos: la presencia espiritual, disfrazada de fantasmal en El Sexto Sentido (1999) o el desconocimiento personal, generando  incertidumbre en El protegido (2000). O como representación de un acontecimiento desolador y demoledor en las vidas de algunos de sus personajes (el reverendo Graham, repercutiendo en su familia en Señales (2002) o la falsa representación de la vida en una comunidad, creándola demonios adyacentes contaminándola en El Bosque (2004).
Un director constante con su filosofía este Shyamalan, formidable en su trabajo técnico y más importante aún, en su impoluta ejecución artesanal. Dos horas para engancharnos a la pantalla y descubrir un planeta extraño, misterioso, milenario como el nuestro. Una curiosidad. Imaginemos que se habita otra vez y que esos pobladores descubrieran siglos después, no solo las pinturas rupestres que descubre Kitai, sino las que realiza él mismo para poder orientarse; ¿qué pensarían? ¿Qué elucubraciones sacarían? Igual que las nuestras cuando miramos los dibujos de Altamira, supongo sacando hipótesis sustentadas en el enigma que por desgracia, después alumbrarían otra forma de enseñanza, otra forma de control, otro tipo de miedo.




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